No me afectó, así que me enteré por las redes de que parte de ellas estaban caídas. A lo largo de la tarde del sábado un apagón eléctrico se extendió por bastantes CCAA españolas con un carácter irregular. Madrid fue de las afectadas, pero no mi barrio ni otros por los que anduve luego a media tarde. Al parecer un accidente en Francia provocó el corte de uno de los enlaces de muy alta tensión que unen ambas naciones y esto causó la caída de suministro, que también afectó a zonas de Portugal. Muchas veces se ha dicho que es necesario aumentar las interconexiones entre ambos países para hacer frente a problemas como, precisamente, este.
Creo que no somos conscientes de hasta qué punto nuestra sociedad, civilización y, si me apuran vida, son dependientes de la electricidad, y como un corte, aunque sea puntual, nos retrotrae a un pasado no sólo olvidado, sino directamente inimaginable. Casi nada de lo que tenemos funciona sin electricidad, o baterías que se recargan en la red y deben ser rellenada cada no demasiado tiempo, dado el uso que les damos. Piense usted en su casa qué funciona que no esté enchufado, y que ni lo imagina, pero así es. Y no use para ello ni su ordenador, Tablet o Smartphone, porque no funcionan aspirando zumo de naranja precisamente. Ya antes de la pesadilla coronavírica la electricidad era dominante en nuestra sociedad, pero tras la pandemia y la explosión de virtualidad que con ella ha llegado nada, literalmente, es ajeno a la corriente que viaja por los cables. Muchos son los que ya incluso sales sin dinero efectivo de casa, confiando en tarjetas o aplicaciones, que funcionan entre otras cosas gracias a datafonos conectados a la red eléctrica del establecimiento que nos cobra. Puede que tengamos batería en el móvil, pero si el datafono no funciona no podremos abonar la consumición. Incluso la movilidad, factor que en el transporte privado estaba bastante ajeno a esta tecnología, empieza a electrificarse más en serio ante las demandas sociales de reducir la contaminación en los entornos urbanos, de tal manera que si se cae la red y su flamante coche eléctrico anda bajo de batería bien poco va a poder hacer con él. Los de gasolina aguantarían algo más, aunque no tengo nada claro, en ausencia de fluido, cómo funcionaría la bomba que succiona el combustible del depósito subterráneo al surtidor que, sujeto con la mano, llena el depósito del coche. En unos días de calor intenso y factura disparada el corte del suministro supone un ahorro forzado para las familias que ven como la factura de la luz crece sin que puedan hacer casi nada para evitarlo, pero implica para muchas, que dependen del aire acondicionado para hacer respirable el ambiente de sus hogares, una pesadilla agravada por el descongelamiento de los frigoríficos, en los que se guardan reservas de frío que tan necesarias son cuando las temperaturas en la calle se ponen belicosas y cambian su dígito inicial de un redondeado y elevado tres a un punzante y amenazador cuatro. Los inconvenientes que supone un apagón son enormes, inabarcables, y crecen a medida que una situación de este tipo se prolonga, pudiendo ser catastróficos al cabo de unas horas. Una ciudad puede convertirse en el más absoluto de los caos ante un corte sostenido de la electricidad, que detenga semáforos, bombas de agua y ascensores, convierta a las torres de pisos y oficinas en lugares de casi imposible acceso o desalojo, y a todos sus negocios en vulgares locales desangelados, silenciosos, apagados, inmóviles. A medida que un apagón se prolongue en el tiempo los comentarios en las redes de internet irán virando del cachondeo y la siempre presente ira al temor y, con las horas, al silencio, a medida que uno tras otro, los dispositivos móviles fueran cayendo conforme agotan sus baterías, utilizadas en los momentos iniciales de la caída de manera intensiva para contar a todo el mundo que pasa algo. A medida que los móviles se van apagando la sociedad se desliza, a toda velocidad, hacia el medievo.
Esto, que parece una exageración propia de un relato distópico, no es sino lo que sucedería a cualquiera de nuestras urbes con un corte total de suministro de bastantes horas, algo que cada vez es más probable que suceda a medida que las redes existentes se sobrecargan y no se invierte lo debido en líneas nuevas, derivaciones, duplicados y demás. En serio, la electricidad, como el aire que respiramos, requiere una constante renovación y presencia. Si se corta, los problemas empiezan muy rápido. Usted no es consciente de que respira unas veinte veces por minuto, más o menos, en reposo, y de ahí en adelante más. Pruebe a dejar de hacerlo y verá como en pocos segundos detecta que tiene un problema. Serio, muy serio.
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