miércoles, septiembre 30, 2020

Primer debate Trump Biden

Esta madrugada se ha celebrado en un desangelado auditorio de Cleveland el primer debate electoral de las presidenciales norteamericanas de 2020. La ciudad escogida es la capital de Ohio, uno de los llamados “swing states” estados oscilantes, porque la elección entre demócratas y republicanos está muy ajustada y depende hacia donde se inclinen unos pocos sufragios el estado se decantará por uno o por otro. Los estados fieles a la marca del partido no son de interés para el otro, porque sabe que poco va a conseguir en ellos de cara al resultado presidencial (sí importan todos para las elecciones de las cámaras legislativas). Como en otros años, se hablará mucho de Ohio, Florida, Michigan y otros.

Las crónicas que han llegado hablan de un debate bronco, sucio, entre dos candidatos mayores que exponen visiones contrapuestas de la política de aquel país y una cierta imagen de decadencia global. Biden es el aspirante con mayor edad en la historia, con 77 años cumplidos, y su salud es uno de los argumentos favoritos de Trump para atacarle. Se le acusa de ser frágil, de poner en riesgo el cargo si finalmente es elegido dados los rumores sobre su estado, rumores que él y su entorno desmienten constantemente, pero que han calado en parte del electorado. En su estilo macarra e insultante de siempre, Trump reclamaba antes del debate un control antidoping para ver si Biden había tomado sustancias que le permitiesen salir al escenario. Habitualmente se refiere a él como “sleepy Joe” Jo el dormilón, o Joe el ido. Ambos candidatos movilizan a sus bases fieles, pero es evidente que Biden es visto por muchos demócratas radicales como un candidato ajeno, útil para desalojar a Trump del poder si vende, pero que despierta cero ilusión entre ellos. Las bases radicales republicanas adoran a Trump, y se han hecho con el alma del partido, arrasando figuras y tradiciones que antaño lo dominaron. Eso hace que Trump cuente, a priori, con un electorado más fiel y cohesionado. Eso, y el que parte del puesto presidencial, que siempre otorga un plus, hace que a día de hoy las probabilidades de que repita en el cargo sean ligeramente más altas de las que le sitúan en la derrota. Las encuestas nacionales siguen poniendo a Biden por delante, pero recuerden que eso no sirve de nada en una elección presidencial que se realiza por sistema mayoritario estado a estado. Sea cual sea el candidato que alcance la Casa Blanca, es casi seguro que Biden será el que recoja más voto, como lo fue Hillary hace cuatro años, por lo que tengan mucho cuidado a la hora de hacer pronósticos y no se dejen llevar por deseos, cosa muy habitual en los medios de comunicación españoles, que salivan con una victoria demócrata y no lo ocultan. A mi Biden no me ilusiona casi nada, me parece un candidato flojo, pero como Trump es una infamia, un baldón para la historia de EEUU y un ejemplo de lo que una persona y dirigente no debe ser votaría por el demócrata a ciegas. Pero eso no quiere decir que los demócratas vayan a ganar. No confundamos deseos con realidades. Las semanas que quedan hasta el martes 3 de noviembre, el día de la votación, estarán marcadas por la evolución de la pandemia, la crisis económica asociada, los rebrotes en los disturbios raciales, la renovación de la vacabte del Supremto tras la muerte de la magistrada Ginsburg y el absoluto enfrentamiento entre dos visiones del país que nunca había alcanzado extremos de polarización irracionales que, lamentablemente, aquí son habituales, pero no allí. Los años de Trump han agudizado un resquemor que ya existía en aquel país, y Trump lo ha usado para, en la polarización, conseguir sacar rédito. ¿Le funcionará la estrategia? Que sea repulsiva no quiere decir que no sea efectiva, y las opciones de renovar su mandato siguen siendo muy altas.

Uno de los temas que sobrevuela la campaña es, asómbrense, las constantes acusaciones por parte de Trumo de fraude en el voto por correo y su intención de no admitir una derrota que, según él, puede estar amañada. Que una nación como aquella esté sumida en una bronca sobre este tema, con el servicio postal como uno de los ejes de enfrentamiento partidista, muestra hasta qué punto el ambiente político ha degenerado en una nación tan adulta como aquella. Van a ser cuatro semanas tensas, duras, en las que la gresca y la incertidumbre irán a más, y en las que los debates serán puestas en escena carentes de argumentación, en tiempos de memes cutres y redes sociales salvajes.

martes, septiembre 29, 2020

Trump paga menos impuestos que usted

Y que yo. Desde que decidió presentarse a las elecciones presidenciales de ese raro año que fue 2016 las declaraciones de la renta de Trump han sido uno de los objetos más deseados por parte de todos los ojos del mundo, a la vez que el celo presidencial para ocultarlas era férreo hasta el extremo. Hemos conocido antes, y mucho mejor, detalles escabrosos sobre reuniones internacionales de alto nivel de Trump con algunos mandatarios, pero nada de sus cuentas fiscales. Evidentemente tanto deseo de ocultación no puede ser bueno, de la misma manera que, de pequeños, presumíamos en casa de las notas buenas pero las malas tratábamos de que pasasen desapercibidas, como si no existieran.

A apenas cuatro semanas de las elecciones y en la víspera del primer debate electoral, que tendrá lugar la próxima madrugada de nuestro horario, el New York Times ha accedido a ese grial de datos financieros y fiscales, y el resultado es tan sonrojante como, ay, carente de sorpresa. Trump pagó 750 dólares en concepto de impuesto sobre la renta en el año 2016, importe que se repitió en el 2017, su primer año como presidente. Cifras que resultan casi infinitamente grandes en comparación con los cero dólares, cero, que pagó por renta en diez de los quince años anteriores a ese 2016. Sabido es que los tipos impositivos en EEUU son más bajos que en España, pero la verdad es que resultan unas cifras que dan que pensar. Al parecer, la estrategia fiscal de Trump no es muy original, y consiste en mezclar sus negocios e ingresos personales en un mismo ente, de tal manera que sus rentas propias se confunden con el saldo empresarial de sus negocios. Lo que declara en esos años son pérdidas por la parte de los negocios, que le sirven para compensar ingresos y así obtener un saldo fiscal muy favorable. Estrategias de este tipo también se llevan a cabo en nuestro país, y no son fraude como tal, aunque sí entran dentro del campo de la elusión, de los esfuerzos que, estrujando la ley al máximo, buscan disminuir la factura fiscal. Eso se puede hacer de manera abierta o ilegal. Si, por ejemplo, presento facturas por las que mi hija Ivanka me cobra un dineral por servicios de consultoría en mis negocios eso son costes para mi empresa, y reducen beneficios. ¿Se han prestado los servicios que me ha facturado Ivanka? ¿los ha cobrado realmente? No lo se, que diría Trump con esas formas tan rudas que posee, pero a buen seguro es indiferente. Los papeles están ahí, Ivanka existe y el pobre Trump pierde dinero, como para que encima el fisco le agobie. Que autónomos y pequeños personajes recurran a triquiñuelas de este estilo es lo más normal del mundo, y las haciendas lo saben, y tratan de acotar estos procedimientos pese a que a veces es muy difícil lograrlo, y requiere una inversión en medios y tiempo que puede ser tan costosa como lo defraudado. Que un magnate que se autoproclama como genio de los negocios recurra a ellas es mucho más raro y las sospechas de que se está ante un delito aumentan exponencialmente. Si los negocios de alguien dan pérdidas año tras año durante muchos años, ¿qué negocios son esos? ¿cómo sobreviven? ¿quién o qué cubre esas deudas constantes? Que el presidente de los EEUU recurra a argucias de este tipo resulta, como mínimo, denunciable, y los ciudadanos de aquel país deben preguntarse cómo es posible que quien les rige (es un decir dado el desgobierno que ha generado) se permite el lujo de no pagar impuestos y usar su cargo presidencial para dar auge a negocios privados sin que nunca haya estado clara la separación entre unos y otros. Las comparaciones que se hicieron en su día con la llegada de Trump a la presidencia y el ascenso de un emperador degenerado del tipo Claudio o Calígula cada vez son más certeras, porque los años de su gobierno han sido nefastos para la imagen del país y su papel en el mundo, y en paralelo se ha mostrado como el típico arribista que se apropia de la caja pública para aumentar su fortuna personal, sólo que Trump parece más aficionado a las hamburguesas y la tele que al triclinium y a los racimos de uvas de la hollywoodiense iconografía romana.

Tres importantes preguntas entre las muchas posibles tras esta noticia. ¿Han condicionado las deudas del imperio Trump su gestión presidencial, habiendo favorecido desde ésta a aquellos que sostienen las finanzas de sus empresas? ¿Tendrá efecto electoral en la cita del 3 de noviembre revelaciones que, en condiciones normales, hundirían a un candidato? Y la más importante y profunda, ¿qué lleva a un ciudadano medio de aquel país, y no solo de allí, que paga impuestos y tiene una economía personal muy agobiada, a votar a un candidato defraudador que tiene el morro de presentarse ante él como la respuesta a sus problemas? ¿Hasta cuándo el populismo tendrá barra libre para que sus desmanes no sean castigados en las urnas?

lunes, septiembre 28, 2020

Negacionismo de todo tipo

Tras días como los pasados resulta difícil sentarse sereno ante el teclado y pretender escribir algo sin mentar a la madre de tantos políticos y al resto de sus parentelas de una manera en la que pueda ser objeto de legítimas y justas querellas. Hay que morderse la boca, y atarse los dedos, para no escribir la decena, centena, infinidad de insultos de grueso calibre que se merecen los que, cobrando para gestionar nuestros problemas, sólo los utilizan en beneficio propio, creando nuevos problemas adicionales y abandonando en la estacada a los que les pagamos el sueldo. Menos mal que Antonio Muñoz Molina lo ha escrito ya de maravilla. Nada puedo aportar a su texto de denuncia.

Por eso, cruzo nuestras tristes fronteras y me voy a otra nación que va camino, a su estilo, de repetir algunos de nuestros errores. Es curioso ver como, salvo excepciones, los países copian los errores de comportamiento, pero no los aciertos. Se ve que la dirigencia de cada nación no soporta que otras lo hagan bien y su prurito de orgullo les impide seguir el buen ejemplo. En Reino Unido demostraron, durante la primera ola, cómo se puede hacer mal todo, y con retardo respecto al continente. Una mezcla de orgullo nacional que está en todos lados (a nosotros eso no nos pasa) unida a la desidia de un gobierno encabezado por un personaje como Johnson lograron que el ejemplo de todo lo que se había hecho mal en la Europa continental fuera replicado casi paso por paso al otro lado del canal. Para eso no hubo Brexit, sino plena unión en la necedad. Ahora, más tarde que nosotros, partiendo de una curva mucho más controlada, sus positivos empiezan a subir, todavía con cifras moderadas, que hacen que su gráfica comparada con la nuestra sea la de una pequeña tachuela de cuarta categoría frente a las rampas de un mortífero Angliru, pero día a día sus cifras suben, y el gobierno de allí se enfrenta a un nuevo desafío, dividido entre la disyuntiva de la salud, que implica cierres masivos, y la economía, que desea que lo más posible de la actividad permanezca en marcha para dar aliento a un país que ha registrado, por poco, peores indicadores económicos que los nuestros, que ya es decir. Entre las cosas particulares de los británicos en esta crisis está la fuerza que allí tiene el movimiento negacionista y su carácter violento. Hemos visto en España concentraciones de iluminados que clamaban tonterías de todo tipo, y afortunadamente este fin de semana no se ha permitido una nueva manifestación de esta locura en Madrid, pero el sábado en Londres, en plena Trafalgar square, miles de personas se congregaron en torno a lemas absurdos que no dejan de chirriar en el oído de cualquiera con dos dedos de frente. Todo sin sentido, nada que no viéramos aquí hace unas semanas, y una manera como otra cualquier de extender el riesgo por todas partes, contagiando y generando nuevos enfermos que, en unos días, llegarán al hospital y, en algunos casos, al cementerio. Lo relevante de este encuentro, además de sus dimensiones, es que acabó como el rosario de la aurora. Cayó la noche en la ciudad y se desató una bronca de cuidado entre manifestantes y policía. Objetos arrojadizos, cargas, golpes, de todo. Parece que allí, además de irracionales, los negacionistas son violentos, o que algunos aprovecharon esa manifestación para generar algaradas por su cuenta, o una mezcla de todo. La cuestión es que el sábado por la noche el centro de Londres era escenario de unos tumultos en los que, a buen seguro, distancia y mascarillas eran lo menos relevante. ¿Cuántas personas se habrán podido contagiar como consecuencia de estos altercados? ¿Qué implicaciones pueden tener comportamientos irresponsables como estos? Son preguntas de fácil respuesta conceptual pero de muy difícil valoración numérica, porque es casi imposible saber el número de personas que acabarán infectadas tras algo así. En todo caso, con curvas crecientes, la irresponsabilidad de las sociedades occidentales, y sus dirigencias, cada vez es más sangrante en comparación con las asiáticas, disciplinadas por convicción o a la fuerza, que nos siguen dando una lección de cómo enfrentarse al virus y doblegarlo.

Una pregunta que se me ocurrió al ver lo de Londres, y que me pareció absurda en un principio, es la de si nuestros políticos son, en el fondo, unos negacionistas. La absoluta necedad con la que manejan este asunto, el desprecio a la vida de los enfermos y sus riesgos, el sucio cálculo político que pringa todas sus decisiones…. ¿son síntomas de negacionismo? Sí y no. Realmente ellos saben que el virus es cierto, que mata, que es un peligro, pero lo que a ellos les asusta no es la enfermedad, sino las consecuencias políticas de los actos que toman, los votos que pueden ganar o perder con ello. No niegan la realidad, no llegan a ese extremo, pero la usan para su beneficio, cueste lo que cueste y a quién le cueste. De mientras no sea a ellos mismos les da igual.

viernes, septiembre 25, 2020

Bárbara Lennie es luz

Cifras de positivos que no dejan de aumentar y de enfermos que, día a día, llenan hospitales y UCIs donde los medios no dan abasto. Fallecidos, cada vez más, a los que se les hace cada vez menos caso. Desgobierno total que no se atreve a tomar medidas serias para atajar el desastre. Desplantes de Sánchez al Rey con la intención de conseguir un par de votos para sus presupuestos que sólo sirven para retratar a un presidente corroído por su ambición y carente de palabra, al que nadie cree cuando habla. Viento frío y tardes muy cortas que anuncian que entramos en la parte dura del año. Lluvias que, como a muchos ayer, les hacen sentirse con el agua al cuello en todas las acepciones de esa expresión…..

Al repasar la actualidad muchas tardes, de camino a casa, me dan ganas de mandar todo a la miera, que es quizás donde mejor se esté, dado que nos regodeamos para producirla y extenderla, y a veces, pocas, uno se reconcilia con el mundo de la manera más absurda imaginable. El otro día, sin ir más lejos, en una parada de metro, caminando por el andén hacia un extremo para esperar allí el tren que me llevase a casa, cansado, miré con detalle a la pared a la que daba la espalda y allí estaba uno de los anuncios de la campaña de otoño de El Corte Inglés, esos grandes almacenes que marcan el calendario vital de este país mucho más que cualquier otro acontecimiento o festividad. Y en ese anuncio, enorme, que me dominaba, estaba la estampa de Barbara Lennie, excelente actriz, en una pose dirigida a vender ropa, pero que gritaba a los cuatro vientos la fuerza de su persona y el ímpetu que la arrastra. No me fijé demasiado en la ropa que lucía, creo que eran unas botas altas y un abrigo, nada raro en un vestuario otoñal, pero el conjunto de la imagen era poderosísimo. Lennie se salía del cartel que la enmarcaba, que ya era de por sí muy grande, y llenaba todo aquel andén con su presencia. Su belleza no será, para muchos, tan elevada como la de las modelos profesionales que suelen ser las que encabezan este tipo de campañas, pero en ese momento nada y nadie me parecía más bello en todo el universo que esa mujer que, impresa, no me miraba a mi, sino a la inmensidad, lo único con lo que podía llegar a compararse. Llegó un tren, pero no le hice ni caso. Seguía mirando el anuncio como sujeto, no protagonista, sino como ser atado por una cuerda invisible que no podía ni, por nada del mundo, quería romper. Me esquivó alguno de los viajeros que salían del tren, que hizo sus pitidos de rigor al cerrar las puertas y se marchó. Y volví a quedarme sólo en el andén, con la presencia de Lennie. Y creía no estar solo. Me giré un momento para descansar la vista, y vi el mundo real otra vez, el mío y el de las personas que me rodean, y volví a escuchar el ruido que, casi siempre, domina andenes y estaciones de metro, donde los silencios son caros e inquietantes. Consideré que el contacto con la realidad ya había sido suficiente y me volví a girar ante Bárbara, supongo que con una actitud ridícula vista desde fuera, como un penitente que se muestra ante el Señor y se ofrece. No me arrodillé ni nada por el estilo, no, pero en mi interior estaba igual de postrado ante la fuerza y la belleza de lo que veía. Vino otro tren, se repitieron escenas semejantes a las pasadas, y se marchó. Y allí seguí unos pocos minutos más, sin decir nada, sin nada que decir, sin saber si quiera que se podía decir, sin pensar. Sólo mirando, viendo aquella imagen que todo lo llenaba, y ante la que yo no era nada. Al tercer tren que vino una voz en mi dijo que ya era suficiente, que nada y nadie te esperaba en casa, pero que alguna vez tendrías que volver. Y cuando el vagón abrió sus puertas subí. Me giré, y seguí mirando el cartel, como diciendo adiós, cuando salimos de la estación camino a nuevas paradas que me acercasen a casa.

Varias son las imágenes que forman la campaña de Lennie, algunas más coloridas, otras más secas y crudas, pero en todas ellas su presencia es arrolladora. Con una mirada que a veces se enmarca en un rostro sonriente, pero generalmente en una faz seria, que dice con sus ojos todo lo necesario, que muestra una viveza, un ingenio y sensibilidad no de pose, sino de corazón. Sí, se que todo está diseñado, que es un enorme, y excelente, trabajo de marketing, pero esa tarde, y hoy, cuando me cruzo con alguno de los carteles de la promoción, me entra algo de aire en el espíritu, el viento frío amaina. Y no, no se cura un solo enfermo de coronavirus, ninguno, pero durante unos segundos siento la esperanza de saber que hay algo mejor, que hay gente mejor, que hay posibilidades. Y todo enmarcado en la figura, insuperable, de Barbara Lennie.

jueves, septiembre 24, 2020

Coronavirus y renta

Una de las mayores críticas que se ha lanzado contra la Comunidad de Madrid cuando ha tomado la medida de acotar barrios ante la expansión del coronavirus es la de segregar, la de confinar a los pobres que viven en ellos y no limitar la vida de los ricos de los barrios del norte. No he escuchado críticas similares cuando Zaragoza en agosto o Palma de Mallorca tomaron medidas similares en barrios de sus ciudades que, también, eran de bajas rentas respecto a otros. El error de la Comunidad de Madrid no está en las zonas en las que ha empezado a actuar (le seguirán el resto, no se preocupen) sino el haber hecho tarde, muy tarde. Y las críticas a las zonas decididas provienen más del sesgo ideológico de quien las emite que de cualquier otro lado.

Lo que si es cierto es que, pese a que el coronavirus no sabe de economía, su incidencia sí está correlacionada con la renta y, como suele ser habitual, perjudica más a quienes menos tienen. No sólo se parte del hecho conocido que una mayor renta supone mejor alimentación y capacidad de atención a la salud, por lo que las defensas del cuerpo suelen estar más preparadas ante cualquier ofensiva. En los barrios de clase media baja de cualquier ciudad se vive de una manera más apretada, nada que ver con los pisos panorámicos de los barrios ricos y, desde luego, a años luz de las urbanizaciones de adosados ajardinados y chalets, donde el concepto de distancia de seguridad es uno de los que impera a la hora de diseñar esos entornos desde un principio. En un virus cuyo contagio se determina por la interacción social, que varias personas convivan en un piso, sito en un edificio de muchos pisos, en un barrio lleno de edificios, hace que la expansión sea obligatoriamente más propicia. Otro factor que se suele olvidar es que el teletrabajo, la posibilidad de trabajar desde casa, es algo que tiene un elevado componente de renta, y que cuando más se gana, en general, es más probable que el trabajo pueda ser llevado a cabo de manera no presencial. Oficinistas, consultores, empleos que se desarrollan en torres del centro en los que los salarios suelen ser holgados permiten ser ejercidos a distancia, en no pocos casos desde casoplones sitos en algunas de las urbanizaciones comentadas, mientras que muchos empleos de renta baja exigen una presencia física en el puesto de trabajo. Piense en todos los trabajos que son cara al público y que exigen actividades manuales, y que no son sólo el universo de la hostelería. Nada de eso, normalmente no muy bien pagado, es teletrabajable, y eso obliga a esos trabajadores a salir de casa sí o sí a buscarse el salario, con la amenaza de que sus finanzas, débiles, no pueden permitirse días o semanas de ausencia de ingresos. Y eso si hablamos de empleos regulares, porque claro, todo aquel que trabaja en negro, en actividades no regladas, se tiene que buscar la vida de una forma tan imperiosa que, para él, el coronavirus no es sino otro obstáculo más, pero no el más importante de los que tiene que enfrentar cada día. Por eso en esos barrios el movimiento personal es mucho más intenso, y las probabilidades de que los contagios se expandan crecen. No tiene mucho que ver la incidencia con el origen de quienes allí viven o sus costumbres, sino sobre todo con la renta disponible que ingresan y la manera en la que la obtienen. A todo esto súmele el problema que supone el cierre de aulas y la permanencia de los hijos en casa en familias que, desde luego, ni tienen asistentes para el hogar y cuidado ni apenas espacio físico para que todos puedan vivir el día a día en el hogar. En definitiva, en todos los barrios de renta baja de las ciudades, sean cuales sean, se acumulan problemas endémicos que el maldito coronavirus está explotando de manera maravillosa para sus intereses y destructiva para quienes allí viven. Si antes de este desastre la desigualdad era un problema acuciante y de atención obligada, el impacto de esta pandemia lo está exacerbando. ¿Cómo lograremos abordarlo desde una economía arruinada tras este caos?

Si en nuestras ciudades hay desigualdad, imaginen cómo habrá sido la situación en urbes como Nueva York, donde esa diferencia de rentas es sangrante hasta lo inimaginable. Cuando empezó allí la epidemia todos los pudientes se largaron a sus casas de campo y playa, dejando Manhattan convertida en un erial desolado, pero evidentemente nadie de barrios como Harlem, Bronx o Queens pudo irse a ninguna parte. ¿Adivina usted dónde se ha dado la mayor, la casi total incidencia de la enfermedad? No, no ha sido en los Hamptons o en otras exclusivas residencias de veraneo, no. La incidencia ha sido tan desigual como la que separa a un ejecutivo de Wall Street de un mendigo que pide a la puerta de sus oficinas. Como siempre, en EEUU, todo a lo grande.

miércoles, septiembre 23, 2020

Manifestaciones y coronavirus

Para este sábado está convocada una manifestación en contra de las medidas que, por ahora, ha adoptado la Comunidad de Madrid para tratar de atajar la expansción del coronavirus, que han consistido básicamente en la limitación de la movilidad de las zonas de salud en las que los datos epidemiológicos son nefastos, no afectando esas restricciones al resto, donde son sólo desastrosos. El PSOE local tiene una relación esquizoide con estas protestas, porque si en un principio las apoyó y se unió a las mismas, tras la reunión de cartón de Sánchez y Ayuso ha decidido mantener su apoyo moral pero no unirse a los convocantes, queriendo estar en todas las tierras políticas sin conseguirlo, y errando por completo en su actitud.

Hace unos meses, hacia el final del estado de alarma, se produjeron varias manifestaciones de los llamados “cayetanos” de Núñez de Balboa, residentes en esa calle y aledaños, una de las zonas más caras de la capital, donde los pisos son lugares panorámicos y los precios de todo es disparatado. Eran movilizaciones alentadas por Vox en contra de la gestión del gobierno de la pandemia y se realizaban tanto vía cacerolada como con concentraciones de paseo callejero. Tuvieran razón o no los manifestantes en aquel caso, en unas cosas acertaban, en otras no, era indignante ver concentraciones de personas generando riesgos en una sociedad que, confinamiento mediante, estaba viendo como las cifras de infectados y fallecidos bajaban con fuerza, y se estaba logrando controlar la enfermedad. Esas manifestaciones fueron muy criticadas, con razón, desde casi todas partes, y con mucha mayor fuerza desde el espectro de la izquierda, que las acusó, con razón, de poner en riesgo la salud de todos. El PP tuvo el corazón partido porque quería protestar contra el gobierno, pero sabía que esa no era la manera y que los energúmenos de Vox estaban detrás. Así, el ala lógica del partido se opuso a las concentraciones y el ala loca, en la que Cayetana Álvarez de Toledo tenía por aquel entonces bastante mando en plaza, no las alentó, pero se sumaba emocionalmente. Craso error. Aquellas manifestaciones eran una irresponsabilidad. Hoy, meses después, en medio de un repunte de casos y fallecidos que, con muy alta probabilidad, nos volverá a llevar a otro confinamiento, se convocan manifestaciones de signo distinto contra un gobierno regional de signo opuesto al nacional por las medidas que ha adoptado, y esta vez es el PSOE el partido que navega a dos aguas, con Podemos como ”núcleo irradiador” de las protestas en lugar de Vox, cumpliendo ambos el papel de locos agitadores que tan bien se les da. En las manifestaciones de estos días, como en todas, parte de lo que se reivindica es razonable y se puede compartir, pero estamos ante un dilema idéntico al que se vivió con los cayetanos en mayo. Manifestarse, acudir a concentraciones de personas en medio de una pandemia descontrolada es un riesgo público, una posible fuente de focos de transmisión que genera un peligro social que va mucho más allá de lo que pueda ser el grupo de convocantes. Eran injustificables aquellas manifestaciones cayetanas como lo son estas que alienta la izquierda, en ningún caso por las motivaciones ideológicas que estén detrás de ambas, sino por el riesgo sanitario que generan. Parece que aún no hemos entendido nada de lo que estamos viviendo, algo que corroboran las cifras de infectados y fallecidos, que siguen creciendo sin freno. No se trata de derechos individuales o colectivos, sino de riesgo epidemiológico. Este virus, el muy caprichoso, se contagia entre personas, y mata a un porcentaje significativo de las mismas. Es así de cruel y sencillo. Los grupos de gente, sea para protestar o hacer zumba, son peligrosos por su mera existencia, y no tienen cabida mientras no exista un grupo significativo de vacunados que empiece a generar inmunidad de grupo. Si seguimos sin entender algo tan básico como esto no lograremos nunca atajar el problema y, es más, seguiremos extendiéndolo. Y luego nos preguntamos por qué estamos tan mal en todas las métricas de la epidemia.

Es normal observar la vida desde el prisma ideológico de cada uno. De hecho es necesario tamizar las opiniones porque cada uno expresamos una visión que, más o menos, se forma mediante nuestras opiniones políticas y / o morales, pero el sesgo infantil, absoluto, que nos domina plenamente es tan absurdo como negativo. En tiempos de pandemia unas manifestaciones no son buenas o malas en función del signo ideológico que las convoca. Más allá de la ineptitud de nuestros gobernantes, infame en todos los casos, no deben convocarse manifestaciones contra ellos (ni sobre otras cosas) hasta que la vacunación esté generalizada. Con un virus suelto todas las concentraciones son peligrosas. Sigamos sin verlo y contando (mal) muertos.

martes, septiembre 22, 2020

Reunión de cartón

Creo que desde alguna de las cumbres de la guerra fría en la que se reunían Reagan y Gorbachov no se veía un despliegue de banderas tan apabullante como el que se pudo observar ayer en la sede de la Comunidad de Madrid, que a buen seguro agotó las provisiones de ambas enseñas disponibles en ese y otros edificios oficiales cercanos. La imagen es absolutamente ridícula, no se da ni en visitas de estado a otras naciones, resulta obscena en abuso del uso de simbología a la que se le debe dar un trato mucho más exquisito y demuestra hasta qué punto lo de ayer sólo era escenificación, puesta en imagen, foto, foto y foto. Que a estas alturas se decida crear otra comisión de coordinación es lamentable, pero no tanto como la orgía de enseñas.

Lo curioso es que lo que vimos ayer no es sino lo que día a día se muestra en el mundo alternativo, el virtual, que se ha creado en las redes sociales. Horas y horas se pasan los que en muchas de esas redes viven de su imagen planificando la foto que en ellas van a colgar, foto que lo va a decir todo sobre ellos y, sobre todo, todo bueno. Estampas de cartón, que de tan preparadas se intuyen falsas hasta el extremo, en los que las sonrisas forzadas, los lugares paradisíacos y la felicidad son el entorno constante. No niego que haya quienes sí disfruten de esos momentos y los inmortalicen, pero la inflación de escenas similares que se ven denota un problema social de fondo. Esta primavera no, porque no existió, pero en las pasadas era normal, si uno iba de paseo por el Retiro, ver grupos de adolescentes, y no tanto, más ellas que ellos, pasando el tiempo posando y buscando la pose ideal para inmortalizarla y subirla a las redes. En ese ejercicio de narcisismo extremo no faltaba una o varias maletas de ruedas en las que los posantes y fotógrafos llevaban modelos distintos de ropa, y se los iban poniendo y quitando en función de si quedaban mejor o peor para lo que buscaban transmitir. La primera vez que vi algo así me quedé fascinado, crías jugando a ser modelos y pasando el tiempo ensimismadas en su propia imagen con su móvil. Estaba entre incrédulo y enganchado a una especie de “reality” sin sentido que se desarrollaba ante mi. No entendía nada. Luego lo he visto varias veces, y el asombro ha ido mutando en tristeza, al ver que se ha convertido en normal algo completamente fuera de sentido. Pero es que esa tortura por la imagen, ese dominio absoluto de la pose frente al contenido ha ido invadiéndolo todo, y la política no iba a ser ajena a algo así. Redes que se llenan de mensajes de campaña que son apenas titulares deformados, llenos de sectarismo y falacias, acompañados de imágenes de adoración al líder en las que el entusiasmo de los propios contrasta con la tristeza de los que se ven como ajenos. Escenas más falsas que los euros de chocolate, y sin ninguna de la gracia de esa deliciosa comida, en las que eso que se hace llamar postureo alcanza cotas de ridiculez tan absolutas que cuesta imaginar que alguien con dos dedos de frente, que sepa leer y sumar dos más dos sea capaz de organizar. Las múltiples escenas que vimos ayer de la reunión Sánchez Ayuso, coreografiadas con mimo por los medios propios, son el perfecto ejemplo de esa ridiculez llevada hasta un punto en el que a uno sólo le puede entrar la carajada más sarcástica al contemplarlo. Queda el consuelo, cuando se piensa en las que tiran la tarde en el Retiro, que ellas tienen algo de ilusión en lo que están haciendo y, quizás, lo vean como algo valioso. Lo de ayer, de nula valía, era un teatro barato en el que dos personajes de cartón interpretaban los tristes papeles que sus muchos y muy pagados asesores les habían escrito, posaban en las escalinatas o salas de reunión sin papel alguno, mirándose a los ojos o al tendido, creyéndose su papel de estadista único e irrepetible, de líder de occidente a la altura de los emperadores romanos. Qué pena que en la Puerta del Sol no abunden el mármol y los capiteles jónicos, que lucen mucho más en escenas de exhibicionismo de poder. Ambos lo echaron de menos, seguro.

Viendo lo de ayer uno entiende que los asesores bien pagados de ambos necesitaran semanas, meses, para organizar la reunión. ¿Contenido de la misma? Nulo, eso es lo de menos. Lo importante era diseñarla para ofrecer empaque, visión y muchos “me gusta” en las redes sociales de cada uno y de sus partidos. Y banderas, muchas banderas, muchísimas. Ya puestos, podían haber quedado en la estación de metro de Feria de Madrid, cuyos andenes están decorados con un mural en el que se reflejan múltiples banderas de todo el mundo, porque sacar una docena de nacionales y autonómicas juntas alternando es un poco repetitivo. ¿Se quedaron los asesores con ganas de crear un caleidoscopio de cientos de enseñas? Sin problema, dentro de unos meses, miles de muertos después, se repite la reunión, vacía, pero con cientos de banderas.

lunes, septiembre 21, 2020

Dos fracasos juntos

Esta mañana se reúnen en la puerta del Sol Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid, y Pedro Sánchez, presidente del gobierno. El encuentro será el primero que mantengan ambas autoridades desde que ocupan sus cargos, lo que incluye a este tiempo de horrible pandemia que nos asola. Sus múltiples asesores, cada uno de los cuales cobra como muchos rastreadores, han tardado años, meses, días, en lograr cuadrar las agendas de estos líderes, en las que los temas importantes rebosan, para que puedan verse y hablar sobre el hecho, trivial para ellos, de que decenas de madrileños mueran al día víctima del coronavirus.

Ambos políticos, Sánchez y Ayuso, Ayuso y Sánchez, representan casi lo peor de lo que pretenden encarnar. No llegan al nivel de Podemos y Vox, pero cada día tratan de alcanzarlo. Son espejos que se necesitan para reflejarse. Sus decisiones de gestión se miden y toman única y exclusivamente por la oportunidad que tengan para atacar al rival, con el cortoplacismo extremo del día a día, con el rendimiento buscado a la foto, a la frase, al lema, al hueco artificioso de lo que sale de su boca, palabrería sin contenido. Uno representa unas siglas que se dicen socialistas, de izquierda, otra representa a unas siglas que se dicen liberales, de derechas, pero ambos sólo se representan a sí mismos, encantados de conocerse y persiguiendo en todo momento que su propio y enorme ego sea satisfecho, como críos irresponsables que se pegan por juguetes en una guardería. No tendría mayor trascendencia el comportamiento de este par de fracasados si no fuera porque de sus acciones, e inacciones, dependen miles de empleos, millones y el devenir de personas que, en el día a día, están condicionadas por lo que deciden las administraciones que les rigen. Suele decirse que poco es lo que de bueno puede aportar un gobierno, pero mucho es lo malo que puede llegar a generar, y aunque esta frase es de un simplismo que en muchas ocasiones resulta inaplicable, es una perfecta descripción de lo que representan estas dos figuras políticas. La primera ola del coronavirus supuso el fracaso del gobierno central, completamente superado por algo que le desbordaba por completo, y que no tuvo manera de reconducir. Lejos de admitir sus errores, Sánchez se enrocó y sigue presumiendo de unas cifras que, en la primera ola, dejaron a España como el segundo país peor parado en fallecidos y caída del PIB de Europa y la OCDE, sólo por detrás de Reino Unido. Ayuso encabezó la revuelta de los presidentes de las CCAA, un grupo de diecisiete virreyes egoístas que clamaban sin cesar por la recuperación de sus competencias para eludir su falta de responsabilidad, y que sólo querían volver a tener el poder, que mediante el estado de emergencia el gobierno central les retiró provisionalmente, para exhibirse nuevamente ante los muy suyos como los más y mejores en todo, sin preocuparles en lo más mínimo lo que sucediera en el resto del país. No les iba. Recuperadas las competencias, y con los avisos de que una segunda ola sería inevitable, ninguno de estos reyezuelos, con Ayuso como estandarte, han hecho nada para prepararse. No han invertido, no han contratado, no han hecho acopio de materiales ni de nada. Sólo han buscado, con sus muchos asesores, que cobran cada uno más que varios médicos de atención primaria, cómo escurrir el bulto, si llegaba, y echarle la culpa a otros de la “bomba vírica radioactiva” que pudiera estar más allá de sus sacrosantas, históricas y eternas fronteras. La segunda ola llegó, y Aragón, Cataluña, Baleares, País Vasco, La Rioja, Navarra, Madrid… una otras otra cada CCAA exhibe cifras de contagios, fallecidos y necesidades que son propias de estados fallidos, de vergüenzas colectivas que no se pueden amparar ni excusar de ninguna manera. Pero tranquilos, que el toque a rebato de los nuestros ya está aquí. Los medios de cabecera de cada uno de los líderes, los que apoyan a Sánchez y a Ayuso, por poner a dos, ya llevan días defendiendo las virtudes del propio y las deslealtades del otro, a buen seguro que agradable subvención mediante. Seguro que cabeceras y canales de radio y televisión afines han recibido más dinero que muchos de los colegios de cualquiera de las regiones españolas, porque la educación es una molestia para los gobernantes autonómicos de turno, pero la propaganda, ay, la propaganda, eso sí que es necesario.

Cuando hoy vean la reunión de esos dos personajes, vacía, hueca, escenificada por sus asesores para darles una foto que sirva a ambos como nueva munición, mientras otro hospital más rebose y queden menos días para el nuevo confinamiento nacional, párese y hágase una pregunta. Si usted tuviera un negocio, un bar, una empresa de instalación de calderas, lo que fuese, y se jugase su dinero, ¿Contrataría a Sánchez o a Ayuso? ¿les pagaría un sueldo? ¿les daría alguna responsabilidad? Sabiendo que es su dinero y su empresa lo que está en juego, les daría una oportunidad. Como en el caso de los dentistas, imagino nueve de cada diez respuestas, pero me intrigaría mucho conocer el audaz comportamiento del discrepante.

viernes, septiembre 18, 2020

La segunda ola europea

La verdad es que somos de lo que no hay. Habitualmente lideramos las estadísticas de la UE en variables tan deprimentes como las del desempleo, de tal manera que, se mida lo que se mida, somos el peor país o el segundo peor a lo sumo. En este desastre que vivimos ahora del coronavirus fuimos a la cabeza de varios de los registros en la primera ola, pero el que Italia fuera el país donde primero se dio el golpe más duro y que, en relación a su población, Bélgica y Reino Unido nos superasen en muertos nos quitó un poco del foco, dando por sentado que éramos de los países más afectados, sin duda alguna. No fuimos líderes, pero luchamos duramente por lograrlo.

Pocos nos ganan a cabezotas, y en el estallido de la segunda ola España se sitúa, muy claramente, por encima del resto de países, sea cual sea la cifra que queramos medir. Ahora mismo somos líderes absolutos, y basta ver este mapa, que elabora el Centro Europeo para el Control de las Enfermedades, para ver que el granate intenso es el color que nos domina, a excepción de Asturias, que es la CCAA que en esta ola registra los datos menos malos. La escala no tiene trampa, pero se queda claramente por debajo de lo necesario para recoger las cifras nacionales, porque CCAA como Madrid, Navarra o La Rioja triplican o cuadruplican ese valor de 120 casos por cien mil habitantes, 1.200 por millón, que señala actualmente el máximo de la escala usado en ese gráfico. En un pelotón, que está a amplia distancia de nuestro país, escapado, se encuentran naciones como Francia, Rumania o Austria, que empiezan a mostrar regiones con ese color granate oscuro, síntoma de que la evolución de la epidemia allí no es buena. Es significativo el caso de Francia, que fue duramente golpeada durante la primera ola, ni mucho menos como nosotros, y que ayer mismo alcanzó un registro de 9.784 nuevos contagiados, cerca de los 11.000 que registramos a diario en España. Como la población francesa es ampliamente superior a la española, más de sesenta millones frente a nuestros cuarenta y siete justitos, la incidencia relativa de los casos es sensiblemente menor, pero la evolución de las curvas de ambas naciones muestra que la francesa imita la pendiente de la española y que, con retardo y desde niveles bastante más bajos, está realizando un camino muy parecido al nuestro. Si las tendencias se mantienen es probable que Francia alcance en una semana y poco un nivel de incidencia como el que tenemos nosotros ahora (a saber cómo estaremos nosotros entonces): Otro país que muestra una clara evolución negativa es Reino Unido. Sus datos diarios alcanzaron ayer un máximo de prácticamente 4.000 nuevos infectados, cifras envidiables comparadas con las nuestras, y que en proporción a su población, similar a la francesa, son aún más llevaderas, pero las noticias que llegan de allí son malas, cargadas de quejas por el retraso en las pruebas y por los primeros síntomas de saturación sanitaria en algunas zonas. Reino Unido gestionó de manera desastrosa la primera ola, su ratio de muertos oficiales por habitante supera al nuestro y la errática gestión de su gobierno está a la altura de la incompetencia mostrada por nuestras administraciones, lo que es bochornoso para una nación que da constantes lecciones al resto del mundo sobre cómo hacer las cosas. A veces con razón. Frente a estas naciones que van por mal camino está Alemania, que lo hizo excelentemente bien en la primera ola y sigue siendo un ejemplo de gestión en la segunda. Más allá de la diferencia de comportamiento social que pueda distinguir a alemanes del resto, sus cifras, de como mucho 2.000 nuevos infectados diarios, con una población superior a los ochenta millones de habitantes, son envidiables, y sus estadísticas sanitarias no han mostrado, en ningún momento, saturación, y apenas estrés. Otra vez Alemania muestra cómo se deben hacer las cosas, Debiéramos imitarlos en todo, en todo. Tirar a la basura nuestros estúpidos prejuicios y aprender de ellos.

Y no quiero olvidarme de Italia, porque frente al desastre de la primera ola, los transalpinos muestran ahora mismo unas cifras envidiables que indican que están logrando contener, de momento, la segunda. Se sitúan en una cota de 1.300 – 1.500 nuevos infectados diarios, con una población de unos sesenta millones de habitantes justitos, por lo que sus ratios son muy bajos. Italia ha hecho cosas, ha aprendido del desastre inicial, ha tomado medidas que han sido efectivas, y eso se traduce en registros que, de momento, y ojalá se mantengan, indican control de la enfermedad. Aquí no hemos aprendido ni hemos tomado medidas, y somos el triste farolillo de cola, o de cabeza, si lo prefieren, de todo el continente.

jueves, septiembre 17, 2020

Nuestro desastre de la segunda ola


Ayer se cayó ante todo el mundo el falso telón levantado entre el inútil gobierno central y los inútiles gobiernos autonómicos, cuya única finalidad era ocultar la situación real de la pandemia y enmascarar su total inacción, dejadez, incompetencia, desidia, desvergüenza (utilicen el adjetivo y tono que deseen) ante lo que se nos viene encima. Los meses de calma obtenidos tras el confinamiento, que debieran haber servido para prepararse ante esta nueva oleada, han sido desperdiciados por todas las administraciones para no hacer nada de lo que debían en aras de evitar un nuevo desastre. Les bastaba con idear un par de eslóganes, unas ideas fuerzas, y que los medios que les bailan la ola lo repitieran una y mil veces.

Se comprometieron las CCAA a contratar a miles de profesores de refuerzo ante el inicio del curso escolar. A días de abrir las aulas aún estaban anunciando esas “futuras” contrataciones. ¿Cuántas se han llevado a cabo? Poquísimas, me temo. Como deseaban todos los gobiernos, ya se las pueden ahorrar, porque los colegios cerrarán en pocas semanas cuando las cifras de fallecidos se vuelvan insoportables. Se comprometieron las CCAA a contratar a miles de personas de refuerzo en atención primaria para evitar que los centros de salud, sometidos a una presión inimaginable, se derrumbasen en esta segunda ola. Hoy en día la mayor parte de esos centros de salud están no ya colapsados, sino sometidos a un asedio por parte de una avalancha de enfermos que no pueden ser atenidos por el exiguo personal que, exhausto, soporta una presión que dejaría noqueado en media hora a cualquiera de los inútiles que tenemos como políticos y dirigentes en este país. Como desean todos los gobiernos, los pocos eventuales que se contrataron para reforzar ya pueden ser despedidos, porque la atención primaria ya no atiende. El caso de los rastreadores es sangrante. Era una de las piezas básicas para lograr un control de la epidemia. Todas las CCAA presentaron preciosos planes en los que el contrato de personal especializado era una de las bases de todo el dispositivo, pero eso sí, ninguna se comprometió a dar cifras concretas de rastreo ni ratios de habitantes por rastreador (pista, Alemania obliga a una ratio no superior a 5.000 por rastreador) y el gobierno central respaldo esa inconcreción numérica amparándose en excusas peregrinas. ¿Cuántos rastreadores han sido contratados para la segunda ola? ¿Cómo se puede tener la desfachatez que han mostrado gobiernos autonómicos como el de Madrid o Cataluña, por citar a dos de diecisiete, para decir hace un par de semanas que, ante cifras desatadas, iban a incorporar a “unas decenas más de rastreadores”? Como todas las CCAA deseaban, y en esto el deseo se les veía de lejos, ya pueden despedir a todos los rastreadores, a todos todos, porque ya no sirven para nada. Una vez que la transmisión comunitaria se ha vuelto a extender por todo el país el sistema de monitorización y rastreo no sirve para nada. Su finalidad es, precisamente, evitar, repitan conmigo, EVITAR que se produzca el descontrol de los brotes, evitar la transmisión comunitaria, comprar tiempo. El rastreo con miles de casos desatados no sirve de nada. Venga, desastres de gobiernos autonómicos, no os cortéis, ahora podéis echar a los pocos rastreadores que habéis contratado en verano, a los que nunca quisisteis realmente tener, y repartir los cuatro euros que les ibais a pagar en reforzar el sueldo de las plantillas de asesores que os indican, en todo momento, y con plena visión del futuro, qué hacer. Ayer se derrumbaron muchas mentiras y coartadas baratas en medio del nuevo disparo de positivos, el anuncio del colapso de las UCI en algunas regiones, preludio de un nuevo colapso general, y la agregación, así, por las buenas, de más de cien muertos de golpe por parte del País Vasco al cómputo general de fallecidos, que por motivos de todo tipo no habían sido contabilizados con anterioridad. En un país donde no sabemos contar los muertos, ¿cómo diablos vamos a evitar que fallezcan?.

Mi sensación general, a parte de pesadumbre y cabreo, es la de constatar que a la sociedad, sumida en un comportamiento en ocasiones irresponsable, se le ha dejado sola. Nuestras autoridades, que no dudan a la hora de cobrarnos impuestos, nos han dejado tirados. A los padres, a los profesores, a los médicos, a los pacientes, a los que temen enfermar, a los que llevan días esperando el resultado de una prueba porque todo ha colapsado…. Esas autoridades que aparecen omniscientes ante los medios, que casi siempre les bailan el agua, nos han abandonado en la tormenta. No espere, querido lector, auxilio de su parte. Le toca, nos toca, buscarnos la vida en medio de una situación que, Dios no lo quiera, pero lo temo, en pocas semanas nos volverá a llenar las morgues. ¿También se ocultarán esas imágenes esta vez?

miércoles, septiembre 16, 2020

Fosfano en las nubes de Venus

Durante el fin de semana se comentaba algo ya en algunos hilos de Twitter, pero eran rumores nada más. Ya para el lunes la noticia corría por la web y se hizo oficial por la tarde de ese día, y a partir de ahí las especulaciones y los titulares gruesos empezaron a correr. Se ha encontrado fosfano en la atmósfera de Venus. Bueno, más bien el sesudo estudio mediante espectroscopia ha detectado la marca que deja esa molécula, por lo que podemos deducir que en lo alto de la atmósfera de ese planeta tenemos un compuesto químico que se asocia a procesos biológicos y que, como tal, es uno de los llamados biomarcadores a la hora de buscar posibilidades de vida.

Venus es un planeta casi gemelo al nuestro en dimensiones y, por tanto, gravedad. No es como Marte, bastante más pequeño y liviano. En la mitología se le asociaba al amor y a características nobles, por su brillo y presencia celeste, pero la verdad es que nada allí es plácido ni confortable. Con una presión atmosférica de unos noventa bares (la presión media de la Tierra es de un bar) y nubes de ácido sulfúrico, la superficie de ese mundo vive un infierno constante de más de cuatrocientos grados y presiones aplastantes. Esas condiciones han hecho que enviar sondas a Venus sea como lanzar misiones suicidas, porque apenas hay tecnología que pueda sobrevivir a ese entorno. Las sondas que allí han llegado han medido su supervivencia en minutos, y eran lo más parecido a cajas fuertes con antenas que uno pueda imaginar. En ese entorno la vida, o algo similar a lo que entendemos como tal, se antoja imposible. Pero en la densa y elaborada atmósfera de ese mundo se pueden encontrar resquicios que, en presión y temperatura, pudieran ofrecer condiciones bastante más soportables. Ya el añorado y grande Carl Sagan propuso que las capas altas de esa atmósfera podían ser propicias para albergar vida bacteriana, porque ese un lugar protegido del infierno de la superficie, y el manto de nubes venusianas es un entorno de relativa estabilidad, dado que siempre está cubierto en ese planeta. Esa afirmación de Sagan le causó muchas críticas en su momento, pero lo único que mostraba es que no podemos buscar lo que consideramos vida con ojos estrechos, y que la llamada zona de habitabilidad no sólo hace referencia a dónde se puede situar un planeta respecto a su estrella para ofrecer condiciones proclives (visto desde otros mundos, Venus está en la zona de habitabilidad del Sol, como nosotros y Marte) sino que en cada mundo puede haber localizaciones que, en un entorno hostil, puedan llegar a ser propicias. En una atmósfera gaseosa es imposible que la vida que se pueda llegar a desarrollar sea compleja en el sentido de seres orgánicos, pero es plausible la existencia de virus, bacterias, organismos uni o pluricelulares en entornos similares, sostenidos en un manto de gases tibios y tranquilos. No es tan disparatado. Pero, desde luego, esto es una teoría, que puede ser cierta o no, pero no deja de ser una elucubración ingeniosa y optimista. El descubrimiento del fosfano en ese entorno venusiano sería un punto a favor de esta teoría, pero eso no quiere decir que la teoría sea cierta, ni mucho menos. Cierto es que la principal fuente conocida de fosfano es la descomposición de materia orgánica, pero eso es así en nuestro mundo, no quiere decir que en otros mundos, donde la disposición de moléculas disponibles pueda ser muy distinta, se repliquen los procesos orgánicos que se dan aquí. Y desde luego puede haber otro tipo de procesos, que desconocemos, que generan fosfano como residuo, por lo que aventurarse a lanzar las campanas de la vida al vuelo con esta prueba es, como mínimo, muy precipitado. Como decía Sagan, un hecho extraordinario requiere evidencias extraordinarias. Y el descubrimiento de vida orgánica fuera de La Tierra sería uno de esos grandes hechos extraordinarios que marcan un antes y un después. No, no se ha descubierto vida en Venus, eso lo debemos tener muy claro.

Pero también tenemos que tener claro que desde el lunes venus y su atmósfera son bastante más interesantes de lo que lo eran hasta ahora, y que su exploración es algo a lo que se debieran destinar recursos. Dentro de las enormes dificultades que implica una misión a Venus, es menos difícil estudiar su atmósfera que su improductiva superficie, por lo que es de esperar que este descubrimiento anime a agencias, ingenieros y presupuestadores a la confección de sondas que puedan asomarse por aquellas nubes a echar un vistazo. ¿Le hay salido un competidor a Marte en el barrio planetario? Puede ser, y ya saben, la competencia es buena. Como siempre, el gran Daniel Marín les cuenta en su blog todo lo que quieran saber sobre el fosfano, Venus y miles de cosas más.

martes, septiembre 15, 2020

Derrota municipal de Sánchez


No acabo de entenderlo, será una pose, como casi todo lo que nos rodea en esta época de hueca vanidad, pero Sánchez sigue ejerciendo el gobierno con la sensación de que tuviera una estable y arrolladora mayoría en el parlamento, cuando su fragilidad es máxima. Sólo es cierto que es el candidato elegido y que es el único que puede serlo con la actual composición de las cámaras, pero de ahí en adelante nada es estable en su camino. Cada norma le puede costar sudores fríos para que sea aprobada, y ver el patético espectáculo de los presupuestos es el mejor espejo en el que reflejar la total debilidad de un gabinete que vive al día, sin saber qué hará mañana.

Por ello, las posibilidades de que pierda votaciones en el Congreso son muy elevadas, y venimos estos días de una derrota dolorosa. El jueves se rechazó en la cámara el acuerdo que la FEMP, encabezada por el socialista Abel “luces navideñas” Caballero, lideró en nombre del gobierno para que los ayuntamientos cedieran su remanente al ejecutivo central a cambio de que este les diera fondos para luchar contra la pandemia. El tema es complicado, pero en esencia el acuerdo estipulaba que los ayuntamientos que tienen ahorros, no todos, y no pueden gastarlos en inversión por la regla de gasto de Montoro de hace unos años, le cedían ese dinero a la administración central, que a su vez creaba una línea de ayudas a los ayuntamientos. Las cifras de este canje eran muy injustas para los entes locales, porque los 14.000 millones que ahora mismo atesoran bloqueados dejarían de estar en sus manos para convertirse en 5.000, que era la cuantía que iba a darles el gobierno central. A quién se le daba ese dinero y con qué criterio de reparto era otra polémica. En fin, que casi todos los alcaldes de España, incluso alguno del PSOE, saltándose las órdenes del partido, se opusieron a ese acuerdo y anunciaron, por boca de sus grupos parlamentarios, que votarían en contra. El gobierno, a través de María Jesús Montero, su dicharachera portavoz y, a la vez, Ministra de Hacienda, se puso de brazos cruzados y dijo que no había plan B, que si se rechazaba el acuerdo no había dinero para los ayuntamientos y que se olvidasen de todo. Un órdago jugado sin cartas. Llegó el día de la votación y, como era de esperar, la propuesta del gobierno y del iluminado Caballero fue derrotada, entre la imagen de sorpresa de algunos dirigentes socialistas, que deben seguir viviendo en los mundos de Yupi. Cuatro días después de semejante varapalo, tras un fin de semana en el que los medios afines han lamido las heridas gubernamentales y los contrarios aún viven el dolor de cabeza fruto de la resaca de celebración, el gobierno pone un plan B encima de la mesa, y anuncia la suspensión de la regla de gasto, dando libertad por tanto a los ayuntamientos que poseen superávit para que lo puedan gastar en actuaciones destinadas a mitigar los desastres causados por la pandemia en su municipio. Habrá que ver cómo queda el proceso de redacción de la norma, pero tiene pinta de que al final los alcaldes sacarán adelante gran parte de sus reivindicaciones y que Hacienda, en nombre del gobierno, admitirá una dura derrota de moral e imagen, por mucho que se quiera dulcificar en el discurso de los dirigentes socialistas. No es la primera vez, ni será la última, en la que por boca de Sánchez o los suyos se anuncian medidas estrictas y se advierte de que “no hay plan B” o alternativa alguna, para acabar, tras comprobar que el poder exhibido no es sino hueca imagen, cambiando de idea y haciendo algo a lo que anteriormente el gobierno se había negado porque era inconstitucional, ilegal, contrario a la ley de Dios, la Torá, el Corán y todo tipo de normas y principios sagrados. Evidentemente nada de eso es cierto y este gobierno es el primero que sabe que ampararse en el respeto a la ley como vía para no hacer las cosas que no desea es una manera de buscar coartadas. Entra dentro del juego político, pero sin una mayoría que las respalde, las coartadas fracasan.

En general, esta forma de actuación es muy propia de Sánchez e Iván Redondo, el que realmente mueve los hilos de todo. Se trata de crear una imagen de gobierno fuerte, basado en un presidencialismo inédito en nuestra experiencia (Aznar fue el que más se aproximó a lo que vemos) que haga parecer que el Congreso o demás elementos de la arquitectura institucional del país no tengan nada que decir. El tacticismo horrible en el que vivimos, en el que los proyectos y mensajes duran días, incluso horas, y se buscan para ganar la batalla hasta el viernes de la semana, se combina con un discurso de poder fuerte que esconde una debilidad enorme, que sólo se sostiene por la inoperancia numérica de la oposición razonable y el discurso psicótico de la oposición desquiciada. Veremos más derrotas del gobierno, y más planes B que se jurarán una y mil veces que nunca existieron

lunes, septiembre 14, 2020

Arde el oeste de EEUU


Todo lo que sucede en EEUU se nos antoja a los europeos como gigantesco, y eso está en parte influenciado por las dimensiones de aquella nación, que para los que residimos en las pequeñas naciones del viejo continente resulta algo inabarcable. Hay 4.100 kilómetros en línea recta desde Nueva York hasta San Francisco, de costa a costa, y en Europa, son 3.900 kilómetros los que separan Lisboa de Moscú, por lo que algo más que nuestro continente entra en la superficie de la nación yanqui. Cuando uno visita aquel país ve que no sólo los coches, la gordura, los cartones de leche, las infinitas cosas creadas por el hombre son más grandes, es que su naturaleza lo es, y rediseña la visión del mundo de sus habitantes. Europa es un jardín de gnomos.

Todos los finales de verano y otoño hay temporadas de incendios en el oeste de aquel país, en California especialmente, pero también en los estados de Oregón y Washington. El final del verano ha resecado todo el ambiente y los llamados vientos de Santa Ana soplan con fuerza, extendido las llamas que puedan darse por motivos naturales, de imprudencia o negligencia. Los últimos años asistimos a incendios de dimensiones desconocidas, auténticos temporales de fuego que son imposibles de atacar por parte de los sistemas conocidos de extinción, basados en brigadas terrestres y medios aéreos. Por su tamaño y por las temperaturas que se originan en ellos el agua que se arroja desde el cielo apenas si es un par de gotas de sudor en el cuerpo de un ardiente maratoniano y las cuadrillas de tierra se las ven y se las desean para no ser ellas mismas engullidas por unas llamas dotadas de dinámicas propias. El número de incendios parece estabilizado a lo largo de los años, pero su intensidad y superficie devastada no deja de batir récords. La extensión del espacio quemado hace que cada temporada no sean ya pocos los pueblos, pequeños en su mayoría, que son pasto de las llamas. Localidades rurales de casitas que se adentran en el bosque, idílicas para pasar primaveras y veranos, duras imagino en invierno, a pesar de la levedad del frío californiano, que se convierten en pocos minutos en ardientes esqueletos cuando uno de esos incendios voraces llega a sus lindes. Escenas de calles arrasadas en las que vemos la marca de dónde se encontraban las casas, chimeneas de ladrillo ennegrecidas como único testimonio de lo que una vez fue una construcción habitada, amasijos de hierros con forma de coche que jalonan antiguos aparcamientos adosados y, en definitiva, la imagen de la destrucción total en pequeños núcleos urbanos que, año tras año, empiezan a dejar de ser tan pequeños, porque el terreno quemado no deja de crecer. El tamaño de los bosques de la costa oeste es, como podrán imaginar, inmenso, pero las heridas que los incendios están provocando en ellos está a la altura de su vasta superficie. Hemos visto imágenes de ciudades de esa zona, como San Francisco, Los Ángeles o Portland, en las que sus cielos se tiñen de un rojizo espectral, el aire se llena de humo y la sensación visual es de apocalipsis, y cuesta pensar en cómo de grandes deben ser los incendios que provocan escenas semejantes, cuál es su extensión y grado de destrucción. A lo que asistimos con estos fuegos es a una catástrofe natural de enormes dimensiones, a una desgracia total, de esas que no deja nada bueno a su paso, donde la destrucción en tierra se mide en décadas para poder recuperar el paisaje y la destrucción en el aire se mide en toneladas, no su cuantas, no alcanzo a imaginar una cifra, de O2, de partículas, de hollín, de contaminantes de todo tipo que suben a la atmósfera en esos enormes pirocúmulos que han salido en las televisiones. Eso, en el fondo, son nubes artificiales, provocadas por el fuego, que se elevan como los cúmulos tormentosos naturales, se integran en la circulación global y logran que las cenizas de esos incendios se transmitan por todo el mundo, como ya paso hace un año con los devastadores fuegos australianos. Esos humos malignos, como el maligno coronaviris, nos demuestran otra vez que vivimos en un mundo único, en el que muchas acciones y variables generan efectos globales, en este caso negativos. Nada pueden hacer las fronteras humanas para frenar el humo y efecto de esos incendios, nada.

Tercera década del siglo XXI, con niveles de CO2 en la atmósfera crecientes, y los pocos gestos que se puedan hacer por parte de algunos para reducir sus emisiones de gases contaminantes quedan absolutamente barridos del mapa por desastres como esos incendios, que vomitan a la atmósfera cantidades de CO2 ingentes, que llevan siglos almacenadas en los bosques. ¿Cuál es el efecto a largo plazo de todo esto? Nada bueno, y a corto supone una destrucción del patrimonio y estructuras ecológicas de la costa oeste que acabará dañando a la salud y posibilidades de vida de los que allí residen en este momento y en el futuro. Lo diré una y mil veces, no hay peor desastre natural que un incendio forestal, en horas se destruye lo creado en décadas, y décadas tardará en volverse a reconstruir. Urge pensar en cómo prevenir y, también, combatir este tipo de incendios de una manera mucho más efectiva.

viernes, septiembre 11, 2020

Hoy es 11S


 Hoy es 11 de septiembre. Se cumplen diecinueve años del salvaje atentado terrorista contra el complejo del World Trade center de Nueva York, el Pentágono en Washington y el frustrado intento de ataque contra el Capitolio, que acabó con un avión estrellado en los campos de Pensilvania. Cuatro aviones fueron utilizados como armas, dos inmensos rascacielos se vinieron abajo y casi tres mil personas fueron asesinadas en ese horrendo día por el delirio totalitario de unas personas que, envueltas en fanatismo religioso, ansiaban alcanzar su cielo prometido creando el infierno en la Tierra. Sea el de hoy día de recuerdo a aquellas víctimas y sus familias y, por extensión, a todas las víctimas del terrorismo que, hoy mismo, mueren a causa de semejante mal.

jueves, septiembre 10, 2020

Tropiezo de la vacuna de Oxford en fase III


Ayer se supo que, en el proceso de testeo conocido como fase III, la vacuna de Oxford, una de las más prometedoras, tenía que parar su estudio por la aparición de un caso de infección grave en uno de los miles de voluntarios que se están utilizando como muestra activa. Parece que es una mieloide lo que le ha pasado, y está por ver si tiene relación con el proceso de prueba de la vacuna, pero en este tipo de ensayos la seguridad de los voluntarios sobre los que se realiza el trabajo es lo primero, y por es normal que se detengan los estudios en ciertos aspectos hasta saber qué es lo que realmente ha pasado. Lo primero que hay que decir es que, en el proceso de creación normal de vacunas, este tipo de traspiés son de lo más habitual.

El proceso de creación de una vacuna es largo, complicado, requiere una gran inversión económica, pruebas rigurosas y suerte, como todo en la vida. A veces las ideas más prometedoras caen a las primeras de cambio, otras llegan muy lejos pero, cerca del final, se muestran fracasadas, y cada uno de esos reveses supone dinero y tiempo. Y también, evidentemente, conocimiento, porque lo que ha fallado muestra ideas de por dónde no ir. El proceso habitual, una vez que hemos desarrollado el producto y se ha testado en animales, consta de tres fases. En la I e inocula a pocas personas, con el objetivo de comprobar que la vacuna es segura e inocua. En la II se suele usar un grupo de personas mayor, de unos pocos cientos, a los que se les inocula la vacuna y se testa, tanto la seguridad de la misma, como la fase I, como el hecho de que la vacuna funcione, es decir, que genere una respuesta inmune del cuerpo y se produzcan anticuerpos que luchen contra la enfermedad a la que se busca derrotar. Estas dos fases suelen durar varios meses cada una, no pocos, y en cada momento, si se produce una respuesta inesperada, o algo va mal, se para el proceso y se tiene que ver cuál es la causa del problema. Muchas han caído ahí. La fase III, la última, es la más larga, costosa y complicada. Se busca, una vez que la II se ha superado y la respuesta inmune se crea, comprobar que efectivamente el cuerpo lucha contra la enfermedad y la derrota. Para ello se cogen muestras de voluntarios mucho más amplias, de varios miles, y se crean dos grupos homogéneos en todas sus características. A uno de los grupos se le inocula la vacuna, al otro un placebo, y ni el inoculador ni el voluntario sabe a qué grupo pertenece. Todos los individuos son sometidos a control estricto pero, esta vez, se les deja una vida libre, de tal manera que se puedan exponer a la enfermedad y se vea como la combaten. Esta fase de estudio dura años, sí, años, y se buscan muchas cosas. Lo primero, garantizar que los resultados de las fases I y II, seguridad y respuesta inmune, se mantienen, lo segundo, comprobar que realmente la inmunidad funciona y la enfermedad es derrotada, lo tercero, comprobar cuánto dura la inmunidad, si es prolongada o requiere dosis recurrentes de vacunación. Lo cuarto, aprovechar el tiempo dilatado para ver los posibles efectos secundarios a medio y largo plazo de la vacuna en el cuerpo, que muchas veces tardan tiempo en presentarse, y así un montón de objetivos. Y uno no menor es comprobar que el efecto de la vacuna es superior al del placebo, de tal manera que la vacuna es, realmente, un tratamiento efectivo, muy superior al resultado natural que produce un cuerpo sugestionado ante un posible tratamiento que, realmente, es inocuo. Como verán, no es sencillo desarrollar vacunas, ni barato. Se imaginarán los costes logísticos, de gestión y de todo tipo que se generan a lo largo de los años en los que se llevan a cabo estas fases, y partiendo todos ellos de los elevados costes que habrá supuesto la investigación, desarrollo y creación del prototipo de vacuna. Es por eso, entre otras razones, por lo que muchas empresas farmacéuticas han abandonado este campo de trabajo en las últimas décadas, porque es muy difícil obtener beneficios con esta secuencia tan prolongada de costes e inversiones asociadas. La carrera de empresas que vemos ahora es extraordinaria, y se debe a que la situación que vivimos también lo es.

Como verán, en cada una de las fases son múltiples los factores que se analizan, y la aparición de un mal resultado exige un trabajo de investigación detallado para saber el por qué se ha producido y si ese resultado tiene relación con el proceso de creación de la vacuna. Las prisas que existen ahora mismo para que una de ellas surja y luche contra el coronavirus son contraproducentes. Correr mucho es una buena receta para aumentar los peligros y sufrir un accidente, y eso es sabido por todos, pero los políticos y la sociedad demandan con urgencia una vacuna cuyos tiempos de creación son los que son. Se están acortando lo más posible, pero es evidente que no habrá una que pueda ser suministrada con seguridad a la población, al menos, hasta inicios del año que viene, acelerando las cosas al máximo. Y parece que no será la de Oxford.

miércoles, septiembre 09, 2020

Bárcenas, hasta en la “Kitchen”


Una de las palabras que definirá, en el futuro, la crónica política de estos años que ahora vivimos es la de corrupción, y asociada a ella el caso Bárcenas y todo lo que le rodea será, quizás, el ejemplo más recurrente para analizarla. No es el mayor en cuanto a dinero defraudado, es una minucia comparado con los EREs del PSOE andaluz, ni es el que más salpica a una gestión institucional, siendo en este sentido de primaria frente al 3% de los nacionalistas catalanes, pero lo tiene todo, y tiene estética y relato lo suficientemente denso y complejo como para servir de muestra de todas las facetas asociadas a la corrupción. No se acaba nunca, nunca deja de sorprender.

Como en una buena serie, la temporada de este caso abre con el levantamiento del secreto de sumario de la operación Kitchen, que es la denominación que la policía dio a la operación que investigaba la trama paralela que buscaba chantajear a Bárcenas para que se callase, y sus papeles dejaran de circular por el mundo provisto de ojos. En los seriales televisivos hay subtramas que, con el tiempo, alcanzan consistencia propia y pueden acabar opacando el argumento original. Llega un punto en el que los guionistas deben optar por si siguen en esa dirección o, directamente, segregan esa trama en otra serie, que surge de la original. Es lo que se llama “spin off”. Fraisier, por ejemplo, fue una serie que surgió de Cheers, una vez que se vio que el personaje del psicólogo interpretado por Kelsey Grammer adquiría una dimensión más que relevante. Pues bien, la Kitchen va camino de ser una serie propia con todas las de la ley, si me permiten el chiste, y es que a la trama financiera, que era la principal en el asunto Bárcenas, monopolizado por un tesorero y unos cobros ilegales y repartos de los mismos, se une la de la cruel venganza de la política y el poder contra ese tesorero por parte de los que, todo esto con presuntamente cada cinco o seis palabras, se beneficiaron de los cobros iniciales. Lo que se ha publicado del sumario es tan explosivo en lo político como jugoso en muchas otras facetas de la vida, y pone a la altura de la mayor cochambre posible a todos los implicados, más de uno con carrera política que le llevó hasta ministerios como el de Interior (Jorge Fernández Díaz) o Defensa (Cospedal) y salpica profundamente a Rajoy, que en esos testimonios publicados aparece como “el barbas”. La constante presencia en toda la operación de ese personaje que parece creado por los mejores escritores de Hollywood, el comisario Villarejo, introduce un lado sórdido, lleno de tacos hispanos, y comportamientos mafiosos. Muy resumidamente, la trama parece consistir en una operación montada desde Interior y Génova para, utilizando el chófer de Bárcenas, conseguir el acceso a su vivienda y vida para hacerse con la documentación peligrosa que pudiera conservar el tesorero y, de paso, amenazarle para que mantenga la boca cerrada. Si no podemos evitar el caso Bárcenas, hagamos que no vaya a más nunca, parece que se dijeron los conspiradores, y a ello se pusieron. Como en todos estos casos, alguien se tiene que ir de la lengua para que se sepa lo sucedido. A veces “canta” un mindundi al que se le prometió un dinero y la racanería del corruptor deniega o retrasa el pago, y ese eslabón más débil es el que se suele romper. Otras no, y esta parece ser de esas segundas. Aquí el que parece haber revelado información importante de este asunto es Francisco Martínez, que fue Secretario de Estado de Interior (puestazo) con el Ministro Fernández Díaz. En sus mensajes, que figuran en el sumario, Martínez se muestra decepcionado con sus superiores, asqueado con lo que ve, y considera que su lealtad hacia ellos ha sido correspondida con la urdimbre de una trama corrupta y parapolicial. ¿Es la ética lo que hace decir a Martínez lo que figura en el sumario? Quizás. Si así fuera tendríamos aquí al hombre bueno de la serie, al arrepentido que declara para salvar su honra en medio de la quema de quienes fueron sus superiores. Está por ver que este sea uno de los hilos del guion.

Como ven, la serie lo tiene todo. Un partido, el PP, hundido en un lodazal de corrupción que, para salvarse, idea una trama parapolicial en la que pervierte los instrumentos de seguridad del estado y logra no esconder sus oscuras finanzas y sí degradar la imagen de funcionarios y servidores públicos. Con razón Pablo Casado, que era un becario en Génova cuando todo esto sucedía y me da que no pintaba nada ni en la cafetería del partido, trata de eludirlo y declara a quien le pregunte que no sabe nada de eso y que es de una época anterior. Tiene razón en ambas cosas, pero lo que ha pasado en la casa que él preside es algo que le afecta, lo quiera o no. Y el ser el presidente del partido hace que le caiga todo el ruido mediático que esta apasionante historia va a generar. Como verán, en nuestra “política” el que se aburre es porque quiere.

martes, septiembre 08, 2020

Colegios abiertos, o no

Hoy, para miles, millones de personas, es uno de los días más importantes del año, en este caso en la Comunidad de Madrid, como también en Aragón, o como lo fue ayer en otras regiones, o mañana en otras más. Comienza el curso escolar. Niños, padres y profesores se preparan para cambiar las rutinas del verano y comenzar un nuevo ciclo vital, marcado por los horarios de la escuela, sus servicios y actividades extraescolares, y los padres y madres irán a sus trabajos sabiendo que los niños están cuidados y reciben una educación útil y se socializan con sus compañeros, en un entorno seguro y amigable. Hoy empieza el tramo final del año y, en la práctica, se acaba el verano en Madrid, y allá donde los coles abran.

Quitando la última frase, todo el párrafo anterior no es sino una expresión de deseos que, en esta ocasión, son una mera falsedad, no describen realidad alguna. Lo único cierto es que hoy se abren en la Comunidad de Madrid los colegios de primaria y a saber lo que va a pasar a partir de ese momento. ¿Han hecho apuestas en su entorno, si son padres, sobre cuántos días va a funcionar el colegio de sus hijos? La fe que los padres y madres deben poner en sus centros es tanta como la que los profesores y miembros de los equipos rectores de los centros deben tener en forma de paciencia y miedo. Ambos colectivos han sido completamente abandonados por parte de los poderes públicos, que desde hace meses tenían sobre la mesa la papeleta de cómo organizar una vuelta al colegio que estaba tasada en septiembre, pero a la que nadie quería hacer frente. Esa vuelta requería trabajo, esfuerzo, medios, contrataciones, ingenio y, sí, también, suerte. Este último es un factor que no está en nuestras manos, pero los otros sí. ¿Y qué se ha hecho? Por lo que parece muy poco, sino nada. Las ratios de alumnos por clase siguen donde estaban porque las promesas de las CCAA de contratar a un mayor número de profesores para disminuirlas no se han llevado a cabo. Es más, se habla por parte de los (i)rresponsables de educación de la mayoría de esos gobiernos autonómicos de que “ahora” es cuando se va a proceder a hacer esos contratos, con el curso escolar iniciado. Nada de planificarlos con tiempo, de proporcionar a los colegios listados de personal actualizado para que ellos pudieran organizarse de la mejor manera posible, en función de los alumnos, ciclos e instalaciones que tienen. No. Se ha dejado a los centros en la estacada y ha sido la imaginación de los que en ellos trabajan la principal responsable de organizar una vuelta a las clases que tiene nerviosos a los críos, como todos los años, pero histéricos a padres y docentes, que se ven dejados de la mano en medio de una tormenta que no cesa. Con unos protocolos de mínimos acordados hace apenas un par de semanas, sin más recursos económicos y con la presencia de geles y pegatinas en el suelo, que a los dos días se despegan, a partir de hoy la suerte, el último de los factores, será el que decida lo que pase en muchos de los centros. El personal de los colegios estará, sin duda, desbordado, haciendo todo lo que puede y mucho más, replicando en su microcosmos lo que vivieron los sanitarios abandonados en la primera ola de la pandemia, donde fue su abnegación y sacrificio lo que permitió que un sistema colapsado pudiera salvar al mayor número de vidas en medio del desastre administrativo y político. Como entonces, en una gestión descentralizada y descoordinada hasta el extremo, cada administración y partido político ha tratado de salvar su cara y buscar culpables en los demás, en todas las “bombas radiactivas víricas” que se pudieran encontrar para que el patético presidente autonómico de turno y la nula gestión del Ministerio vacío del ramo pudieran ser excusadas en su necedad. Seguro que sí han encontrado recursos para comprar entrevistas a medios regionales subvencionados que loen sus esfuerzos.

Lo más amargo de lo sucedido estos meses con el tema de los colegios es que ha demostrado, a las claras, que la educación no le importa a casi nadie en este país. Es coste para los gobiernos, una rémora, y un incordio para el conjunto de la sociedad. Es una de esas cosas que le pasa como a los documentales de La 2, que queda muy bonito decir en público que se ven, pero, a la hora de la verdad, es la basura diaria que emite una cadena comercial de infame gusto la que lidera la audiencia a todas horas. A todos se nos llena la boca con la educación, pero no hacemos nada, ni gastamos, ni trabajamos, para solucionar sus problemas, porque en el fondo gran parte de esta sociedad no ve que la educación sirva ni valga para nada. Y así nos va.

lunes, septiembre 07, 2020

Los negacionistas


Este pasado sábado por la tarde, cuando me dejé caer por la plaza del Callao, en el centro puro de Madrid, me encontré con varias furgonetas de la policía aparcadas en uno de los laterales de la plaza, que estaba algo concurrida. A primera vista no capté cuál podía ser la causa de esa reunión policial, pero al instante descubrí el motivo. En la esquina contraria de la plaza, justo donde arranca la calle del Carmen, se encontraba reunido un grupo de no más de cincuenta personas, que portaban pancartas en contra de las vacunas y denunciando la “plandemia” que nos tiene engañados. Varios de ellos, sin mascarillas, de vez en cuando agitaban los carteles que portaban y gritaban alguno de sus lemas.

En el centro de aquel grupo, poco concurrido, se encontraba una mujer, sentada en el suelo, que llevaba una bandera española por capa completamente cubierta de lemas escritos en gruesa tinta negra, y a su alrededor se desplegaban una serie de carteles repletos de texto, sitos en el suelo, que hacían alusión a los mil y uno complots que los negacionistas del coronavirus no dejan de repetir sin cesar. Eran, ya digo, poco más de cincuenta los que parecían ser los manifestantes, y algo más los que, en ese momento, contemplábamos la escena entre el asombro y la rabia. Cerca del círculo varios policías permanecían expectantes con pinta de planificar una acción, o en todo caso observándolo todo y tomando notas de vez en cuando. Pedían la identificación de algunos de los que portaban las pancartas, que eran los más activos del grupo y, manteniendo la distancia de seguridad, observaban toda la escena. La mujer que estaba en el centro, sentada, se arrancaba de vez en cuando con sermones acusando a todo el mundo de lo que estaba pasando, culpabilizando a vivos y muertos, gobiernos y organizaciones, de planificar un golpe de estado y una nueva dictadura, y de vez en cuando interactuaba con alguno de los ciudadanos que, viendo aquella escena, le increpaban su actitud y discurso. Ella, a cada uno que le criticaba, alzaba aún más su voz, y enarbolando su derecho a la libertad de expresión, repetía incesantemente su discurso, muy bien aprendido, sobre los conspiradores, y en paralelo, acusaba al resto del mundo, empezando por los que estábamos allí, de ser unos cobardes, unos manipulados, unos ciegos, que nos dejábamos engañar por los poderosos para ser convertidos en cobayas, en siervos. De vez en cuando algunos de los que enarbolaban pancartas se ponían a gritar consignas que insistían mucho en la ceguera de la sociedad, especialmente la de los más jóvenes, y animaban a la rebelión, todo con el mantra de la mentira del coronavirus como guía constante de su discurso, por así llamarlo. La chica del centro, que supongo que sería la líder de ese grupo, escribía nuevos carteles mientras no dejaba de gritar su perorata, y señalar a todos y a todas direcciones, lanzando acusaciones por doquier. La gente observaba con curiosidad el espectáculo que estaba dando el grupo, y pese a que si uno ponía la oreja la indignación y el asombro eran mayoritarios entre los que estábamos allí, eran pocos los que interactuaban con ellos para recriminarles su actitud, sobre todo vista la manera expeditiva y desquiciada con la que esa supuesta líder respondía a los que trataban de afearle su conducta. Al poco la policía empezó a acercarse de manera más decidida a los que, pancarta en mano, hacían más ruido en la concentración, y por lo que puede apreciar, empezó a pedirles la documentación, supongo que para identificarles. Casi ninguno de ellos llevaba la mascarilla, aunque más de la mitad la portaban por debajo de la barbilla, lo que no deja de ser una incoherencia total. De los concentrados, la media de edad no era alta, y había tantos hombres como mujeres. Viendo que allí no había nada que fuese más interesante, abandoné el lugar, siguiendo mi ruta, en la que estaba pendiente un recado y un paseo a ninguna parte.

Mientras deambulaba no podía dejar de pensar en la convicción con la que esa líder, y algunos de los allí presentes, recitaban unas consignas que no sólo son falsas, sino tan absurdas que meramente al escucharlas a uno le entra la risa. Eran pocos, muy pocos, pero hacían ruido. No les daba vergüenza alguna realizar el acto que estaban llevando a cabo, y lo mismo en el mundo real que en las redes, no cesan de proclamar un discurso tan falso como peligroso, con una seguridad y fe que son tan envidiables como peligrosas. Ellos creen esa mentira, y no hay mucho que dialogar o razonar con un creyente. Del resto, de nosotros, depende que el discurso de la ciencia y la verdad siga siendo el dominante, porque ellos no van a parar, no van a callarse, aunque sean muy pocos.

viernes, septiembre 04, 2020

Fusión CaixaBankia


Ayer por la noche, pasadas las 23 horas, saltó la noticia de que Caixabank y Bankia estaban estaban negociando su fusión en una única entidad financiera, en lo que suponía el primer paso, y uno de los más grandes posibles, en el proceso de concentración bancaria que el BCE y muchos expertos demandan al sector desde hace tiempo para hacer frente al futuro de su negocio. Sin tener las cifras delante, les hablo de memoria, creo que los depósitos conjuntos de ambas entidades se situarían en el entorno de los 600.000 millones de euros y que eso les convertiría en el primer banco de España, posición que ocupa el Santander desde hace mucho mucho tiempo. Es una noticia económica, y no sólo, de primera magnitud.

Desde hace tiempo la banca está metida en un enorme problema que afecta a su negocio en todos los frentes posibles, estrechándolo sin cesar. Los tipos de interés tan bajos que tenemos desde hace muchos años, y que se van a quedar por tiempo indefinido, lesionan el corazón de su negocio, remunerar depósitos a un interés y prestar a un interés mayor, y han ido comiendo las cuentas de resultados, que se han sostenido por un incremento de las comisiones y una política de reducción de personal y oficinas para acotar costes lo más posible. Además, aún no plenamente recuperados de la crisis de 2008, su imagen corporativa sigue bastante dañada y no han logrado quitarse la losa con la que la sociedad les cubrió de oprobio tras aquel desastre, a pesar de que fueron sobre todo las cajas, y no los bancos, los principales culpables de aquello y los grandes sumideros de dinero público en forma de rescate. Por si todo esto no fuera suficiente, la revolución tecnológica que vivimos de manera constante ha creado empresas y negocios como las fintech, o amenaza los sistemas de pago y transferencias clásicos, de los que también vive el banco, por lo que la competencia no deja de crecer en el mundo virtual. Dijo un experto hace años que a los bancos, en el siglo XXI, se les estaba empezando a poner cara de acerías y astilleros del siglo XX, queriendo indicar que su negocio se volvía obsoleto y que una reconversión sería muy necesaria para reducirlos y adaptarlos al nuevo mundo. Puede ser. La horrible pandemia que estamos viviendo ha acelerado algunos de los problemas de la banca, que de momento sale bastante indemne del desastre, pero que ve como los impagos de créditos y la solvencia de clientes empresariales van a empezar a ser agujeros a medida que el virus no está controlado y la debacle económica crece en tiempo y profundidad. Se lleva especulando desde hace mucho con operaciones financieras de fusión o absorción, pero hasta ayer por la noche nada se había concretado. Los cuatro grandes aparecían en casi todas las quinielas como protagonistas de algún movimiento, en general en forma de absorción de otra entidad menor por alguno de ellos. Los más aventurados hablaban de operaciones corporativas entre los cuatro, o incluso de alguna absorción intraeuropea, con la participación de una entidad española y otra de otra nación de la eurozona, cosa que estaría muy bien vista por el BCE, pero ha resultado ser, de momento, una operación entre dos de los cuatro grandes la que ha visto la luz. Por lo que parece, se trataría de una absorción del mayor, Caixabank, sobre el menor, Bankia, manteniendo a Goirigolzarri, actual responsable de la entidad madrileña, como primer ejecutivo del grupo, pero sin que estén aún muy claros detalles tan trascendentes como dónde se situaría la sede social del grupo, la estructura gubernativa, el diseño de la cúpula y la inevitable remodelación interna y reducción de capacidad, con la eliminación de oficinas y puestos duplicados como primeras labores de poda.

Por lo tanto, aún son muchos los detalles que desconocemos de una operación que, en paralelo, tiene dos flancos muy interesantes. Uno es el político, dada la unión de una entidad catalana de toda la vida con una madrileña que tuvo el oso y el madroño en su logotipo hasta la quiebra, lo que tiene su morbo. El otro es la participación pública del gobierno en Bankia, donde es su socio mayoritario fruto del rescate que tuvo que llevar a cabo para impedir el desastre de 2012. Esa participación busca ser vendida al mejor precio posible para así poder recuperar ingresos al erario público, y hace que, si siempre los gobierno tengan algo que decir en estos movimientos, en este caso deba pronunciarse incluso como dueño de una de las entidades. Y, por cierto, ¿qué se estará diciendo esta mañana en las sedes de Santander y BBVA? ¿Se van a quedar quietos?.