Ayer
por la noche, pasadas las 23 horas, saltó la noticia de que Caixabank
y Bankia estaban estaban negociando su fusión en una única entidad financiera,
en lo que suponía el primer paso, y uno de los más grandes posibles, en el
proceso de concentración bancaria que el BCE y muchos expertos demandan al
sector desde hace tiempo para hacer frente al futuro de su negocio. Sin tener
las cifras delante, les hablo de memoria, creo que los depósitos conjuntos de
ambas entidades se situarían en el entorno de los 600.000 millones de euros y
que eso les convertiría en el primer banco de España, posición que ocupa el
Santander desde hace mucho mucho tiempo. Es una noticia económica, y no sólo,
de primera magnitud.
Desde
hace tiempo la banca está metida en un enorme problema que afecta a su negocio
en todos los frentes posibles, estrechándolo sin cesar. Los tipos de interés
tan bajos que tenemos desde hace muchos años, y que se van a quedar por tiempo
indefinido, lesionan el corazón de su negocio, remunerar depósitos a un interés
y prestar a un interés mayor, y han ido comiendo las cuentas de resultados, que
se han sostenido por un incremento de las comisiones y una política de
reducción de personal y oficinas para acotar costes lo más posible. Además, aún
no plenamente recuperados de la crisis de 2008, su imagen corporativa sigue
bastante dañada y no han logrado quitarse la losa con la que la sociedad les
cubrió de oprobio tras aquel desastre, a pesar de que fueron sobre todo las
cajas, y no los bancos, los principales culpables de aquello y los grandes
sumideros de dinero público en forma de rescate. Por si todo esto no fuera
suficiente, la revolución tecnológica que vivimos de manera constante ha creado
empresas y negocios como las fintech, o amenaza los sistemas de pago y
transferencias clásicos, de los que también vive el banco, por lo que la
competencia no deja de crecer en el mundo virtual. Dijo un experto hace años
que a los bancos, en el siglo XXI, se les estaba empezando a poner cara de
acerías y astilleros del siglo XX, queriendo indicar que su negocio se volvía
obsoleto y que una reconversión sería muy necesaria para reducirlos y
adaptarlos al nuevo mundo. Puede ser. La horrible pandemia que estamos viviendo
ha acelerado algunos de los problemas de la banca, que de momento sale bastante
indemne del desastre, pero que ve como los impagos de créditos y la solvencia
de clientes empresariales van a empezar a ser agujeros a medida que el virus no
está controlado y la debacle económica crece en tiempo y profundidad. Se lleva
especulando desde hace mucho con operaciones financieras de fusión o absorción,
pero hasta ayer por la noche nada se había concretado. Los cuatro grandes
aparecían en casi todas las quinielas como protagonistas de algún movimiento,
en general en forma de absorción de otra entidad menor por alguno de ellos. Los
más aventurados hablaban de operaciones corporativas entre los cuatro, o
incluso de alguna absorción intraeuropea, con la participación de una entidad española
y otra de otra nación de la eurozona, cosa que estaría muy bien vista por el
BCE, pero ha resultado ser, de momento, una operación entre dos de los cuatro
grandes la que ha visto la luz. Por lo que parece, se trataría de una absorción
del mayor, Caixabank, sobre el menor, Bankia, manteniendo a Goirigolzarri,
actual responsable de la entidad madrileña, como primer ejecutivo del grupo,
pero sin que estén aún muy claros detalles tan trascendentes como dónde se
situaría la sede social del grupo, la estructura gubernativa, el diseño de la cúpula
y la inevitable remodelación interna y reducción de capacidad, con la eliminación
de oficinas y puestos duplicados como primeras labores de poda.
Por
lo tanto, aún son muchos los detalles que desconocemos de una operación que, en
paralelo, tiene dos flancos muy interesantes. Uno es el político, dada la unión
de una entidad catalana de toda la vida con una madrileña que tuvo el oso y el madroño
en su logotipo hasta la quiebra, lo que tiene su morbo. El otro es la
participación pública del gobierno en Bankia, donde es su socio mayoritario
fruto del rescate que tuvo que llevar a cabo para impedir el desastre de 2012.
Esa participación busca ser vendida al mejor precio posible para así poder
recuperar ingresos al erario público, y hace que, si siempre los gobierno tengan
algo que decir en estos movimientos, en este caso deba pronunciarse incluso
como dueño de una de las entidades. Y, por cierto, ¿qué se estará diciendo esta
mañana en las sedes de Santander y BBVA? ¿Se van a quedar quietos?.
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