Tras días como los pasados resulta difícil sentarse sereno ante el teclado y pretender escribir algo sin mentar a la madre de tantos políticos y al resto de sus parentelas de una manera en la que pueda ser objeto de legítimas y justas querellas. Hay que morderse la boca, y atarse los dedos, para no escribir la decena, centena, infinidad de insultos de grueso calibre que se merecen los que, cobrando para gestionar nuestros problemas, sólo los utilizan en beneficio propio, creando nuevos problemas adicionales y abandonando en la estacada a los que les pagamos el sueldo. Menos mal que Antonio Muñoz Molina lo ha escrito ya de maravilla. Nada puedo aportar a su texto de denuncia.
Por eso, cruzo nuestras tristes fronteras y me voy a otra nación que va camino, a su estilo, de repetir algunos de nuestros errores. Es curioso ver como, salvo excepciones, los países copian los errores de comportamiento, pero no los aciertos. Se ve que la dirigencia de cada nación no soporta que otras lo hagan bien y su prurito de orgullo les impide seguir el buen ejemplo. En Reino Unido demostraron, durante la primera ola, cómo se puede hacer mal todo, y con retardo respecto al continente. Una mezcla de orgullo nacional que está en todos lados (a nosotros eso no nos pasa) unida a la desidia de un gobierno encabezado por un personaje como Johnson lograron que el ejemplo de todo lo que se había hecho mal en la Europa continental fuera replicado casi paso por paso al otro lado del canal. Para eso no hubo Brexit, sino plena unión en la necedad. Ahora, más tarde que nosotros, partiendo de una curva mucho más controlada, sus positivos empiezan a subir, todavía con cifras moderadas, que hacen que su gráfica comparada con la nuestra sea la de una pequeña tachuela de cuarta categoría frente a las rampas de un mortífero Angliru, pero día a día sus cifras suben, y el gobierno de allí se enfrenta a un nuevo desafío, dividido entre la disyuntiva de la salud, que implica cierres masivos, y la economía, que desea que lo más posible de la actividad permanezca en marcha para dar aliento a un país que ha registrado, por poco, peores indicadores económicos que los nuestros, que ya es decir. Entre las cosas particulares de los británicos en esta crisis está la fuerza que allí tiene el movimiento negacionista y su carácter violento. Hemos visto en España concentraciones de iluminados que clamaban tonterías de todo tipo, y afortunadamente este fin de semana no se ha permitido una nueva manifestación de esta locura en Madrid, pero el sábado en Londres, en plena Trafalgar square, miles de personas se congregaron en torno a lemas absurdos que no dejan de chirriar en el oído de cualquiera con dos dedos de frente. Todo sin sentido, nada que no viéramos aquí hace unas semanas, y una manera como otra cualquier de extender el riesgo por todas partes, contagiando y generando nuevos enfermos que, en unos días, llegarán al hospital y, en algunos casos, al cementerio. Lo relevante de este encuentro, además de sus dimensiones, es que acabó como el rosario de la aurora. Cayó la noche en la ciudad y se desató una bronca de cuidado entre manifestantes y policía. Objetos arrojadizos, cargas, golpes, de todo. Parece que allí, además de irracionales, los negacionistas son violentos, o que algunos aprovecharon esa manifestación para generar algaradas por su cuenta, o una mezcla de todo. La cuestión es que el sábado por la noche el centro de Londres era escenario de unos tumultos en los que, a buen seguro, distancia y mascarillas eran lo menos relevante. ¿Cuántas personas se habrán podido contagiar como consecuencia de estos altercados? ¿Qué implicaciones pueden tener comportamientos irresponsables como estos? Son preguntas de fácil respuesta conceptual pero de muy difícil valoración numérica, porque es casi imposible saber el número de personas que acabarán infectadas tras algo así. En todo caso, con curvas crecientes, la irresponsabilidad de las sociedades occidentales, y sus dirigencias, cada vez es más sangrante en comparación con las asiáticas, disciplinadas por convicción o a la fuerza, que nos siguen dando una lección de cómo enfrentarse al virus y doblegarlo.
Una pregunta que se me ocurrió al ver lo de Londres, y que me pareció absurda en un principio, es la de si nuestros políticos son, en el fondo, unos negacionistas. La absoluta necedad con la que manejan este asunto, el desprecio a la vida de los enfermos y sus riesgos, el sucio cálculo político que pringa todas sus decisiones…. ¿son síntomas de negacionismo? Sí y no. Realmente ellos saben que el virus es cierto, que mata, que es un peligro, pero lo que a ellos les asusta no es la enfermedad, sino las consecuencias políticas de los actos que toman, los votos que pueden ganar o perder con ello. No niegan la realidad, no llegan a ese extremo, pero la usan para su beneficio, cueste lo que cueste y a quién le cueste. De mientras no sea a ellos mismos les da igual.
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