Cifras de positivos que no dejan de aumentar y de enfermos que, día a día, llenan hospitales y UCIs donde los medios no dan abasto. Fallecidos, cada vez más, a los que se les hace cada vez menos caso. Desgobierno total que no se atreve a tomar medidas serias para atajar el desastre. Desplantes de Sánchez al Rey con la intención de conseguir un par de votos para sus presupuestos que sólo sirven para retratar a un presidente corroído por su ambición y carente de palabra, al que nadie cree cuando habla. Viento frío y tardes muy cortas que anuncian que entramos en la parte dura del año. Lluvias que, como a muchos ayer, les hacen sentirse con el agua al cuello en todas las acepciones de esa expresión…..
Al repasar la actualidad muchas tardes, de camino a casa, me dan ganas de mandar todo a la miera, que es quizás donde mejor se esté, dado que nos regodeamos para producirla y extenderla, y a veces, pocas, uno se reconcilia con el mundo de la manera más absurda imaginable. El otro día, sin ir más lejos, en una parada de metro, caminando por el andén hacia un extremo para esperar allí el tren que me llevase a casa, cansado, miré con detalle a la pared a la que daba la espalda y allí estaba uno de los anuncios de la campaña de otoño de El Corte Inglés, esos grandes almacenes que marcan el calendario vital de este país mucho más que cualquier otro acontecimiento o festividad. Y en ese anuncio, enorme, que me dominaba, estaba la estampa de Barbara Lennie, excelente actriz, en una pose dirigida a vender ropa, pero que gritaba a los cuatro vientos la fuerza de su persona y el ímpetu que la arrastra. No me fijé demasiado en la ropa que lucía, creo que eran unas botas altas y un abrigo, nada raro en un vestuario otoñal, pero el conjunto de la imagen era poderosísimo. Lennie se salía del cartel que la enmarcaba, que ya era de por sí muy grande, y llenaba todo aquel andén con su presencia. Su belleza no será, para muchos, tan elevada como la de las modelos profesionales que suelen ser las que encabezan este tipo de campañas, pero en ese momento nada y nadie me parecía más bello en todo el universo que esa mujer que, impresa, no me miraba a mi, sino a la inmensidad, lo único con lo que podía llegar a compararse. Llegó un tren, pero no le hice ni caso. Seguía mirando el anuncio como sujeto, no protagonista, sino como ser atado por una cuerda invisible que no podía ni, por nada del mundo, quería romper. Me esquivó alguno de los viajeros que salían del tren, que hizo sus pitidos de rigor al cerrar las puertas y se marchó. Y volví a quedarme sólo en el andén, con la presencia de Lennie. Y creía no estar solo. Me giré un momento para descansar la vista, y vi el mundo real otra vez, el mío y el de las personas que me rodean, y volví a escuchar el ruido que, casi siempre, domina andenes y estaciones de metro, donde los silencios son caros e inquietantes. Consideré que el contacto con la realidad ya había sido suficiente y me volví a girar ante Bárbara, supongo que con una actitud ridícula vista desde fuera, como un penitente que se muestra ante el Señor y se ofrece. No me arrodillé ni nada por el estilo, no, pero en mi interior estaba igual de postrado ante la fuerza y la belleza de lo que veía. Vino otro tren, se repitieron escenas semejantes a las pasadas, y se marchó. Y allí seguí unos pocos minutos más, sin decir nada, sin nada que decir, sin saber si quiera que se podía decir, sin pensar. Sólo mirando, viendo aquella imagen que todo lo llenaba, y ante la que yo no era nada. Al tercer tren que vino una voz en mi dijo que ya era suficiente, que nada y nadie te esperaba en casa, pero que alguna vez tendrías que volver. Y cuando el vagón abrió sus puertas subí. Me giré, y seguí mirando el cartel, como diciendo adiós, cuando salimos de la estación camino a nuevas paradas que me acercasen a casa.
Varias son las imágenes que forman la campaña de Lennie, algunas más coloridas, otras más secas y crudas, pero en todas ellas su presencia es arrolladora. Con una mirada que a veces se enmarca en un rostro sonriente, pero generalmente en una faz seria, que dice con sus ojos todo lo necesario, que muestra una viveza, un ingenio y sensibilidad no de pose, sino de corazón. Sí, se que todo está diseñado, que es un enorme, y excelente, trabajo de marketing, pero esa tarde, y hoy, cuando me cruzo con alguno de los carteles de la promoción, me entra algo de aire en el espíritu, el viento frío amaina. Y no, no se cura un solo enfermo de coronavirus, ninguno, pero durante unos segundos siento la esperanza de saber que hay algo mejor, que hay gente mejor, que hay posibilidades. Y todo enmarcado en la figura, insuperable, de Barbara Lennie.
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