No
acabo de entenderlo, será una pose, como casi todo lo que nos rodea en esta
época de hueca vanidad, pero Sánchez sigue ejerciendo el gobierno con la
sensación de que tuviera una estable y arrolladora mayoría en el parlamento,
cuando su fragilidad es máxima. Sólo es cierto que es el candidato elegido y
que es el único que puede serlo con la actual composición de las cámaras, pero
de ahí en adelante nada es estable en su camino. Cada norma le puede costar
sudores fríos para que sea aprobada, y ver el patético espectáculo de los
presupuestos es el mejor espejo en el que reflejar la total debilidad de un
gabinete que vive al día, sin saber qué hará mañana.
Por
ello, las posibilidades de que pierda votaciones en el Congreso son muy
elevadas, y venimos estos días de una derrota dolorosa. El jueves se rechazó en
la cámara el acuerdo que la FEMP, encabezada por el socialista Abel “luces
navideñas” Caballero, lideró en nombre del gobierno para que los ayuntamientos
cedieran su remanente al ejecutivo central a cambio de que este les diera
fondos para luchar contra la pandemia. El tema es complicado, pero en esencia
el acuerdo estipulaba que los ayuntamientos que tienen ahorros, no todos, y no
pueden gastarlos en inversión por la regla de gasto de Montoro de hace unos
años, le cedían ese dinero a la administración central, que a su vez creaba una
línea de ayudas a los ayuntamientos. Las cifras de este canje eran muy injustas
para los entes locales, porque los 14.000 millones que ahora mismo atesoran
bloqueados dejarían de estar en sus manos para convertirse en 5.000, que era la
cuantía que iba a darles el gobierno central. A quién se le daba ese dinero y
con qué criterio de reparto era otra polémica. En fin, que casi todos los
alcaldes de España, incluso alguno del PSOE, saltándose las órdenes del
partido, se opusieron a ese acuerdo y anunciaron, por boca de sus grupos
parlamentarios, que votarían en contra. El gobierno, a través de María Jesús
Montero, su dicharachera portavoz y, a la vez, Ministra de Hacienda, se puso de
brazos cruzados y dijo que no había plan B, que si se rechazaba el acuerdo no
había dinero para los ayuntamientos y que se olvidasen de todo. Un órdago
jugado sin cartas. Llegó el día de la votación y, como era de esperar, la
propuesta del gobierno y del iluminado Caballero fue derrotada, entre la
imagen de sorpresa de algunos dirigentes socialistas, que deben seguir viviendo
en los mundos de Yupi. Cuatro días después de semejante varapalo, tras un fin
de semana en el que los medios afines han lamido las heridas gubernamentales y
los contrarios aún viven el dolor de cabeza fruto de la resaca de celebración, el
gobierno pone un plan B encima de la mesa, y anuncia la suspensión de la regla
de gasto, dando libertad por tanto a los ayuntamientos que poseen superávit
para que lo puedan gastar en actuaciones destinadas a mitigar los desastres
causados por la pandemia en su municipio. Habrá que ver cómo queda el proceso
de redacción de la norma, pero tiene pinta de que al final los alcaldes sacarán
adelante gran parte de sus reivindicaciones y que Hacienda, en nombre del gobierno,
admitirá una dura derrota de moral e imagen, por mucho que se quiera dulcificar
en el discurso de los dirigentes socialistas. No es la primera vez, ni será la última,
en la que por boca de Sánchez o los suyos se anuncian medidas estrictas y se
advierte de que “no hay plan B” o alternativa alguna, para acabar, tras
comprobar que el poder exhibido no es sino hueca imagen, cambiando de idea y
haciendo algo a lo que anteriormente el gobierno se había negado porque era
inconstitucional, ilegal, contrario a la ley de Dios, la Torá, el Corán y todo
tipo de normas y principios sagrados. Evidentemente nada de eso es cierto y
este gobierno es el primero que sabe que ampararse en el respeto a la ley como
vía para no hacer las cosas que no desea es una manera de buscar coartadas.
Entra dentro del juego político, pero sin una mayoría que las respalde, las
coartadas fracasan.
En
general, esta forma de actuación es muy propia de Sánchez e Iván Redondo, el
que realmente mueve los hilos de todo. Se trata de crear una imagen de gobierno
fuerte, basado en un presidencialismo inédito en nuestra experiencia (Aznar fue
el que más se aproximó a lo que vemos) que haga parecer que el Congreso o demás
elementos de la arquitectura institucional del país no tengan nada que decir.
El tacticismo horrible en el que vivimos, en el que los proyectos y mensajes
duran días, incluso horas, y se buscan para ganar la batalla hasta el viernes de
la semana, se combina con un discurso de poder fuerte que esconde una debilidad
enorme, que sólo se sostiene por la inoperancia numérica de la oposición
razonable y el discurso psicótico de la oposición desquiciada. Veremos más
derrotas del gobierno, y más planes B que se jurarán una y mil veces que nunca
existieron
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