miércoles, septiembre 09, 2020

Bárcenas, hasta en la “Kitchen”


Una de las palabras que definirá, en el futuro, la crónica política de estos años que ahora vivimos es la de corrupción, y asociada a ella el caso Bárcenas y todo lo que le rodea será, quizás, el ejemplo más recurrente para analizarla. No es el mayor en cuanto a dinero defraudado, es una minucia comparado con los EREs del PSOE andaluz, ni es el que más salpica a una gestión institucional, siendo en este sentido de primaria frente al 3% de los nacionalistas catalanes, pero lo tiene todo, y tiene estética y relato lo suficientemente denso y complejo como para servir de muestra de todas las facetas asociadas a la corrupción. No se acaba nunca, nunca deja de sorprender.

Como en una buena serie, la temporada de este caso abre con el levantamiento del secreto de sumario de la operación Kitchen, que es la denominación que la policía dio a la operación que investigaba la trama paralela que buscaba chantajear a Bárcenas para que se callase, y sus papeles dejaran de circular por el mundo provisto de ojos. En los seriales televisivos hay subtramas que, con el tiempo, alcanzan consistencia propia y pueden acabar opacando el argumento original. Llega un punto en el que los guionistas deben optar por si siguen en esa dirección o, directamente, segregan esa trama en otra serie, que surge de la original. Es lo que se llama “spin off”. Fraisier, por ejemplo, fue una serie que surgió de Cheers, una vez que se vio que el personaje del psicólogo interpretado por Kelsey Grammer adquiría una dimensión más que relevante. Pues bien, la Kitchen va camino de ser una serie propia con todas las de la ley, si me permiten el chiste, y es que a la trama financiera, que era la principal en el asunto Bárcenas, monopolizado por un tesorero y unos cobros ilegales y repartos de los mismos, se une la de la cruel venganza de la política y el poder contra ese tesorero por parte de los que, todo esto con presuntamente cada cinco o seis palabras, se beneficiaron de los cobros iniciales. Lo que se ha publicado del sumario es tan explosivo en lo político como jugoso en muchas otras facetas de la vida, y pone a la altura de la mayor cochambre posible a todos los implicados, más de uno con carrera política que le llevó hasta ministerios como el de Interior (Jorge Fernández Díaz) o Defensa (Cospedal) y salpica profundamente a Rajoy, que en esos testimonios publicados aparece como “el barbas”. La constante presencia en toda la operación de ese personaje que parece creado por los mejores escritores de Hollywood, el comisario Villarejo, introduce un lado sórdido, lleno de tacos hispanos, y comportamientos mafiosos. Muy resumidamente, la trama parece consistir en una operación montada desde Interior y Génova para, utilizando el chófer de Bárcenas, conseguir el acceso a su vivienda y vida para hacerse con la documentación peligrosa que pudiera conservar el tesorero y, de paso, amenazarle para que mantenga la boca cerrada. Si no podemos evitar el caso Bárcenas, hagamos que no vaya a más nunca, parece que se dijeron los conspiradores, y a ello se pusieron. Como en todos estos casos, alguien se tiene que ir de la lengua para que se sepa lo sucedido. A veces “canta” un mindundi al que se le prometió un dinero y la racanería del corruptor deniega o retrasa el pago, y ese eslabón más débil es el que se suele romper. Otras no, y esta parece ser de esas segundas. Aquí el que parece haber revelado información importante de este asunto es Francisco Martínez, que fue Secretario de Estado de Interior (puestazo) con el Ministro Fernández Díaz. En sus mensajes, que figuran en el sumario, Martínez se muestra decepcionado con sus superiores, asqueado con lo que ve, y considera que su lealtad hacia ellos ha sido correspondida con la urdimbre de una trama corrupta y parapolicial. ¿Es la ética lo que hace decir a Martínez lo que figura en el sumario? Quizás. Si así fuera tendríamos aquí al hombre bueno de la serie, al arrepentido que declara para salvar su honra en medio de la quema de quienes fueron sus superiores. Está por ver que este sea uno de los hilos del guion.

Como ven, la serie lo tiene todo. Un partido, el PP, hundido en un lodazal de corrupción que, para salvarse, idea una trama parapolicial en la que pervierte los instrumentos de seguridad del estado y logra no esconder sus oscuras finanzas y sí degradar la imagen de funcionarios y servidores públicos. Con razón Pablo Casado, que era un becario en Génova cuando todo esto sucedía y me da que no pintaba nada ni en la cafetería del partido, trata de eludirlo y declara a quien le pregunte que no sabe nada de eso y que es de una época anterior. Tiene razón en ambas cosas, pero lo que ha pasado en la casa que él preside es algo que le afecta, lo quiera o no. Y el ser el presidente del partido hace que le caiga todo el ruido mediático que esta apasionante historia va a generar. Como verán, en nuestra “política” el que se aburre es porque quiere.

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