Para este sábado está convocada una manifestación en contra de las medidas que, por ahora, ha adoptado la Comunidad de Madrid para tratar de atajar la expansción del coronavirus, que han consistido básicamente en la limitación de la movilidad de las zonas de salud en las que los datos epidemiológicos son nefastos, no afectando esas restricciones al resto, donde son sólo desastrosos. El PSOE local tiene una relación esquizoide con estas protestas, porque si en un principio las apoyó y se unió a las mismas, tras la reunión de cartón de Sánchez y Ayuso ha decidido mantener su apoyo moral pero no unirse a los convocantes, queriendo estar en todas las tierras políticas sin conseguirlo, y errando por completo en su actitud.
Hace unos meses, hacia el final del estado de alarma, se produjeron varias manifestaciones de los llamados “cayetanos” de Núñez de Balboa, residentes en esa calle y aledaños, una de las zonas más caras de la capital, donde los pisos son lugares panorámicos y los precios de todo es disparatado. Eran movilizaciones alentadas por Vox en contra de la gestión del gobierno de la pandemia y se realizaban tanto vía cacerolada como con concentraciones de paseo callejero. Tuvieran razón o no los manifestantes en aquel caso, en unas cosas acertaban, en otras no, era indignante ver concentraciones de personas generando riesgos en una sociedad que, confinamiento mediante, estaba viendo como las cifras de infectados y fallecidos bajaban con fuerza, y se estaba logrando controlar la enfermedad. Esas manifestaciones fueron muy criticadas, con razón, desde casi todas partes, y con mucha mayor fuerza desde el espectro de la izquierda, que las acusó, con razón, de poner en riesgo la salud de todos. El PP tuvo el corazón partido porque quería protestar contra el gobierno, pero sabía que esa no era la manera y que los energúmenos de Vox estaban detrás. Así, el ala lógica del partido se opuso a las concentraciones y el ala loca, en la que Cayetana Álvarez de Toledo tenía por aquel entonces bastante mando en plaza, no las alentó, pero se sumaba emocionalmente. Craso error. Aquellas manifestaciones eran una irresponsabilidad. Hoy, meses después, en medio de un repunte de casos y fallecidos que, con muy alta probabilidad, nos volverá a llevar a otro confinamiento, se convocan manifestaciones de signo distinto contra un gobierno regional de signo opuesto al nacional por las medidas que ha adoptado, y esta vez es el PSOE el partido que navega a dos aguas, con Podemos como ”núcleo irradiador” de las protestas en lugar de Vox, cumpliendo ambos el papel de locos agitadores que tan bien se les da. En las manifestaciones de estos días, como en todas, parte de lo que se reivindica es razonable y se puede compartir, pero estamos ante un dilema idéntico al que se vivió con los cayetanos en mayo. Manifestarse, acudir a concentraciones de personas en medio de una pandemia descontrolada es un riesgo público, una posible fuente de focos de transmisión que genera un peligro social que va mucho más allá de lo que pueda ser el grupo de convocantes. Eran injustificables aquellas manifestaciones cayetanas como lo son estas que alienta la izquierda, en ningún caso por las motivaciones ideológicas que estén detrás de ambas, sino por el riesgo sanitario que generan. Parece que aún no hemos entendido nada de lo que estamos viviendo, algo que corroboran las cifras de infectados y fallecidos, que siguen creciendo sin freno. No se trata de derechos individuales o colectivos, sino de riesgo epidemiológico. Este virus, el muy caprichoso, se contagia entre personas, y mata a un porcentaje significativo de las mismas. Es así de cruel y sencillo. Los grupos de gente, sea para protestar o hacer zumba, son peligrosos por su mera existencia, y no tienen cabida mientras no exista un grupo significativo de vacunados que empiece a generar inmunidad de grupo. Si seguimos sin entender algo tan básico como esto no lograremos nunca atajar el problema y, es más, seguiremos extendiéndolo. Y luego nos preguntamos por qué estamos tan mal en todas las métricas de la epidemia.
Es normal observar la vida desde el prisma ideológico de cada uno. De hecho es necesario tamizar las opiniones porque cada uno expresamos una visión que, más o menos, se forma mediante nuestras opiniones políticas y / o morales, pero el sesgo infantil, absoluto, que nos domina plenamente es tan absurdo como negativo. En tiempos de pandemia unas manifestaciones no son buenas o malas en función del signo ideológico que las convoca. Más allá de la ineptitud de nuestros gobernantes, infame en todos los casos, no deben convocarse manifestaciones contra ellos (ni sobre otras cosas) hasta que la vacunación esté generalizada. Con un virus suelto todas las concentraciones son peligrosas. Sigamos sin verlo y contando (mal) muertos.
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