viernes, noviembre 27, 2015

Estamos tontos con el Black Friday

Nos lo meten por los ojos y, sin protesta alguna, nos lanzamos como posesos a por ello, tenga sentido o no. Hace unas semanas ya se vivió en Madrid una situación digna de estudio con la inauguración de la tienda de Primark, que revolucionó la Gran Vía durante semanas, todo por acceder y comprar en una tienda de ropa, algo que a mi se me escapa por completo. No se si hoy las colas serán muy grandes o no, pero como se celebra el Black Friday muchos se lanzarán a comprar atraídos por grandes descuentos que, en muchos casos, esconden mayores engaños.

No saben la mezcla de pena y risa que me produce todo esto. Resulta que en EEUU esta festividad consumista, una especie de extraño postre de la cena de acción de gracias, empieza a perder fuelle porque la compra por internet y el cambio en las costumbres hacen que las ofertas sean continuas, por lo que la significatividad de este día, allí, ya no es la de antaño. Pero da igual, aquí no tiene sentido alguno ni conceptual ni festivo ni lingüístico, pero la cartelería de un montón de tiendas de todo tipo exhibe enormes anuncios negros en los que las palabras “black Friday” incomprensibles para muchos ciudadanos, gritan desde ellos llamando a un consumo desaforado. Y lo más sorprendente es que, a lo mejor, funciona. Oí ayer que se estima en 200 euros de media lo que cada español se va a gastar este día, especialmente en ropa y productos tecnológicos, y al escucharlo pensaba que alguien va a tener que arruinarse un poco porque mi aportación a este día va a ser completamente nula. ¿Cómo funciona esto? ¿Por qué en apenas un par de años hemos importado esta extraña costumbre, carente de sentido tanto allí como aquí? No lo se, no me lo explico, y no salgo de mi asombro. Hay algunos que relacionan este fenómeno con lo que ha pasado con Halloween, fiesta anglosajona que, sospecho, ya es propia del todo, y cuyo éxito se extiende cada vez más por todo el mundo. Nos gustan las fiestas y, como tenemos pocas, importamos más para no descansar ningún día. Están también los que hablan del poder de los medios de comunicación, de lo que te enseñan las películas y series, de la vida que te venden y uno compra en un pack conjunto que incluye casa en el extrarradio, coche elefantiásico y estilo de vida, fiestas incluidas. ¿Acabaremos celebrando la cena de acción de gracias por estos lares? Quizás sí, porque nuestra capacidad de imitación, aborregamiento y seguidismo sólo es comparable a nuestra incultura. Ya saben los que me conocen que no soy un gran amante de las celebraciones tradicionales, ni las propias ni las ajenas, me parecen en general una muestra de folclore propio de otras épocas en las que la representación social, el figurar ante los demás y al cohesión de las comunidades rurales frente al extraño eran básicas para defenderse. No procesiono en Semana Santa, ni me acerco a la pradera en San Isidro, ni me visto de arrantzale para hacer unos bailes ni nada por el estilo. Son tradiciones curiosas, cierto, pero las veo con una cierta sensación de extrañeza. Y si eso me pasa con cosas que, año tras año desde que estoy vivo, se repiten sin cesar, qué no les diré con tradiciones de apenas un par de ejercicios, que son vividas con pasión por parte de un montón de personas, que bailan sardanas y chotis agarrados, o no, pero que se lanzan como posesas a las puertas de los grandes almacenes para comprar, cosa que me asombra hasta un punto que no son capaces de imaginar. No le encuentro sentido alguno.

Sea porque nos lo han metido o porque de buena gana lo hemos aceptado, hemos convertido el consumo en la religión del momento, a los centros comerciales en sus catedrales, a los dependientes en sacerdotes y al bien, a la ropa, al objeto de compra, en la hostia consagrada con la que comulgamos. Guardamos cola ante las puertas de la tienda como fieles creyentes ente el templo, con una devoción equivalente, y al abrirse la barrera corremos gritando Aleluya!!! Y compramos, y gastamos, y nos dejamos el dinero sin control alguno. Y los sacerdotes de esta religión y sus congregaciones no dejan de enriquecerse. Que venga el Dios mercado y lo vea.


Subo a Elorrio este fin de semana, lunes incluido. Si no pasa nada raro, hasta el Martes 1 de Diciembre de, este que ya se acaba, 2015

jueves, noviembre 26, 2015

Ponga un político en su televisor

Ayer tuvimos otra noche de sobreexposición política en los medios, especialmente las televisiones. En Telecinco Piqueras entrevistaba a Albert Rivera, que el día anterior acudió al Hormiguero de Antena3, en la Primera, en el exitoso programa de entrevistas de Bertín Osborne, Pedro Sánchez desgranaba su vida, milagros y avatares en medio de copas y cocinillas y Rajoy, siempre fiel a su estilo, comentaba un partido de fútbol en la COPE, en un acto de rendición al vil deporte del balón que deja bien a las claras cuáles son las prioridades del actual gobernante y, me temo, las de gran parte del país.

Ha sido esta la legislatura de las televisiones, cuatro años de larga, inacabable y continuada campaña electoral desarrollada en los platós de televisión, que han reemplazado en gran medida al debate parlamentario, gracias a los errores de unos y la visión de otros. Ni el gobierno ni el PSOE han sido capaces de percibir las devastadoras, profundas y duraderas consecuencias de una crisis, que ahora se muestra benévola, pero que sigue ahí, y que ha transformado gran parte del panorama social español, se quiera ver o no. A los pocos meses de llegar al poder el PP se desdijo de todas las promesas electorales que, en 2011, le llevaron a una mayoría absoluta que estaba cantada dado el desastre de gestión del PSOE. Con una oposición laminada y sin ideas, y un gobierno zarandeado por la cruda realidad y con ganas de seguir ausente, muchos ciudadanos se quedaron sin representación, y ya saben que la naturaleza aborrece el vacío. Líderes políticos empezaron a surgir como setas tras la lluvia en unos canales de televisión que, medio arruinados, han apostado por la tertulia como forma barata hasta el extremo de llenar horas de programación. Y entonces se produjo el extraño milagro de estos años, en los que el debate político congrega a una inmensa audiencia, que recordemos que es lo único que le interesa a los canales, la audiencia, para así poder facturar más cara la publicidad y ganar dinero, que es su objetivo. Pablo Iglesias fue el primero que vio la oportunidad y quien, por entonces, mejor supo aprovecharla. Se convirtió en un telepredicador de izquierda, el azote de un gobierno tocado en los años de la devastación y la ira, por cada prédica populista que soltaba su popularidad crecía y la audiencia con ella, y los ingresos mediáticos en paralelo. Las cadenas empezaron a sustituir espacios y formatos de noche de fin de semana, habitualmente centrados en el entretenimiento (a mi siempre me habían aburrido) por tertulias políticas, en las que el grito y el “y tú más” se llevan a un grado de profesionalización extremo y, diríase, de impostura insuperable. El tertuliano se convirtió en el opinador de guardia, en el gurú de la realidad, en la voz ominosa que tronaba y sabía la solución fácil, sencilla a indolora a todo problema, fuera cual fuese su complejidad. Qué bien lo describe en su artículo del Domingo Rubén Amón. Y de esas tertulias surgieron candidatos a alcaldías, portavoces políticos, líderes mediáticos y futuros congresistas y senadores. Una vez vista la estrategia Iglesias y sus réditos otros quisieron seguirla, amparados en la brillante idea de que el discurso lo aguanta todo y que la realidad puede ser obviada si la demagogia es lo suficientemente amplia. Y así las formaciones clásicas y el resto de las emergentes se subieron al carro mediático, mejor circo, ofreciendo tardes y noches de gloria en las que las discusiones en los platós igualaban en volumen a las discotecas de chunda chundaque, antaño, reinaban en las noches del sábado, ahora relegadas por el nuevo éxito de la política, o eso que así lo llaman

Ciudadanos pulió algunos errores de la estrategia de Iglesias y creó una versión de liderazgo mediático 2.0 más eficiente que la anterior, y ahora mismo, a menos de tres semanas de las elecciones, Rivera es la estrella que todas las cadenas quieren llevar. Por su parte PP y PSOE, arrastradas a este juego, hacen lo que pueden, sobre todo un PP que sigue enarbolando la anticomunicación como bandera, con un líder que será estudiado en las escuelas de negocios de medio mundo como ejemplo de lo que no se debe hacer en esta materia. Sánchez, por su parte, aspira a ser Rivera, pero no puede con la frescura del catalán, ya muy bregada y que nada tiene que perder. E Iglesias, destronado del olimpo mediático, sueña con aquellas noches en las que las masas se congregaban, como en la lectura bíblica, entorno a su sermón de la montaña televisiva.

miércoles, noviembre 25, 2015

No hay mayor caos que el de Siria

Parecía difícil lograrlo, pero cada día que pasa nos muestra que la guerra de Siria se puede complicar aún más y sus derivadas con ella. Ayer, en otro salto de escala de esos que suenan a muy peligrosos, fuerzas aéreas turcas derribaron un cazabombardero ruso que había invadido el espacio aéreo otomano en su estrategia de ataque a DAESH (barata escusa rusa) y, por primera vez en muchas décadas, un miembro de la OTAN derribó un avión de Rusia, frase que en sí misma encierra todos los miedos de una época que se daba por olvidada pero que, transformada, vuelve a ser cada vez más familiar.

Los sangrientos atentados de París han hecho que el foco de interés vuelva a posicionarse en Siria, en una guerra infinita que dura ya más de cuatro años, a la que desde este humilde blog se le ha prestado atención durante todo su desarrollo, pero que ha permanecido oculta para muchos medios y la mayor parte de la población, hasta que sus efectos han llegado a nosotros. Lo que empezó siendo una revuelta contra el dictador Al Asad se ha transformado en una de las guerras más multitudinarias, violentas, crueles y complejas de la reciente historia, adquiriendo ya para mi el apelativo de mundial no tanto por su extensión como por el número de actores implicados. En Siria hay varias guerras simultáneas. Por un lado está la guerra civil entre los sirios, que enfrenta a las fuerzas del régimen de Al Asad, alauitas chiítas, contra la oposición moderada y radical, toda ella sunita. Esta fue la primera de las guerras y la que continúa. Solapada con ella hay una guerra religiosa entre chiítas y sunitas, en un nuevo episodio de la guerra civil que se vive en el mundo del islam en varias naciones y escenarios. Los chiítas, encabezados por la minoría alauí de Asad, reciben el apoyo de Irán, mientras que los sunitas moderados son apoyados de manera encubierta por los occidentales y los radicales, entre los que están Al Queda y DAESH, reciben cobertura y financiación, no directa pero sí continuada, por parte de las monarquías del golfo pérsico. Una tercera guerra sobre todas ellas es la de la influencia de las potencias regionales. Los cuatro actores de este conflicto son Irán, que trata de extender su poder vía chiísmo a través de un Irak que controla ya en parte, las monarquías del golfo, que aborrecen a los chiítas y ven en esta guerra la posibilidad de desbancarlos del poder en la zona y extender su control sobre los sunitas locales, Turquía, vecino de Siria, que no participa directamente en la guerra pero que lucha contra los kurdos, sitos en medio de ese marasmo, aprovechando que hay bombardeos en la zona, con objeto de reducirlos a la nada y que no alcancen sus aspiraciones de autodeterminación, y Rusia, poseedora de bases militares en Siria, que hasta hace poco apoyaba diplomáticamente al régimen aliado de Al Asad y que ahora actúa militarmente de su parte, con la peregrina excusa de lanzar una de cada cinco bombas que arroja contra DAESH. Dos de los actores que hemos mencionado en este embrollo no tienen estado, pero actúan como tales, y son los kurdos y DAESH. Lo cierto es que los kurdos son los únicos que están poniendo tropas sobre el terreno en la lucha directa contra los yihadistas asesinos, nadie más lo hace, y reciben como premio los bombardeos del ejército turco. DAESH, al que todos dicen odiar, pero no es combatido unánimemente, sí que va contra los demás actores (y todos nosotros, por si lo dudan), y observa con alegría como los rusos, que dicen atacarle, debilitan a la oposición a Al Asad y los turcos a su enemigo kurdo, por lo que gracias a este desmadre han podido, a lo largo de los pasados meses, consolidar sus posiciones sobre el terreno, fortalecerse y ganar mucho dinero, no siendo el objetivo militar común que debiera.

Los atentados de París han complicado aún más este lío. Francia se ha lanzado a la guerra, directamente contra DAESH, y en su petición de una coalición internacional contra ellos contaba, hasta ayer, con cierta unanimidad de palabra, que no de obra. Pero la acción turca sobre el avión ruso puede romper incluso esa entente verbal. Ahora Rusia y Turquía se miran con cara de odio, y Francia, socio de Turquía en la OTAN, puede ver como Putin decide no colaborar con sus esfuerzos en pos de la aniquilación del yihadismo. EEUU, de mientras, desde la barrera, medio asustado y dando la imagen de que no saben muy bien qué hacer, y China empieza a opinar sobre el tema. Y nosotros mirándonos el ombligo electoral como si fuese el centro del mundo. Bienvenidos a la guerra mundial siria.

martes, noviembre 24, 2015

El coche autónomo ya está aquí

A veces el futuro, lo que siempre hemos pensado que iba a ser, llega de improviso, y nos conmociona mucho más de lo que esperábamos, pese a haberlo soñado en detalle. ¿Cuántas veces hemos visto en las películas coches voladores que van solos por las carreteras o cielos, y que acuden a nuestra llamada y nos transportan sin que tengamos que preocuparnos de nada, pilotados a veces por robots pero, en todo caso, sin intervención humana? Desde hace pocos años han surgido muchas noticias al respecto del llamado coche autónomo, y prototipos de Google y otras marcas llevan trabajando en ello día tras día, con millones de kilómetros acumulados y experiencias de “aprendizaje” en su software.

Ayer, por primera vez en España, un coche autónomo circulo por las carreteras convencionales. No en un circuito cerrado o una pista de pruebas, no, sino en tráfico real, a lo largo de más de quinientos kilómetros, los que separan la factoría del grupo PSA de Vigo de la del mismo grupo situado en Villaverde, al sur de Madrid. El coche no estaba vacío, ni mucho menos. En el primer tramo del viaje iba en él Alberto Núñez Feijoo, presidente de la Xunta de Galicia, pero al poco se bajó y su hueco fue cubierto por otro técnico de la marca, que ocupó el único asiento libre que quedaba, dado que todo el coche iba ocupado por técnicos que controlaban el viaje en todo momento. Y software, mucho software, ordenadores y pantallas por todas partes, encargadas de controlar el vehículo y monitorizar a la central todos los parámetros del viaje. El modo autónomo puro implica que el coche toma todas las decisiones y, una vez que le hemos indicado a dónde queremos ir, utiliza el GPS y sus recursos y sensores para desplazarse y no impactar con nada. Hay modos intermedios de automatismo en los que, o bien el coche actúa sólo en vías de alta capacidad, autovías y autopistas, en las que el tráfico es más sencillo, o requiere apoyo para el tráfico urbano. En todo momento el sistema automático se puede desconectar si el conductor actúa sobre los mandos del vehículo, y se vuelve por tanto a modo “manual”. En autopistas el coche mantiene el rumbo y decide si adelanta o no en función de cómo “vea” el tráfico y las condiciones de la calzada, y de hecho así lo hizo ayer, dado que gran parte del recorrido tuvo lugar a lo largo de la A-6 y AP-6, la carretera de La Coruña. El coche llegó a su destino sin que se produjera incidencia alguna, que se sepa, con todos sus integrantes en perfecto estado y sin un solo rasguño, habiendo superado un trayecto largo en unas condiciones meteorológicas variables, frías y muy reales. El experimento, por lo tanto, parece que resultó plenamente exitoso, además de lograr para la marca francesa una promoción más que notable, dado que la noticia, con toda la lógica del mundo, salió en todos los medio de comunicación. A su llegada a Villaverde lo esperaba la vicepresidenta del gobierno, Soraya Sáez de Santamaría, que como Núñez Feijoo en la salida, otorgaba un rango institucional al acto, algo así como la inauguración del coche autónomo, en este caos sin corte de cinta que se sepa. Imagino a los que acudieron a la salida y llegada del vehículo con una cara de asombro y admiración al ver como el coche, en efecto, iba sólo, y nadie movía ni el volante ni los pedales. Más cara de susto se les quedaría a los conductores que, a lo largo del trayecto, se cruzaron o adelantaron (o fueron adelantados por) un vehículo lleno de personas en el que nadie conducía. Quizás a más de uno le dieron ganas de soltar el volante del susto, o de asirlo con más fuerza aún para tener un lugar en el que agarrarse.

En 1848 se inauguró la primer línea de tren en España, el archiconocido trayecto Barcelona Mataró, un inicio ferroviario con pompa, boato y curiosidad, que trajo a España la primera revolución en los transportes que tenía lugar desde la invención de las calzadas romanas. Puede que dentro de unas décadas, cuando el parque móvil sea automóvil en el más estricto sentido del término, los escolares, si siguen estudiando, tengan que aprender esa fecha del siglo XIX y la de ayer, 24 de noviembre de 2015, como la del inicio de la revolución autónoma de la movilidad. Créanme que si se lleva a efecto (hay aún problemas técnicos, legales y sociales para ello) el aspecto de nuestras ciudades y parte de nuestra vida va a cambiar muchísimo.

lunes, noviembre 23, 2015

Bruselas, ciudad cerrada

Es Bruselas una curiosa ciudad, sita en medio de dos mundos, el francés y el germánico, que ha basado su existencia en puentear a ambos y en tratar de vivir sirviendo de nexo común entre las dos comunidades. Capital de un país, Bélgica, hasta cierto punto artificial, y que en la práctica son dos, separados por lengua y cultura, su situación intermedia y su tamaño mediano la hicieron ideal para situar en ella las instituciones de la entonces CEE, ahora UE, que ha crecido en importancia y número de funcionarios hasta lograr rediseñar un barrio, el llamado “europeo” que es un pastiche de edificios modernos apretujados en unas calles en las que apenas hay espacio.

Esa ciudad, una de las más cosmopolitas de Europa, lleva dos días cerrada. Sus museos no abren, el metro no circula, cines y teatros han estado todo el fin de semana con la persiana bajada y la vida social, más que al ralentí, se ha apagado del todo. Turistas que, como todos los fines de semana, llegan a la ciudad, se han encontrado con un panorama desolador, en el que las tanquetas y fuerzas policiales eran lo más exótico que se podía fotografiar en una urbe sin alma. El gobierno belga, ante el riesgo informado por los servicios policiales de atentado, ha optado por prevenir y decretó el sábado el cierra de todo lo cerrable, decisión que en un fin de semana puede causar muchos trastornos, pero que colapsa la ciudad en una jornada laborable, como puede ser el caso de hoy. La posibilidad de Salah Abdeslam, el presunto líder de la célula terrorista atacante de París huyera y encontrase refugio en su ciudad, Bruselas, ha provocado esta orden, y ha militarizado todo el espacio urbano, no solamente el ya famoso barrio de Molenbeek, en el que se encuentra la pista de todos los atentados yihadistas habidos en Europa en los últimos años, 11M incluido, sino en cualquier barrio de la capital y la periferia. Gracias a las películas hemos visto muchas veces las imágenes de ciudades modernas sitiadas, tomadas por efectivos militares que patrullan y controlan calles, accesos y locales, y esta vez asistimos en directo a una operación así, que no tiene nada de peliculera y sí mucho de real. Ayer por la tarde noche el dispositivo policial organizó una redada en varios barrios de la ciudad y detuvo a cerca de una quincena de personas, pero entre ellas no se encontraba el buscado Abdeslam, del que se dice ahora que ha podido huir a Alemania. Es casi seguro que entre los detenidos habrá vínculos con tramas yihadistas, porque la experiencia demuestra que el gobierno belga ha sido muy negligente con el control de estas tras en su país, y al final, de una manera figurada, la bomba le ha estallado en las manos. Desde hace meses se viene repitiendo la frase de que es Bélgica el país que, respecto a su población, más personas ha enviado a Siria para enrolarse en las filas del infame DAESH, pero nada se ha hecho para evitarlo. Continuamente se señalaba a Molenbeek como un feudo yihadista, un barrio de decenas de miles de personas que, en la práctica, funciona fuera de la ley belga y en el que la policía tiene muchos reparos a la hora de acceder y trabajar, por miedo a su propia seguridad. Y tampoco se ha hecho nada. Ahora, tras la carnicería parisina, organizada tanto desde Francia como desde la vecina Bélgica, el gobierno local se ha dado cuenta de la aterradora situación que tiene entre manos, y admite, aunque no lo diga, que no está bajo control, bajo ningún control. Una medida excepcional como es el cierre de la ciudad sólo puede ser decretada por una causa excepcional, riesgo inminente de atentado, y por un origen excepcional. El descontrol absoluto.

Hoy va a ser un día muy complejo para una ciudad en la que, con los colegios y universidades cerradas, y el transporte público suspendido, muchos irán a trabajar como puedan, dado que las empresas e instituciones, en principio, abren sus puertas. La sensación de miedo en el corazón de Europa crece y, aunque sea lo menor en este caso, el impacto económico de la crisis terrorista también sube sin parar, quedándome la duda de cuántas décimas de PIB puede suponer el cierre de la ciudad, las ventas no realizadas, los negocios parados, los costes de transporte. Este fin de semana el terror ha vencido en Bruselas, doblegándola. Oscuro panorama el que tenemos por delante. Habrá que estar muy atentos a las novedades a lo largo del día de hoy.

viernes, noviembre 20, 2015

La matanza de París y los medios de comunicación

En una semana dominada, como no podía ser de otra manera, por los atentados de París, resulta interesante observar cómo han funcionado los medios de comunicación tanto a la hora de informarnos de lo sucedido como en el desarrollo de su actividad, su grado de inmediatez, morbo, etc. Lo primero que debo decir es que, como casi siempre, y en lo que hace a las televisiones, TVE ha dado un baño al resto, en cobertura, rigor y seriedad. Empezando por la noche de los atentados, en la que el 24 horas llevó su programa hasta las 2 de la mañana mientras el resto de cadenas seguían con su programación habitual, muy zafia por otra parte.

A partir de ahí el sábado, a rebufo, todas las cadenas montaron especiales tratando de compensar el abandono del día anterior, con resultados variados que, en general, tendían a la ruidosa tertulia llena de expertos en terrorismo islamista que, hasta apenas unas horas lo eran en deuda soberana, hace un par de días, de navegación aérea y de estructuras de los Airbus. Mucho ruido y pocas nueces. Hemos visto en televisión entrevistas a expertos de verdad en el tema, sí, pero especialmente, otra vez, en TVE. Y esos expertos se han mostrado mucho más cautos y dubitativos a la hora de analizar lo sucedido y sus consecuencias que muchos periodistas y tertulianos, que lo han visto todo de una manera sencilla y obvia. París se ha convertido en una plató televisivo mundial en el que presentadores y enviados especiales elaboraban sus crónicas con velas, ramos y lloros de fondo. En medio de tanto ruido la imagen serena y seria de Ana Blanco presentando los telediarios con la patriótica torre Eiffel de fondo me ha parecido de lo mejor, tanto por el tono institucional que transmite, muy necesario en estos casos, como por la serenidad que aporta, en medio del mar de nervios en el que vivimos. La prensa y radio ha actuado como suele ser habitual, de una manera mucho más seria y rigurosa que la televisión. La noche de los atentados seguí Onda Cero y RNE y ambas emisoras y sus profesionales dieron un buen ejemplo de saber estar, serenidad y control de los nervios. Nervios que, por lo sucedido, y por la prisa para ser los primeros, han causado más de un disgusto. La habitual carrera por ser el primero en contar algo, llevarse la audiencia y colgarse unos galones, en un tema que casi todo el mundo dejó claro que no le interesaba el viernes, mientras sucedía, ha generado muchos errores, desmentidos y equívocos, todo ello en medio de la lógica confusión de unos sucesos que nos desbordan. El resultado del asalto de Saint Denis del Miércoles se supo de manera precisa ayer jueves. Querer correr mucho hace que los patinazos, golpes y accidentes crezcan. Internet puede ser un gran aliado para lograr información, pero también una fuente de errores. Ser periodista no es leer lo que se publica en twitter y redifundirlo, sino algo mucho más serio. Y en esta crisis se ha visto clara la diferencia entre los profesionales de los medios que antes he mencionado y otros, que pueden competir en igualdad con los primeros en materias de escasa trascendencia, pero que ante la crudeza del terror, ante las noticias de gravedad extrema como la que nos ha sacudido, muestran una endeblez y falta de consistencia preocupantes, por no hablar del sesgo y soberbia de algunos de los opinadores que nos regalan sus diatribas tertulianas sea cual sea el asunto, sin saber de él. Así mismo, resulta ridículo ver a cientos de personas que, en las redes sociales, sin saber nada de periodismo, afirman que todos lo hacen mal menos ellos mismos, en una nueva manifestación de esa manía hispánica de apedrear a los demás por todo lo que hacen y absolverme a mi mismo de hasta lo que no hago. Antes se hacía en privado, ahora por internet, peo da igual, Es la misma soberbia del que nada sabe y de todo cree que entiende.

Crisis como estas demuestran hasta qué punto es necesario contar con un periodismo serio, profesional, competente, estable y bien pagado, que permita tirar de experiencia, que no abuse de la emoción y tenga el rigor y la serenidad por bandera, aunque eso de menos audiencia. Los articulistas de la prensa enviados a París han estado, en este caso, por encima de sus compañeros audiovisuales, la radio por encima de la televisión, TVE por delante del resto de cadenas, y la información, en general, ha predominado. Por último, un detalle. En esta ocasión tampoco hemos visto imágenes de cadáveres ni de otro tipo, tan habituales en España. En el debate sobre la ocultación y la exposición en Francia ha ganado la primera. Interesante aspecto a reflexionar por parte de una sociedad, la española, muy amante del morbo.

jueves, noviembre 19, 2015

Nervios y falsas alarmas

Ayer por la tarde, durante cerca de tres cuartos de hora, parte de la plaza en la que se sitúa el complejo en el que trabajo y una de las calles que a ella desemboca estuvieron acordonadas por la policía por un aviso de seguridad. Una mochila sospechosa desató las alarmas y, ante el momento que vivimos, mejor prevenir que curar. Furgonetas, luces, perros policía, todo u despliegue para que, finalmente, la mochila estuviera llena de folletos publicitarios y no supusiera riesgo alguno. Algunas webs hablaron de alarma en el corazón financiero de Madrid, lo que elevó de golpe el estatus de mi trabajo (que no es nada del otro mundo) y todo quedose en nada.

Es normal, en medio de la histeria que vivimos, que cualquier sospecha pueda desatar la alarma. El riesgo de atentado, que siempre está presente, se dispara tras ver como nuevamente los islamistas han actuado de manera cruel, certera y despiadada. Nos quedan por vivir a lo largo de estos días cercanos muchos episodios de este tipo, donde todo objeto que parezca abandonado, puesto en medio de la calle, el andén del metro o cualquier otra parte nos haga levantar sospechas y recelos. Reitero que es normal, pero pese a ello no debemos dejar llevarnos por esta histeria. Hacerlo sería como dar a los terroristas una de las victorias que buscan. Si se llama terrorismo es, entre otras cosas, porque desean que ese terror que siembran cale en la sociedad y la condicione. Dejar que los nervios nos dominen es absurdo, y por mucho que nos cueste, debemos ir contra ello. El riesgo de un atentado en Madrid ayer, y hoy, es el mismo que había el jueves pasado. Alto. Si el jueves nadie pensaba en ello, ¿por qué ahora todo el mundo no deja de pensarlo? Porque, obviamente, ha visto como esa amenaza se ha encarnado en París, y piensa que podía ser en su barrio, en su oficina. A este sentimiento natural de indefensión sólo se le puede combatir con arrojo y gallardía personal (vamos, echarle huevos dicho en castizo) y saber que la probabilidad de morir en un atentado es muy escasa, y tener en mente que hay cientos, miles de profesionales que trabajan sin descanso para evitar que se produzca un suceso así. En cierto modo es algo similar a lo que pasa con el miedo a volar, que resurge tras cada accidente aéreo (últimamente ya no hay accidentes, son todo atentados) y luego se vuelve a atenuar. Y cuando subimos a un avión sabemos que es el medio de transporte más seguro sobre todo porque otras miles de personas trabajan para que así sea, tanto a las que vemos operar en cabina, tierra y torre como a muchas otras que están ahí pero no las percibimos. Su trabajo es nuestra seguridad en el cielo. Y esto pasa lo mismo en el caso de atentado. Los “malos” van a seguir buscando hacernos daño, y seguramente volverán a conseguirlo nuevamente, no se cuándo ni dónde, pero estoy convencido que para cuando lo logren serán decenas las intentonas frustradas por la policía y servicios de seguridad de medio mundo, que les siguen los pasos. No existe la seguridad plena, ni en el terrorismo ni en los aviones ni en el coche ni en ninguna parte, pero debemos saber que, más allá de todas las fuerzas del orden que veamos moverse por nuestras calles y lugares de reunión, son muchos más los profesionales a los que no vemos que realizan la labor oscura, precisa, y fundamental, para evitar el próximo atentado. Es una lucha soterrada, secreta, invisible a nuestros ojos, entre quienes nos protegen y los que quieren matarnos. Y de esa lucha surge nuestra confianza.

Como el hecho de que llueva o haga sol, el terrorismo islamista es indiferente a la conducta personal. No hay actitudes “de riesgo” que nos permitan individualmente estar más o menos seguros, porque el golpe efectivo pude darse en cualquier momento o lugar. Por eso lo mejor es mantener la vida que llevamos habitualmente, no realizar restricciones vitales pensando en que así podremos evitar el atentado, porque son una mera ilusión, y afrontar la vida con ganas, esperanza y espíritu de lucha y supervivencia. Mostrar a los seres queridos que lo son para nosotros cuando y cuanto podamos, y saber que, aunque nos hagan llorar, mucho, más, acabaremos derrotándolos.

miércoles, noviembre 18, 2015

El terrorismo genera héroes. Benditos sean

Organizó bastante revuelo Arturo Pérez Reverte en twitter a lo largo del sábado con algunos comentarios sobre cómo reaccionaron los rehenes de la sala Bataclán y cómo debían de haberlo hecho. Comentaba el escritor que, ante el asalto, una acción decidida por parte del público presente podría haber reducido, rodeado y acabado con los terroristas, causando muertos, pero en todo caso muchos menos de los que finalmente acabaron produciéndose. Decía Arturo que el terror que domina a los occidentales ante la muerte había sido la principal arma con la que habían actuado los terroristas, su más mortífera bala.

Tiene algo de razón Reverte, pero no es menos cierto que el heroísmo que reclama, en estos casos, proviene del forzamiento, no de la preparación. Gente entrenada en el manejo de armas, en la presión y la lucha, como los asaltantes, o los militares y comandos especiales, pueden actuar de una manera muy distinta a la que lo haríamos el común de los mortales ante un acto así. Lo vimos en el frustrado ataque contra el Thallis, tren de alta velocidad entre París y Ámsterdam, donde la actuación de un par de militares norteamericanos que estaban de vacaciones, apoyados por otros civiles, redujo al terrorista que podía haber causado una gran catástrofe. En este caso el instinto militar se despertó al oír un ruido que era el de carga de un arma. Los militares fueron los héroes que lograron que otros no entrenados se unieran a ellos. Pero de no estar presentes, ¿qué hubiera pasado? Mejor no saberlo. La pregunta para la que no tenemos respuesta, ni queremos hacérnosla, es ¿qué hubiera hecho yo en caso de estar en la sala Bataclán y sufrir el asalto terrorista? No lo se, no puedo saberlo, no soy capaz ni de imaginar lo que puede suponer una situación así. Lo lógico sería que, conociéndome poco a mi mismo, me pusiera a gritar como un loco y el miedo me poseyese, porque créanme que no soy el hombre más valiente del mundo (más bien lo contrario). Sin embargo ante situaciones tensas, límites, como estas, las reacciones humanas suelen ser diversas y muy sorprendentes. Los anglosajones lo resumen con una sigla, FF, que viene de Flight or Fight, traducido vuela o lucha. Las alternativas son escapar corriendo o enfrentarse al peligro, y no son pocas las veces en las que se da que aquellos que uno pensaría iban a ser los más rudos y lanzados son los primeros en esconderse, mientras que los cobardes y tímidos demuestran un gran valor. Sinceramente no tengo gana alguna de realizar el experimento en mis propias carnes, que como buen cobarde aprecio mucho en su actual estado de funcionamiento. Pese a ello, todos estos episodios atroces se dan habitualmente casos de heroísmo sobrevenido, de personas que actúan no tanto para salvarse ellos como para salvar a los demás, un rasgo muy humano, exclusivo de nuestra especie, tanto como la capacidad de exterminar a nuestros semejantes. Episodios, en medio del caos y la furia, de humanismo, de entrega, de riesgo, de poner en juego la vida de uno para salvar la del otro, llegando muchas veces a perderla. Cuenta en un escrito la mujer de Juan Alberto González, el primer español muerto en la sala, que cuando empezaron los disparos la actitud de su marido fue la de proteger la cabeza de su mujer con sus piernas, cuando ambos se echaron al suelo. Al levantarse él le habló, y ella apenas le entendió, pero vió que estaba herido de gravedad. La sensación con la que Ángela despide a su marido, en medio del horror, es la de que el último acto de su vida ha sido destinado a, como podía, protegerla de algo que ni entendía y le superaba por completo. Él hizo lo que pudo y en ese gesto perdió su vida. Para Ángela su marido actuó como un héroe, y ese será el recuerdo que mantenga de él para el resto de su vida.

También fue un héroe la persona que, viendo a una mujer colgada de una de las ventanas que el edificio de ocio tenía, dando a un callejón de servicio, la vio y dedicó su tiempo a rescatarla, sin saber ni pensar si ese tiempo era precioso para salvar su propia vida. Se quedó allí, la agarró e izó, salvándola de una caída que, sin duda, hubiera sido muy grave para la mujer. Ella, se ha sabido con posterioridad, estaba embarazada. Y ha podido encontrar a la persona que le salvó de la caída. Esa persona, que se llama Sébastien, también es un héroe, y su labor contribuyó a que hubiera una víctima menos en la horrenda noche de París. Sébastien, Juan Alberto y otros tantos, son los héroes en los que debemos fijarnos para encontrar una esperanza en el horror de París, para asirnos y darnos cuenta de que la maldad no debe, no puede, vencer. Que la derrotaremos.

martes, noviembre 17, 2015

No sólo, pero también hay que bombardear a los islamistas de DAESH

Una de las primeras medidas puestas en marcha por el gobierno de Hollande tras la matanza del viernes en París ha sido la de intensificar los bombardeos sobre Raqqa, antiguamente Siria, actualmente tierra de los yihadistas, y autoproclamada capital de su fantasmagórico califato. A medida que despegaban los Mirage cargados de bombas empezaban a oírse voces que dejaban de ser francesas y veían con malos ojos la intervención. Ganas de provocar, la guerra no soluciona nada, y consignas de este tipo se han repetido con saciedad estos días. ¿Tienen razón?

Como casi siempre, sí y no. El terrorismo al que nos enfrentamos es de una magnitud y complejidad tal que, ni somos capaces de entenderla bien ni queremos asumirla. A un problema de esta complejidad no se le puede abordar con soluciones triviales, que quedan muy bien en las vociferantes tertulias televisivas, pero que no sirven para nada. Debemos establecer una estrategia de múltiples frentes que nos permita actuar, en cada caso, con las herramientas y fuerza necesaria. Ante un ataque de tipo militar por parte de una organización que se hace llamar estado y controla un territorio la intervención militar como respuesta está plenamente justificada y es útil, porque destruye al problema en el lugar en el que se ha asentado y utilizado como base de operaciones, pero eso no afectará mucho a los grupos islamistas que están en nuestra sociedad. La mayor parte de los autores del salvaje acto del viernes son franceses. Para actuar en ese ámbito debemos usar herramientas de inteligencia, espionaje, estudio de las formas de adoctrinamiento y combate de las mismas, control de las redes sociales, de los mensajes que emanan de las mezquitas, etc. Para lograr que desarraigados de segundas o terceras generaciones no vean en el islamismo una utópica tabla de salvación hay que reforzar las políticas de integración y de apoyo a los barrios marginados. También hemos visto que muchos de los combatientes que se lanzan hacia Irak y Siria no provienen de familias desestructuradas, sino más bien al contrario. Jóvenes de clase media o alta, con estudios y cultura, que en un momento dado se lanzan a la aventura, bien porque ven que su vida carece de emociones, porque les pone experimentar que se siente al matar gente de verdad y no sólo en las pantallas, o que se encuentran de repente ante un vacío existencial y un islam rigorista, rígido y sencillo les ofrece una guía de supervivencia en tiempos cada vez más complejos y convulsos, a saber. Todas estas variantes requieren estudio por parte de psicólogos, sociólogos y analistas sobre el terreno de nuestras sociedades, que traten, por un lado, de evitar que estas alternativas yihadistas sean una vía de escape y, por otra parte, puedan detectar qué individuos están en riesgo potencial de ser abducidos por ella. Por tanto, la lucha contra el terrorismo se puede plantear, se debe, en múltiples planos, cada uno de ellos especial, con características propias, en los que se deberá emplear en cada caso los profesionales expertos en la materia. Abordarlo requiere una cooperación plena entre militares, policías, servicios de información y espionaje, servicios sociales, alcaldías y otras instituciones de los estados que muchas veces viven de espaldas unos de otros, y generan fallas por las que puede colarse esta hidra sanguinaria que pretende destruirnos. No querer asumir esta complejidad es uno de los problemas a los que nos enfrentamos como sociedad, y el caer en el mesianismo de las soluciones mágicas y únicas, algunos tirarán por el control de fronteras, otros por el buenismo integrador, es cometer un inmenso error.

Hay que ser sinceros en este asunto. La dimensión del fenómeno yihadista ha alcanzado un tamaño y complejidad que hace imposible, repito, imposible, que pueda ser derrotado en el corte y medio plazo. Vamos a tener este riesgo con nosotros durante muchos años, décadas me atrevería a afirmar, y nuestros esfuerzos deben estar centrados, por un lado, en la erradicación de los combatientes en el origen (vía militar) y el control y contención de riesgos en nuestras sociedades (vía todas las anteriormente mencionadas). Nos esperan muchos años, y golpes duros, como el de este fin de semana, o puede que incluso más cruentos, porque lo van a volver a intentar una y otra vez. Algunos los pararemos, otros no. Debemos, como sociedad, tener esto muy claro y asumirlo.

lunes, noviembre 16, 2015

París. Las víctimas

El Viernes por la noche, a eso de las 22:00, subí al metro desde el centro de Madrid rumbo a casa, cansado tras una jornada laboral compleja y una tarde de acto cultural y recado obligado. Iba leyendo “Underground” de Haruki Murakamy, uno de los autores japoneses más famosos. En este caso su obra no es una novela, sino un ensayo centrado en los atentados que la secta Aun Shinrikyo cometió en dichas instalaciones en 1995, mediante la dispersión de gas sarín. Murieron 27 personas y cientos más resultaron heridas, de mayor o menor consideración, y muchas con secuelas que les resultaron definitivas para el resto de sus vidas.

Fueron varias las estaciones atacadas con gas, y el libro estructura sus capítulos en función de ellas, y en cada uno se ofrece un recopilatorio de las entrevistas realizadas por el autor a las víctimas que resultaron heridas en esas estaciones. El escritor ha redactado el resultado de varias horas de conversación grabada con cada víctima, pero el texto transmite la inmediatez, frescura y voz de cada una de ellas. Hay de todo, como uno pudiera imaginarse. Personas de edad avanzada y estudiantes muy jóvenes, profesionales de alto rango y desempleados, gente con creencias religiosas, algunas de ellas incluso colindantes con las que difundía la secta autora del atentado, y otras a las que la trascendencia no les importaba. Sus testimonios, partiendo de puntos tan diversos, convergen en un mismo lugar y momento, el del atentado, y salvo escasas excepciones, a partir de entonces serán otras personas. El grado de lesiones que se muestra es diverso, desde personas que reaccionaron poco al gas y sobre todo sufrieron daños psicológicos derivados de lo que vieron hasta personas que, años después del atentado (el libro se escribe en 1999, cuatro años después) aún siguen con intensas secuelas que les dificultan notablemente la vida corriente, necesitando rehabilitaciones, asistencias o incluso personal de ayuda al haber quedado en una situación de semi invalidez. Predomina el discurso comprensivo entre todas ellas, comprensivo respecto a su situación y al futuro que afrontan, no desde luego a lo que sucedió ese día. El terror, el miedo, el no saber a qué se enfrentaban, las carreras por pasillos y andenes, los mareos, vómitos y desmayos. Chillidos y nervios desatados. Varios son los testimonios que relatan cómo ver personas que parecen estar muertas, desplomadas en los andenes con el cuerpo retorcido y una tez blanquecina. La experiencia turba a casi todos, los supera. Reaccionan de maneras muy diversas, pero en general de formas que no hubieran imaginado con anterioridad, porque es imposible, como cuentan, ponerse en la piel de alguien que ha vivido algo semejante. Ante las preguntas sobre la opinión que les merecen los autores del atentado, las víctimas muestran tanto sentimientos de odio hacia ellos como de tristeza y, sobre todo, incomprensión. En Japón existe la pena de muerte, pero son pocos la que la reclaman para los autores. La mayoría desean que no salgan de la cárcel, pero coinciden en que cualquier condena que se les imponga será menor que el sufrimiento y daño que les han causado a ellos y, como no, a los familiares de los que fallecieron por causa de sus actos. Eso es irreparable y no hay nada que la justicia humana pueda hacer para corregirlo. Ese sentimiento de impotencia es muy abundante y repetido, y deja al escritor, que introduce reflexiones propias al inicio y al final de cada testimonio, sin saber ni que decir ni que hacer, a sabiendas de que todo será en vano.

Salí del metro, habiendo terminado el libro en la parada anterior a la mía, y llegué a casa a eso de las 22:40 más o menos. Puse el 24 horas de TVE, como casi siempre, y me encontré a los tertulianos del Viernes de “La noche en 24 horas” que estaban comentando unas noticias que llegaban de París sobre explosiones y tiroteos, muy confusas en principio, y que hablaban de un par de muertos. Con el paso de los minutos la confusión, creciente, se iba solapando con el horror, y empecé a darme cuenta de que, como en Tokyo, cientos de víctimas podían estar naciendo en París, y sus testimonios nos llegarían en breve. Y el daño empezó a crecer en mi.

viernes, noviembre 13, 2015

De cómo Borrell desmonta el mito independentista catalán

Ayer por la tarde Josep Borrell presentaba en Madrid su último libro, Las cuentas y los cuentos de la independencia, coescrito con Joan Llorach, en un acto al que no pude asistir. He leído el libro y me ha gustado mucho, porque en menos de doscientas páginas desmonta el mito del expolio fiscal del resto de España a Cataluña, y con unos números y mucha cabeza fría se enfrenta a las calenturientas mentes independentistas que, como siempre, viven en un discurso instalado en la arcadia feliz de su nación soñada, auténtico bálsamo de fierabrás de todos los males. Por eso me hizo ilusión ver que en La noche en 24 horas de TVE Borrell fuera entrevistado, y así pude, aunque de manera virtual, acudir a dicha presentación, dado que el trabajo me impidió hacerlo en persona.

Señaló Borrell muchas cosas interesantes, propias de un hombre, como él, desperdiciado por la política nacional, que nunca admitió que alguien listo y brillante pudiera llegar a un cargo de gran poder, empezando por el desprecio de los suyos. De entre todo lo que dijo, quiero señalar tres cosas que, acertadamente, destacó como la base de las mentiras que han generado este estado de ánimo independentista en una Cataluña que, pese a tener siempre un componente de ruptura, jamás lo ha sido a los niveles vistos en estas fechas. Tres componentes que, apostilló, se dan en todos los regímenes totalitarios, que se usan siempre y funcionan. La primera es que la mentira que se cuenta tiene que tener una mínima base de realidad. Si cuento que a Cataluña le roban los extraterrestres nadie me hará caso, pero si digo que lo hace el resto del país sí, porque los catalanes saben que, es cierto, pagan más impuestos en media de lo que reciben en inversiones. Esto se debe, obviamente, a que son, en media, más ricos, y por eso pagan más. Pero es cierta esa diferencia. A partir de ahí uno puede tratar de estimarla seriamente, como hace Borrell, Ángel de la Fuente u otros expertos, o inventarse la falacia de los 16.000 millones de euros que España roba a Cataluña. El segundo componente es el de la repetición, el machaqueo constante, el bombardeo. Instituciones que deben servir al ciudadano se ponen al servicio único y exclusivo de una causa, la independentista, dejando de lado todo lo demás. Medios de comunicación, públicos o privados, necesitados de subvenciones para sobrevivir, olvidan la labor periodística de la información y el contraste para caer en la propaganda y el bombo. Y en frente, nadie. Ante esta avalancha, este constante martilleo, el ciudadano tiende a decantarse por seguirlo antes de quedarse peligrosamente sólo. “Si todos lo dicen por algo será” se consuela uno, y se sube al carro, equivocado. Y la tercera base es que este conjunto de mentiras con base creíble y pregonadas sin fin deben resultar agradables para quien las escucha. Si todos los días me cuentan que el futuro estado catalán, con el dinero que nos roban los españoles, subirá las pensiones y dará más servicios públicos muchos ciudadanos verán que el negocio no es tan malo. Da igual que eso no sea cierto, lo importante es que es un mensaje amable y que ofrece una alternativa positiva, más necesaria que nunca en tiempos de crisis. Si asocio la independencia con el fin de los recortes en servicios sociales, que en Cataluña han sido muy duros, muchos de los perjudicados por dichos recortes se sumarán a la manifestación soberanista, y se envolverán en la estelada en la creencia de que ella les pagará las medicinas, asistencia y demás servicios que el recorte impuesto desde la expoliadora Madrid, impide desarrollar. Y así la masa independentista, pequeña y compacta, crece como un pastel amasado y horneado con mimo por quienes quieren quedarse con un pedazo de la tarta. Y los ciudadanos, engañados, serán comidos.

El libro de Borrell y Llorach ha sido censurado en los medios de comunicación catalanes, se han suspendido entrevistas a los autores y se han vertido calumnias contra ellos, porque sus páginas desmontan las tres estrategias citadas. Revelan la mentira del expolio fiscal, se atreven a ir en contra de la corriente de pensamiento único nacionalista y le cuentan al ciudadano muchas verdades, bastante incómodas en su mayor parte. Es, en este sentido, un ejercicio de libertad y honestidad de muy alto nivel, no muy habitual en nuestro país, que merece elogio y lectura. Sus autores, sobre todo, se han mostrado honestos frente a ellos mismos y a los ciudadanos, a sabiendas de que eso tiene costes muy elevados. Y eso merece mi aplauso y el de muchos otros.

jueves, noviembre 12, 2015

Qué hacer ante un Madrid contaminado

Lo que están haciendo Artur Mas y sus descarriadas huestes es contaminar la democracia hasta hacerla impracticable, y de mientras el cielo de Madrid presenta una situación análoga, solo que no se trata de ninguna metáfora, sino de auténtica mierda, polución estancada tras varios días de anticiclón estable que no mueve una hoja y menos todo el humo que emitimos a la atmósfera. Hoy por primera vez se impone el límite de circulación a 70 km/hora en la M30 y accesos a la ciudad. No se si la medida es útil o no, porque cuando se generan atascos nadie se mueve y se emite tanto o más que en movimiento. En todo caso, ojo con la velocidad y radares.

La mayor parte de la contaminación urbana de las ciudades occidentales ya no proviene de la industria, sino de los coches, los millones de coches que emiten partículas y gases y que se mueven sin parar por ella. En las ciudades de los países emergentes, a esos millones de vehículos debemos sumar las industrias sitas en las urbes, que emiten una barbaridad, pero no es este nuestro caso. Y es este, el de la contaminación, uno de esos problemas complejos que tienen difícil arreglo, porque se genera tras la agregación de millones y millones de decisiones individuales en las que la frase “pero si yo apenas contamino” es cierta. Un solo coche no genera mucho humo, mil sí, millones muchísimo. La contaminación urbana sólo desaparecerá de las ciudades cuando por ella circulen vehículos que no emitan, así de simple. Hasta entonces hay un lento y complicado camino de reducción, que pasa por medidas severas como la implantación de peajes o las matrículas alternas, que no solucionan el problema. Sólo la renovación del parque móvil es el camino seguro. Una vía para reducir de manera efectiva hasta llegar a ese ansiado cero de emisiones es la de potenciar el transporte público para sacar coches de las ciudades, transporte que debe ser eficiente, rápido, frecuente (ay, metro de Madrid, dónde quedaron tus antiguas y maravillosas frecuencias de paso…) y limpio. Una flota de autobuses urbanos que emitan muchísimo hace poco servicio a la limpieza. Siendo como es la flota de autobuses, por definición, un tipo de vehículo de intensidad máxima de uso, escasa distancia de desplazamiento respecto a sus bases y pernoctación obligada en las mismas, es el candidato perfecto para que sea completamente eléctrico. Aún con las baterías actuales, que dejan mucho que desear, la regularidad de paso y estacionamiento de los autobuses los hace perfectos de cara a poder ser electrificados en su totalidad y recargados en los puntos de reposo en la cabecera de las líneas y zonas de estacionamiento. Con eso eliminaríamos de la lista de contaminantes a cientos, miles de mastodontes que día tras día echan sin parar humos, entre otras cosas porque no se detienen a lo largo de toda la jornada. ¿Por qué no se hace algo así? Sería un plan costoso, lo se, y a medio plazo, no generaría efectos en un instante ni nos aliviaría el problema que tenemos esta semana y que seguirá la que viene, pero sí se notaría en un periodo de dos a tres años. Quizás una inversión así no genere los votos necesarios como para compensar su coste financiero, y por eso no se hace. Esta misma política de electrificación global se puede implantar ene l sector del taxi, aunque aquí  hay más problemas técnicos. La llegada futura de los coches autónomos también puede contribuir a reducir las emisiones. Miles de coches deambulan en todo momento buscando aparcamiento por el centro, con el objetivo de estar quietos, pero no pueden. Un coche autónomo que dejase a su dueño en su destino se iría directamente fuera de la ciudad y desaparecería de las calles hasta que su dueño lo requiriera de nuevo. Estaría por tanto fuera de la circulación. Lo malo es que para esto queda mucho tiempo todavía. Cada vez menos, sí, pero mucho tiempo.

Una muestra de lo poco que, en el fondo, nos interesa el tema de la contaminación, es que ni siquiera tenemos datos seguros de la misma. Sabemos con precisión milimétrica el estado de salud de los jugadores de fútbol estrella, pero no podemos decir cuál es el nivel de partículas o gases que se registran en cada momento en un punto de la ciudad porque no hay medidores fiables instalados, en la era de la conectividad y el big data. Aunque cierto es que esto es tanto por falta de interés del ciudadano como por desidia planificada por parte de las autoridades y los fabricantes de coches (no sólo Volkswagen miente en sus emisiones). En fin, que hoy tendremos la misma mierda sobre el aire de Madrid, el mismo anticiclón, y una discusión nueva sobre los 70 por hora. Y pocas soluciones, muy pocas.

miércoles, noviembre 11, 2015

¿La caída del gobierno de Portugal anticipa nuestro 20D?

La política portuguesa se ha vuelto muy interesante. Si no recuerdan mal, hace unas semanas les comenté que ni con las elecciones allí había sido posible que los medios le dedicasen al país vecino la atención debida. El resultado de esa jornada no arrojó sorpresas sobre el ganador de las mismas, el conservador Pasos Coelho, ni sobre los segundos y terceros (socialistas y comunistas respectivamente) pero la pérdida de la mayoría absoluta de los conservadores dibujó un panorama inédito hasta el momento y abrió la posibilidad de una coalición de izquierdas entre el segundo y el tercero para desbancar al primero. ¿Les suena?

El Presidente de la república, Aníbal Cavaco Silva, que ostenta un cargo representativo pero carente de poder real, como nuestro Rey, llamó a consultas a los representantes de los distintos partidos y, tras escucharles, instó a Pasos Coelho a formar gobierno, entre amenazas de un frente de izquierdas que ya fraguaba un acuerdo para derribar el posible nuevo gobierno conservador. Dicho y hecho, Coelho formó un gobierno que resultó investido en segunda vuelta y empezó a trabajar, y once días después, once nada más, el once del once, que es hoy, el gobierno ya no existe. Ayer fue derribado mediante una moción de censura auspiciada por la citada coalición de izquierdas. Ahora la pelota vuelve a estar en el tejado de Aníbal, el Presidente, que tendrá que mandar formar gobierno a un nuevo candidato. También puede optar por encomendar al tarea nuevamente a Pasos Coelho, pero es muy probable que la historia se vuelva a repetir, por lo que lo más lógico es que, ante la posibilidad de convocar nuevas elecciones, que supondrían un retraso en los plazos y una pérdida de tiempo valiosa, Aníbal encomiende la tarea al representante de los socialistas, Antonio Costa. Y todo ello en medio del, podrán ustedes imaginarlo, marasmo político más absoluto y acusaciones de todo tipo entre los conservadores y el resto de las bancadas en el Congreso de Lisboa. ¿Qué nos está diciendo Portugal? Algo tan simple y obvio como que los partidos cosechan votos, pero los gobiernos se eligen en los parlamentos, y es la mayoría de escaños en las cámaras la que faculta que se pueda gobernar o no. Es legítimo defender tanto el gobierno del partido más votado como el de la formación que reúna en torno a sí al mayor número de parlamentarios, y en los casos en los que, como el que nos ocupa, las dos opciones otorgan dos combinaciones diferentes, es mucho más segura la mayoría que se basa en el pacto parlamentario, dado que un gobierno de minoría es, por defecto, inestable, y en todo momento debe conseguir acuerdos para refrendar sus leyes y presupuestos. En las últimas elecciones municipales y autonómicas en España hemos asistido a situaciones muy similares, en este caso con el patrón general de un PP siendo el partido más votado en la elección que se tratase y la formación de un gobierno de coalición entre segundos y terceros, generalmente de izquierdas, que se hacían con el poder en disputa. Se ha puesto el grito en el cielo ante esta situación, pero la verdad es que es completamente normal, y propia de regímenes democráticos representativos, donde son los parlamentarios nacionales o autonómicos, y los concejales, los que ostentan la representatividad otorgada mediante el voto. Sólo en unas elecciones presidencialistas, definidas en un sistema de dos vueltas, como es el caso de las municipales y presidenciales francesas, logran que el candidato más votado sea el que más representación obtiene, al llegar al final a un resultado en el que alguien, por lógica, debe superar el 50% del voto emitido, en primera o segunda instancia. En España eso no existe ni se le espera, por lo que el debate sobre la legitimidad del acuerdo entre “perdedores” carece de sentido.


Y esto nos lleva a pensar en las elecciones generales del 20D. Las encuestas, volátiles a más no poder, sólo coinciden en tres cosas. Ganará el PP, perderá la mayoría absoluta, y el juego ya no será cosa de dos, sino de al menos tres (y quizá cuatro). En función de los votos, y la asignación de escaños por provincias (esto es muy difícil de simular, mucho cuidado) es perfectamente posible que una coalición PSOE Ciudadanos pudiera desbancar al PP, como era posible hace un año que la combinación PSOE Podemos lograse el gobierno. Lo sucedido ayer en Portugal, inédito allí, muestra que todo puede pasar. Nuevamente, debiéramos hacer más caso a lo que sucede al otro lado de la raya.

martes, noviembre 10, 2015

No entiendo cómo se puede maltratar a quien se ama

Este pasado sábado tuvo lugar en Madrid una gran manifestación en contra de la violencia de género, inmensamente de corte machista, que llenó el centro de la capital. Con el consenso de todos los partidos y formaciones sociales, la marcha transcurrió en un clima festivo y a la vez, reivindicativo, una descripción muy típica de este tipo de actos, pero que es cierta, y en este caso habría que añadir el carácter de rebeldía ante lo que no son asesinatos que, con una frecuencia e intensidad alarmante, se producen en nuestra sociedad en medio, muchas veces, del mutismo, o de lo que es peor, la comprensión o la excusa. Jamás, nunca jamás.

Pensaba algo de todo esto ayer por la tarde en un lugar muy amoroso. Junto con mi amigo DAG, que ha aprovechado unos días de sus vacaciones para visitarme en este puente de la Almudena, festivo sólo en la capital, subimos a la terraza del Círculo de Bellas Artes para, en una tarde de noviembre digna de mayo, ver las vistas de la ciudad desde lo alto y cómo se pone el sol, y las luces nocturnas se iluminan. Es una visita recomendable, no barata (cuatro euros por persona) y que satisface, pese al hecho de que la azotea no se encuentra a suficiente altura como para ofrecer una visión realista de la ciudad. Esa terraza se ha transformado desde hace un par de años en un lugar para ver la ciudad y ser visto, con un ambiente de playa ibicenca, hamacas y mucha gente guapa (pese a lo cual aún me dejan subir). Y claro, es un despliegue de amor. Decenas de parejas, muchísimas, contemplando la puesta de sol, sacando un instante entre foto y foto, pose de selfie con o sin palo, y besos con fondos variados. La terraza ayer por la tarde parecía la expresión real de un muro de Facebook, llena de imágenes sonrientes, alegres y desenfadas, de esas que luego se cuelgan en la red en pocos minutos. Era una sensación irreal, como de cuento, ajena a lo que pasaba varias decenas de metros en la calle, en la vida real. Ahí arriba las parejas se querían, abrazaban y besaban sin pudor, miedo al futuro ni atisbo de sombra que empañase su instante. Las veía, junto al paisaje urbano que perdía ante mi el brillo de la tarde, y pensaba en cuántas de esas perfectas parejas habrían discutido la última semana, el último mes. Cuántas de ellas habrían tenido hace poco una bronca, no una discusión normal, que de esas hay habitualmente y, además, ayudan a conocerse y asentar las relaciones, sino una bronca de las gordas. Ojalá que ninguna, pero con tantas como había en lo alto del edificio es probable que ese pensamiento idílico ajeno al enfrentamiento fuera falso. Y en ese caso, en el de la bronca que transformó las sonrisas en agrios rostros enfrentados, ¿cómo acabó la cosa? ¿Hubo enfrentamiento? ¿Violencia? Cada vez que surge la noticia de un asesinato de pareja no puedo evitar pensar que hubo un momento en el pasado, lejano o no, en el que esa pareja se quiso, se besó y abrazó. Con un decorado urbanita de fantasía como el de ayer, o en su pueblo, o en un paisaje natural, donde fuera, esa pareja repitió gestos, posturas, complicidades y carantoñas como las que ayer se arrojaban desde la terraza del Círculo al mundo. Y luego eso desembocó en un desastre, en un drama, en un asesinato en el que el amor, usado como excusa, es lo más lejano que existe. Quiero pensar, deseo, que aunque la duración de las parejas es algo variable y desconocido, ninguna de las que ayer vi sufra ese destino inhumano, y que de una manera u otra eludan la violencia que, agazapada, puede existir en el interior de alguno de ellos.


Mi vida sentimental es un conjunto de fracasos que se suceden unos con otros partiendo de la nada hasta llegar al más absoluto vacío, y cada vez que lo intento y no consigo romper las murallas del corazón que trato de escalar jamás albergo sentimiento alguno de ira ante la chica a la que querido. Nunca. Me parece un absurdo. Por eso, por cada asesinato machista, además de la conmoción que me supone, me asalta la incomprensión más absoluta, la sensación de que es imposible entender cómo alguien puede matar a aquella persona a la que ha amado. Y ante esa cuestión no se qué contestar. Y a los pocos días otro caso nuevo, otra foto de mujer asesinada, y nuevamente las mismas preguntas sin respuestas

viernes, noviembre 06, 2015

Pedro Sánchez en su laberinto

Muchos e interesantes son los comentarios que han surgido desde que ayer se publicó la última encuesta del CIS antes de las elecciones del 20D, por lo que no les voy a insistir aquí sobre ello. Si quiero fijarme en la figura de Pedro Sánchez, el líder del PSOE, que se presenta por primera vez a unas elecciones como cabeza del partido y que, de no lograr un gran resultado, o una opción de poder gobernar en coalición con otros, quizás sean las últimas elecciones que dispute. Nunca nada es seguro hasta que sucede, pero parece una idea muy instalada entre los analistas de distinto espectro ideológico que Sánchez dispone de una sola bala, la de estos comicios, y que si la pierde, su puesto peligra.

Este Lunes pasado fue entrevistado por Ana Blanco en TVE, al igual que hace dos semanas lo fue Mariano Rajoy. En ambos casos la realización fue muy similar, idéntico decorado y formato, con preguntas de la entrevistadora y preguntas grabadas de ciudadanos. En ambas entrevistas la ganadora fue, por KO, la propia Ana Blanco. Creo que era la primera vez, quizás me equivoque, que Sánchez era entrevistado al estilo de candidato electoral, por lo que no tenía nada que perder. Su imagen es excelente, el apodo de “el guapo” no es por casualidad, y da a cámara con elegancia y estilo, y con aspecto de haber entrenado mucho. Estéticamente está en otra división respecto a Rajoy. El problema es, como el de Mariano, la consistencia de su mensaje. A las preguntas de Ana Pedro iba dando largas contestando con otras cosas, tirando de argumentario, con un estilo más propio de alguien que, como Rajoy, lleva tiempo gobernando y debe esconder los errores de su gestión. Sánchez aún no ha decidido nada, nada ha mandado hacer y, por tanto, en nada ha acertado ni se ha equivocado. Entonces, ¿por qué esa indefinición, esa falta de calado en sus propuestas? Vista en detalle la entrevista, y más allá de la anécdota surgida por el error de atribuir a los gobiernos del PSOE la aprobación de la ley del divorcio que llevó a cabo la UCD, el candidato socialista ofreció poco, mucha imagen pero poco fondo. El PSOE parece no haber superado la etapa de adanismo de ZP, la idea genérica de que con formas amables y discurso blando se conquista al electorado. Puede que eso fuera cierto en épocas de enorme (y falsa) bonanza económica, donde uno sólo quiere oír el piar de los pajaritos que hacen bonito en el jardín de su nuevo adosado, pero en momentos como los que hemos pasado y vivimos ese discurso buenista no funciona, es contraproducente. El PP ofrece enormes flancos en los que un PSOE arriesgado, con estilo y propuestas podría hacer daño, pero parece que ese PSOE, y sobre todo, esas personalidades, no existen. El PP lo centra todo en la economía, pero el PSOE, que gestionó desastrosamente esa materia, pese a haber contratado a algunas figuras como Jordi Sevilla, no logra emitir una sola propuesta en ese campo. Una opción que tiene para ello es aplicarse el cuento que le reclama, con razón, al PP y declarar un “mea culpa” en lo que hace a la gestión de la burbuja y el derrumbe. El error del PSOE en aquellos años fue clamoroso, lo sabe todo el mundo y no hay manera de esconderlo. En este aspecto Pedro Sánchez cometió otro inmenso error al desaprovechar, en la entrevista, la pregunta que Ana Blanco le hizo sobre de qué se arrepentía él o el partido. Hay Sánchez debió decir que sentía la gestión de la crisis, que no la vieron venir y, si la vieron, no se atrevieron a actuar, y se empeñaron en el error de la ceguera hasta que se estrellaron. Hasta que no pronuncie esas palabras nadie tomará en serio las propuestas económicas del PSOE. Y así no podrá presentarse como alternativa solvente.

Sánchez navega en un mar lleno de tiburones. A las formaciones emergentes, ahora menos Podemos y más Ciudadanos, que le quitan espacio político y votos, se suma el frente interno. Susana Díaz no puede verle, y encabeza un grupo de fieles que espera a que caiga como fruta madura tras un mal resultado. La situación en Cataluña y las, al menos, tres voces distintas que el PSOE tiene en cada Comunidad Autónoma sobre el tema complican mucho su imagen de estadista en un momento en el que es muy necesaria (aquí Rivera le apabulla por completo) y la noticia de hoy de que los barones le obligan a derogar en su totalidad la reforma laboral (si ganase no lo haría, no duden) muestra cómo vive sometido a presiones que hacen de su figura una opción muy frágil. El 20D se juega su futuro al todo o nada.

jueves, noviembre 05, 2015

Cataluña, en manos de las CUP

Me produce un enorme tedio el tema de Cataluña, no porque no sea importante, que lo es, sino porque muestra que, nuevamente, frente a los graves y muy reales problemas que tenemos en frente, nuestra ensoñación es capaz de fabricar nuevos desafíos que nos desgastan, agotan y dejan exhaustos para poder enfrentar los auténticos retos. El nacionalismo, ese gran mal que ha destrozado Europa tanto en el siglo XIX como en el XX, vuelve a aflorar y llena de corazones de discursos míticos, falaces e imposibles, pero las soflamas siguen ondeando al viento de quienes les soplan. Por eso, y aunque sigo pensando que todo volverá a su cauce, el mal nacionalista ya está hecho.

Una de las derivadas más graciosas de todo este asunto es que ahora las CUP son las que tienen la llave de la gobernabilidad de la región, lo que es muestra de hasta qué punto de disparate hemos llegado. ¿Qué son las CUP? Son las siglas de Candidaturas de Unidad Popular, un movimiento asambleario de corte anarquistas que es un viejo conocido de la política catalana, que cuenta con años de sólida trayectoria y que no ha variado en su ideario desde que se fundó. Partido de corte asambleario, su meta política es la independencia de Cataluña, lo llevan diciendo desde hace décadas, pero independencia no sólo de España, no sino de todo. La nueva república catalana debe ser un estado colectivo autoorganizado que luche contra las estructuras capitalistas. Fuera de España, de la UE, de la ONU, de la OTAN, del Euro, de la OMS si hace falta, la nueva Cataluña llevará a cabo el ideal anarquista que en el pasado se intentó en varias zonas del mundo pero que, por la presión de los intereses de las oligarquías capitalistas y los poderes fácticos, internos y externos, no pudo llevarse a cabo. Este discurso, que parece sacado de un libro de historia soviética de los años veinte, es el mantra de la organización que ahora puede decidir el destino de Cataluña, sus ciudadanos y empresas. Y sorprendentemente, debo reconocer en las CUP al único actor de todo este movimiento soberanista que sigue siendo coherente con sus principios desde antes mismo de que esta corriente independentista se gestase. Nada ha cambiado en la CUP estos años, son otros los que se han acercado a ella. Como ha pasado siempre, los partidos más radicales se han visto beneficiados por el corrimiento hacia sus posiciones de los partidos moderados, que se han desgastado con este movimiento carente de sentido para sus bases. Nunca la CUP ha obtenido mejores resultados que en las elecciones en las que el soberanismo ha sido el centro del debate, y nunca Convergencia ha cosechado menos votos. Algo parecido sucedió en el País Vasco en los años de Lizarra, en los que el viraje radical del PNV sólo sirvió para que ETA siguiera matando y Batasuna obtuviera sus mejores resultados políticos, a costa del nacionalismo moderado, que se desangraba elección tras elección. Al final los nacionalistas vascos se dieron cuenta de que abrazarse al oso radical sólo sirve para obtener arañazos y mordiscos, y rompieron aquella vía suicida. Desde entonces el PNV ha obtenido mejores resultados, hasta llegar a estas últimas elecciones municipales, que le han convertido en ganador sin paliativos, con una Bildu desmoronada. La lección es obvia, y esa quizás sea la más poderosa de las razones que hacen que Urkullu y demás gerifaltes del PNV contemplen asustados el viraje de Convergencia, al ver como su socio va camino de cometer los mismos errores que a ellos en el pasado casi les cuestan el poder. Poder que, no lo olvidemos, es el único fin de toda formación política.

Así Convergencia, en su huida hacia adelante para ocultar sus corruptelas, encabezada por un Artur Mas que tiene muchas cuentas que esconder, y que como oí en la radio hace poco, es un señor que está más a la derecha que la palanca de cambios, se ha echado en brazos de unos radicales que son mucho más izquierdistas de lo que uno pudiera imaginar, para salvar su 3% y el proyecto soberanista que lo pretende amparar y absolver. De momento las CUOP siguen empeñadas en que no investirán a Mas, y eso supondría la pérdida del poder de Convergencia y, por su puesto, adiós al 3% de comisión que se deriva del uso del sillón y de la capacidad de contratar. ¿Lo consentirán las burguesas y tradicionalistas bases convergentes? ¿habrá elecciones otra vez en un par de meses? Sí, cierto, menuda pérdida de tiempo que nos hemos inventado

miércoles, noviembre 04, 2015

Una noche en la ópera, con Alcina, de Hendel

Anoche pude acudir al Teatro Real a una representación de Alcina, ópera seria de Hendel, desarrollada en tres actos. Cuatro horas de espectáculo, tres de ellas completas de música, de grandísima música, interpretada por una magnífica orquesta y solistas, con cantantes de nivel y escenografía moderna que, la verdad, no me decía nada. Tenía una localidad en lo alto del teatro, muy escorada, pero en cada intermedio había deserciones, y poco a poco me iba centrando, por lo que cada vez podía ver más de la escena y no sólo oír o intuir lo que allí sucedía. El resultado final fue aplaudido con ganas por el público y me da la sensación de que, aunque tarde, los que allí estábamos salimos satisfechos del Real.

Casi coetáneo de Bach, con el que nunca coincidió, Haendel es en muchos casos el opuesto al maestro de Eisenach. Ambos alemanes en un país que no existía como tal, Bach se movió poco en su vida, si exceptuamos sus estancias en distintas cortes locales (Weimar, Cothen, etc) y pasó el último tercio de esta en Leipzig, al cargo de la escuela de Santo Tomas y sometido a un ayuntamiento que jamás le reconoció mérito alguno. Haendel, por su parte, no paró quieto, viajó por toda Europa y al final se asentó en Londres, donde desarrollaría toda su carrera hasta triunfar plenamente y convertirse en el músico más afamado de su tiempo y, pese a no serlo, uno de los mejores de la historia de Inglaterra. Si Bach centra su producción en la obra sacra, con un marcado carácter teológico, y las obras destinadas al estudio y experimentación de la forma y el virtuosismo, Haendel, que también tiene obra religiosa, se dedica a la música para la corte, el concierto lúdico y, sobre todo, la ópera, género que esté en pleno desarrollo en aquel momento, tanto musical como, especialmente, comercial. Son famosos los oratorios de Haendel, especialmente su “Mesías” pero su producción se centra más en un género, el operístico, que le va a reportar mucha más fama y, sobre todo, dinero. Frente al austero Bach Haendel se revela como un emprendedor muy avezado, poseedor de un agudo instinto comercial y hábil vendedor. Sabe muy bien moverse por la corte y los personajes influyentes de su tiempo, y establece un negocio permanente en uno de los teatros del Convent Garden, que en breve se convierte en un antecesor de lo que ahora conocemos como Broadway. Surgen varios teatros que se hacen la competencia, y la necesidad de estrenar nuevas obras que atraigan a un público creciente, residente en un Londres que se está disparando como centro comercial y financiero, es muy alta. El ritmo de estrenos crece, y de su triunfo o fracaso dependerá la gloria del compositor y el dinero que reciba. Aquí Haendel demuestra ser un fiera. Obras suyas como Julio César, Ariodante, Rinaldo o Alcina se convierten en inmensos éxitos que llenan sus arcas, enriquecen a sus colaboradores y lo elevan al estatus de estrella. Vamos, una especie de Justin Biber de la época pero con gusto musical y sin escapadas. Haendel aúna en su persona una capacidad de trabajo inmensa y un don especial para la composición de melodías pegadizas, al modo de las populares canciones de hoy en día. La ópera en aquel entonces poseía una estructura más arcaica que en la actualidad. La acción sucedía a lo largo de recitativos entre los personajes y, tras ellos, venían arias de algunos de los intérpretes principales, destinadas al lucimiento de cantantes famosos, por los que se pagaba un dineral. Eran esas arias las que dejaban embelesado al público y le hacían prorrumpir en aplausos y satisfacción, no exigiendo por tanto la devolución del dinero de la entrada. Muchas de esas arias son hoy muy populares, como el “ombra mai fu” de Xerxes o el “Lascia la spina” de Rinaldo. Incluso la música que cantan los futboleros como el himno de la champion es de él, un coro del “Zadok the priest”

Por eso resulta curioso que, visto desde la óptica nuestra, en la que la ópera parece ser un espectáculo elitista y alejado de la realidad (y eso es en parte por los aficionados a la misma y por cómo se gestionan los recintos) acudir como ayer a ver “Alcina” resulta ser un viaje en el tiempo para contemplar lo que en su tiempo fue uno de los más aclamados “musicales” del Broadway londinense, equivalente a “El Rey León” o “Los Miserables” de nuestro tiempo. Dejen de ver esa música con prejuicios, porque ante el genio brillante de compositores como Haendel no hay prejuicio que sobreviva. Su música posee una capacidad de embeleso que a todos emociona y, entonces como ahora, logra arrancar el aplauso del público. Esto, también, y sobre todo, es ópera.

martes, noviembre 03, 2015

Otro avión estrellado, sin que se sepa por qué

El fin de semana nos levantamos con una nueva tragedia aérea. Un vuelo, Airbus A321, que partió del balneario de Sarm El Seij, en el mar rojo, rumbo a San Petersburgo, lleno de turistas rusos que volvían de pasar unos días junto a cálidas aguas, tan extrañas en su lugar de origen, se estrelló al poco de despegar y quedó diseminado a lo largo de un montón de kilómetros en las pedregosas e inhóspitas tierras del Sinaí, una península que pertenece a Egipto pero por la que se mueven grupos terroristas de distintas ramas, todas ellas islamistas, y que han conseguido convertirla en una especie de tierra de nadie. No hubo supervivientes.

Cuando al levantarme oí la noticia, que en ese momento era poco más que un flash de última hora, lo siento mucho, pero lo primero en lo que pensé fue en un atentado. Rusia lleva ya algunas semanas de campaña militar aérea en la guerra de Siria, luchando a favor del régimen de Asad, y el DAESH y todos los islamistas han clamado venganza sobre sus tropas e intereses. Así que me cuadraba la posibilidad de que el avión, de una compañía rusa de chárter, con tripulación y pasajeros rusos, hubiera sido la primera de esas anunciadas venganzas. Con el paso de las horas la hipótesis del atentado o ataque fue perdiendo fuerza. El avión perdió altura desde los 9.000 metros en los que se encontraba según los radares, y es muy difícil que, pese a tener misiles y armamento pesado, los terroristas afincados en el Sinaí fueran capaces de alcanzarlo a esa altura. Ya vimos hace un año, con el derribo del avión malasio en Ucrania por parte de los separatistas rusos que se necesita un tipo de baterías de misiles muy específico para blancos de semejante altura de crucero y velocidad, y adiestramiento para usarlo con eficacia. En la tarde del sábado ya circulaban mensajes de reivindicación por parte de grupos islamistas, felicitándose por la destrucción del aparato y vinculándolo, como no, a la guerra siria, incluso se podía ver un vídeo de un avión en vuelo que, de repente, muestra una estela de humo negro y empieza a perder el rumbo que hasta entonces llevaba, pero sinceramente, era y soy incapaz de determinar si ese vídeo es un montaje o es real, y de serlo si pertenece a este caso o no. Nos acostamos el sábado y levantamos el domingo con la sensación de que podían ser problemas técnicos de mantenimiento del aparato los causantes del desastre, pero desde la tarde del domingo la posibilidad de que algo ajeno al avión haya sido el que haya provocado el desastre coge fuerza. Declaraciones de los responsables de la aerolínea hacen pensar en ello, y el oscurantista gobierno ruso, que vería con horror la posibilidad de que haya sido un atentado, ya no lo niega en redondo. Las cajas negras, tan rojas y chillonas como siempre, han sido recuperadas, al parecer sin haber sufrido graves daños, y habrá que ver si de lo que en ellas está grabado se puede saber algo más. Recordemos que el accidente de otro Airbus en los Alpes dejó de ser precisamente un accidente cuando los datos de las cajas dieron la lectura de la acción voluntaria y premeditada de aquel maldito piloto cuyo nombre recuerdo pero no quiero escribir. No suele ser habitual que esa información, técnica y grabaciones de voz, determine con tanta claridad las causas de un accidente aéreo que, normalmente, es fruto de múltiples errores y problemas, que acaban colapsando en forma de desastre, pero su contenido será crucial para salir de dudas o, al menos, descartar algunos escenarios para centrarse en otros.

Si finalmente resultara ser un atentado o derribo, pero en todo caso NO un accidente, estaríamos ante el peor de los escenarios posibles, porque aun sabiendo la causa y cómo fue posible el siniestro, un nuevo halo de psicosis rodearía el mundo de la aviación comercial, porque, en un derribo, llevaríamos ya dos casos confirmados en poco más de un año, y en caso de atentado, sería evidente que las medidas de seguridad del aeropuerto de partida no lograron detectar el riesgo. ¿Fueron adecuados los protocolos? ¿Algo falló? O por el contrario, ¿pasó algo que no se pudo prever sucedió? Urge conocer la respuesta.