Organizó bastante revuelo Arturo
Pérez Reverte en twitter a lo largo del sábado con algunos comentarios sobre
cómo reaccionaron los rehenes de la sala Bataclán y cómo debían de haberlo
hecho. Comentaba el escritor que, ante el asalto, una acción decidida por parte
del público presente podría haber reducido, rodeado y acabado con los
terroristas, causando muertos, pero en todo caso muchos menos de los que
finalmente acabaron produciéndose. Decía Arturo que el terror que domina a los
occidentales ante la muerte había sido la principal arma con la que habían
actuado los terroristas, su más mortífera bala.
Tiene algo de razón Reverte, pero
no es menos cierto que el heroísmo que reclama, en estos casos, proviene del
forzamiento, no de la preparación. Gente entrenada en el manejo de armas, en la
presión y la lucha, como los asaltantes, o los militares y comandos especiales,
pueden actuar de una manera muy distinta a la que lo haríamos el común de los
mortales ante un acto así. Lo vimos en el frustrado ataque contra el Thallis,
tren de alta velocidad entre París y Ámsterdam, donde la actuación de un par de
militares norteamericanos que estaban de vacaciones, apoyados por otros
civiles, redujo al terrorista que podía haber causado una gran catástrofe. En
este caso el instinto militar se despertó al oír un ruido que era el de carga
de un arma. Los militares fueron los héroes que lograron que otros no
entrenados se unieran a ellos. Pero de no estar presentes, ¿qué hubiera pasado?
Mejor no saberlo. La pregunta para la que no tenemos respuesta, ni queremos
hacérnosla, es ¿qué hubiera hecho yo en caso de estar en la sala Bataclán y
sufrir el asalto terrorista? No lo se, no puedo saberlo, no soy capaz ni de
imaginar lo que puede suponer una situación así. Lo lógico sería que,
conociéndome poco a mi mismo, me pusiera a gritar como un loco y el miedo me
poseyese, porque créanme que no soy el hombre más valiente del mundo (más bien
lo contrario). Sin embargo ante situaciones tensas, límites, como estas, las
reacciones humanas suelen ser diversas y muy sorprendentes. Los anglosajones lo
resumen con una sigla, FF, que viene de Flight or Fight, traducido vuela o
lucha. Las alternativas son escapar corriendo o enfrentarse al peligro, y no
son pocas las veces en las que se da que aquellos que uno pensaría iban a ser
los más rudos y lanzados son los primeros en esconderse, mientras que los
cobardes y tímidos demuestran un gran valor. Sinceramente no tengo gana alguna
de realizar el experimento en mis propias carnes, que como buen cobarde aprecio
mucho en su actual estado de funcionamiento. Pese a ello, todos estos episodios
atroces se dan habitualmente casos de heroísmo sobrevenido, de personas que
actúan no tanto para salvarse ellos como para salvar a los demás, un rasgo muy
humano, exclusivo de nuestra especie, tanto como la capacidad de exterminar a
nuestros semejantes. Episodios, en medio del caos y la furia, de humanismo, de
entrega, de riesgo, de poner en juego la vida de uno para salvar la del otro,
llegando muchas veces a perderla. Cuenta
en un escrito la mujer de Juan Alberto González, el primer español muerto en la
sala, que cuando empezaron los disparos la actitud de su marido fue la de
proteger la cabeza de su mujer con sus piernas, cuando ambos se echaron al
suelo. Al levantarse él le habló, y ella apenas le entendió, pero vió que
estaba herido de gravedad. La sensación con la que Ángela despide a su marido,
en medio del horror, es la de que el último acto de su vida ha sido destinado
a, como podía, protegerla de algo que ni entendía y le superaba por completo.
Él hizo lo que pudo y en ese gesto perdió su vida. Para Ángela su marido actuó
como un héroe, y ese será el recuerdo que mantenga de él para el resto de su
vida.
También fue un héroe la persona que, viendo a
una mujer colgada de una de las ventanas que el edificio de ocio tenía, dando a
un callejón de servicio, la vio y dedicó su tiempo a rescatarla, sin saber ni
pensar si ese tiempo era precioso para salvar su propia vida. Se quedó allí, la
agarró e izó, salvándola de una caída que, sin duda, hubiera sido muy grave
para la mujer. Ella, se ha sabido con posterioridad, estaba embarazada. Y ha
podido encontrar a la persona que le salvó de la caída. Esa
persona, que se llama Sébastien, también es un héroe, y su labor contribuyó
a que hubiera una víctima menos en la horrenda noche de París. Sébastien, Juan
Alberto y otros tantos, son los héroes en los que debemos fijarnos para
encontrar una esperanza en el horror de París, para asirnos y darnos cuenta de
que la maldad no debe, no puede, vencer. Que la derrotaremos.
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