lunes, noviembre 16, 2015

París. Las víctimas

El Viernes por la noche, a eso de las 22:00, subí al metro desde el centro de Madrid rumbo a casa, cansado tras una jornada laboral compleja y una tarde de acto cultural y recado obligado. Iba leyendo “Underground” de Haruki Murakamy, uno de los autores japoneses más famosos. En este caso su obra no es una novela, sino un ensayo centrado en los atentados que la secta Aun Shinrikyo cometió en dichas instalaciones en 1995, mediante la dispersión de gas sarín. Murieron 27 personas y cientos más resultaron heridas, de mayor o menor consideración, y muchas con secuelas que les resultaron definitivas para el resto de sus vidas.

Fueron varias las estaciones atacadas con gas, y el libro estructura sus capítulos en función de ellas, y en cada uno se ofrece un recopilatorio de las entrevistas realizadas por el autor a las víctimas que resultaron heridas en esas estaciones. El escritor ha redactado el resultado de varias horas de conversación grabada con cada víctima, pero el texto transmite la inmediatez, frescura y voz de cada una de ellas. Hay de todo, como uno pudiera imaginarse. Personas de edad avanzada y estudiantes muy jóvenes, profesionales de alto rango y desempleados, gente con creencias religiosas, algunas de ellas incluso colindantes con las que difundía la secta autora del atentado, y otras a las que la trascendencia no les importaba. Sus testimonios, partiendo de puntos tan diversos, convergen en un mismo lugar y momento, el del atentado, y salvo escasas excepciones, a partir de entonces serán otras personas. El grado de lesiones que se muestra es diverso, desde personas que reaccionaron poco al gas y sobre todo sufrieron daños psicológicos derivados de lo que vieron hasta personas que, años después del atentado (el libro se escribe en 1999, cuatro años después) aún siguen con intensas secuelas que les dificultan notablemente la vida corriente, necesitando rehabilitaciones, asistencias o incluso personal de ayuda al haber quedado en una situación de semi invalidez. Predomina el discurso comprensivo entre todas ellas, comprensivo respecto a su situación y al futuro que afrontan, no desde luego a lo que sucedió ese día. El terror, el miedo, el no saber a qué se enfrentaban, las carreras por pasillos y andenes, los mareos, vómitos y desmayos. Chillidos y nervios desatados. Varios son los testimonios que relatan cómo ver personas que parecen estar muertas, desplomadas en los andenes con el cuerpo retorcido y una tez blanquecina. La experiencia turba a casi todos, los supera. Reaccionan de maneras muy diversas, pero en general de formas que no hubieran imaginado con anterioridad, porque es imposible, como cuentan, ponerse en la piel de alguien que ha vivido algo semejante. Ante las preguntas sobre la opinión que les merecen los autores del atentado, las víctimas muestran tanto sentimientos de odio hacia ellos como de tristeza y, sobre todo, incomprensión. En Japón existe la pena de muerte, pero son pocos la que la reclaman para los autores. La mayoría desean que no salgan de la cárcel, pero coinciden en que cualquier condena que se les imponga será menor que el sufrimiento y daño que les han causado a ellos y, como no, a los familiares de los que fallecieron por causa de sus actos. Eso es irreparable y no hay nada que la justicia humana pueda hacer para corregirlo. Ese sentimiento de impotencia es muy abundante y repetido, y deja al escritor, que introduce reflexiones propias al inicio y al final de cada testimonio, sin saber ni que decir ni que hacer, a sabiendas de que todo será en vano.

Salí del metro, habiendo terminado el libro en la parada anterior a la mía, y llegué a casa a eso de las 22:40 más o menos. Puse el 24 horas de TVE, como casi siempre, y me encontré a los tertulianos del Viernes de “La noche en 24 horas” que estaban comentando unas noticias que llegaban de París sobre explosiones y tiroteos, muy confusas en principio, y que hablaban de un par de muertos. Con el paso de los minutos la confusión, creciente, se iba solapando con el horror, y empecé a darme cuenta de que, como en Tokyo, cientos de víctimas podían estar naciendo en París, y sus testimonios nos llegarían en breve. Y el daño empezó a crecer en mi.

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