Muchos
e interesantes son los comentarios que han surgido desde que ayer se publicó la
última encuesta del CIS antes de las elecciones del 20D, por lo que no les
voy a insistir aquí sobre ello. Si quiero fijarme en la figura de Pedro
Sánchez, el líder del PSOE, que se presenta por primera vez a unas elecciones
como cabeza del partido y que, de no lograr un gran resultado, o una opción de
poder gobernar en coalición con otros, quizás sean las últimas elecciones que
dispute. Nunca nada es seguro hasta que sucede, pero parece una idea muy
instalada entre los analistas de distinto espectro ideológico que Sánchez
dispone de una sola bala, la de estos comicios, y que si la pierde, su puesto
peligra.
Este Lunes pasado fue
entrevistado por Ana Blanco en TVE, al igual que hace dos semanas lo fue
Mariano Rajoy. En ambos casos la realización fue muy similar, idéntico decorado
y formato, con preguntas de la entrevistadora y preguntas grabadas de ciudadanos.
En ambas entrevistas la ganadora fue, por KO, la propia Ana Blanco. Creo que
era la primera vez, quizás me equivoque, que Sánchez era entrevistado al estilo
de candidato electoral, por lo que no tenía nada que perder. Su imagen es
excelente, el apodo de “el guapo” no es por casualidad, y da a cámara con
elegancia y estilo, y con aspecto de haber entrenado mucho. Estéticamente está
en otra división respecto a Rajoy. El problema es, como el de Mariano, la
consistencia de su mensaje. A las preguntas de Ana Pedro iba dando largas
contestando con otras cosas, tirando de argumentario, con un estilo más propio
de alguien que, como Rajoy, lleva tiempo gobernando y debe esconder los errores
de su gestión. Sánchez aún no ha decidido nada, nada ha mandado hacer y, por
tanto, en nada ha acertado ni se ha equivocado. Entonces, ¿por qué esa
indefinición, esa falta de calado en sus propuestas? Vista en detalle la
entrevista, y más allá de la anécdota surgida por el error de atribuir a los
gobiernos del PSOE la aprobación de la ley del divorcio que llevó a cabo la
UCD, el candidato socialista ofreció poco, mucha imagen pero poco fondo. El
PSOE parece no haber superado la etapa de adanismo de ZP, la idea genérica de
que con formas amables y discurso blando se conquista al electorado. Puede que
eso fuera cierto en épocas de enorme (y falsa) bonanza económica, donde uno
sólo quiere oír el piar de los pajaritos que hacen bonito en el jardín de su
nuevo adosado, pero en momentos como los que hemos pasado y vivimos ese
discurso buenista no funciona, es contraproducente. El PP ofrece enormes
flancos en los que un PSOE arriesgado, con estilo y propuestas podría hacer daño,
pero parece que ese PSOE, y sobre todo, esas personalidades, no existen. El PP
lo centra todo en la economía, pero el PSOE, que gestionó desastrosamente esa
materia, pese a haber contratado a algunas figuras como Jordi Sevilla, no logra
emitir una sola propuesta en ese campo. Una opción que tiene para ello es
aplicarse el cuento que le reclama, con razón, al PP y declarar un “mea culpa”
en lo que hace a la gestión de la burbuja y el derrumbe. El error del PSOE en
aquellos años fue clamoroso, lo sabe todo el mundo y no hay manera de
esconderlo. En este aspecto Pedro Sánchez cometió otro inmenso error al
desaprovechar, en la entrevista, la pregunta que Ana Blanco le hizo sobre de qué
se arrepentía él o el partido. Hay Sánchez debió decir que sentía la gestión de
la crisis, que no la vieron venir y, si la vieron, no se atrevieron a actuar, y
se empeñaron en el error de la ceguera hasta que se estrellaron. Hasta que no
pronuncie esas palabras nadie tomará en serio las propuestas económicas del
PSOE. Y así no podrá presentarse como alternativa solvente.
Sánchez navega en un mar lleno de tiburones. A
las formaciones emergentes, ahora menos Podemos y más Ciudadanos, que le quitan
espacio político y votos, se suma el frente interno. Susana Díaz no puede verle,
y encabeza un grupo de fieles que espera a que caiga como fruta madura tras un
mal resultado. La situación en Cataluña y las, al menos, tres voces distintas
que el PSOE tiene en cada Comunidad Autónoma sobre el tema complican mucho su
imagen de estadista en un momento en el que es muy necesaria (aquí Rivera le
apabulla por completo) y
la noticia de hoy de que los barones le obligan a derogar en su totalidad la
reforma laboral (si ganase no lo haría, no duden) muestra cómo vive
sometido a presiones que hacen de su figura una opción muy frágil. El 20D se
juega su futuro al todo o nada.
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