lunes, noviembre 30, 2020

El programa nuclear de Irán

Desde luego queda claro que trabajar en el sector nuclear iraní es una profesión de riesgo, no tanto por los derivados de todo trabajo industrial, y por las particularidades del sector, sino por el reverso militar del programa que desarrolla el régimen de los Ayatolas y la tendencia que tienen ciertas potencias en poner en su punto de mira a los responsables persas del desarrollo nuclear. El viernes fue asesinado Mohsen Fakhrizadeh, uno de los ingenieros que encabezaba esta industria en aquel país. Su vehículo fue alcanzado por una explosión provocada en una carretera a menos de cien kilómetros de Teherán y fue rematado por el comando encargado de perpetrar el atentado. La seguridad del régimen, que lo protegía, vuelve a quedar en entredicho.

No hay que ser un fiera para suponer que, detrás de este ataque se pueden encontrar servicios secretos como el Mosad israelí. El nombre de Fakhrizadeh (si no lo copio y pego soy incapaz de teclearlo) figuraba en todos los documentos que Israel ha publicado cada vez que denuncia los avances iraníes en busca del armamento atómico, e incluso fue nombrado expresamente por el primer ministro Netanyahu en una comparecencia en la que se explicaba algo de lo que Israel sabía sobre ese programa nuclear y se buscaba denunciar al mundo los avances que Irán seguía desarrollando a la búsqueda del arma atómica. No es este señor de apellido complicado el último que ha muerto en un atentado y son las instalaciones nucleares iraníes las que más sufren ataque de todo tipo, entre ellos de sofisticados virus informáticos capaces de causar daño físico, en aras de retrasar lo que parece un impulso decidido de los Ayatolas en su conquista del átomo. Lo más novedoso de este atentado, por lo tanto, no es quién lo ha sufrido ni quién lo ha perpetrado, sino el cuándo se ha llevado a cabo. Es evidente que una operación de este tipo no se improvisa en una semana, y que Mohsen llevaba tiempo siendo controlado por aquellos que esperaban la orden para atacarle. Hacerlo ahora es una decisión meditada, y todo el mundo sospecha que tiene mucho que ver con el relevo presidencial que se va a producir el 20 de enero en EEUU y el nuevo panorama de negociaciones que se puede abrir entre los norteamericanos e Irán. Se supone, ya veremos, que una nueva administración demócrata intentaría resucitar el maltrecho acuerdo nuclear firmado en la época Obama, y que fue abandonado unilateralmente por Trump. Israel siempre denunció ese tratado, porque a su entender dejaba la puerta abierta a que en un futuro Irán lograse su objetivo del arma atómica, aunque a corto permitiera parar el programa de enriquecimiento nuclear. Construir aquel acuerdo costó una barbaridad, y si bien es cierto que no era perfecto, permitía comprar tiempo para que los procesos de inspección determinasen hasta qué punto estaba avanzado el programa iraní y lo que realmente se estaba cociendo en centros de investigación como el de Natanz, donde hace pocos meses ya se produjo un incidente no aclarado, el último de los aparentemente provocados desde el exterior. Un movimiento como el del asesinato del ingeniero de difícil apellido puede provocar que posibles acercamientos entre Washington y Teherán sean casi imposibles, y fuerza al régimen iraní a responder de una manera, probablemente suave, que contente a las enojadas bases del sector extremista, que nunca quisieron el acuerdo. Si lo que busca el atentado es poner las cosas difíciles a la nueva administración Biden es probable que lo consiga, pero está por ver el efecto a largo plazo. Los últimos años han estado dominados por las duras sanciones impuestas por Trump a la economía iraní y por los acuerdos de relaciones entablados entre Israel y varias de las monarquías del golfo, no Arabia saudí, pero ese “no” puede ser un “de momento” tal y como van las cosas. La creación de una especie de coalición de los enemigos de Irán que lo rodean parece un hecho, y esta posición de fuerza puede ser muy útil de cara a futuras negociaciones o enfrentamientos, sea lo que sea lo que pueda llegar a pasar.

Irán ha sido uno de los ganadores de estos años de desentendimiento norteamericano en la región. Ha convertido a Irak en una especie de semiprotectorado, y sus fuerzas han conseguido que en la guerra siria los intereses de Teherán prevalezcan, pero en lo interno el país sigue sumido en una grave crisis económica y la dictadura del régimen sigue reprimiendo cualquier atisbo de libertad, demandada por una sociedad joven y que sigue teniendo su futuro secuestrado por el rigorismo chií. El único punto en el que todas las potencias internacionales están de acuerdo sobre irán es que no puede tener el arma atómica. El resto está en discusión, y la zona, como bien sabemos, siempre es foco de inestabilidad y tensiones.

viernes, noviembre 27, 2020

China va a por rocas lunares

La Luna está ahí todos los días, esperando a que volvamos a ella. Gira en torno a nosotros a unos 380.000 kilómetros de distancia, una cantidad de kilómetros enorme, nada en términos espaciales. Si quieren jugar con naranjas y uvas, la Tierra tiene unos 12.000 kilómetros de diámetro, por lo que la Luna orbita a unas treinta veces el tamaño de nuestro planeta. No pongan una fruta muy cerca de la otra, sino muy lejos. Cuesta mucho dinero y trabajo llegar, y requiere suerte. Tres son las naciones que lo han conseguido (EEUU, la extinta URSS y China), una de ellas logró llevar astronautas a su superficie y dos han conseguido traer de vuelta tierras desde allí.

China quiere ser ahora la tercera nación que logre capturar muestras lunares y traerlas de vuelta a casa, en una misión lanzada este pasado martes, que es un compendio de complejidad y riesgo, y una buena muestra de la firmeza con la que el país asiático desarrolla su programa espacial, que ahora mismo ya es el segundo más importante del mundo. La misión está robotizada y en gran parte automatizada. El retardo de las comunicaciones entre la tierra y la Luna no es mucho, poco más de un segundo de ida y lo mismo de vuelta, pero suficiente para que determinadas maniobras que exigen mucha precisión deban ser ejecutadas en remoto por las sondas. La arquitectura de la misión es muy similar a la de las Apollo, con un cohete lanzador de fases que eleva el conjunto de la misión a órbita baja y una etapa auxiliar que lo saca de ahí rumbo a la órbita lunar. A ese punto llegan cuatro secciones de maquinaria, encargadas cada una de una labor muy precisa. En un momento dado dos de ellas se descuelgan y caen sobre la Luna. Una es el módulo de descenso, que es lo que permite aterrizar en la superficie, y se quedará ahí para siempre. La parte superior tiene el sistema de recogida de muestras lunares y un módulo pequeño de ascenso, que permitirá, una vez cargados los algo más de dos kilos que se esperan recoger, dejar la fase de descenso y ascender hasta reencontrarse con el resto de la nave, que orbita al satélite. Una vez reencontrados, el contendedor de rocas lunares pasará su contenido a la parte de la nave que reentrará en la atmósfera terrestre, y tras ello será desenganchado y perdido. Nuevamente conformado por dos unidades, y ya con su carga útil, el módulo de propulsión auxiliar sacará al conjunto de la órbita lunar y le pondrá rumbo a la tierra, desenganchándose en un momento dado y perdiéndose. Sólo una de las partes de la nave, la que contendrá los fragmentos, retornará a la Tierra. El esquema replica perfectamente lo que fueron las misiones lunares que lograron la conquista del satélite, siendo esa parte retornable la que, en su momento, albergaba a los tres astronautas que conformaban cada una de aquellas misiones. El hecho de no tener que portar soporte vital y que la carga de rocas previstas, un par de kilos más o menos, es mucho menor que el peso de tres humanos y todo sus adminículos hace que las necesidades de combustible, rigidez, y estructura asociadas a la misión sean mucho más reducidas que las Apolló, lo que permite entre otras cosas hacer un lanzamiento de todo el conjunto con un cohete “normal” y no con un monstruo como el SaturnoV, pero en todo caso la complejidad de la misión es enorme, y cada uno de los muchos pasos que va a tener que desarrollar en los días en los que tenga lugar es susceptible de problemas, averías o fallos que pueden dar al traste con todo el objetivo. Como los chinos son la pera, han fabricado todo por duplicado de tal manera que, si la misión falla, se pueda volver a mandar la gemela en muy corto espacio de tiempo para volver a intentarlo. La ESA, Agencia Espacial Europea, colabora con China en el seguimiento y monitorización de la misión, y la estación canaria de Maspalomas tendrá un papel importante en todo ello. Aquí pueden ver el gráfico esquemático de la misión en su totalidad.

Los norteamericanos trajeron muchas rocas lunares tras sus seis exitosas misiones Apollo, y los rusos, en 1976, fueron los últimos que lograron algo similar, pero con apenas fragmentos, regolito, conseguido por una sonda lanzada cuando la Luna ya era poco más que un estorbo para los jerarcas soviéticos. Si China tiene éxito en su misión, y espero que así sea, el golpe sobre la mesa que dará en materia espacial es de los considerables, y se revelará como el gran competidor de EEUU. Recordemos que ha logrado alunizar y que tiene pequeños rovers en la superficie. Todo el mundo sospecha que, tarde o temprano, intentará una misión tripulada. ¿Será chino u occidental el siguiente humano que visite nuestro satélite? La pregunta ya dice mucho.

jueves, noviembre 26, 2020

El Dow alcanza los 30.000 puntos

Hoy se celebra en EEUU la festividad de acción de gracias, la más importante de su calendario familiar, por encima de la Navidad. Millones de personas se mueven a lo largo y ancho del desmesurado país para cenar y discutir juntos, cosa que en tiempos de pandemia es un peligro evidente. En la mesa este año, a buen seguro, se hablará mucho de la elección presidencial y de la situación económica de los allí reunidos, y en muchas de las cenas habrá sillas vacías en recuerdo de los más de doscientos mil fallecidos por el coronavirus, una cuenta que en aquel país se incrementa cada día a un ritmo superior al millar. 2020 está siendo un año muy difícil para todos, también para los que viven en aquella nación.

Dice el manido dicho ignaciano que, en tiempos de tribulación, mejor no hacer mudanza, y la gráfica de la bolsa de Nueva York parece, en este loco ejercicio, haberle hecho un homenaje al azpeitiarra. Esta semana el índice Dow Jones ha alcanzado los 30.000 puntos, marca histórica nunca antes conquistada, después del desastre de las cotizaciones que se vio en primavera, cuando lo que parecía un asunto menor se convirtió en una pandemia que casi nos arrasa. A mediados finales de febrero el índice vivía en el entorno de los 29.000, tras subidas más o menos constantes, que reflejaban una economía que, con sus muchas sombras, crecía con fuerza y daba casi por segura la reelección de Trump, pero llegó el coronavirus y se fue todo a la porra. Las cotizaciones se derrumbaron en días de pánico vendedor como no se recordaban desde la caída de Lehmann Brothers, o aún mayores. La gráfica picó un mínimo en torno a mediados de marzo, coincidiendo con el inicio de nuestro confinamiento, cuando ya toda Europa era un rosario de cierres y desastres, alcanzando los 18.591 puntos, que no es un descenso del 50% pero se le acerca mucho. En unas pocas semanas se volatilizaron varios años de subidas bursátiles. Fondos de inversión, empresas, gobiernos, particulares.. el tsunami vendedor, agudizado por la operativa automática del software, que ejecuta ventas cuando se llega a determinado valor para no seguir perdiendo (los llamado stop losses) generó una espiral de pérdidas alucinante. Con esos registros la presidencia de Trump estaba perdida, porque era la economía, y lo sigue siendo, la gran motivación de voto en aquel país. Los que no vendieron en el momento, por la causa que fuera, observaban como el valor de sus carteras se deshacía como castillos de arena. Muchos, sin duda, optaron por liquidar posiciones en medio de la tormenta para no seguir perdiendo, otros, atrapados en pérdidas muy voluminosas no se atrevieron a hacerlo, algunos le echaron sangre fría y decidieron quedarse quietos esperando que amainase el temporal. En situaciones de este tipo se dan todos los comportamientos imaginables y la irracionalidad se impone. A veces, no siempre, la racionalidad y sangre fría es lo más aconsejable, y esta ha sido una de esas veces. Desde el mínimo de marzo el Dow empezó a cotizar, arrastrado primero por cazadores de gangas, que veían buenas acciones cotizando a descuentos que semanas, años antes, eran imposibles, y a todo eso se le sumó el disparo que vivieron las empresas de internet. En tiempos de confinamiento el consumo de contenidos digitales ha sido enorme y los ya por entonces gigantes del mundo digital siguieron creciendo hasta convertirse en monstruos. El que se quedó quieto en su casa, con una buena dosis de paciencia y valor, ha obtenido recompensa. Las carteras individuales estarán mejor o peor, en función de qué acciones las compongan, pero el índice en su conjunto ha recuperado en ocho meses la pérdida del crash de marzo, en un comportamiento que es una pura salida en V, de esas que se ponen como ejemplo para ilustrar las figuras de vuelta. Visto con perspectiva, ahora que es fácil, marzo fue un mes de auténticas gangas, de chollos de los que todo el mundo huía. Los que vendieron en el desplome ejecutaron pérdidas y habrán estado el resto del año tratando de compensar, y lo habrán conseguido, o no. En este caso, la táctica Rajoy de esperar y no hacer nada ha resultado ser inmejorable.

¿Se puede decir lo mismo de nuestro Ibex? Desde luego que no. Todos son penas para el inversor español que juega a su índice. Es, también, mi caso. El 17 de febrero el Ibex tocó los 10.000 puntos, que no se veían desde hacía tiempo, pero desde entonces empezó su derrumbe, que le llevó al entorno del 6.100, casi un 40% de pérdida. Esto es comparable con el índice americano, pero a partir de entonces la historia es otra, sin rebote ni nada, con un suelo lánguido y triste que se ha prolongado durante todos estos meses, y que sólo ha roto al alza con las noticias de las vacunas, logrando esta semana llegar a los 8.000. El gráfico de uno, una V, y el del otro, una U, de momento sin ni siquiera todo el rabo derecho, lo dicen casi todo.

miércoles, noviembre 25, 2020

El desgobierno de los fondos europeos

No pasa día en el que no se demuestre hasta qué punto es total el odio que se procesan las dos almas del bigobierno, encarnadas en el ambiguo Sánchez y el dogmático Iglesias. Sólo el conservar el poder los une, y como esa es una de las argamasas más efectivas de las que en el mundo existen se sostendrán mutuamente hasta que sea imposible, es decir, más cerca de 2023 que de nuestros días. Entre tanto ambos irán escribiendo un catálogo de reproches y traiciones, en un libro gordo de amplias páginas, que para tanto da lo suyo, y que serán expuestas con crudeza cuando se produzca la ruptura y se presenten a las próximas elecciones generales. Hasta entonces, cada día, un navajazo mutuo. Y el resto del país, que sufre lo suyo, a verlas venir.

Ayer vimos otro episodio de esta lucha de egos a cuenta de la presunta gestión de los fondos europeos de recuperación que, provenientes de Bruselas, servirán para paliar el desastre económico que está generando la pandemia del coronavirus. Es curioso, pero ese dinero que aún no existe se parece muchísimo a las vacunas que tampoco están, pero ambos son temas donde no deja de pontificarse sobre cómo gestionar y ejecutar. Entiendo que la realidad es tan cruda y cruel, con quinientos muertos diarios que nadie quiere ver, que buscamos olvidar, y el político, ante su total fracaso, sueña con gestionar millones y remedios que no están, como si el solo mencionarlos funcionara para enmascarar el día a día de la pandemia. El dinero europeo será un alivio necesario, pero no tendrá la dimensión suficiente para cubrirnos el desastre, y eso lo sabe tan bien el gobierno como cualquiera de nosotros, pero su importe es lo suficientemente grande para que haya crueles asaltos para decidir quién lo gestiona. A primera hora de ayer se hizo pública la creación de un comité interministerial, que reuniría a once carteras, para actuar como organismo decisor de los proyectos que serían adjudicados para ser financiados con el maná europeo. De entre esas once carteras sólo una, la de trabajo, era gestionada por miembros de Podemos, dejándose muy claro en el contenido de la información divulgada por Moncloa a los medios que las decisiones de gestión se centralizaban en dicho palacete y en la figura de Presidencia del Gobierno, Sánchez y Redondo, y sin contar con el concurso de Iglesias y Podemos. Al poco empieza a bullir el magma mediático podemita y las acusaciones de traición suben de tono por parte de los morados, que no esperan tanto meterse en la gestión de los fondos como, a buen seguro, conseguir algo de los mismos, y Moncloa tarda poco en rectificarse a sí misma, incorporando a Iglesias a un comité en el que, ahora sí, pertenecen todos los ministros. La portavoz del gobierno, en la rueda de prensa tras el Consejo de Ministros, no sabe bien dónde meterse, y suelta una de sus enrevesados párrafos llenos de palabras reiterativas para decir que donde eran unos cuantos ahora son todos y donde se dijo Comisión ahora se dice Consejo. En poco más de un par de horas el anuncio de cómo se va a gestionar ese enorme volumen de dinero, uno de los temas capitales del próximo año, se convierte en otra excusa para los agravios mutuos dentro del desgobierno y una nueva exhibición no ya sólo de la nefasta manera de organizar las cosas que caracteriza a Sánchez y Redondo, sino de la nula importancia que ambos dan a esos fondos, a la economía, a la estrategia de país y a todo lo que suene a políticas de largo plazo y vista. Ese dinero, como todo lo demás, son palancas de poder, instrumentos que, en mano de quien estén, sirven para apaciguar quejas, comprar voluntades y garantizarse lealtades. Algunos de los resilentes de Moncloa no dejan de ver este desastre que vivimos como la oportunidad de sus vidas no para desarrollar un proyecto de país, sino para convertirse en los imprescindibles, en los poderosos de verdad, en los que cortan el bacalao, en los que deciden quién recibe ese dinero y sobrevive y quién no y quiebra. Lo malo es que, si nos fijamos en sus socios morados, esos resilentes parecen figuras de estado por comparación. Sí, es deprimente.

En el anuncio del comité que dejó de ser comité se incluían una serie de detalles generales sobre cómo sería esa gestión del dinero europeo, y hacían especial incidencia en la simplificación de los requisitos administrativos para optar a ellos (no es mala idea) y dejaban clara la enorme discrecionalidad con la que se adjudicarían por parte del extinto comité, y esto es peligroso, porque abre la puerta a futuras corruptelas de todo grado y tamaño asociadas al enorme volumen de dinero del que se está hablando. Mucho dinero es la gasolina, la condición necesaria, para que surja la corrupción, y me da que de lo que se decida el año que viene en Moncloa surgirán piezas judiciales suficientes para décadas de investigación y juicio. Mucho trabajo por delante para los periodistas de investigación que quieran hurgar en ello.

martes, noviembre 24, 2020

El problema de salvar la Navidad

En el proceso, de momento sostenido, de bajada nacional de contactos y apaciguamiento de las cifras de la pandemia, con una mortalidad diaria que vive en el entorno de los angustiosos dos centenares de personas, y con las perspectivas de una vacunación para la que se presentan pomposos planes pero aún no hay viales que la contengan ni suministro médico asegurado, la Navidad llama a la puerta en forma de tentación de normalidad, en deseo de reencuentro con propios y ajenos, y en ganas de fiesta. Se repite una y mil veces eso de “hagamos sacrificios ahora para salvar la Navidad” cosa que me parece un error en todos los sentidos.

Quizás este sea el año ideal para darnos cuenta de que el mejor regalo de Navidad posible puede ser vivirlas sin familia, con el ahorro de disgustos y broncas que eso conlleva, pero no parece que queramos aprovechar la oportunidad que la desgracia vírica nos ofrece. Más en serio, aunque lo anterior también lo era, subyace un pensamiento en políticos, gente de la calle y todo aquel con el que uno se cruce que no deja de repetir que las restricciones que ahora vivimos, y que empiezan a aflojarse con cierta prisa, son necesarias para doblegar ahora la curva y salvar la Navidad, en la creencia de que esos días de final de año y paso al nuevo 2021 sean lo más normales que uno pueda imaginar. Y eso es un gran error. El virus no conoce lo que es un día laborable o festivo, cosa que los humanos aprendemos casi antes de nacer, y le da igual el motivo por el que practiquemos actividades de riesgo que para él son un festín. Encuentros familiares, celebraciones, reuniones en locales cerrados, abrazos, ausencia de protección y distancia de seguridad, etc etc, y todo ello abundantemente regado con alcohol que contribuye a relajar todo tipo de medidas, no sólo las sanitarias. Para un epidemiólogo estas fiestas son la pesadilla perfecta, algo así como la emisión continua de deuda pública para un economista preocupado por la viabilidad futura de las cuentas. Es muy difícil transmitir la idea de que debemos comportarnos de otra manera en nuestros actos sociales y personales cuando, con ansia, vendemos el mensaje de “sacrifícate ahora para disfrutar después”. Ya vimos las consecuencias desastrosas que tuvo el relajamiento de conductas en verano, todo ello tras el mensaje institucional, de Presidente del Gobierno hacia abajo, demandando una vuelta a la normalidad, al consumo compartido, a no preocuparse. El virus volvió, porque no se ha ido, porque una vez que llegó ya va a estar siempre ahí, y la segunda ola era cuestión de tiempo, de esperar a que los contagios, primero silenciosos entre jóvenes y asintomáticos, revertieran en forma de afección, hospitalizaciones y muertes. ¿Aprendimos algo en verano otoño del desastre de la primavera? No. ¿Seremos capaces en Navidad de aprender de lo sucedido en verano otoño? Apuesto casi seguro a que tampoco. Y eso, si es así, se traducirá en repuntes de contagios al comienzo del año, y un amargo regalo de reyes en forma de curvas ascendentes de hospitalizaciones y, otra vez, de más muertos. Esto es matemático. Si no somos capaces de mantener distancia personal entre nosotros y limitamos nuestras relaciones el virus correrá entre unos y otros, y el espumillón navideño no forma parte del equipo de protección individual ni desinfecta en lo más mínimo. Correr para abrir la Navidad es, probablemente, correr hacia una nueva ola.

Este jueves es Acción de Gracias en EEUU, lo más parecido que hay allí a la Navidad, entendiéndolo como reunión familiar y generadora de enormes desplazamientos internos para volver a casa. Los contagios siguen disparados en aquel país y, sin precauciones, esta festividad puede espolearlos aún más. Este festivo norteamericano nos puede servir a los europeos de ensayo ante nuestras navidades, de test para ver cómo gestionar la fiesta de diciembre y los encuentros asociados a la misma. Allí, y aquí, otra vez, la responsabilidad personal será clave a la hora de afrontar el riesgo de contagios y la salvaguarda de los nuestros. Por favor, seamos responsables, hay vidas en juego.

lunes, noviembre 23, 2020

La cultura es segura

Este pasado sábado fui al cine. En una frase tan sencilla se encierra algo que, en este año 2020, se ha convertido casi en una heroicidad. Restricciones de aforo, confinamientos de zonas sanitarias, toques de queda, distancias de seguridad, cartelera decapitada…. Quizás sea este año en el que menos he pisado una sala desde que, en mi adolescencia, el cine de Elorrio cerró y lo de ir a una sala a ver películas era algo que no se podía hacer en el pueblo donde se vivía. Fuimos adelantados a la decadencia de las salas y transgresores con su reapertura. Ahora, en medio del desastre, de la restricción de público, de la feroz competencia de las plataformas y el mundo virtual que todo se lo lleva, el futuro de las salas parece tan negro como su oscuro interior.

En todo momento tuve sensación de seguridad, antes de la película, durante y después. Vendido todo en localidades alternas, iba solo, así que no notaba la forzada separación en las no pocas parejas que había en la sala. No era la película propicia para el magreo sentimental, pero hasta eso, uno de los presuntos atractivos del cine acompañado, se ha convertido en imposible por culpa del virus que todo lo trastoca. Es obligado llevar la mascarilla toda la proyección, cosa que empieza a no ser ni incómoda, porque el cuerpo se acostumbra a lo que le echen y al final los apósitos y demás con los que cargamos se convierten en parte de uno mismo con la naturalidad con la que se llevan colgando tantos imperceptibles dedos. El gel hidroalcohólico te espera a la entrada y la salida del recinto, como el fiel que siempre estará contigo, y los empleados te obligan a saludarle y, a él sí se puede, darle la mano. El chorrito que cae te embadurna más o menos, depende de lo preciso que sea el dispensador automático y la torpeza personal, y es inevitable que se acumule una montañita transparente y gelatinosa en el soporte colocado bajo el efímero chorrito, que los nada habilidosos como yo alimentamos con la regularidad necesaria para crear, con el tiempo, una estalagmita que pudiera llegar a unirse con la boca del dispensador si la infección que padecemos durase eras geológicas, y la diligencia del encargado del local estuviera más atenta al paisanaje que entra en la sala que a la limpieza de todo lo que rodea el protocolo actual de ir a un espectáculo. Pero, como fuerza geológica que destruye los planes larvados de la paciente naturaleza, el empleado se afana en retirar cada cierto tiempo el sobrante de gel, y la formación, que, sueña en sus mayores calcáreos, vuelve a nacer una y otra vez a cada grupo de espectadores que entra en el local. Ya sentados en nuestras butacas, tras los anuncios, una empleada nos recuerda nuevamente las normas de prudente seguridad sanitaria, en una escena que tiene algo de cabina de avión y muestra de cómo se ponen los cinturones o se infla el chaleco salvavidas. No señala a las separadas parejas que sólo pueden quitarse la mascarilla para ingerir los productos que están comiendo, comprados en la sala, pero no para besarse o tocar otras partes de su cuerpo, de tal manera que el presunto morbo físico de la compañía cinematográfica acaba siendo cercenado por palomitas y espacios de distancia. Uno puede quitarse la mascarilla para comer una chuchería ruidosa, pero, al parecer, no para coger la mano distante de su acompañante, acercársela a la cara y besarla, como remedo de lo que serían sus labios si no hubiera un mar de felpa y respaldos en medio de ambos cuerpos. Es el triunfo definitivo de la cuenta de resultados de la sala sobre el sentimentalismo del amor a la pantalla, que no pocas veces esconde el amor a la de al lado, ella que sí que mira a la pantalla. Cuantos sueños y espectadores han nacido, o al menos se han concebido, con una proyección como prólogo, y cuántas malas películas se ha tragado él o ella para poder estar en su compañía, sentir su cuerpo rozar en la oscuridad que evoca una habitación sombría, y convertir las imágenes que se suceden en el fondo luminoso en el escenario no del director, sino del que se cree protagonista de su romántica aventura. Ahora, en tiempo de coronavirus, sólo se puede ir al cine a ver la película, como siempre hemos hecho los solteros empedernidos, los solitarios de asiento impar de butaca centrada y algo por atrás de la sala. Más vale, para los que acuden acompañados, que les guste lo que van a ver, porque nada más podrán contemplar.

A la salida, como a la entrada, el gel te despide y te lanza a una calle en la que la noche ya es muy cerrada, pese a no ser tan tarde, cosas del invierno, y en la que las terrazas están tan atestadas de gente como lo estaban cuando entraste en la sala, sin hidro, pero con mucho alcohol, sin distancia, con barullo, con magreo, con cercanía de parejas, con grupos de chicos y chicas que no requieren intimidades de sala para insinuar que quieren lo que buscan en las y los que les rodean, donde la distancia de seguridad es algo que sólo existe en un futuro de amores gastados por el aburrimiento, y la oscuridad, heladora y temprana, aún es joven. Dentro, en el cine, las medidas de seguridad siguen funcionando a ritmo de proyección digital.

viernes, noviembre 20, 2020

Leyes que no buscan educar

Ayer por la tarde, por un voto más del necesario para alcanzar la mayoría absoluta, se aprobó la Ley Celaá, de reforma educativa, que busca derogar lo que recogía la anterior Ley, la llamada LOMCE, o Ley Wert. El nuevo texto ahonda en el camino trazado desde hace décadas de constante cesión a los nacionalistas de la gestión educativa, marginando cada vez más al castellano, y sigue en el empeño de rebajar el nivel de calidad requerida tanto para el paso de curso como para la obtención de títulos, en un proceso de devaluación que no cesa. Así mismo, toma una serie de decisiones de fuerte carácter ideológico, legítimas pero ideológicas, en lo que hace a la escuela concertada y a la educación especial, que buscan su progresiva desaparición.

Esta es la octava ley educativa en treinta años, y sólo ese hecho constata el fracaso absoluto que es la norma educativa en nuestro país, la desidia con la que las administraciones gestionan uno de los pilares básicos a la hora de crear sociedades y reducir desigualdades y, en definitiva, el profundo desprecio, o indiferencia, con la que nosotros, como sociedad, tratamos el tema educativo. Los colegios son vistos por gran parte del país como, en esencia, un aparcamiento vigilado de los niños, que permite a los adultos desarrollar su vida normal. Durante esta pandemia hemos visto como los protocolos escolares de seguridad eran dejados al final de la cola y pocos días antes del inicio del curso se realizaban reuniones de alto nivel entre consejeros autonómicos y gobierno central sobre qué hacer en las aulas al respecto. A una semana de empezar las clases pocas cosas estaban claras pero ya eran muchos los ayuntamientos que empezaban a colgar sus luces navideñas, con una premura que denota planificación y, sobre todo, importancia. A lo que sí la tiene se la damos, y a lo que no, no. Las leyes educativas en España son la conquista que todo nuevo gobierno quiere hacer, y sabemos que esta octava decaerá cuando lo haga este gobierno, y una novena será aprobada por un margen similar a esta (la ley Wert salió con unos cinco o seis votos más que la Celaá) y cuando eso suceda sus impulsores venderán sus falsos parabienes que, como sucede con la actual, sólo servirán para ocultar sus deseos de adoctrinamiento encubierto y de degradación de la calidad educativa. Sí, sí, no es casualidad que década tras década el nivel escolar medio caiga y que los estudios internacionales sitúen a nuestro país entre los peores de los desarrollados, y no es casualidad que nuestras universidades no destaquen en las clasificaciones globales. Eso se produce por lo que antes les comentaba, porque no nos interesa la educación, somos un país inculto, y orgulloso de ello, que mira con desprecio a quien algo sabe porque se sospecha de él, se piensa que es un listillo, que saber es de tontos, por paradójico que suene, y en este caldo de cultivo los gobiernos están encantados de que el nivel sea ínfimo, porque una sociedad que sabe menos puede ser manipulada con más facilidad. Además, la educación es, quizás, el más importante de los ascensores sociales, y degradarla supone condenar a los que poseen rentas bajas y medias a limitar mucho, quizás impedir, que puedan ascender a puestos de alta cualificación e ingresos. A la familia que tiene ingresos y le importa la educación le da igual la ley que se apruebe o si el gobierno sectario de su CCAA sólo permitirá que se estudie en el idioma no ya de su comarca, sino de su aldea. Gastará dinero y hará que su hijo estudie en un centro que le enseñe de todo, y eso le permitirá un mejor trabajo, contactos y oportunidades, por lo que muy probablemente mantenga un estatus de renta acomodada. Pero la familia de pocos ingresos y que no puede permitirse lujos no será capaz de algo así, y el sistema educativo será un obstáculo más, no una palanca, para impedir que su hijo prospere. Marginar a la educación, devaluarla, hacerla nacionalista, es una de las políticas más regresivas e injustas que existen. La ley anterior se nos vendió por la oposición como segregadora, la actual como progresista. Todas son sumamente reaccionarias.

Ninguna de estas leyes ha contado con la opinión de los profesores, de la comunidad educativa, de los que día a día se enfrentan a la gestión de un aula con los problemas, retos y dificultades que eso lleva, y que cada vez son más conscientes del absoluto abandono al que se les aboca desde las, presuntas, autoridades. Educar se ha convertido en una profesión casi absolutamente dominada por la vocación, y ni recursos ni ideas de la sociedad parecen destinados a su salvamento. Curiosos tiempos estos, en los que la tecnología es omnipresente, el conocimiento más accesible que nunca y la educación, cada vez, está más orillada. Los que más sufrirán en el futuro estas decisiones serán los alumnos de hoy. Ellos pagarán el error de nuestra sociedad.

jueves, noviembre 19, 2020

La carrera por las vacunas

Hasta empiezan a surgir chistes sobre el grao de efectividad de las vacunas que se están publicando en estos días, varias de ellas en la fase III, la última del proceso de ensayos clínicos para la definitiva comercialización y distribución. Los de Pfizer fueron los primeros que pusieron el listón por encima del 90%, a lo que Putin, sin prueba alguna, añadió dos puntos a la suya porque él lo vale y ya está. Moderna superó por poco esta cota rusa y Pfizer ha corregido sus cálculos al alza y los ha situado en el 95%, cifras fantásticas, porque el que una vacuna supere el 80% de efectividad ya es un logro muy reseñable.

Asistimos en directo a lo que parece una carrera competitiva por quién presenta antes la vacuna y cuáles son los mejores resultados, algo que recuerda un poco a lo que se vivió en los años sesenta del siglo pasado, la carrera a la Luna, que alcanzó su éxito en medio de una feroz disputa entre los triunfantes EEUU y la malograda URSS. Estas carreras tienen varias ventajas, como es el hecho de alentar el que todos los recursos que puedan ser destinados a ellas se pongan sobre la mesa, y ya saben que dinero es algo que hace falta para cualquier cosa. La competencia entre ideas, bien sean cohetes o vacunas, espolea el ingenio y permite lograr avances en pocos años que, en condiciones normales, aburridas, hubieran llegado mucho más tarde, o incluso quizás ni se hubieran producido. Las guerras son el caso extremo de esfuerzo absoluto volcado en un único fin, y no es casualidad que transcurridas las mismas se produzcan notables avances tecnológicos en el conjunto de la sociedad, fruto de lo invertido e ingeniado en los años belicosos. Pero en estas carreras no todo son ventajas, hay un grave inconveniente, que es el que se deriva de las prisas. Correr hace que sea más fácil que tenga lugar un accidente, y cuanto más deprisa se va peores pueden ser las consecuencias de ese accidente. Esto vale para la carretera y para todo lo demás, las prisas son malas consejeras. En la carrera lunar hubo varios accidentes en el programa espacial norteamericano, que costaron, por ejemplo, la vida de la tripulación de uno de los Apollo iniciales, que se carbonizó en el módulo de mando del cohete sin que este despegase por lo que luego se vio que era un error de diseño en la composición de la atmósfera de la nave. Se sabe que en la URSS hubo accidentes, algunos se intuye que muy graves, que abortaron por completo las posibilidades reales de que los soviéticos alunizasen en la década de los sesenta, pero la opacidad de aquel régimen y sus herederos es tal que aún no se conocen los detalles exactos de lo que pudo pasar. En el caso de la investigación médica las cosas no son tan espectaculares y bruscas como cohetes que explotan en su lanzamiento, pero las consecuencias de los errores pueden ser mucho más graves. El diseño de las fases de un proceso de creación de vacunas está pensado con varios criterios, pero uno de ellos es, desde luego, la seguridad del producto que se testa, el que no provoque más problemas de los que ya se pretenden combatir. Son, por ello, fases largas, dilatadas en el tiempo, que requieren reposo y análisis detallado de los resultados, algo muy ajeno a lo que vivimos estos días de expectativas desatadas y ansia por unos resultados que alivien el panorama de cada día. La gravedad de la emergencia sanitaria que enfrentamos hace que la presión para acortar los plazos de las fases sea intensa, y que lo que hubiera podido durar varios años se lleve a cabo en apenas meses. Tengamos en cuenta que este coronavirus empieza a actuar en China a muy finales de 2019 y no es hasta febrero, creo, cuando se accede a su codificación genética. En el tiempo de un embarazo el virus ha matado a más de un millón de personas en todo el mundo pero la ciencia ha logrado diseñar vacunas que, todo indica, serán efectivas. Es todo tan acelerado como asombroso.

Con porcentajes de efectividad del 80% y con una población vacunada que pueda estar en torno al 75% la inmunidad de grupo empieza a funcionar como tal y el control de la pandemia sería un hecho. Es probable que, si todo va como se prevé, el verano que viene, ya con varios millones de personas vacunadas, empiece a ser algo parecido a lo que recordamos como verano. No plenamente, pero sí una aproximación a la realidad. Otro día les comentaré lo novedoso de la tecnología de Moderna y Pfizer frente a otros modelos de vacunas, y las posibilidades, enormes, que abre si, como parece, es efectiva, pero de momento quedémonos con lo positivo. Esta carrera busca salvar vidas. Y lo logrará

miércoles, noviembre 18, 2020

La pérdida de un satélite

En la madrugada del lunes al martes se lanzó, desde la Guayana francesa, un cohete Vega de la ESA (Agencia Espacial Europea) que portaba dos satélites, uno español, el Ingenio, y otro francés, Taranis, destinados ambos a la observación e investigación de la Tierra mediante distintas formas y tecnologías. El satélite español había sido construido por un conjunto de empresas nacionales y multinacionales de experiencia probada en el tema espacial y financiado mediante fondos públicos a través de organismos de la Administración del Estado, como el Ministerio de Industria o el de Ciencia e Innovación, o entidades públicas empresariales como el CDTI. El coste del satélite era de unos doscientos millones de euros.

El uso constante de términos en pasado para referirnos a Ingenio viene del triste hecho de que Ingenio ya no existe. Probablemente se estrelló poco después del lanzamiento en una zona próxima al círculo polar ártico, y más o menos se puede decir lo mismo de su compañero francés de viaje. El cohete Vega falló en su cometido de colocarlos en las órbitas previstas por un problema técnico en la cuarta y última de sus fases, la capacitada para realizar encendidos simultáneos, que en el primero de los varios previstos no llevó a cabo lo que se preveía y fue incapaz de subir la carga hasta el punto previsto. Va a comenzar un proceso de investigación sobre lo que ha pasado y qué ha fallado, como es lógico, y como primera hipótesis se apunta a un fallo humano en el proceso de fabricación de esa cuarta fase, en la que algunos cables pudieron estar en una mala disposición y ser los causantes del erróneo funcionamiento del motor del cohete. Sea cual sea la causa, la misión está perdida, y el dinero invertido habrá servido para dar empleo a los trabajadores y empresas que han fabricado el satélite, pero no va a dar ninguno de los frutos previstos. Se ha volatilizado sobre el ártico, como toda la misión. Fracasos como estos nos pone, nuevamente, frente a la cruda realidad de lo arriesgado y difícil que es llegar al espacio y lograr conseguir órbitas y demás cosas que vemos que realizan las naves y objetos que allí lanzamos. El verbo que usamos para alcanzar el espacio, lanzar, ya nos dice que se trata de un proceso brusco, súbito, que una vez iniciado no es posible de detener, que más nos vale apuntar bien la trayectoria y no cometer fallo alguno, porque un viaje en un cohete es como una pieza musical, no consiente ningún error. La sucesión de éxitos en su programa espacial de SpaceX, la empresa de Elon Musk, nos ha acostumbrado, de mala manera, a ver los lanzamientos como algo rutinario y que sucede de una manera tan exitosa que parece imposible que pueda ser de otra manera, pero nada más lejos de la realidad. Cada lanzamiento que triunfa supera cientos y cientos de problemas que, cualquiera de ellos, podría hacer mandar al traste toda la misión. Basta pensar que subir al espacio es, esencialmente, ponerse en la punta de un trasto al que se le hace explotar de manera controlada para que el impulso de la explosión te eleve hacia las estrellas. Un cohete alcanza la órbita por pura fuerza bruta, por el consumo desaforado de combustibles (propelentes y oxidantes para ser más exactos) que se lanzan en sentido contrario a la marcha, y lo más lejos posible de la carga útil o de los astronautas, que ocupan la parte superior de toda la estructura. No hay aviónica, planeo, ni nada asociado a la aviación que de una oportunidad a la carga útil o pasajeros una vez que el cohete se eleva un metro sobre la plataforma de lanzamiento. Los cohetes tripulados poseen una escapatoria para sus ocupantes diseñada en caso de que los primeros kilómetros de ascenso sean incorrectos y puedan, digámoslo así, saltar y llegar al suelo con paracaídas, pero es una solución muy provisional y que sólo resulta práctica en un momento bastante inicial del proceso. Los de carga como este que comentamos, nada de nada. Recordemos, en definitiva, que un cohete no es más que un enorme depósito de combustible que se debe consumir en su totalidad, y de manera explosiva, para poder alcanzar el objetivo. Así de duro y crudo.

El fracaso de Ingenio, aunque no haya sido por causas achacables a España, es un palo considerable para nuestro sector aeroespacial, aunque sólo sea por la frustración de ver destruido el esfuerzo inversor e investigador de varios años y millones de euros, que no es poco. Siguen en marcha otros proyectos y la participación nacional en misiones conjuntas de la ESA, y colaboraciones con la NASA, y las empresas españolas del sector tienen una buena imagen internacional, y las instituciones seguirán apostando por este sector, pero nunca olvidemos que en el espacio todo es peligro y adversidad. El riesgo está en todas partes. Ad astra per aspera.

martes, noviembre 17, 2020

El BBVA mueve ficha

Cuando hace ya varias semanas comentábamos el proceso de fusión entre Caixabank y Bankia señalábamos que era el primer paso de consolidación en un sector necesitado de ella, ya antes de la pandemia, pero que tras el desastre económico provocado por ella se hacía aún más acuciante el movimiento corporativo. Hay otro proceso en marcha en estos días, de menor dimensión, la unión entre Unicaja y Liberbnak, pero todos los ojos estaban puestos en las dos grandes figuras del panorama nacional, BBVA y Santander. Algunas voces auguraban incluso un matrimonio entre ellos, pero a mi siempre me parecía una opción tan remota como inviable. Finalmente se ha impuesto la lógica y no ocurrirá lo que era casi imposible.

Fue el de ayer un mal día para los que, el viernes, vendieron acciones del BBVA o Sabadell. Amparados en el fin de semana, los directivos del banco vasco cerraron ataron los cabos de una operación financiera de gran calado que le supone al BBVA poder aumentar de tamaño sin recurrir a una ampliación de capital, cosa que siempre es costosa en forma y, en estos tiempos, problemática en el fondo. A primera hora de ayer se hizo pública la venta del negocio norteamericano de BBVA por unos 9.000 millones de euros, cifra que multiplica notablemente los beneficios anuales que generaba esa división. Esa enorme inyección de liquidez que el banco generaba al desprenderse de una parte de sí mismo era la palanca necesaria para abordar un proceso de integración, y ya por la tarde los medios de comunicación consensuaban que el BBVA y Sabadell empezaban a crear grupos conjuntos de cara a su integración. Si en el caso de Caixabank y Bankia era el primero la que se comía, en la práctica, a la segunda, aquí pasa algo parecido. BBVA es bastante más grande, se mire por donde se mire, que su hasta ayer competidor local, por lo que el proceso se venderá como una integración, pero se ejecutará como una absorción, con ese dividendo enorme obtenido por la entidad azul como colchón para cubrir los costes iniciales del proceso. Tras la unión el peso nacional de la entidad resultante la lleva a pertenecer al trío de los grandes, donde el Santander sigue siendo el predominante, y en el plano internacional altera sustancialmente las regiones en las que trabaja. La cesión del negocio en EEUU hace al antiguo BBVA mucho más dependiente de mercados emergentes como Mexico, Brasil o Turquía, pero el nuevo Sabadell otorga una posición muy interesante en Reino Unido, donde en su momento se hizo con el TSB, por lo que la nueva entidad tiene una pica en un mercado financiero tan competitivo como ese, cosa que le vendrá muy bien. El proceso de fusión, como todos los casos, implicará la reducción de departamentos duplicados y un nuevo desbroce a la red de oficinas, que se llevaría a cabo en todo caso dado que esa es una de las principales vías de reducción de costes que tienen ahora las entidades financieras, dado que la mayor parte de clientes llevan ya la sucursal del banco en el móvil. BBVA es una de las entidades que más peso le ha dado a la digitalización de su negocio y a la operativa vía apps, siendo la suya una de las mejor valoradas por los usuarios, pudiendo ser utilizada para operar con cuentas de otras entidades además de la propia. A buen seguro los sistemas informáticos de la entidad catalana y vasca tendrán poco que ver, pero serán los azules los que se lleven el gato al agua en el proceso, siempre complejo, de unificación técnica. Las acciones de ambos bancos se dispararon ayer en bolsa, con subidas de cerca del 20%, motivo por el que el inversor que el viernes liquidó posiciones en ellos a buen seguro ayer se estaba mesando los cabellos afligido, con dolor por el coste de oportunidad no de lo perdido, sino de lo no ganado, que quizás no haga tanto daño como el primero, pero puede ser igualmente cruel. Bien lo saben los que trabajan en el negocio bancario.

La pregunta que rondaba ayer muchas cabezas tras el desarrollo de la operación era, y ahora, el Santander, ¿qué? La entidad cántabra de momento no mueve ficha en el proceso de concentración, pero sí en el de reducción de costes, con la presentación hace pocos días de un nuevo ERE que jibariza su red de oficinas y reduce aún más su plantilla. Por tamaño, el Santander no necesita para nada crecer en España, pero sigo pensando que es el candidato ideal para una operación europea, una fusión transnacional entre entidades de la UE, para crear un gigante continental. El BCE recibiría con los brazos abiertos una operación así y sería una enorme noticia para aumentar la densidad de la urdimbre financiera que se teje en la eurozona. Toca esperar y ver si se da un movimiento de ese tipo.

lunes, noviembre 16, 2020

Somos muy hipócritas

Publicaba ayer una encuesta El País, aquí parte de la misma, no logro encontrarla en su totalidad en la ininteligible web del medio, sobre las consecuencias sociales de la pandemia de coronavirus y otros asuntos al respecto. Es interesante ver hasta qué punto las falsas teorías conspiranoicas han calado entre la población y el recelo que existe a la vacuna, que será la única vía real para salir de este enorme problema en el que nos encontramos. Es comprensible que la nefasta gestión pública de la pandemia en España por parte de todas las autoridades haya creado un descrédito general en la sociedad y una sensación, cierta, de abandono ante lo que sucede, un “sálvese quien pueda” ante la inutilidad política, pero la duda ante la ciencia es lo más grave.

Lo peor, sin embargo, y lo que más nos define, es la respuesta a una pregunta sobre comportamientos sociales. Preguntado el ciudadano sobre su comportamiento y del resto de la gente ante la epidemia y el cumplimiento de las reglas estipuladas por las autoridades, en una escala en la que cero sería incumplimiento total y 10 la perfección cívica, la media de las respuestas pone al propio entrevistado por encima de ocho, un notable alto, mientras que el resto de la gente es colocada por cada uno de los encuestados muy ligeramente por encima de cinco, aprobando por los pelos. Es decir, todos los encuestados se ven a sí mismos como rectos ciudadanos y observan en los demás un incivismo e incumplimiento de las reglas que es una de las causas que se achacan a los constantes repuntes de contagios. Resulta obvio que las dos respuestas otorgadas en la encuesta son, conjuntamente, incongruentes, y revelan un problema de fondo. Si cada uno se comporta de manera cívica el conjunto lo hace, y por ello la sensación que transmitiría no sería la de incumplimiento, y no podríamos valorarlo así. Si somos todos bastante laxos a la hora de seguir las normas el conjunto de la sociedad ofrecería ese comportamiento desmelenado y no podríamos autoconcedernos una nota que sería falsa. Escojan la mentira que quieran, pero parece obvio que en un sentido o en el otro se está engañando al encuestado para decir lo que deja mejor a uno mismo, cosa que sucede habitualmente cuando se pregunta por temas sociales en los que el entrevistado sabe que su comportamiento individual, gustoso para él, socialmente no está bien visto. Nadie reconoce ver la basura de programación que emite TeleCinco, pero no deja de liderar las audiencias día tras día. Ante el coronavirus vuelve a surgir este lado hipócrita que tenemos todos, que nos sitúa cada uno como el estandarte de los valores cívicos y morales, la unidad de medida respecto a la que se deben comparar los demás, y el resto no son sino un estorbo, una masa anónima de personas que no tienen ni idea de la vida ni de cómo comportarse en ella. El resultado de esta encuesta demuestra hasta qué punto, en este tema y en todos los demás, los prejuicios y presunciones que nos dominan en el día a día nos llevan a afirmar, con cierto grado de categoría, la superioridad de nuestro comportamiento, de nuestra visión de las cosas, de nuestra ideología, de nuestro pensamiento, de la realidad que cada uno de nosotros vivimos. No asumimos que a veces acertamos ya veces no, que en muchas ocasiones respondemos bien y en otras mal, que nuestras vidas son pequeños fragmentos, infinitesimales, que agrupados conforman el devenir de la sociedad, pero que no tienen por qué ser representativos de lo que le pasa al conjunto de ciudadanos. No somos unidad de medida de nada ni referente, ni el mundo gira en torno a nuestro ombligo. Esa sensación que nos domina lleva, con demasiada frecuencia, a estrellarnos, como ciudadanos y como sociedad.

Extrapolemos el resultado de la encuesta a la dirigencia política y se pueden empezar a entender ciertas cosas. Si cada uno de nosotros, sin poder, pensamos que somos los mejores y el resto unos descarriados, basta que nos den poder e influencia para llevar esa visión a la toma de decisiones colectivas, y de ahí al desastre. Salvo las huestes de cada formación, que viven en su burbuja, es mayoritario el sentir social, y así lo reflejaba también la encuesta, del fracaso de la política en esta crisis, y del desastre de dirigentes que tenemos. ¿Cuál sería la solución? Para la inmensa mayoría de los encuestados, seguramente, sus propias recetas, de notable alto, y no las de los demás, de muy baja puntuación. Vamos, la PCR en el ojo ajeno y el coronavirus en el propio.

viernes, noviembre 13, 2020

Asimilar muertos

Mientras el desgobierno que tenemos hace todo lo posible por hacernos creer que los herederos y socios del terrorismo etarra son gente progresista, mientras que todos los demás somos lo peor de lo peor, a cambio de cinco miserables votos presupuestarios, la pandemia sigue matando a un ritmo bastante acorde a lo que es previsible dada la mortalidad real que alcanza, y cada día se lleva a varios cientos de ciudadanos de este país, muchos cientos en otros, algunos miles en naciones más pobladas. Un ritmo que se sitúa en el entorno del 2% de la positividad detectada, que les permite a ustedes obviar todas las falsedades que se dicen desde las autoridades sanitarias y las otras, y asumir que ese porcentaje de muerte será el número de fallecidos en tres semanas dados los positivos de hoy.

¿Hemos normalizado que algo más de trescientas personas mueran cada día de coronavirus en España? ¿Lo hemos convertido en un componente más del paisaje y lo damos como obvio? Eso parece. A medida que las cifras suben y suben la insensibilidad ante ellas parece crecer a la par que la ausencia de responsabilidad colectiva en la tragedia. El recuento de muertos, que acumula cadáveres en unas dimensiones que hace meses se nos antojarían insoportables se vuelve rutina, estadística, números fríos que ya no logran escalar hasta lo más alto de los titulares de la prensa, que vuelven a estar copados por la miseria de la política que nos ha tocado vivir y sus sucios manejos. El deseo de casi todo el mundo con el que uno habla, y quizás sea el reflejo de la sociedad en su conjunto, es el de poder disfrutar de una Navidad normal, de poder juntarse, reunirse, como sí el hecho de que eso se pueda llevar a cabo o no estuviera plenamente en nuestras manos, y no en el aleatorio comportamiento de un virus al que empezamos a considerar parte de la familia. A escala, el comportamiento de nuestra sociedad cada vez se parece más al de esa irresponsable cría que hace unos días aparecía en unos vídeos, en los que reclamaba su derecho a divertirse, y protestaba contra el cierre de la hostelería. Nos morimos por unas cañas en el bar, por pasar la tarde ociosos en compañía de otros tomando tragos y sin preocuparnos de nada. Esa es la mayor aspiración de la sociedad en la que vivimos, por lo que parece, y por ello es lógico que se quieran obviar las cifras de muertos, que se escondan sus imágenes, que no se les preste el duelo y homenaje debido, que se les aparte. Los muertos son un incordio, un enorme fastidio, la causa de que cada uno de nosotros vea limitada su vida personal y su infinito derecho al disfrute, a la juerga, sin que nada ni nadie sea capaz de impedírnoslo. ¿Quiénes son esos muertos que me prohíben salir de juerga? ¿Por qué? Parece preguntarse esa cría en el vídeo con cara de amarga queja, y en su insolencia se refleja gran parte de nuestra mentalidad, del sistema de valores que nos hemos dado a nosotros mismo, que posee fortalezas, sí, pero también debilidades como estas, que en momentos de crueldad como los que vivimos afloran hasta hacerse tan hirientes como inmensas. Es la diversión el derecho máximo de nuestras vidas, el hedonismo el objetivo absoluto de las mismas, y nada es casusa suficiente como para frenarlo, nada puede interponerse entre el yo absoluto y su deseo de vivir la vida plenamente, pase por encima de quien pase o de lo que sea. El culto infinito a la juventud ociosa es uno de los pilares de nuestro mundo, en el que los no jóvenes, o los que no tienen ese estilo de vida, no existen. Cuando las personas se hacen mayores desaparecen del espectro social de interés, estorban, molestan, cuestan, impiden el disfrute. Son “pollasviejas” calificativo que ya no están raro oír pero que me sigue chirriando cada vez que lo escucho utilizado para denigrar a los que tienen mucha edad pero no quieren seguir callados. Y esta pandemia se ceba sobre todo en ese grupo de edad, no sólo, pero la mortalidad es exponencialmente creciente con los años, y el culto hedonista no soporta que su ritmo de vida se vea frenado por la necesidad de salvar a otros, y menos cuando esos otros son personas mayores, que ya no son nada ni nadie.

La asombrosa calidad de vida que se posee en nuestras naciones desarrolladas y muchas décadas de paz y prosperidad como las que hemos vivido, en un episodio de estabilidad anómalo a lo largo de la historia, son una bendición, y nos ha llevado a habitar el mejor de los mundos conocidos, pero no todo son ventajas. Uno de los inconvenientes generados, y que en estos momentos de crisis social se ve como uno de los más graves, es ese egoísmo personal exacerbado, ese “yoísmo” que, desde las redes sociales, donde crece con la fuerza de un monocultivo intensivo, se ha trasladado a la sociedad en su conjunto. ¿Quién tiene el valor de decirle a esa chica que, en medio de esta pandemia, NO tiene derecho a divertirse?

jueves, noviembre 12, 2020

El IVA de las mascarillas

Si se fijan, el proceso es siempre el mismo. El gobierno toma una medida, o anuncia que va a hacerlo, que es errónea. A partir de ahí empiezan a surgir voces críticas y opuestas, y la fábrica de arumentarios (trolas) de Moncloa empaqueta un discurso que hace pasar por sociales y progresistas esas medidas. Siempre hay público y medios que compran esas mentiras. Pasa el tiempo, a veces meses, a veces días, y el gobierno tiene que rectificar, habiéndose visto pillado en renuncios y meteduras de pata durante ese periodo de terquedad. Se cambia de idea, donde dije digo digo Diego, y la fábrica de Moncloa vuelve a crear nuevas ideas (mentiras) en las que el cambio de decisión es un giro social y progresista. Siempre hay público y medios que compran esta nueva mercancía.

Ayer no hubo uno, sino dos ejemplos de este final de esquema. Uno fue el de la petición de pruebas PCR en origen a los viajeros que vengan a España, que otras naciones practican respecto a la nuestra desde hace meses y que el gobierno, aquí, se negaba a hacer sin excusa justificable alguna pese a que varias comunidades, especialmente Madrid y las insulares, lo demandaban desde hace tiempo. Pero lo más espectacular es lo del IVA de las mascarillas. Hasta ayer mismo por la mañana portavoces del gobierno negaban la posibilidad legal de hacerlo amparados en la Comisión Europea, que lo prohibía. El que otros países de la UE ya lo hubieran bajado desde hace tiempo no era, al parecer, argumento de peso para el gobierno y sus socios, políticos y mediáticos. El que la UE hubiera dejado claro en mayo que no iba a sancionar a ningún gobierno si adoptaba rebajas de IVA en material sanitario como el de las mascarillas parecía que tampoco tenía peso alguno. La pillada en una mentira flagrante al gobierno y sus socios era tan evidente que el discurso se les estaba cayendo de una manera tan estrepitosa como patética. Al final no quedaba otro remedio que reconocer que se había cometido un error, pero como esto último es imposible, porque en este país no reconoce equivocaciones ni el que es expulsado de una carrera por suspender todas, la ministra de Hacienda anunció en la tribuna, en el debate de presupuestos, que finalmente el gobierno rectif….. decidía bajar el IVA de las mascarillas porque la noche anterior Bruselas le había confirmado que no pondría objeción alguna. Nada peor que una mentira para tapar otra, cosa que uno aprende desde pequeño, y que si no lleva a la práctica de adulto descubre hasta qué punto se pueden amplificar los errores propios. Supongo que hoy el discurso oficial que toca vender es que la noche pasada Bruselas autorizó una medida que el gobierno llevaba meses persiguiendo, en aras del compromiso social y progresista que le caracteriza. Pura palabrería chatarra, pero que será comprada, sin duda, por púbico y medios afines, que ayer decían una cosa y hoy la contraria con una capacidad de giro digan de la mejor bandera, sometida a vientos cambiantes en un temporal. ¿Qué es lo que ha pasado aquí? Muy sencillo. El IVA de las mascarillas le generaba al gobierno un ingreso superior a los mil millones de euros anuales, dinero que hoy es oro puro en época de ruina. Saben perfectamente los responsables de Hacienda y Moncloa que la quiebra de las cuentas públicas es absoluta como consecuencia de la crisis de la pandemia, y que no hay recursos para nada. Saben perfectamente que los presupuestos son una pintura que no resiste ni el más mínimo contraste con la realidad económica que se vive ahí fuera, que los gastos están infraestimados y los ingresos inflados como globos aerostáticos. Y que cada día en el que el IVA de las mascarillas se mantenía en vigor era dinero puro que entraba en las arcas del ruinoso estado. Por eso, sólo por eso, no se quería bajar, y ahora en Moncloa están tratando de crear una cortina de humo, social y progresista, por supuesto, para ocultar lo que no era sino una decisión económica que se medía en euros de pérdidas o ganancias para las arcas del estado. Tan simple y crudo como eso.

Es triste ver que, cada vez, resulta más fácil pillar en renuncios a este gobierno, y a otros tantos, y que sus dirigentes no aprenden de otros que, en otros países, también tratan de llevarse el ascua a su sardina, como todos, pero que no lo hacen de una manera tan burda y cutre como para que se vea toda la tramoya. La pandemia es un terreno abonado para errores gubernamentales, porque ninguno sabe, sabemos, lo que va a pasar. Por eso es necesario un grado de modestia elevado, de no jugar a ser adivino prospectivo, de no prometer cosas que no dependen de ti (la vacuna, sin ir más lejos) y así cubrirse las espaldas para cuando venga la realidad y te arrase. A ti, al IVA de las mascarillas y a los fabricantes de trolas de Moncloa.

miércoles, noviembre 11, 2020

La vacuna de Pfizer

Pfizer es una empresa farmacéutica norteamericana que se encuadra dentro del grupo de grandes campeones del sector. Multinacional de primer orden, es la creadora, entre otras, de la viagra, por lo que tiene cierta experiencia a la hora de fabricar cosas que funcionan y alegran la vida. Este lunes Pfizer, que colabora con la alemana BioNTech, anunció que su prototipo de vacuna contra el coronavirus funciona, que muestra una efectividad del 90% en los primeros datos que se pueden considerar robustos de la fase III en la que se encuentra su ensayo, y que la viabilidad final del proyecto parece asegurada. Esto ha desatado el optimismo global y, con ello, las bolsas de todo el mundo, no sólo en lo que hace a los valores farmacéuticos.

Cierto es que esta noticia médica es la primera realmente buena que tenemos a lo largo de este aciago 2020, pero precipitarse en el optimismo es una de las cosas que tenemos que evitar, para así no caer ni en frustraciones posteriores ni en ilusiones vanas. El anuncio lo ha realizado la empresa fabricante previo a su publicación en revistas especializadas y a que los datos sean contrastados por expertos y demás miembros de la comunidad científica. La fase III, en la que se encuentra el medicamento, es la más larga a la que se debe someter una vacuna, porque debes servir para conocer el grado de inmunidad temporal que ofrece y medir con detalle la aparición de posibles efectos secundarios a medio y largo plazo. Normalmente esta fase suele durar años, no menos de dos, y resulta evidente que ese periodo de tiempo no se va a cubrir en este caso (ni en el resto de proyectos de vacunas que existen) dada la premura que tenemos para encontrar, sino un remedio perfecto, sí un paliativo que nos permita sobrellevar el problema. Contando con que los resultados anticipados por la empresa son corroborados por otros profesionales, y que todo se desarrolle a pedir de boca, no es imaginable que antes de la primavera se pueda proceder a iniciar un proceso de vacunación general en las poblaciones de aquellos países que tengan acceso a esta vacuna, por lo que es inevitable que, para estos tres o cuatro meses que tenemos por delante, la única solución ante el virus sea la precaución personal mediante mascarillas y distanciamiento social. El anuncio del lunes no supone el fin del coronavirus, ni mucho menos, ni debemos relajar ninguna de las medidas que a día de hoy están implantadas para impedir su transmisión. Lo que sí supone ese anuncio es la primera ventana de esperanza que puede llevarnos a un 2021, especialmente en su segunda mitad, que sea más parecido a lo que llamábamos normalidad antes de prostituirla con adjetivos absurdos. Aun suponiendo que mañana mismo tuviéramos dosis para empezar a vacunar a la población, que no las hay, el proceso sería de una complejidad enorme, requeriría un despliegue de personal inédito y de medios no vistos, y todo ello complicado por el hecho de que la tecnología de vacunas que usa Pfizer, basada en ARN mensajero, muy similar a la empleada por Moderna, otra de las empresas que desarrollan una vacuna, requiere una conservación en frío de las dosis de muy bajas temperaturas, en el entorno de los setenta grados bajo cero, cifra que no se alcanza ni por asomo en los frigoríficos caseros o arcones que abundan en los centros de salud. Si estas vacunas de ARN son las primeras que pueden dispensarse a la población, requerirán un esfuerzo logístico mucho mayor que si son las vacunas basadas en virus atenuados, como la que desarrolla Oxford o la empresa china Cansino, tecnología menos novedosa que la del ARN y que permite que el producto a inocular se pueda conservar a temperaturas ni mucho menos tan exigentes, lo que facilita la logística. La necesidad de que sean una o dos las dosis requeridas depende de lo que el tratamiento especifique, y desde luego, a más dosis por persona, más problemas logísticos.

En todo caso, debemos acoger la noticia de Pfizer con alegría, y como el primer fruto de una carrera mundial de investigación que, en un tiempo récord, trata de crear medicamentos, en este caso vacunas, que nos defiendan del coronavirus. Si uno observa las empresas y países en los que se están desarrollando los modelos de vacunas (EEUU, Reino Unido, Alemania, China...) ve que son los que más dinero invierten en ciencia e I+D, y no porque sean los más ricos, sino al revés. Son los más ricos porque es en esos sectores punteros donde centran sus esfuerzos. En España hay grandes proyectos de vacunas en marcha, pero trabajan en condiciones de escasez financiera y de medios, porque aquí las prioridades sociales son otras. La ciencia salva vidas y crea riqueza. ¿Qué tiene que pasar para que lo aprendamos de una vez?

martes, noviembre 10, 2020

Biden, presidente electo

Como si fueran de Bilbao, los norteamericanos celebran noches electorales formato semana grande del botxo, que se extienden durante varios días. Aún a día de hoy, una semana después de las elecciones, no ha terminado el recuento, pero ya en la tarde del sábado, las cadenas de televisión, que son las que lo hacen allí, proclamaron a Biden como presidente electo una vez que el número de votos que quedaba por escrutar en Pensilvania era menor que la diferencia que el demócrata le sacaba a Trump. Con este estado, que aporta veinte votos electorales, Biden superaba los 270 deseados y alcanzaba la Casa Blanca, como colofón a una carrera política de más de cuatro décadas, ahí es nada.

Nada más saberse la noticia todo el mundo reaccionó, y eso es literal, lo que demuestra que, todavía, EEUU es el centro de nuestro mundo mediático y emocional, y eso le convierte en imperio tanto como el poder de su inmenso ejército. Las masas de partidarios demócratas se lanzaron a la calle a festejar un triunfo que soñaban desde hace cuatro años y los republicanos empezaron a rumiar una derrota en medio de los constantes mensajes de fraude y amaño que Trump y su equipo no dejan de propagar desde hace semanas. A día de hoy todavía lo hacen, y eso es uno de los factores que van a hacer de este proceso de transición en el que nos hemos embarcado uno de los más extraños y, también, peligrosos. Biden ha ganado las elecciones, Trump las ha perdido, y ambos han sacado unos resultados excelentes, siendo los dos candidatos más votados de la historia de aquel país. Eso otorga un gran valor al resultado cosechado por el republicano, y es una enorme baza de cara a lo que decida hacer con su carrera política y con el partido, que ahora dirige como si fuera otra de sus empresas familiares. Dice la tradición electoral de aquel país que el candidato perdedor hace un discurso de concesión, en el que reconoce su derrota y se pone al servicio del nuevo presidente, garantizando de esta manera tanto la legitimidad del resultado como el proceso de transmisión del poder. Esta es la vía conocida para que este traspaso de poder no sea traumático y no genere graves problemas. Asistimos con cierta frecuencia, sobre todo en África, a procesos de elección que se frustran cunado la parte derrotada no lo reconoce y anima a sus huestes a conseguir en las calles lo que las urnas no han otorgado. En España la tradición de reconocer los resultados es moderna, sólo se dad desde la instauración de la democracia a finales de los setenta, y nuestra historia es una cruel sucesión de asonadas, asaltos, desplantes y guerras provocadas por la negación del adversario y del triunfo que logre alcanzar. Los EEUU son una sociedad moderna, de clase media, estable en lo social y económico, pese al azote de la pandemia, y durante siglos, repitan conmigo, siglos, han asistido al traspaso pacífico del poder de uno a otro presidente, de un espectro político a su contrario, sin que se hayan producido incidencias relevantes (la guerra civil norte sur tiene características distintas) y con la plena aceptación del derrotado de su realidad. Trump, que ha sido el presidente más anómalo que se recuerda, promete serlo hasta el último de sus días en el cargo, el 20 de enero al mediodía, no dando su brazo a torcer en ningún caso, y eso lo enturbiará todo. ¿Cuál puede ser el efecto en sus seguidores de sus llamadas a no reconocer la derrota? ¿Puede generarse un movimiento de contestación social que se enfrente en las calles a la nueva presidencia? Ese es, sin duda, uno de los mayores temores que existen actualmente, pero tendremos que esperar a ver si eso sucede o no. De momento, frente a la euforia de la masa demócrata, domina el shock de los seguidores republicanos, y tardarán aún un tiempo en reaccionar, sea cual sea la respuesta que escojan. Es necesario que el sustrato social no se altere y que, más allá de la grave factura que se ve, la cosa no vaya a más.

Precisamente esa fractura es una de las principales tareas, sino la mayor, que tiene Biden por delante. Sus primeros discursos insisten en que quiere ser un presidente para todos los norteamericanos, pero está por ver que una parte de ellos lo admita como tal. Esto hace presagiar que, aunque las formas cambien mucho, tenemos por delante otra presidencia de aquella nación más centrada en sí misma que en el exterior, introspectiva. Y eso nos pone al resto del mundo nuevamente ante el brete de asumir nuestras propias responsabilidades en un contexto de EEUU más debilitado y una china creciente. El reto que tiene Biden por delante es formidable.

viernes, noviembre 06, 2020

Biden se acerca, Trump se niega

Tres días después de las elecciones norteamericanas, seguimos sin poder decir oficialmente quién ha aganado, lo que ya es de por sí una noticia de gran magnitud. Como metáfora de lo que es una asíntota, Biden se acerca cada vez más a ese punto de la victoria, pero sigue sin alcanzarlo. Voto a voto los márgenes en los estados conflictivos (Pensilvania, Nevada, Georgia, Arizona) se estrechan y corren a favor de los demócratas. Quizás hoy caigan algunos de estos para la saca de Joe y se pueda proclamarle ya como ganador, pero hasta entonces todo está abierto, y precipitarse es algo peligroso. Vivir en la asíntota es un sinvivir.

La gran duda sigue siendo la respuesta de Trump, cómo digerirá una derrota que nunca pronosticó ni quiso plantear si quiera como escenario posible. Dentro de su comportamiento de niño enrabietado, perder no entra en sus posibilidades, y está por ver, si finalmente pierde, si tratará de romper el juguete presidencial antes de que deba abandonarlo. De momento sus declaraciones son, directamente, incendiarias. Sigue basándolo todo en el fraude electoral, en que los votos por correo y anticipados son una estafa, en que si se cuentan los votos que él define como legales ha arrasado, pero que si se cuentan los ilegales le roban el triunfo, y de esta manera en nada contribuye a serenar las aguas de aquella nación, sino todo lo contrario. Trump no va a conceder la victoria, eso es algo que parece obvio, y un ejército de abogados a su sueldo tratará de arañar votos en los escrutinios que están más ajustados, Más allá de las marrullerías que pueda crear esta táctica, lo cierto es que el trumpismo, como fenómeno político, se resiste a morir, y de hecho quizás esté naciendo ahora mismo como ideología propia, más allá del partido republicano. Se ha comentado en estos días el silencio de las voces clásicas del republicanismo, las que quedan, ante lo sucedido, y es un silencio que atruena. Por un lado nada dicen contra Trump y sus soflamas de fraude, pero tampoco las apoyan. Diríase que los popes de aquel partido esperan silentes a ver qué es lo que pasa y decidir, tras ello, qué hacer, sin mojarse en lo más mínimo. Muchos desean librarse de la figura de Trump, al que detestan, pero no pueden negar que ha sacado un resultado electoral excelente, con una millonada de votos como no se veía en muchos años en la cuenta de esa formación política, y eso les hace temer muchas cosas. Sobre todo el que la marca Trump se encuentre en posición de usurpar la propia marca del republicanismo. Es innegable que los millones de votos que han apoyado al magnate no se van a disolver como azúcar en el café, y que conforman una visión del país en su conjunto, una manera de entender EEUU y de cómo gestionarlo. Puede usted considerar que es absurda, reaccionaria o lo que sea, estoy de acuerdo, pero es un hecho que esos millones de votos existen, y los ha movilizado Trump, no los rectores del republicanismo de toda la vida. Supongamos que finalmente Biden gana, ¿qué pasa con el republicanismo? ¿Se irá trump a Florida a jugar al golf sin límite de tiempo y las viejas figuras volverán a controlar ese movimiento? ¿optará Donald por convertirse en un líder de la oposición, denunciando sin fin el “fraude” y golpeando con toda la saña posible a un presidente Biden carente de mucho carácter? ¿Se servirá de las siglas republicanas o, directamente, creará su propia formación? Es la primera vez en la política norteamericana que se plantean estas dudas, porque la tradición indica que el perdedor de los comicios pasa a otra vida y se aleja de la política activa, desde luego para no volver a ser nunca más candidato. Pero ya saben, a Trump le gusta romper tradiciones, entre otras cosas.

Desde luego el panorama que se abre es muy incierto, y dando por sentado que alguna vez habrá un resultado, y que, como muy tarde, el 20 de enero un presidente jurará su cargo ante el Capitolio de Washington, lo seguro es que la polarización social del país no se va a reducir dada la actitud mostrada por Trump. En las calles hay nerviosismo, y extremistas de todo el espectro que están deseando desfogarse contra sus adversarios, y eso en un país en el que casi hay más armas que hamburguesas es, como mínimo, inquietante. EEUU vive días convulsos, no se si históricos, dado lo manoseado del adjetivo, pero en todo caso grises, tristes, que ensombrecen su imagen y futuro. Más les vale, y nos vale, que sean capaces de arreglarse.

jueves, noviembre 05, 2020

Parece que Biden lleva ventaja

Ayer por la noche, un furioso Trump llamó a Rupert Murdoch, magnate australiano dueño de muchos medios de comunicación conservadores, entre ellos Fox News, la cadena de noticias favorita de la Casa Blanca de Donald, y le echó una gran bronca porque su cadena había adjudicado el estado de Arizona a Biden. Exigía el presidente que la cadena se retractara, se desdijera. Al parecer, tras una conversación breve y bronca, el diálogo se interrumpió y Murdoch no dio orden alguna a su cadena para que alterase la información que estaba dando, ni sobre Arizona ni sobre cualquier otro tema.

Quizás esta anécdota sea de lo más reveladora a la hora de describir lo que está pasando a medida que avanza, penosamente, el recuento electoral. Son varios los estados en disputa, principalmente Nevada, Wisconsisn y Pensilvania, pero los márgenes para que Trump pueda revalidar el mandato se estrechan, a la vez que crecen las opciones de Biden de alcanzar la presidencia. El poder, que de eso es de lo que se habla en política y elecciones, se está empezando a fugar de las manos de Trump. Tras un día y medio de baile indeciso, en el que, como anillo de poder arrojado al aire bailaba entre la multitud, una fuerza de poder empieza a arropar a Biden a la vez que abandona a Trump, que se deshincha como un globo que hubiera sido pinchado y que, poco a poco, pero de manera inexorable, pierde aire. Los llamamientos del actual inquilino de la Casa blanca a interrumpir los recuentos que siguen en marcha ya denunciar fraude por doquier dicen bastante de cómo es el personaje, de su concepción de la democracia y de la manera en la que entiende los enfrentamientos, sólo con sentido si acaban siendo victorias para él. Es posible que entre hoy y mañana se sepa cómo quedan esos estados que ahora tiemblan como hojas de otoño mecidas por el viento, y caigan definitivamente hacia algún lado. Va a ser inevitable que se produzca el recuento en algunos de ellos, entre otras cosas porque las diferencias de voto son tan estrechas que las normas de algunos estados lo obligan, y es probable que veamos cataratas de recursos legales y demandas de todo tipo, espoleadas principalmente por los republicanos, para que el signo de algunos estados y diversos grupos de votos sean eliminados, pero si para mañana un primer recuento oficial otorga los estados necesarios a Biden y las grandes cadenas de comunicación lo proclaman como vencedor de las elecciones es muy probable (nada hay seguro en este año loco) que ese sea el resultado final. En la tradición americana, tras la proclamación por los medios del ganador, existe lo que se llama el discurso de concesión, en el que el candidato derrotado admite su pérdida y se pone a disposición del presidente y la nación. Es un trámite, pero que tiene una enorme importancia, porque legitima el traspaso de poder, hace normal lo que en muchos países hoy en día y a lo largo de la historia en casi todas partes ha sido una de las principales fuentes de violencia y guerra, el traspaso del poder, el asumir la pérdida del mismo y aceptar que otro lo tiene. La democracia se basa en muchas convenciones y creencias profundas, pero una de las más importantes es que todos los contendientes aceptan las reglas del juego y el resultado de que de ellas sale. El discurso de concesión a veces son apenas unas palabras. Otras, como en el caso de Mccain frente a Obama en 2008, son monumentos de dignidad que parecen ser creados para esculpirlos en piedra y colocarlos junto a los parlamentos y sedes de gobierno de las naciones. ¿Veremos a Trump hacer no ya un ejercicio memorable, sino una mera asunción de la derrota si esta se produce? Millones y millones de norteamericanos han votado a Biden, y sólo unos pocos menos a Trump. Es importantísimo que, gane quien gane, el derrotado lo asuma y se ponga al servicio del país, primera condición necesaria para empezar a curar heridas.

Sí, heridas, porque EEUU muestra heridas fruto de una división política enorme, que se ha ensanchado estos cuatro años, pero que venía de antes. Una sociedad que tenía unos ciertos valores como base de su unidad y luego discrepaba de muchas otras cosas ha visto como ese sustrato de unidad colectiva se ha ido disolviendo en medio de las crisis económicas y sociales que han azotado a la nación. No es nuevo para los europeos, ni les cuento para los españoles, vivir en una sociedad partida y enfrentada. Es una desgracia. Sí lo es para los norteamericanos, y a ellos, y a quienes sean sus dirigentes, les corresponde tratar de curar estas heridas antes de que degeneren en problemas aún más graves. El reto y la responsabilidad son enormes.

miércoles, noviembre 04, 2020

¿Quién ha ganado en EEUU?

Desde que empezó este fatídico año 2020 el día de hoy estaba marcado en el calendario como uno de los más importantes. Era el de después de las elecciones norteamericanas. Al poco de sonar las campanadas del año parecía que la renovación del mandato de Trump era un hecho, con unas cifras económicas incontestables en aquella nación, pese al irresponsable comportamiento del magnate. La pandemia y la cada vez mayor división del país han ido enturbiando el clima social y las elecciones de ayer se presentaban como un plebiscito a la imagen del presidente. Todas las encuestas lo daban por derrotado.

Tras levantarme a las 03:50 de la mañana y seguir algunos de los programas electorales especiales de esta noche, sigo como usted, que se ha ahorrado el madrugón. No se sabe quién es el ganador de las presidenciales a las 8 de la mañana hora española, 2 de la madrugada en WDC. Sí parece seguro que las encuestas han vuelto a fallar y que el resultado cosechado por Trump ha sido mucho mejor de lo que esperaba casi todo el mundo. En distintos círculos no me he atrevido a vaticinar ganador en días pasados porque lo veía todo muy abierto. Las encuestas nacionales pueden determinar que un candidato gane en voto popular a nivel nacional, pero la elección presidencial se hace estado a estado, y ahí diferencias mínimas de voto decantan el estado en su conjunto y hacen que el resultado final tenga poco que ver con el recuento nacional de votos. La resistencia del voto de Trump y su campaña, junto a la movilización de las bases demócratas tras movimientos como el de la defensa de la vida de los negros auguraban disputa y una batalla electoral mucho más cerrada de lo que señalaban los sondeos. El único de los escenarios que no deseaba que se diera es, vaya vaya, el que tenemos ahora mismo encima de la mesa, la incertidumbre. Trump ha ganado estados bisagra como Florida y Ohio, y Biden se ha hecho con Arizona, por lo que el resultado final de la batalla se está dando en estados industriales del medio oeste y los grandes lagos, como Pensilvania, Wisconsin o Michigan, que fueron la clave de la victoria republicana de hace cuatro años. El que a estas horas esos estados sigan en danza es una muestra de que los demócratas han vuelto a errar el tiro de su campaña y se han desconectado, está por ver si definitivamente, de lo que eran las clases trabajadoras clásicas de esas regiones, empelados de industrias pesadas que votaban demócrata como relojes y que han ido virando hacia el republicanismo a medida que se han sentido abandonados por su opción política de siempre y, sobre todo, han perdido los empleos por la decadencia de los sectores en los que trabajaban. Reiteremos lo de hace cuatro años. ¿Va a salvar Trump la ruinosa economía de esos estados? Muy probablemente no, pero se ha fijado en ellos, cosa que los demócratas, centrados en las áreas urbanas dinámicas y en los sectores tecnológicos, no. El otro factor que está condicionando el escrutinio es el del voto por correo y anticipado, enorme en esta ocasión, tan válido como el presencial, pero que cada estado cuenta a un determinado momento, lo que puede hacer que resultados iniciales de voto presencial sean alterados al incorporar todos los votos. Los demócratas saben que la mayor parte de ese voto diferido les es favorable, también lo sabe Trump, que intenta boicotearlo desde hace meses. Sería un escenario de pesadilla que se estableciera un resultado provisional y que, días después, se rectificara, alentando incidentes, demandas judiciales y líos sin fin. Y justo lo que menos necesita ahora EEUU, y ya puestos todo el mundo, es una bronca por unas elecciones que introduzca una peligrosa palabra, legitimidad, en el debate.

Pase lo que pase, la fractura que existe en la sociedad norteamericana no deja de crecer, por motivos propios, y espoleada por actores políticos, especialmente Trump, pero no sólo. Aquella nación ha tenido muy claras cuáles son sus referencias y las cosas intocables con las que no se debe jugar, discutiendo todo lo demás. El que haya comercios que estos días se estén preparando para posibles disturbios en función del resultado indica que algo no va bien en lo más profundo de esa sociedad. Deseaba que Trump no fuera reelegido, no se lo que acabará pasando, pero Trump, gran símbolo, es sobre todo un gran síntoma de un problema mucho más profundo, que les aqueja, que nos aqueja, que no distingue de ideologías, que se llama extremismo.