Pfizer es una empresa farmacéutica norteamericana que se encuadra dentro del grupo de grandes campeones del sector. Multinacional de primer orden, es la creadora, entre otras, de la viagra, por lo que tiene cierta experiencia a la hora de fabricar cosas que funcionan y alegran la vida. Este lunes Pfizer, que colabora con la alemana BioNTech, anunció que su prototipo de vacuna contra el coronavirus funciona, que muestra una efectividad del 90% en los primeros datos que se pueden considerar robustos de la fase III en la que se encuentra su ensayo, y que la viabilidad final del proyecto parece asegurada. Esto ha desatado el optimismo global y, con ello, las bolsas de todo el mundo, no sólo en lo que hace a los valores farmacéuticos.
Cierto es que esta noticia médica es la primera realmente buena que tenemos a lo largo de este aciago 2020, pero precipitarse en el optimismo es una de las cosas que tenemos que evitar, para así no caer ni en frustraciones posteriores ni en ilusiones vanas. El anuncio lo ha realizado la empresa fabricante previo a su publicación en revistas especializadas y a que los datos sean contrastados por expertos y demás miembros de la comunidad científica. La fase III, en la que se encuentra el medicamento, es la más larga a la que se debe someter una vacuna, porque debes servir para conocer el grado de inmunidad temporal que ofrece y medir con detalle la aparición de posibles efectos secundarios a medio y largo plazo. Normalmente esta fase suele durar años, no menos de dos, y resulta evidente que ese periodo de tiempo no se va a cubrir en este caso (ni en el resto de proyectos de vacunas que existen) dada la premura que tenemos para encontrar, sino un remedio perfecto, sí un paliativo que nos permita sobrellevar el problema. Contando con que los resultados anticipados por la empresa son corroborados por otros profesionales, y que todo se desarrolle a pedir de boca, no es imaginable que antes de la primavera se pueda proceder a iniciar un proceso de vacunación general en las poblaciones de aquellos países que tengan acceso a esta vacuna, por lo que es inevitable que, para estos tres o cuatro meses que tenemos por delante, la única solución ante el virus sea la precaución personal mediante mascarillas y distanciamiento social. El anuncio del lunes no supone el fin del coronavirus, ni mucho menos, ni debemos relajar ninguna de las medidas que a día de hoy están implantadas para impedir su transmisión. Lo que sí supone ese anuncio es la primera ventana de esperanza que puede llevarnos a un 2021, especialmente en su segunda mitad, que sea más parecido a lo que llamábamos normalidad antes de prostituirla con adjetivos absurdos. Aun suponiendo que mañana mismo tuviéramos dosis para empezar a vacunar a la población, que no las hay, el proceso sería de una complejidad enorme, requeriría un despliegue de personal inédito y de medios no vistos, y todo ello complicado por el hecho de que la tecnología de vacunas que usa Pfizer, basada en ARN mensajero, muy similar a la empleada por Moderna, otra de las empresas que desarrollan una vacuna, requiere una conservación en frío de las dosis de muy bajas temperaturas, en el entorno de los setenta grados bajo cero, cifra que no se alcanza ni por asomo en los frigoríficos caseros o arcones que abundan en los centros de salud. Si estas vacunas de ARN son las primeras que pueden dispensarse a la población, requerirán un esfuerzo logístico mucho mayor que si son las vacunas basadas en virus atenuados, como la que desarrolla Oxford o la empresa china Cansino, tecnología menos novedosa que la del ARN y que permite que el producto a inocular se pueda conservar a temperaturas ni mucho menos tan exigentes, lo que facilita la logística. La necesidad de que sean una o dos las dosis requeridas depende de lo que el tratamiento especifique, y desde luego, a más dosis por persona, más problemas logísticos.
En todo caso, debemos acoger la noticia de Pfizer con alegría, y como el primer fruto de una carrera mundial de investigación que, en un tiempo récord, trata de crear medicamentos, en este caso vacunas, que nos defiendan del coronavirus. Si uno observa las empresas y países en los que se están desarrollando los modelos de vacunas (EEUU, Reino Unido, Alemania, China...) ve que son los que más dinero invierten en ciencia e I+D, y no porque sean los más ricos, sino al revés. Son los más ricos porque es en esos sectores punteros donde centran sus esfuerzos. En España hay grandes proyectos de vacunas en marcha, pero trabajan en condiciones de escasez financiera y de medios, porque aquí las prioridades sociales son otras. La ciencia salva vidas y crea riqueza. ¿Qué tiene que pasar para que lo aprendamos de una vez?
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