Hoy se celebra en EEUU la festividad de acción de gracias, la más importante de su calendario familiar, por encima de la Navidad. Millones de personas se mueven a lo largo y ancho del desmesurado país para cenar y discutir juntos, cosa que en tiempos de pandemia es un peligro evidente. En la mesa este año, a buen seguro, se hablará mucho de la elección presidencial y de la situación económica de los allí reunidos, y en muchas de las cenas habrá sillas vacías en recuerdo de los más de doscientos mil fallecidos por el coronavirus, una cuenta que en aquel país se incrementa cada día a un ritmo superior al millar. 2020 está siendo un año muy difícil para todos, también para los que viven en aquella nación.
Dice el manido dicho ignaciano que, en tiempos de tribulación, mejor no hacer mudanza, y la gráfica de la bolsa de Nueva York parece, en este loco ejercicio, haberle hecho un homenaje al azpeitiarra. Esta semana el índice Dow Jones ha alcanzado los 30.000 puntos, marca histórica nunca antes conquistada, después del desastre de las cotizaciones que se vio en primavera, cuando lo que parecía un asunto menor se convirtió en una pandemia que casi nos arrasa. A mediados finales de febrero el índice vivía en el entorno de los 29.000, tras subidas más o menos constantes, que reflejaban una economía que, con sus muchas sombras, crecía con fuerza y daba casi por segura la reelección de Trump, pero llegó el coronavirus y se fue todo a la porra. Las cotizaciones se derrumbaron en días de pánico vendedor como no se recordaban desde la caída de Lehmann Brothers, o aún mayores. La gráfica picó un mínimo en torno a mediados de marzo, coincidiendo con el inicio de nuestro confinamiento, cuando ya toda Europa era un rosario de cierres y desastres, alcanzando los 18.591 puntos, que no es un descenso del 50% pero se le acerca mucho. En unas pocas semanas se volatilizaron varios años de subidas bursátiles. Fondos de inversión, empresas, gobiernos, particulares.. el tsunami vendedor, agudizado por la operativa automática del software, que ejecuta ventas cuando se llega a determinado valor para no seguir perdiendo (los llamado stop losses) generó una espiral de pérdidas alucinante. Con esos registros la presidencia de Trump estaba perdida, porque era la economía, y lo sigue siendo, la gran motivación de voto en aquel país. Los que no vendieron en el momento, por la causa que fuera, observaban como el valor de sus carteras se deshacía como castillos de arena. Muchos, sin duda, optaron por liquidar posiciones en medio de la tormenta para no seguir perdiendo, otros, atrapados en pérdidas muy voluminosas no se atrevieron a hacerlo, algunos le echaron sangre fría y decidieron quedarse quietos esperando que amainase el temporal. En situaciones de este tipo se dan todos los comportamientos imaginables y la irracionalidad se impone. A veces, no siempre, la racionalidad y sangre fría es lo más aconsejable, y esta ha sido una de esas veces. Desde el mínimo de marzo el Dow empezó a cotizar, arrastrado primero por cazadores de gangas, que veían buenas acciones cotizando a descuentos que semanas, años antes, eran imposibles, y a todo eso se le sumó el disparo que vivieron las empresas de internet. En tiempos de confinamiento el consumo de contenidos digitales ha sido enorme y los ya por entonces gigantes del mundo digital siguieron creciendo hasta convertirse en monstruos. El que se quedó quieto en su casa, con una buena dosis de paciencia y valor, ha obtenido recompensa. Las carteras individuales estarán mejor o peor, en función de qué acciones las compongan, pero el índice en su conjunto ha recuperado en ocho meses la pérdida del crash de marzo, en un comportamiento que es una pura salida en V, de esas que se ponen como ejemplo para ilustrar las figuras de vuelta. Visto con perspectiva, ahora que es fácil, marzo fue un mes de auténticas gangas, de chollos de los que todo el mundo huía. Los que vendieron en el desplome ejecutaron pérdidas y habrán estado el resto del año tratando de compensar, y lo habrán conseguido, o no. En este caso, la táctica Rajoy de esperar y no hacer nada ha resultado ser inmejorable.
¿Se puede decir lo mismo de nuestro Ibex? Desde luego que no. Todos son penas para el inversor español que juega a su índice. Es, también, mi caso. El 17 de febrero el Ibex tocó los 10.000 puntos, que no se veían desde hacía tiempo, pero desde entonces empezó su derrumbe, que le llevó al entorno del 6.100, casi un 40% de pérdida. Esto es comparable con el índice americano, pero a partir de entonces la historia es otra, sin rebote ni nada, con un suelo lánguido y triste que se ha prolongado durante todos estos meses, y que sólo ha roto al alza con las noticias de las vacunas, logrando esta semana llegar a los 8.000. El gráfico de uno, una V, y el del otro, una U, de momento sin ni siquiera todo el rabo derecho, lo dicen casi todo.
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