Desde que empezó este fatídico año 2020 el día de hoy estaba marcado en el calendario como uno de los más importantes. Era el de después de las elecciones norteamericanas. Al poco de sonar las campanadas del año parecía que la renovación del mandato de Trump era un hecho, con unas cifras económicas incontestables en aquella nación, pese al irresponsable comportamiento del magnate. La pandemia y la cada vez mayor división del país han ido enturbiando el clima social y las elecciones de ayer se presentaban como un plebiscito a la imagen del presidente. Todas las encuestas lo daban por derrotado.
Tras levantarme a las 03:50 de la mañana y seguir algunos de los programas electorales especiales de esta noche, sigo como usted, que se ha ahorrado el madrugón. No se sabe quién es el ganador de las presidenciales a las 8 de la mañana hora española, 2 de la madrugada en WDC. Sí parece seguro que las encuestas han vuelto a fallar y que el resultado cosechado por Trump ha sido mucho mejor de lo que esperaba casi todo el mundo. En distintos círculos no me he atrevido a vaticinar ganador en días pasados porque lo veía todo muy abierto. Las encuestas nacionales pueden determinar que un candidato gane en voto popular a nivel nacional, pero la elección presidencial se hace estado a estado, y ahí diferencias mínimas de voto decantan el estado en su conjunto y hacen que el resultado final tenga poco que ver con el recuento nacional de votos. La resistencia del voto de Trump y su campaña, junto a la movilización de las bases demócratas tras movimientos como el de la defensa de la vida de los negros auguraban disputa y una batalla electoral mucho más cerrada de lo que señalaban los sondeos. El único de los escenarios que no deseaba que se diera es, vaya vaya, el que tenemos ahora mismo encima de la mesa, la incertidumbre. Trump ha ganado estados bisagra como Florida y Ohio, y Biden se ha hecho con Arizona, por lo que el resultado final de la batalla se está dando en estados industriales del medio oeste y los grandes lagos, como Pensilvania, Wisconsin o Michigan, que fueron la clave de la victoria republicana de hace cuatro años. El que a estas horas esos estados sigan en danza es una muestra de que los demócratas han vuelto a errar el tiro de su campaña y se han desconectado, está por ver si definitivamente, de lo que eran las clases trabajadoras clásicas de esas regiones, empelados de industrias pesadas que votaban demócrata como relojes y que han ido virando hacia el republicanismo a medida que se han sentido abandonados por su opción política de siempre y, sobre todo, han perdido los empleos por la decadencia de los sectores en los que trabajaban. Reiteremos lo de hace cuatro años. ¿Va a salvar Trump la ruinosa economía de esos estados? Muy probablemente no, pero se ha fijado en ellos, cosa que los demócratas, centrados en las áreas urbanas dinámicas y en los sectores tecnológicos, no. El otro factor que está condicionando el escrutinio es el del voto por correo y anticipado, enorme en esta ocasión, tan válido como el presencial, pero que cada estado cuenta a un determinado momento, lo que puede hacer que resultados iniciales de voto presencial sean alterados al incorporar todos los votos. Los demócratas saben que la mayor parte de ese voto diferido les es favorable, también lo sabe Trump, que intenta boicotearlo desde hace meses. Sería un escenario de pesadilla que se estableciera un resultado provisional y que, días después, se rectificara, alentando incidentes, demandas judiciales y líos sin fin. Y justo lo que menos necesita ahora EEUU, y ya puestos todo el mundo, es una bronca por unas elecciones que introduzca una peligrosa palabra, legitimidad, en el debate.
Pase lo que pase, la fractura que existe en la sociedad norteamericana no deja de crecer, por motivos propios, y espoleada por actores políticos, especialmente Trump, pero no sólo. Aquella nación ha tenido muy claras cuáles son sus referencias y las cosas intocables con las que no se debe jugar, discutiendo todo lo demás. El que haya comercios que estos días se estén preparando para posibles disturbios en función del resultado indica que algo no va bien en lo más profundo de esa sociedad. Deseaba que Trump no fuera reelegido, no se lo que acabará pasando, pero Trump, gran símbolo, es sobre todo un gran síntoma de un problema mucho más profundo, que les aqueja, que nos aqueja, que no distingue de ideologías, que se llama extremismo.
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