Tres días después de las elecciones norteamericanas, seguimos sin poder decir oficialmente quién ha aganado, lo que ya es de por sí una noticia de gran magnitud. Como metáfora de lo que es una asíntota, Biden se acerca cada vez más a ese punto de la victoria, pero sigue sin alcanzarlo. Voto a voto los márgenes en los estados conflictivos (Pensilvania, Nevada, Georgia, Arizona) se estrechan y corren a favor de los demócratas. Quizás hoy caigan algunos de estos para la saca de Joe y se pueda proclamarle ya como ganador, pero hasta entonces todo está abierto, y precipitarse es algo peligroso. Vivir en la asíntota es un sinvivir.
La gran duda sigue siendo la respuesta de Trump, cómo digerirá una derrota que nunca pronosticó ni quiso plantear si quiera como escenario posible. Dentro de su comportamiento de niño enrabietado, perder no entra en sus posibilidades, y está por ver, si finalmente pierde, si tratará de romper el juguete presidencial antes de que deba abandonarlo. De momento sus declaraciones son, directamente, incendiarias. Sigue basándolo todo en el fraude electoral, en que los votos por correo y anticipados son una estafa, en que si se cuentan los votos que él define como legales ha arrasado, pero que si se cuentan los ilegales le roban el triunfo, y de esta manera en nada contribuye a serenar las aguas de aquella nación, sino todo lo contrario. Trump no va a conceder la victoria, eso es algo que parece obvio, y un ejército de abogados a su sueldo tratará de arañar votos en los escrutinios que están más ajustados, Más allá de las marrullerías que pueda crear esta táctica, lo cierto es que el trumpismo, como fenómeno político, se resiste a morir, y de hecho quizás esté naciendo ahora mismo como ideología propia, más allá del partido republicano. Se ha comentado en estos días el silencio de las voces clásicas del republicanismo, las que quedan, ante lo sucedido, y es un silencio que atruena. Por un lado nada dicen contra Trump y sus soflamas de fraude, pero tampoco las apoyan. Diríase que los popes de aquel partido esperan silentes a ver qué es lo que pasa y decidir, tras ello, qué hacer, sin mojarse en lo más mínimo. Muchos desean librarse de la figura de Trump, al que detestan, pero no pueden negar que ha sacado un resultado electoral excelente, con una millonada de votos como no se veía en muchos años en la cuenta de esa formación política, y eso les hace temer muchas cosas. Sobre todo el que la marca Trump se encuentre en posición de usurpar la propia marca del republicanismo. Es innegable que los millones de votos que han apoyado al magnate no se van a disolver como azúcar en el café, y que conforman una visión del país en su conjunto, una manera de entender EEUU y de cómo gestionarlo. Puede usted considerar que es absurda, reaccionaria o lo que sea, estoy de acuerdo, pero es un hecho que esos millones de votos existen, y los ha movilizado Trump, no los rectores del republicanismo de toda la vida. Supongamos que finalmente Biden gana, ¿qué pasa con el republicanismo? ¿Se irá trump a Florida a jugar al golf sin límite de tiempo y las viejas figuras volverán a controlar ese movimiento? ¿optará Donald por convertirse en un líder de la oposición, denunciando sin fin el “fraude” y golpeando con toda la saña posible a un presidente Biden carente de mucho carácter? ¿Se servirá de las siglas republicanas o, directamente, creará su propia formación? Es la primera vez en la política norteamericana que se plantean estas dudas, porque la tradición indica que el perdedor de los comicios pasa a otra vida y se aleja de la política activa, desde luego para no volver a ser nunca más candidato. Pero ya saben, a Trump le gusta romper tradiciones, entre otras cosas.
Desde luego el panorama que se abre es muy incierto, y dando por sentado que alguna vez habrá un resultado, y que, como muy tarde, el 20 de enero un presidente jurará su cargo ante el Capitolio de Washington, lo seguro es que la polarización social del país no se va a reducir dada la actitud mostrada por Trump. En las calles hay nerviosismo, y extremistas de todo el espectro que están deseando desfogarse contra sus adversarios, y eso en un país en el que casi hay más armas que hamburguesas es, como mínimo, inquietante. EEUU vive días convulsos, no se si históricos, dado lo manoseado del adjetivo, pero en todo caso grises, tristes, que ensombrecen su imagen y futuro. Más les vale, y nos vale, que sean capaces de arreglarse.
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