viernes, febrero 26, 2016

Vaya par de Ritas

El tamaño muestral es ridículo, dos de dos no llega ni a racha, pero si hubiera una tercera se demostraría que llamarse Rita es condición para ser mala política. De hecho a las dos Ritas famosas sólo les une su nombre, todo lo demás les separa…. Salvo su mala gestión, su altanería y su creencia de estar por encima de los demás. Maestre, de Podemos, en el Ayuntamiento de Madrid, juzgada por desnudarse en una capilla de la Complutense, no reconoció los hechos y, en todo caso, dijo que no tenían por qué ser irrespetuosos. Ella es la verdad y el resto están para adorarla. Quizás por eso se sintió a gusto cerca de un sagrario, demostrando eso de que no escandaliza quien quiere sino quien puede.

Barberá, del PP, alcaldesa de casi toda la vida en Valencia, la tercera ciudad de España, dueña y señora del ayuntamiento, el grupo municipal, el partido y parte de la sociedad local, compareció ayer ante los medios para desmentir que tenga algo que ver con todos los colaboradores suyos en el ayuntamiento que, por graves delitos, están imputados. Con su altanería de toda la vida, ese estilo declamatorio propio de alcaldables de balcón, de esos miles, millones que viven en España que disfrutarían pegando gritos y dando órdenes a las masas desde lo alto de su atalaya, Barberá ofreció ayer un espectáculo que oscilaba entre el sainete cómico y el drama, en el que cada palabra de negación era un más que probable clavo en su ataúd político y en el que sus manos no hacían otra cosa que ponerse en fuegos ajenos que, ahora mismo, arden sin control. Escenificó Barberá, buscándolo o no, la imagen de un partido desbordado por la corrupción que ni ha querido ni ha mostrado interés en atajarla hasta que ha visto que le podía costar votos. Rajoy lo ha dicho muy claro, le duele la corrupción por los votos que le ha costado, no por el mal que supone el desvío o latrocinio de fondos. En Valencia las tramas corruptas, que existían desde épocas socialistas, fueron absorbidas por los populares cuando empezó su reinado de un cuarto de siglo. El sector inmobiliario, siempre pujante en la costa mediterránea, inflaba más o menos esas estructuras en función de la bonanza económica. Y cuando llegó la burbuja las velas se hincharon hasta cubrir el mar y el horizonte. Voces de todo tipo clamaban desde hace tiempo contra las tramas corruptas en la región, y nadie hacía nada, salvo ruedas de prensa graciosas en las que Barberá derrochaba desparpajo, fondo de malas formas y evasivas de todo tipo. La inminente derrota electoral de mayo, que Barberá si vio venir y Rajoy no, le hizo tomar precauciones, y logró acceder a las listas del Senado, dándole utilidad a la cámara baja como refugio, como isla donde presuntos piratas pueden encontrar puerto seguro ante las patrulleras del mar que los buscan. Con su actitud Barberá destroza un poco más a un PP que sangra por la herida de la corrupción sin que sus altos cargos, empezando por Rajoy, hagan nada para taponar la herida. Los partidos, no sólo el PP, ven “normal” cobrar mordidas, se ha hecho siempre, y no ven motivos para cambiar de sistema, que por cierto, les ha funcionado muy bien. Rajoy no hará nada en este aspecto, nunca, porque no es consciente de que haya nada malo en su funcionamiento. De lo que tampoco parece ser consciente es de que, como en una falla valenciana, el incendio de, ahora Barberá, abrasa a todo el partido, hace que muchos dirigentes honrados estén “hasta los cojones” (sólo en Bilbao podían decirlo así) y que, entre aplausos de una directiva amordazada por el miedo a perder el puesto, la estructura del partido se queme hasta los cimientos. La falla del PP arde en Valencia y, en torno a ella, mientras se queman, sus dueños y jefes no dejan de aplaudir.

Joven y mayor, progresista y conservadora, nueva y vieja política (etiquetas muy falsas, por cierto) moderna y chapada a la antigua… nada hay más diferente a Rita Maestre y Rita Barberá, salvo que son un perfecto ejemplo de mala política, de nulo servicio público, de olvido y desprecio al ciudadano que les vota y paga. Sus actitudes, aparentemente opuestas, son complementarias hasta el extremo, y demuestran que más allá de estructuras, consignas baratas, eslóganes y twits, la honradez empieza por uno mismo, y ninguna de las dos ha dado muestras inequívocas de serlo. Y si aplicamos la máxima evangélica de “por sus hechos les conoceréis” ambas escandalizan, y de verdad, por sus acciones y omisiones.


Subo a Elorrio este fin de semana y me quedo allí hasta el martes. Abríguense ante un invierno que llega para este fin de semana. Si no pasa nada raro, hasta el miércoles 2 de marzo.

jueves, febrero 25, 2016

Donald Trump sigue ganando primarias

Su llegada a la campaña electoral republicana fue vista como algo exótico, cachondo y hasta cierto punto, divertido. Trump, el bocazas de América, un exaltado en toda la regla, se metía en el fregado electoral gracias a su inmensa fortuna, fama mediática y absoluta falta de filtros. Cada palabra que decía suponía meterse con un grupo social, una idea establecida, un principio de convivencia o con todo ello a la vez Y eso le reportaba aún más repercusión mediática. Los debates de los precandidatos republicanos mostraban a un montón de pequeñas figuras enfrentadas entre sí, orbitando en torno a la estrella Trump.

Hoy, tras su tercera victoria en unas primarias, esta vez en Nevada, Trumo ha dejado de ser algo curioso para convertirse en una posibilidad y un problema. Las grandes figuras del partido republicano, eso que se llama el “establishment” (el Word no me marca en rojo esa palabra, cómo nos han conquistado) observan con miedo como su partido está siendo colonizado por una figura que arrastra, de momento, voto popular, pero que puede ser letal para la imagen del grupo y del país si llega a tener el poder real en sus manos. Trump es lo más parecido que uno pueda imaginar a un desquiciado. Su discurso se basa en el populismo, el simplismo, la desfachatez y la nada. Pero como sucede con este tipo de personajes, suscita en torno a sí el voto protesta de unas clases medias y bajas que en EEUU, como en otros países, el nuestro sin ir más lejos, han sido duramente golpeadas por la crisis, y que no ven en la recuperación actual el camino que les pueda llevar de nuevo a la prosperidad perdida. El mismo fenómeno lo vemos en Francia con una Marine Le Pen que lidera las encuestas, o en una Hungría, donde Victor Orban gobierna el país con unas ideas retrógradas que ahora, en Polonia, arraigan con fuerza. En el otro lado del presunto espectro de ideas de estos personajes, Podemos en España representa el discurso populista del odio y enfrentamiento, de la búsqueda de unos culpables que hayan jugado un papel en la crisis pasada, y en la focalización sobre ellos del castigo que purgará los males de los desposeídos ¿Tiene ideología Trump? Es una pregunta difícil de contestar, más allá de que propugne ideas que le hagan a él más rico. De hecho, la pregunta profunda sería si todos estos movimientos ideológicos realmente lo son, y si no corresponden realmente a formas de populismo, de distinta careta o apariencia, pero que, como a lo largo de décadas pasadas, han ido tratando de hacerse con el poder que detentaron en peligrosas décadas del pasado siglo. La búsqueda del culpable, la solución sencilla y expeditiva, la movilización, el aire marcial… características que, una y otra vez, se repiten en estos movimientos, aunque se disfracen de revoluciones socialistas, cristianas, liberales o populares. No hay muchas diferencias entre el Hugo Chávez que decretaba qué edificios de una plaza se podían expropiar para satisfacer su ego y entre el Trump que cada semana promete elevar un metro la valla que levantará entre Méjico y EEUU para impedir la entrada de la inmigración. El discurso de Orban que achaca a los inmigrantes la pobreza de Hungría es idéntico al que utiliza el UKIP en Reino Unido para querer separarse de la UE o el del propio Trump referido a los latinos, asiáticos y, en general, a todos aquellos que no se parezcan a él cuando se miran en el espejo. Si uno lo piensa un poco, es patético. Cuando más complejos son los problemas a los que nos enfrentamos y más necesario es el debate y la reflexión sobre cómo afrontarlos, más éxito obtienen las peligrosas y fracasadas fórmulas del pasado.

En lo que hace a las posibilidades presidenciales de Trump, lo cierto es que hace poco eran cero y ahora existen, pero creo, espero, que no aumenten mucho más. Incluso si llegara a ser el candidato republicano (pobre GOP, quién te ha visto y quién te ve) su campaña sería el mayor movilizador de voto demócrata que uno pudiera imaginar, y eso llevaría a su candidato (muy probablemente Hillary, pero ojo al fenómeno Sanders, que también dice mucho de cómo está la sociedad) a una victoria. No imagino a Trump reconociendo su derrota electoral, quizás, en una sonrisa del destino de esas que tanto se llevan ahora, se ofreciese como vicepresidente. O no.

miércoles, febrero 24, 2016

¿Cuánto suman 90 más 40?

Como en economía, también en política las matemáticas pueden ser creativas. La respuesta a la pregunta que da título al artículo es un trivial 130, pero esa cifra puede ser muchísimo o nada, dependen de quién la juzgue. Nada para los que, sumados a ella, como PP o Podemos, podrían llevarla a la mayoría necesaria para la investidura de Sánchez. Inmenso valor para los que la conforman, PSOE y Ciudadanos, que logran superar al PP con su voto conjunto y presentan una propuesta, sino de gobierno, sí de reformas que pueden ser suscritas por muchísimos votantes más allá de los propios. Por ello, en esta ecuación no está nada claro qué hay al otro lado del igual que sigue a la suma.

Como esos 130 votos solos no sirven para nada, ni en primera ni en segunda vuelta, hay quien dice que todo esto es un teatro escenificado, que tiene tres posibles salidas. O bien Podemos actúa de pose dura pero acabará absteniéndose, o la misma actitud es la que está mostrando el PP, o sí, es un teatrillo en el que el PSOE sabe que no va a contar con los votos necesarios pero está aprovechando su momento de gloria política y mediática para mostrar un perfil de alternativa, pese a contar con el peor resultado de su historia, unos muy escasos noventa diputados. ¿Y Ciudadanos? Es el único que se mantiene fiel a su idea inicial. Reclama todo el tiempo un pacto basado en reformas concretas, que aglutine a las grandes fuerzas, rechaza vetos excluyentes y extremismos, y consciente de que sus cuarenta diputados no son suficientes para generar mayoría alguna, pero sí bloquearlas, actúa como muñidor de acuerdos. En este sentido es el partido que está engañando menos, si se quiere usar este término algo grueso, a sus electores y al resto de votantes. PP y Podemos juegan a dos barajas, creyendo firmemente que si no logran un acuerdo ahora unas nuevas elecciones les beneficiarían. Tan es así que el PP ni quiere jugar y Podemos amenaza cada media hora con romper el tablero de juego si hay alguna cosa, la que sea, que no les gusta. Y el PSOE, entre la espada de sus malos resultados, la pared de un, puede que sí o no, reforzado Podemos en unas nuevas elecciones, y la batalla interna por el liderazgo, exprime al máximo la ventana, el agujero de la cerradura de oportunidad que se le ha brindado. Visto así, pocas cosas, por no decir nada, han cambiado desde la noche electoral, la aritmética es tozuda y Podemos sigue teniendo en su mano el pacto de izquierdas y PP la gran coalición. Si ninguno de ellos da su brazo a torcer, habrá nuevas elecciones el 26 de junio y podremos constatar el absoluto, bochornoso fracaso de unas formaciones que están mostrando su incapacidad para el pacto. Pero más allá de aritméticas, ¿qué sensaciones les está produciendo este proceso negociador? Si excluimos los deseos de echar a todos los políticos a la hoguera, es evidente que el radicalismo de Podemos y el pasotismo del PP no debiera jugar a su favor, hubiera elecciones o no. Se están retratando ante la opinión pública como formaciones exclusivas, porque creen que ellos son exclusivamente la verdad. Creen detentar el monopolio de la misma y actúan, desde presupuestos ideológicos y formas completamente opuestas, de una manera sorprendentemente similar. Sus voceros mediáticos los jalean con fuerza a cada decisión y discurso que proclaman, aunque las consecuencias de esos mensajes siempre sean las mismas, bloqueo institucional y acercamiento de unas nuevas elecciones. Mi deseo es que, de celebrarse, cosa que me parecería horrenda, ambas formaciones debieran ser penalizadas por el votante, pero a saber si eso sería así o no.

Viendo los puntos de acuerdo que presentó Rivera y a los que el PSOE se suma, y pese a que aún deben ser concretados en muchos aspectos (las Diputaciones no deben ser sustituidas, sino suprimidas del todo, por ejemplo) creo que la mayor parte de votantes de las cuatro formaciones en liza aplaudirían esas reformas. Sin embargo, Podemos las rechaza porque su sectarismo oficial le hace votar no a todo lo que no provenga de ellos mismos, pese a que lo defiendan, y el PP no las acepta porque no cree en muchas de ellas y, como Podemos, no han surgido de su propio ser. Ahora, votante, seas de las siglas que seas, en conciencia, y sin oír lo que tu partido opine, ¿qué opinas de esas propuestas? ¿Te gustan? ¿Qué votarías si te preguntasen a ti como ciudadano elector, que es lo que eres?

martes, febrero 23, 2016

La desUnión Reino Unido Unión Europea

Es curioso, hasta cierto punto sarcástico, que Unión sea el término que se repite en el nombre de las dos entidades que, en estos momentos, caminan rumbo a la separación, mutua y propia. Tras una noches de jueves larga y un viernes extra no previsto (o sí) el acuerdo alcanzado entre Cameron como representante del Reino Unido y las instituciones europeas dio vía libre a la convocatoria del referéndum para la permanencia o abandono de la Unión por parte de los británicos. Viendo las cosas con objetividad, para evitar algo peor se llegó a un mal acuerdo por ambas partes, y aún queda por ver que no suceda lo peor.

Mal acuerdo porque Cameron no puede vender en su país que ha conseguido una gran victoria en Bruselas y porque los europeístas creen, creemos, que ese acuerdo es una vía de agua en el barco europeo en materias tan sensibles como los derechos sociales, la libre circulación de ciudadanos y la igualdad. Ambas partes quedan doloridas tras unas negociaciones en las que se pedía lo imposible, que el Reino Unido perteneciese, de nombre, a una Unión en la que podría disfrutar de las ventajas financieras, pero sin necesidad de adoptar ni respetar el resto de reglas comunes, escogiendo a su conveniencia con qué quedarse, como si fuera un menú a la carta. Eso era imposible. La alternativa de una ruptura de las negociaciones y la más que probable campaña de Cameron a favor de salirse de la Unión asustó al resto de socios, y al final el acuerdo llegó, pero repito, es malo para todos. Quizás el lado más debilitado sea el de la propia Unión, porque se ha abierto una puerta, la de la excepcionalidad al cumplimiento de las normas y tratados, que una vez franqueada es imposible que no vuelva a serlo. Llegará un día en el que otro país, primero de los grandes, alegue causas de fuerza mayor imposibles de afrontar para, por ejemplo, recortar garantías, no transponer directivas, incumplir sentencias de los tribunales comunitarios, y cualquier otra cosa que usted se imagine. Y una vez que las reglas de un club se convierten en una guía de buenas prácticas sin valor alguno, el club se deshace. Lo curioso es que hayan sido precisamente los británicos, no se si inventores, pero sí adictos a la institución del club, los que no hayan entendido este asunto. Por tanto, con una UE dolorida y dañada en sus principios, Cameron ha vuelto a Londres y ha convocado, como prometió, su referéndum para el jueves 23 de junio. Mucho ojo a esa cita, porque nadie garantiza la victoria de la campaña a favor del sí de Cameron y algunos de los de su partido y los laboristas frente a parte del partido conservador y fuerzas nacionalistas como el UKIP. Es más, las encuestas ahora mismo ofrecen un resultado ligeramente favorable al no, de unos 8 puntos porcentuales. A medida que se acerque la fecha aumentará el número de voces que reclamen el voto en uno y otro sentido. Las empresas, la city y la racionalidad abogarán por el sí, pero es una consulta en la que el voto inflamado, el pasional, el que reclama unos derechos propios, el que es espoleado por el populismo, tiene en el no un banderín de enganche muy tentador. Esa UE de Bruselas es el enemigo exterior perfecto para echarle las culpas de los problemas que puedan existir en el país, y responsabilizarle de ellos. La “independencia” del Reino Unido sería sí la salvación, el cielo anhelado, liberador de todo problema ¿Verdad que les suena el discurso? Si, sí. Y recuerden, siempre es falso.

Una derivada nada trivial de esta votación es el papel de Escocia. Mucho más europeísta que Inglaterra, el partido nacionalista escocés ha amenazado con que, en caso de una victoria del no, reclamarían un nuevo referéndum de independencia en la región para salirse del Reino Unido, con vistas a reintegrarse en la UE. Por lo tanto, una victoria del sí el 23 de junio sería balsámico tanto para la UE como para Reino Unido, pero un no haría que, por primera vez, la UE perdiera un miembro y abriría la puerta a que, esta vez sí, Escocia abandonase su actual nación, y el Reino Unido dejase de llamarse así al perder una de sus tres entidades (Gales es la tercera). Un no sería devastador para ambos y sólo generaría desUnión a ambos lados del canal de la Mancha.

lunes, febrero 22, 2016

Leer a Harper Lee y Umberto Eco

Viernes negro, viernes de dolores para las letras. Curiosamente, en el año en el que conmemoramos los cuatrocientos años de la muerte, en el mismo día de Abril, de Cervantes y Shakespeare, el pasado viernes 19 se murieron otros dos genios de las letras, modernos, muy distintos a los antiguos, de los que sin duda bebieron y aprendieron, y aún más distintos entre sí. Oculta entre las sombras en las que vivía desde hace décadas en el sur de EEUU, Harper Lee. En medio de la vibrante vida milanesa, de la que era referente, y conocido en todo el mundo, Umberto Eco.

Lee sólo escribió un libro en su vida, aunque luego se supiera que fueron dos. Matar a un ruiseñor se convirtió, desde el momento de su publicación, en un éxito absoluto, en un referente para la literatura y, también, la sociedad norteamericana. Pero los valores que encarna ese libro van mucho más allá del profundo sur que en el que se encuadra el relato. Lee creo una fábula moral imperecedera que ha enganchado a millones de personas en todo el mundo y ha encumbrado a Atticus Finch, la figura de su padre, como el arquetipo del hombre bueno que se resiste a la maldad, que la combate, que no se queda impasible. Vividora en aquellos tiempos del ambiente cultureta de una Nueva York en la que su gran amigo Truman Capote ya despuntaba, Lee no escribió más. Su fabuloso éxito fue paralelo a su alejamiento, a su retiro voluntario, a su olvido en una residencia de ancianos de Monroeville, Alabama, de donde una segunda novela, precuela de la primera, asaetada por la crítica y publicada hace un año, se mostró como algo irrespetuoso a la figura de la escritora. Eco era todo lo contrario. Amante de vivir bien, polifacético, extrovertido, figura conocida en su país y medio mundo, culto hasta la saciedad, poseedor de una sabiduría de una profundidad abisal, su fama era muy grande en los círculos universitarios especializados en semiótica, medievalismo y medios de comunicación, pero a principios de los ochenta hizo una incursión en la novela, que tituló “El nombre de la rosa” y consiguió un éxito brutal. Aquella especie de policíaca que se desarrollaba en una abadía del siglo XIV en la que Guilermo de Basrkerville, acompañado de su escudero Adso, encarnaban los papeles de Holmes y Watson, tratando de descifrar la causa de los crímenes que conmocionaban a la abadía enganchó a todo el mundo. Era una novela larga, complicada, escrita con un vocabulario inmenso y llena de descripciones complejas y alargadas, pero que no se podía dejar de leer, que te sumergía en un mundo olvidado, pero lleno de matices, de ricura, de estética y color. Ninguna otra novela de Eco alcanzó esa fama y, dado que he leído la mayoría, puedo decir que a mi tampoco me convencieron, salvo algunos fragmentos aislados, pero era leer una entrevista o ensayo suyo y desear aplaudir la lucidez, la cultura, el poso de su infinita sapiencia que dejaba en cada frase. Era un gusto saber que las respuestas de Eco eran respuestas que llenaban las preguntas, y que en su modestia y curiosidad, que nunca se rindió, cada vez que hablaba sentaba cátedra, pero no por tener una posición altiva, no, sino por todo lo contrario, porque el interlocutor era consciente de que esa persona modesta que contestaba a las preguntas sabía tanto de tanto que su respuesta era pura sabiduría. Este fin de semana algún cronista lo ha definido como uno de los últimos renacentistas, porque trató saber de todo. Y la definición es muy cierta, porque no sólo trató. Lo consiguió.

Más allá de artículos y homenajes que puedan hacerse a la figura de estas dos cumbres literarias, nos queda el recuerdo de su obra, que siempre está ahí. Puede que usted ya haya leído las dos grandes obras que he mencionado. Si no es así, le envidio, porque va a adentrarse en ellas por primera vez, y le garantizo que, al acabarlas, no será la misma persona. Abra esos libros, léalos, y sumérjase en un mundo de valores, de ideas, de personas y acciones, narrados de una manera muy distinta y, en ambos casos, genial. Y luego vea las dos películas que se hicieron sobre ellos. Dos muy buenas películas, que supieron captar valores de las novelas, no todos porque no era posible, pero que entretienen, conmueven y dignifican. Lean a Harpel Lee y Umberto Eco. Sea ese su homenaje.

viernes, febrero 19, 2016

Los refugiados logran premios, pero no ayuda

La imagen es oscura, aunque habla a las claras. En ella, en medio de las sombras, distinguimos a un bebe que es portado en brazos por un hombre que, sea su padre o no, ejerce como tal en ese instante. El niño es entregado a unos brazos que surgen de la parte izquierda, negra, de la imagen, y que hacen el gesto de querer recoger a ese niño. Y en medio de los brazos y personas, enmarcando la imagen, coronando al niño, alambres de espino, concertinas, vallas que impiden el paso, sobre fondo gris, gris realidad en un instante de angustia que es captado por un fotógrafo que allí estaba, para que lo pudiéramos ver.

Esa imagen, ganadora del premio World Press Photo 2016, vuelve a traernos a la cabeza el drama de los refugiados. Una foto, al del bebé Aylan muerto en la orilla, hizo que los informativos y la atención de todos los medios se pusiera en ellos. Vimos a enviados especiales acompañando a las marchas de desarrapados que corrían de un lado a otro de una Europa que se les antojaba un sueño, pero que acababa convirtiéndose en otra etapa más en su pesadillesca vida hacia ninguna parte. Nos sentábamos a cenar y, en portada, ellos nos acompañaban. Vimos escenas tiernas y dolorosas, imágenes de zancadillas que nos indignaron, y de enfrentamientos. De acogida, llanto y solidaridad. Y como sucede con todos los fenómenos, al final nos cansamos. La audiencia empezó a flojear y los informativos, que viven al día, a la hora, al minuto, quitaron su foco de ese drama, y poco a poco regresó a la oscuridad. Primero como reportaje en posición intermedia en el telediario, en el tiempo en el que pocos lo ven, luego como breve junto a otras noticias menores. Luego, la nada. Muchos se dirían, a los pocos días, que ese problema debe estar resuelto, porque ya no sale en las noticias. Y de mientras decenas de “Aylanes” mueren al día en las costas de Europa, las vallas surgen por doquier, como principal y más consistente respuesta ante el drama, y los refugiados dejan de ser noticia del todo. Colgamos hipócritas pancartas en algunos edificios oficiales, como el ayuntamiento de Madrid, mientras no acogemos a ninguno de los refugiados a los que nos comprometimos en una cumbre europea llena de falsas promesas de muchos socios, que sólo buscaban, buscábamos, esconder el problema bajo la mesa y, de rebote, joder a Alemania para que ella cargase con todo el coste, confiando en que una revuelta social en aquel país, que empieza a darse, lo alineara con el frente de las vallas y fronteras. Los europeos, solidarios de boquilla y mercadillo de mañana de Domingo, pero egoístas como todo aquel que posee y tiene miedo de perder su posesión, callamos ante el ascenso de las concertinas en el continente. Países nórdicos, sociedades avanzadas de pleno bienestar, que día sí y día también, critican con dureza a los países mediterráneos por su (salvaje, primitiva, latina, subdesarrollada) gestión fronteriza han sido los primeros que, al ver como un extranjero se acerca a sus naciones, han levantado todo tipo de muros, controles, y políticas de deportación, dando una muestra de cómo se las gastarían en caso de tener que controlar una frontera si fuera la suya la que se encontrase junto al abismo de África o de la guerra. Y siguen dando consejos, y patrocinando eventos solidarios que, por supuesto, sólo duran una mañana de Domingo.


Ha habido críticas a la concesión de este premio fotográfico por no habérselo dado a la imagen de Aylan. Tienen su fundamento, no lo niego, pero hay una cosa de esta imagen que me parece perfecta. Su gris, su oscuridad, su grano, su falta de definición. Esos componentes retratan no tanto el drama de los refugiados sino, sobre todo, lo que han recibido de nosotros. En la imagen de Aylan la muerte tenía colores, brillos y luz. En esta, la vida de los que huyen se desarrolla en la oscuridad y las sombras. Ambas son horrendas, pero cuentan cosas muy distintas. Aylan nos enseñaba la tragedia. Esta foto nos muestra la respuesta que le hemos dado.

jueves, febrero 18, 2016

Cumbre europea y Brexit

Hoy se celebra en Bruselas otra de esas cumbres que son decisivas para la UE, que suponen un antes y un después, y esta vez no es por Grecia. Corresponsales y enviados especiales sacarán su arsenal de frases solemnes, grabadas en piedra helena, para rescatarlas ahora a cuento de la negociación que tiene abierta el Primer Ministro Cameron con el resto de sus socios sobre las modificaciones que pide para mantener al Reino Unido en la Unión. La mera posibilidad de que los británicos se larguen es estremecedora. Si ocurriera, sería nefasto para ambos.

Si han seguido algo el tema, sabrán que de llegarse a un acuerdo entre hoy y mañana Cameron tiene el compromiso de convocar un referéndum en la isla, en torno al verano, en el que pedirá el sí a la permanencia en la UE. Las peticiones de Cameron son de todo tipo, pero principalmente se centran en los aspectos económicos y sociales, siendo estos segundos los peliagudos. La petición económica básica es que al Reino Unido no le cueste una libra estar en la UE. Quiere desvincularse de los mecanismos de rescate, no aportando a los fondos creados al efecto, y dejar de ser contribuyente neto al presupuesto comunitario. Ya Margaret Thatcher consiguió el llamado “cheque británico” que es la compensación que recibe el país por la renuncia a las ayudas de la política agraria común. Agricultores y ganaderos británicos no reciben fondos ni subvenciones de la UE en este tema y a cambio el país recupera el dinero que aporta al presupuesto común destinado a estos fondos. Hay muchos detalles de este tipo que, aunque son farragosos y complejos, pueden ser acordados entre las partes. El tema social es el más vidrioso de los problemas. En la práctica, pide el Reino Unido el derecho a tratar a los ciudadanos de la UE como si no lo fueran. En territorio común los ciudadanos de los países de este club tenemos unos derechos comunes en todos los países, que empiezan por la libertad de movimientos (bendito Schengen, que te quieren destruir a golpe de valla y miedo) y abarcan ventajas sociales, fiscales y políticas. Si Cameron se sale con la suya los miles de españoles, polacos y nacionales del resto de la UE que allí se encuentran perderán muchos de estos derechos, y el Reino Unido podrá implantar controles, visados y restricciones a la entrada del país a los comunitarios, como ahora ya hacemos todos a los nacionales de terceros países. Las consecuencias económicas de estas medidas para el presupuesto británico son escasas, porque esas ayudas sociales que reciben estos ciudadanos son muy poco sobre el conjunto de gasto público en las islas, pero la medida es, sobre todo, política. Busca aplacar al nacionalismo británico ofreciendo un perfil de dureza, una imagen de inflexibilidad con los que vienen de fuera y pueden quitar el trabajo a los residentes (viejo discurso que no cesa de repetirse). Haciéndose el duro Cameron busca debilitar al ala más conservadora de su partido y a los extremistas del UKIP y formaciones similares, que con el banderín de la inmigración han conseguido una gran herramienta para movilizar voto y presentarse como “salvadores” de los amenazados trabajadores británicos. Como se puede ver, avanzan las décadas pero vuelven las viejas e inútiles soluciones para los viejos y nuevos problemas.

Si Cameron logra un acuerdo en estas condiciones, quizás pueda controlar a sus radicales, aunque no es probable, pero lo que es seguro es que lo hará a costa de romper algunos de los principios fundamentales de la UE, que compartimos todos. Desde el momento en el que un hipotético acuerdo recogiera cláusulas de este tipo, qué impediría que otras naciones de la UE se agarrasen a ellas para, por los graves motivos que se adujeran en ese momento, salirse de la legislación acordada por todos?? El asunto es, como puede verse, muy espinoso. Y es peligroso que un acuerdo con Reino Unido suponga un desacuerdo con el espíritu de la UE. Esta tarde noche, madrugada, quizás mañana, sepamos si hay acuerdo, cuál, y qué pasa después

miércoles, febrero 17, 2016

Siria, el desastre sin fin

Este pasado fin de semana se celebró la conferencia de seguridad de Munich. Algunos lo llaman el Davos de la geopolítica. Durante un fin de semana dirigentes políticos, diplomáticos, geoestrategas, responsables de seguridad y analistas de todo tipo se juntan en un hotel de la ciudad bávara para debatir sobre los temas candentes de seguridad en el mundo, potenciales amenazas y tratar de establecer actuaciones coordinadas para combatirlas. Es un encuentro seguido por los medios, pero que no alcanza la trascendencia que su importancia posee y, frente al económico de Davos, es mucho más desconocido. Pero no menos importante.

El tema de fondo este año, como en los pasados, ha sido Siria. Siria es el nombre que antes usábamos para referirnos a un país y que ahora engloba varios desastres superpuestos en los que la guerra es el factor común. Dos fueron las conclusiones de Munich al respecto. La primero, positiva, es el compromiso al que llegaron EEUU y Rusia de un alto el fuego en el plazo de una semana, el domingo que viene, para tratar de entregar ayuda humanitaria a las ciudades asediadas y aumentar las posibilidades de diálogo entre las partes enfrentadas. Este acuerdo les puede sonar a guasa, dado como se matan a diario todos entre todos, y también traer a la memoria épocas pasadas, porque que las dos grandes potencias acuerden “un alto el fuego” tiene reminiscencias de las guerras interpuestas que, durante la guerra fría, ambos bloques llevaron a cabo en Latinoamérica, Oriente Medio o África. Y no andarán muy desencaminados si obtienen esa impresión, ya que la segunda conclusión que pudo extraerse de Munich es que vuelve un clima de guerra fría. Con la excusa de Siria, y la participación directa que Moscú tiene en esa guerra en apoyo a su aliado Al Asad, las relaciones diplomáticas entre el Kremlin y el resto de potencias occidentales no hacen nada más que empeorar día a día. Dimitri Mevdeved, el primer ministro ruso, ese señor puesto por Putin con el que se intercambia cargos de vez en cuando, pronunció un duro discurso en el que sólo le faltó cortar relaciones y levantar un nuevo telón de acero. Este es un síntoma preocupante de un problema, Rusia, que no deja de crecer a la vez que, paradójicamente o no, la economía rusa decrece asediada por los bajos precios del petróleo. Parece que Puitna ha optado claramente por insuflar aires patrioteros a su régimen para enmascarar su fracaso económico, y el ejército es la base de su acción, y Siria su teatro de operaciones. Al igual que sucedió en Ucrania, pero esta vez sin disimulos, cada bombardeo ruso en Alepo y otras ciudades sirias, mate civiles, islamistas o lo que sea, es vendido por Moscú como una muestra de su fuerza, de su poder, de los laureles imperiales que vuelven a elevarse sobre las ruinas del extinto imperio soviético. Esta táctica, pese a ser muy falsa y más vieja que Jordi Hurtado, sigue funcionando, y los índices de popularidad de Putin en la Plaza Roja y sus aledaños son asombrosos. El pato lo pagan los sirios, que ven como Asad, con el apoyo de la aviación rusa, recupera terreno en una guerra en la que su futuro empezaba a oler a soga de horca. Alentado, se niega en redondo a desaparecer de las futuras “conversaciones de paz” y, haya tregua o no, intensifica sus ofensivas, y con ellas el número de muertos, heridos, desplazado y refugiados.

Así, la extensión del conflicto civil no cesa y no deja de sumar actores, regionales e internacionales, y las posibilidades de que las cosas empeoren (sí, ello es posible) crecen día a día. Turquía, que lleva tiempo atacando posiciones de los kurdos, se plantea abiertamente entrar en la guerra oponiéndose a las tropas de Asad y a sus apoyos rusos, y es más que probable que Arabia Saudí se sumase a este esfuerzo en tierra siria. Si eso se produce, la escala del enfrentamiento se elevaría muchísimo, dado que pasaríamos de un larvado conflicto religioso a una guerra regional abierta entre potencias, con la implicación directa de, al menos, una superpotencia, Rusia. Y cada paso hacía una guerra mayor implica un mayor desastre. Y así llevamos ya demasiado tiempo

martes, febrero 16, 2016

El teatro de Pablo Iglesias

El PSOE volvió a comprobar ayer, en sus propias carnes, lo que supone tener que dialogar con un sujeto como Pablo Iglesias, alguien dotado de toda la soberbia del mundo, la capacidad de interpretación y la voluntad (y el arrojo) de salir cada mañana a la plaza pública a chulear a todo aquel que se le ponga por delante. Iglesias es un demagogo profesional, lo que es sabido por muchos, y debiera ser combatido con las armas de la dialéctica, la razón y, también, el desparpajo. De momento sólo Albert Rivera, en el debate en la cafetería de Évole, logró ponerle contra las cuerdas, y demostró lo vació que es el discurso del líder de Podemos.

Ante la necesidad de un pacto, Podemos salió ayer a la palestra con un documento de unas cien páginas, que no me he leído, pero que por los titulares que he visto sería capaz de quebrar nuestra economía del todo en un plazo muy breve. Partiendo de un volumen de deuda pública de un 100% sobre el PIB, plantea el partido de Iglesias el disparo del gasto público y de los impuestos a las clases medias. Habla mucho de la subida de impuestos a los grandes patrimonios, pero bien sable, su compañera Bescansa podría explicárselo muy bien, que éstos tienen maneras para eludir el pago que los asalariados no poseemos. Más allá de sus propuestas económicas, y plurinacionales (bonito eufemismo para enmascarar al nacionalismo, la ideología más antiizquierda que uno pueda imaginar), Iglesias salió ante los medios con una actitud, que está por ver si es pose o posee fondo. Era una especie de “aquí decido yo y que el PSOE se pliegue”. Tras más de una semana de espera, en la que algunas voces habían afirmado que Podemos comenzaría a rebajar sus pretensiones, la pose y el fondo expresados ayer por Podemos no diferían nada de sus propuestas de máximos. Por tanto, qué es lo que vimos ayer? Unos afirman que un teatro, una pose en la que Iglesias parte de lo más profundo de su cerrazón para ir rebajando posiciones de cara a un acuerdo. Otros lo ven como el fono, como un Podemos que quiere a toda costa forzar unas elecciones, porque sólo le importa el poder y cree que en una segunda vuelta desbancará al PSOE y será la fuerza hegemónica de la izquierda y liderará la alternativa. En ese caso no creo que le ofreciera a Sánchez, o quien ocupase su lugar en ese momento, algo más que el puesto de chico de los cafés, para servirle a Iglesias en todo momento lo que desee. Entre ambas posturas yo me decanto por la segunda, que parece la más bruta y perversa, y por ello, quizás, la más cierta. Y en todo caso, bien por un “sorpaso” electoral o por un acuerdo de gobierno, la intención de Podemos de fagocitar, destruir el PSOE es muy clara. Y ayer volvió Iglesias a mostrar el profundo desprecio que le provoca ese partido centenario, aunque es verdad que a Iglesias parece provocarle desprecio todo aquel que no es él mismo. Sánchez pudo ver a las claras las dimensiones del precipicio que tiene por delante, ya que sabe que, o con su voto o con la abstención, Podemos es imprescindible para que su proceso de investidura, cuya primera votación será el 3 de marzo, pueda salir. En la segunda votación, a mayoría simple, el sábado 5 de marzo, con un PP que votará en contra, la colaboración de Podemos en el caso de un pacto PSOE Ciudadanos es obligatoria. Y para ese sábado Iglesias debe decidir qué es lo que quiere hacer, y el PSOE lo que puede. La situación para Sánchez, complicada desde un principio, se tornó ayer muy peligrosa.


Sigo pensando, y se lo digo a todo el que me quiera oír, que la mejor alternativa es un acuerdo a tres PP PSOE Ciudadanos, con la combinación de votos a favor, abstenciones y presidente que ustedes prefieran, pero que sean esos tres los partidos que lideren la formación del gobierno, que en todo caso, y con los mimbres de un acuerdo de necesidad, sería corto y centrado en las reformas que España necesita, y en la gestión de una economía que se enfrenta a una más que probable nueva crisis de origen internacional. Otras alternativas me parecen nefastas, y también lo serían unas nuevas elecciones, como muy tarde el 26 de Junio, que nos garantizaría un embarazo, y quién sabe cuánto más tiempo, sin gobierno. Pero dado como están las cosas, a saber qué es lo que pasa. Incertidumbre total.

lunes, febrero 15, 2016

Invierno político

Ha costado, casi ni se le esperaba, pero ha llegado el invierno, con sus dosis habitual de viento, lluvia, nieve en cotas altas y medias, y sensación desapacible, que permite disfrutar de una tarde hogareña con la sensación de que se aprovecha el tiempo en el hogar. Durante esta semana tendremos a los informativos hablando de heladas, puertos cortados, cadenas, y demás clásicos, todo ello enmarcado en localidades de postal, cubiertas de una nieve que otorga ese aspecto inmaculado a todo lo que toca. A ver si hay suerte y la localidad de cada uno resulta agraciada, y en Madrid cae un nevadón. Muy difícil lo veo, la verdad.

El clima político, que no estaba en las semanas pasadas muy jovial que se diga, se ha puesto a tono con la meteorología y se ha congelado del todo. La imagen del no saludo del pasado viernes entre Rajoy y Sánchez, más allá de la simplificación que se encierra en toda imagen, instante congelado en el tiempo, ejemplifica muy bien donde nos encontramos. Los puentes entre las dos grandes formaciones políticas están rotos, y sus máximos dirigentes se desprecian mutuamente. Su rechazo al adversario, al que necesitan, siempre, y ahora más que nunca, es total. Rivera, de Ciudadanos, lleva tiempo diciendo que PP y PSOE deben abandonar la guerra fría en la que viven, y esa imagen del viernes ejemplifica muy bien lo fría que es la guerra que ambos contendientes libran. En las cumbres que celebraban EEUU y la URSS se buscaba mantener unas mínimas formas para que los “kremlinólogos” y demás especialistas en gestos no sacasen conclusiones precipitadas de algunos aspectos que, muy menores, podían dar más información de la que se contaba con posterioridad (normalmente muy escasa y distorsionada). Quiero pensar que por debajo existen vías de comunicación, teléfonos rojos, enlaces y canales que permiten a PP y PSOE verse sin que los medios lo sepan, y que parte de este enfrentamiento a cara de perro sea simulado, un teatro para mantener contentas a las bases y enardecidos a los fieles. Pero sea eso así o no, el teatro que estamos viendo es lamentable, indigno de la responsabilidad que recae sobre ambos gobernantes y completamente inapropiado para la gravedad del momento, tanto política como económicamente. Sólo un acuerdo PP PSOE puede reformar la Constitución, sólo su unión frenará las ansias independentistas, o podrá aprobar leyes de emergencia económica que tendrán que ser puestas en marcha, o luchar de verdad contra la corrupción. Su enfrentamiento total lleva al desgobierno, porque aunque Sánchez logre ser investido con los votos de la izquierda, cada ley que presente, cada votación que se realice, será un nuevo test en el que ese gobierno puede caer. Y la inestabilidad sería total. PP y PSOE deben buscar fórmulas, que pasen por la abstención de uno de ellos o por la elección por parte de ambos de un tercero, o lo que se les ocurra, que permitan una gobernabilidad centrada, equilibrada, y sólida, para hacer frente a los enormes retos a los que nos enfrentamos (y la tormenta económica que viene de fuera no es, precisamente de los pequeños). Si ese acuerdo, explícito o tácito, no existe, nos enfrentamos a un panorama difícil, en el que da igual que haya gobierno o se convoquen elecciones, dado que perderemos tiempo, ilusión política y esfuerzos. Serán meses o años desaprovechados. Otro ejercicio de incomprensión mutua que sólo genera costes para todos.

Lo ciertos es que, más allá de la animadversión personal de sus líderes, ni PP ni PSOE están por la labor del acuerdo. El PSOE ve cómo puede esconder su nefasto resultado electoral liderando un gobierno, pese a que ello pueda implicar pactar con quien quiere destruirlo. Y el PP, primero en votos y escaños, en soledad, nada puede hacer, salvo tratar de gobernar para que el partido, reventado por corruptelas día sí y día también, no estalle cuando el poder, el mejor de los cementos, desaparezca. El mensaje que ayer lanzó Esperanza Aguirre a Rajoy forma parte de esa tensión que viven los populares, que estallará del todo si no acceden al gobierno. Y entre unos y otros, nada hecho, todo por hacer.

viernes, febrero 12, 2016

¡¡Einstein, hemos visto tus ondas gravitacionales!!

Ayer, en el día en el que la guerra de Siria siguió su curso hacia la nada, mientras algunos refugiados se ahogaban en el agua y el olvido, en el transcurso de la mayor caída del Ibex35 en tiempo, que lo lleva a la crisis bursátil, y de ahí a la general, entre el desgobierno patrio y otra corruptela más en el PP, y quizás durante otro nuevo y garrafal error del no Ayuntamiento de Madrid, científicos de varias nacionalidades realizaban un descubrimiento asombroso, verificaban la existencia de ondas gravitacionales y, cien años después, nos obligaban a ponernos a todos, otra vez, de rodillas delante del intelecto de Albert Einstein, que ya las describió hace un siglo.

Es un poco complicado explicar esto, y seguro que de mientras lo intento cometo enormes errores técnicos y conceptuales, por lo que si me lee alguien experto en la materia confío en que me disculpe. El fenómeno en sí es sencillo de entender si pensamos en un mundo diferente al que acostumbramos. Si sustituimos el vacío del espacio, esa negrura insoldable que nos rodea, y lo convertimos en una estructura, un tejido de espacio tiempo, un “aire” en el que todo se mueve, desplaza y actúa, el fenómeno es casi intuitivo de explicar. Hace pocos miles de millones de años un par de agujeros negros, de masas decenas de veces superiores a nuestro sol cada uno de ellos, que orbitaban uno en torno al otro (un sistema doble) acabaron colapsando y uniéndose en un único agujero negro, mayor. La masa de este agujero negro nuevo no era exactamente la suma de las masas de los pequeños, sino algo menor, y esa masa perdida se transformó en energía, generadora de las ondas gravitacionales. Al contrario que otras radiaciones, como la luz o cualquier otra del espectro electromagnético, que se desplazan en el tejido espacio tiempo (ese “aire” al que me refería) las ondas gravitacionales son fluctuaciones de ese mismo tejido, un movimiento físico del mismo generado por cualquier fenómeno en el que la gravedad esté presente, de una intensidad ínfima, y creciente cuanta mayor es la gravedad y energía generada por ese fenómeno. Imagínense un estanque. La luz del sol atraviesa el agua y gracias a ella podemos ver el fondo, pero el agua está quieta. Ahora arrojamos una piedra al estanque. Vemos que el agua se mueve, genera ondas físicas sobre la superficie que se transmiten y llegan hasta nosotros y mucho más allá. Ahora piensen en esa agua del estanque como el tejido espacio tiempo en el que nos encontramos. Toda radiación corre a través de él, como la luz en el agua, y eso nos permite “ ver” el universo en forma de luz visible, radio, microondas, etc. Y ahora imagínense la onda generada por esa fusión de agujeros negros a la que antes me refería, que hace que el espacio tiempo, el agua, fluctúe, se ondule, se mueva. Esa es la onda gravitacional. Se desplaza a la velocidad de la luz y tiene una intensidad muy muy muy débil. Es por ello que ha sido necesario invertir bastante dinero y tecnología en un proyecto, el LIGO, en el que la precisión del instrumental ha sido la suficiente como para captar el fenómeno. En el modelo de la relatividad general de Einstein las ondas gravitacionales aparecen como una de las consecuencias del mismo, pero el concepto de las mismas y su bajísima intensidad teórica las convertía en algo con escasas posibilidades de ser imaginado y, menos aún, medido. Hasta ayer. Ayer lo pudimos medir por primera vez, y demostrar así que el genio, el maestro, Einstein, volvía a acertar. Es fascinante.

Este descubrimiento abre las puertas a todo un mundo de la astrofísica, porque al igual que Galileo cuando inventó el telescopio (haciendo uso de la luz) o cuando el descubrimiento de la radio y otras frecuencias permitió el nacimiento de la radioastronomía, desde ayer se puede empezar a explorar el universo a través de las ondas gravitatorias. Como niños en la orilla, podremos medir el “mar de fondo” que la gravedad genera en lugares a los que nuestros ojos y antenas no pueden llegar. Es como si nos hubieran dotado de un nuevo “sentido” al cuerpo para “ver” de otra manera. Ayer fue un día histórico para la ciencia. De verdad. Y es, en medio de las noticias que en el día a día nos pueden y derrotan, un motivo de celebración.

jueves, febrero 11, 2016

Cuando el insulto domina la red (para Dani Rovira)

Dani Rovira se ha hartado. Tras las críticas recibidas por su presentación de la gala de los Goya, que apenas vi, críticas que en las redes sociales se han transformado en una catarata de insultos, agresiones verbales y descalificaciones sin límite, ha declarado no le ha merecido la pena ser el presentador del acto. Su reacción llega, como les reitero, tras tener que soportar de todo y leer cómo muchos, escudados en el anonimato de la web, le dedicaban todo tipo de insultos, lo más hirientes posibles, sin que él tenga opción alguna para defenderse. No es el último caso de estos ni, me temo, con él se aplacarán las fieras.

Las redes sociales son muy útiles, permiten compartir información valiosa, aprender y saber dónde y cómo preguntar aquello que uno necesita, pero como toda herramienta poderosa, tienen un reverso oscuro muy peligroso. Igual que un martillo es ideal para clavar clavos, pero usado contra la cabeza de otra persona resulta letal, la algarabía de twitter puede ser el acosador perfecto que, poniendo como objetivo a alguien, lo hunda de manera irreversible. La prepotencia habitual que nos rodea en nuestra vida privada se ha trasladado al mundo virtual, sin que los límites físicos de la barra del bar o del salón, que antes impedían que los improperios lleguen más allá, funcionen de ninguna manera. El “efecto tertuliano” por el que uno se revela como Dios reencarnado, lo sabe todo de todo, lo hace todo perfectamente y es mejor que cualquier otro se ha trasladado al ciberespacio y, desde allí, miles de iluminados proclaman a los cuatro vientos como ellos lo arreglarían todo, y el resto no tiene ni XXX idea de nada. Ellos son genios y todos los demás son basura. Y así todos los días. Hoy le ha tocado a Rovira, pero cada día hay alguien que dice algo o lo escribe y es asaetado por la turba, que encima exige que sus gracias sean aplaudidas. Te pueden llamar de todo, soltarte cualquier retahíla de insultos, y encima debes aguantarlos con sorna, porque si protestas revelas no tener gracia alguna. Es asombroso. Como si los matones de instituto pegasen a alguien en el pasillo y la pobre víctima debiera agradecerles lo que le están haciendo… “¿cómo? ¿Que te quejas porque te peguemos? Abrase visto… ¡¡¡Vamos a darle más!!!” dirían los matones reunidos en torno a su presa, como lo hacen lo acosadores virtuales en torno a quien consideran, ese día, en ese momento, objeto de su escarnio. Qué bien lo expresaba este Domingo Javier Marías en su columna semanal. Me puede gustar más o menos un actor, dado que de esto va el último acoso, me parecerá más o menos gracioso, con mayor o menor ingenio, pero se que si ahora, a media mañana, me subo a un escenario e interpreto, cosa que no he hecho nunca, haré el más absoluto de los ridículos, porque ni es mi profesión ni tengo experiencia… porque no se ser actor. Como tantos, tantísimos, que han criticado a Rovira. ¿Cuántas veces se han puesto ellos delante de un público y dicho algo? ¿Cuántas han interpretado? ¿Cuántos aplausos han cosechado? ¿Y premios? ¿Cuánto dinero han ganado por sus actuaciones? ¿Cuánto las han ensayado? Y lo mismo se puede decir de otros tantos profesionales, enfrentados en cada caso a retos serios, difíciles, en los que pueden acertar o no, y que son ridiculizados por personajes que, de eso, y de otras tantas cosas, empezando por la educación, carecen de todo. No entiendo (ironía) como este mundo tiene problemas si, cada dos segundos, miles de genios infinitos proclaman su grandeza a los infinitos vientos de la red. Debiéramos ser los más listos, ricos, felices y geniales del planeta. Cuánta grandeza desperdiciada….

Cuando di de alta este blog, o mi usuario en twitter, dude si hacerlos con mi nombre real o con un alias, que me proporcionaría anonimato, seguridad, mayor libertad en mis opiniones y posibilidades para “jugar” con el lado oscuro de la red. Pero dudé poco tiempo. Lo que iba a escribir, y como iba a hacerlo, quería que fuese un reflejo de lo que soy y pienso en la realidad, con mis virtudes y defectos, con las cosas que se y las muchas, cada vez más, que desconozco. Por ello lo creé todo con mi nombre real. Y desde él me expreso y escribo. Dani Rovira tiene toda la razón. E Internet, genial invento, puede ser, mal usado, un arma de destrucción (personal) masiva.

miércoles, febrero 10, 2016

Donald Trump ya tiene votos ganadores

Cundieron las risas en medio mundo cuando, hace unos meses, el millonario Donald Trump anunció su intención de presentarse como candidato por el Partido Republicano a la presidencia de EEUU. Muchos lo consideraron como un gesto destinado a conseguir más dinero con el que engordar sus ya inflados negocios, y pocos fueron capaces de ver a un personaje que, subido al populismo más exacerbado, sería capaz con el tiempo de doblegar a las figuras emblemáticas del GOP, Great Old Party, que es como se conoce allí a esta formación.

Hoy, tras su victoria en las famosas, pero poco representativas, primarias de New Hampshire, Trump pasa de ser una ruidosa anécdota para el partido y la política norteamericana a ser uno de sus principales problemas. Encarna en su persona parte del sueño y la pesadilla norteamericana, todo aunado y demasiado agitado. Millonario hasta las trancas, Trump forjó su fama en los ochenta como gerente de casinos, negocio que fue abandonando poco a poco para sustituirlo por el residencial de lujo, en inmensas torres que se alzan en las principales ciudades del país. Trump tower es casi una marcar urbana en EEUU, y son edificios que siempre destacan por su altura y, seamos justos, su arquitectura, que es más sofisticada de lo que uno podría pensar. Divorciado varias veces, sus separaciones han sido sonadas tanto por el ejército de abogados que han contribuido a financiar como por los desplantes mutuos entre él y sus ex, zanjados con acuerdos multimillonarios que han roto barreras en el extraño mundo de las separaciones conyugales de famosos. Durante unos años fue una estrella de televisión, en uno de esos programas basura de telerrealidad, todos lo son, en el que el jefe, encarnado por él mismo, tiene a una serie de aprendices, para ser formados en las artes del liderazgo empresarial. Famoso en todo el país, y gran parte del extranjero, Trump luce una extraña mata de pelo en la cabeza, que es un filón para todos sus imitadores y caricaturistas, y exhibe en todo momento unas formas, modales y lenguaje propio de un tabernero del viejo oeste al que nadie hubiera pagado las copas. Su discurso se basa en un populismo rancio, que es muy exitoso en todas las naciones (empezando por la nuestra) aderezado con mucho racismo, sexismo, nacionalismo y, en general, todos los –ismos que puedan imaginar. Un debate con Trump presente es el camino directo a esa telerrealidad basura a la que antes me refería, que arrastra a las masas y, por lo visto, a los votantes. Su electorado más fiel lo representa el americano de toda la vida, que ve como el sueño de su país se transforma en semipesadilla de ciudades vacías, desindustrializadas, poco competitivas y llenas de una inmigración y cambio de estilos de vida que le dejan desnortado y sin respuesta. Para que se hagan una idea, el personaje que encarna Clint Eastwood en Gran Torino. Ese votante ve en Trump un mensaje sencillo, fácil y directo. Ve que señala a culpables, no sólo en Washington, lugar odiado por gran parte del país, sino en todos aquellos que, en su diferencia, pueden ser competencia. Ese discurso que nos parece horrendo, porque lo es, es el mismo que ahora la encuestas señalan como triunfador en Francia, enarbolado por Le Pen, o apoyado por un 11% de los alemanes y encarnado en Pegida y movimientos similares, o por muchos británicos seducidos por el UKIP y otras formaciones de corte muy nacionalista. Incluso Podemos aquí en España, desde planteamientos ideológicos presuntamente opuestos, elabora un discurso en el que la demagogia simplista al estilo Trump resulta ser aplaudida. No comparte sus formas, pero hay fondos del discurso que son, curiosa y peligrosamente, muy similares. Lo más parecido que hemos tenido a Trump en España fue Jesús Gil y Gil, y ganó elecciones, y arrasaba en audiencia.

Ahora que está lanzada, es difícil saber hasta dónde llegará la carrera política de Trump. Ayer se hizo con cerca del 4% de los compromisarios que, en la convención veraniega, deben elegir candidato republicano. Es probable que el supermartes y otros días decisivos de votación lo releguen, sobre todo porque los cargos republicanos saben que es materialmente imposible ganar unas elecciones nacionales con el discurso desvariado de Trump, pero su mera permanencia y su éxito mediático vuelven a ser otro síntoma que nos obliga a fijarnos en la salud de nuestras democracias, debilitadas, y llenas de populistas de todo tipo, que amenazan con pervertirlas.

martes, febrero 09, 2016

Porrazo bursátil de los gordos

Si los lunes suelen tener fama de ser malos días, el de ayer en los mercados hizo un gran honor a su leyenda, y dejó a todos tiritando. El Ibex 35 cayó un 4,4%, la mayor caída desde agosto de 2015, y toca mínimos anuales después de un enero que resultó nefasto. Las pérdidas acumulas desde que empezó el año superan ya el 15% y los gestores de carteras y fondos observan con terror como, a las seis semanas de empezado el ejercicio, las llamadas de sus clientes se disparan, al ver cómo todas sus inversiones cotizan en un rojo pasión nada conmovedor. En el mercado de deuda la prima española cerró en unos, muy altos, 153 puntos.

El desgobierno y el marasmo político en España no nos ayuda, cierto, pero es verdad que las bajadas de nuestra bolsa corren paralelas al desplome de los mercados internacionales, arrastrados por el sentimiento de frenazo económico global, frenazo que muchas voces empiezan a ver claramente como recesión. Dos son las fuentes recesivas, por un lado China, cuya economía se está parando, y que de ser una fuerza tractora del mundo desde hace años empieza a verse como un problema, por su inestabilidad, por su sobreendeudamiento y por la opacidad de sus datos, que pocos creen y nadie ve coherentes. El otro es EEUU, que tras un porrón de meses de crecimiento, empieza a mostrar señales de frenazo en su actividad. Si las dos mayores economías del mundo se gripan, esto no puede avanzar de ninguna manera. Y a partir de ahí se desatan una serie de efectos que, combinados, realimentan una espiral contractiva, como suele ser habitual. El frenazo en la economía real tira a la baja el precio de las materias primas, cuya demanda cae porque los grandes consumidores no van a gastar tanto. Esto hace que los países emergentes y aquellos que viven de las exportaciones mineras (por ejemplo Canadá y Australia) sean los primeros en recibir un golpe en sus cuentas. El petróleo, indicador de estado económico, se hunde por bajada de demanda y sobreproducción política (llamémoslo así) y esto genera un alivio en los bolsillos de los países consumidores, pero también un desastre para las compañías petrolíferas, occidentales en muchos casos, las industrias del acero y los componentes metálicos, (que viven muchas de ellas de todo lo relacionado con las perforaciones) y, muy importante, el sector financiero que, sobre todo en EEUU, ha financiado la industria del fracking, que generó unos rendimientos brutales y una fiebre dorada en los estados en los que se desarrolló, pero que ahora, con un barril a 30$, es una ruina. Miles y miles de millones de dólares se dieron en créditos a esas industrias que, ahora, muchas de ellas, ven la bancarrota como la única salida posible, convirtiendo en fallidos los créditos y generando otro desastre en el sector financiero norteamericano y, es más que probable, en el de otros países. En medio de este marasmo, el comercio mundial, otro indicador global, lleva meses cayendo, fruto de todos esos frenos antes comentados, y el uso que los gobiernos realizan de sus reservas de divisas para mantener cotizaciones de monedas empieza a tener visos no de guerra, sino de cruenta batalla, desangrándose muchos bancos centrales para tratar de mantener cotizaciones que, a día de hoy, son insostenibles. Como guinda a este pastel, una montaña de deuda pública que, sobre todo en Europa, puede volver a convertirse en un problema, haciendo temblar a las entidades financieras que, como el caso de la italiana, han perdido muchísimo de su valor en bolsa en lo que llevamos de año, arrastrando a las del resto del continente.

El panorama es, como mínimo, preocupante, y muy turbulento. En el caso español nos pilla con unas empresas más diversificadas e internacionalizadas, por lo que pueden aguantar mejor la situación, pero con unos niveles salvajes de deuda pública (100% del PIB) una tasa de paro altísima y alta inestabilidad política. Y en un entorno, el europeo, que ha demostrado ser muy frágil a la hora de afrontar crisis sistémicas. Más allá de lo que haga la bolsa, cuyo recorrido a la baja aún puede seguir, creo, la economía global da señales inquietantes y augura un año que, como mínimo, va a ser problemático. No se si este será el del inicio de una nueva crisis, pero apunta maneras. Habrá que ir siguiéndolo con mucha atención, y sin dejar de hacer todos los deberes que podamos para soportarlo y, sobre todo, protegernos.

lunes, febrero 08, 2016

Dos mil libros en casa

No suele marcarme metas, pese a que muchos lo recomiendan. Más allá de las obligaciones que surgen fruto del trabajo y las marcadas otras personas, mi vida y aficiones se surten de lo que en el día hago y, como mucho, algunas semanas preveo. Leo así. Dedico una enorme cantidad de tiempo en mi vida a leer, a nada más y nada menos que eso. Y compro libros de manera desaforada, compulsiva en ocasiones, y pese a que tengo una esquina de la mesa de la sala llena de recortes de prensa referidos a libros que me interesan, por cada uno de ellos que adquiero son muchos más los que entran sin estar previstos.

Así, poco a poco, he ido llenando mi pequeño piso de libros, que organizados de una manera mejor o peor, coexisten conmigo, y yo con ellos. Me hizo ilusión estrenar la primera estantería, y me preocupó un poco lo rápido que se llenó, dando paso a una segunda, tercera, cuarta…. Que iban achicando el espacio vital y reclamando su hueco sin piedad. Cuando iba por la tercera, más o menos, decidí contar cuántos tenía, más por curiosidad que por otra cosa, y salieron varios cientos. “Uffff, esto es mucho” pensé, pero me da igual, vivo sólo, nadie va a venir aquí y el vicio de leer me proporciona un placer que otras cosas no logran, por lo que puedo acumular más. Además, todavía caben nuevas estanterías. A medida que el número de volúmenes aumentaba el problema logístico crecía. La pequeña habitación de la casa que destinaba a biblioteca se llenó, por lo que empecé a invadir mi cuarto, quitando algunos posters que estaban colgados de la pared en la que se encuentra la ventana, sustituyéndolos por, ¿adivinan? Sí, estanterías. Esa pared dio espacio a cientos de volúmenes, casi todos ellos novelas, que me hacen sentir cada noche, al apagar la luz, invadido por historias y columnas de papel que se alzan sobre mis sueños. Con el tiempo y la acumulación incesante, he dejado sin paredes libres mi cuarto y he empezado a ocupar parte de la sala, la habitación principal, casi media casa, de un piso en el que el peso de lo acumulado puede empezar a resultar problemático. A veces he tenido la pesadilla de que todos esos estantes rebosantes de papel se derrumban, me pillan en medio de uno de mis frugales y breves sueños y acaban conmigo. Como un drogadicto de toda la vida, fallecería por culpa de mis adicciones, sepultado bajo novelas, ensayos, tomos encuadernados y de bolsillo, fajines y anotaciones. Un final borgiano, sin lugar a dudas, pero final. Imagino que esa escena, ruidosa y polvorienta, es capaz de darse en mi casa sin que sufra la estructura, y sin que los vecinos, desconocedores del arsenal de palabras que guardo en su interior, se vean afectados. El temor a que todos esos libros acaben derrumbando el edificio y se lleven con ellos a su propietario y vecinos es demasiado angustioso como para ser posible. Pero si se diera alguna vez el derrumbe sería muy cruel que, en un país en el que apenas se lee, alguien falleciera, y provocase a su vez la muerte de otros, por comprar muchos libros. Menudos argumentos le daría al gobierno de turno, si existiera, para seguir su cruzada en contra de la cultura, esa perniciosa que destruye la vida de quienes toca y arruina a los que en ella se embarcan. Harían bien las autoridades en mantener su empeño actual en proscribirla.

Quizás esa pesadilla no se de nunca, y es probable que, antes de que el piso se derrumbe, me diga que no caben más y que piense en alternativas espaciales (y me imagino subido a un cohete con todos ellos rumbo a las estrellas). Un primer aviso me lo dio este fin de semana, cuando, tras adquirir varios, llegué a casa, anoté en ellos el cuándo y el dónde de la compra, y al contabilizarlos en la suma parcial que llevo, llegué hasta el guarismo 2.000. Y me dio una especie de alegría interior, muy tonta sin duda, a la vez que me llegaba una voz de las paredes que decía.. “no muchos más, eh’”. De momento, haré caso a mi interior y no a los ladrillos.

viernes, febrero 05, 2016

¿Cuántos planetas tiene el sistema solar?

Es curioso que, cuando más potente es la ciencia, más crece la creencia en supercherías y mitologías sin base ni conocimiento alguna. Se desprecia a la ciencia que nos ha llevado a este punto de inmenso desarrollo y bienestar del que, egoístamente disfrutamos. Pese a ello la ciencia avanza, repreguntándoselo todo, y tratando de encontrar la verdad de la única manera posible. Con investigación, espíritu crítico y método científico. Así, cuestiones tan aparentemente sencillas como la del título del artículo de hoy se revelan sorprendentes, y nos dicen mucho de lo que sabemos, y más de lo que no.

Hasta hace pocos años la respuesta era nueve. Sin embargo, en un congreso astronómico se decidió, muy recientemente y no sin polémica, que Plutón dejaba de ser planeta, porque más allá de Plutón había catalogados otra serie de objetos de dimensiones similares que, de manera excéntrica, también orbitaban en torno al Sol. El criterio era sencillo. Si Plutón era planeta, esos objetos tenían derecho a serlo, y el Sistema Solar se convertía en una clase de las de EGB, de elevadísima población. El resultado era imposible. Para zanjar el debate se decidió que todos esos objetos perdían su rango planetario. La visita de la New Horizons del año pasado nos ha revelado que, sea planeta o no, Plutón es toda una belleza y una inmensa caja de sorpresas geológicas. Por lo tanto, parece que hemos contestado a la pregunta. Ocho planetas forman nuestro vecindario, siendo Neptuno el último. Y así es…. De momento. Hay una persona que juega un papel muy importante en todo este asunto, y se llama Michel Brown. Este fue el científico que propuso la eliminación de Plutón del catálogo planetario, lo que le granjeó odios en gran parte de la galaxia. Pero Brown ha seguido investigando a todo ese vecindario que se sitúa en el más allá del borde, y sus modelos y mediciones han ido dando resultados que apuntaban a una dirección sorprendente. Calculando las trayectorias de todos esos objetos, descubrió Brown que había perturbaciones en las mismas provocadas por la gravedad de “algo” que no existía, o que no estaba ahí. La fuerza de la gravedad es eterna e infinita, y la ejercemos todos los objetos que tienen masa, atrayéndonos todos unos a otros (sí, existe también entre usted y la mujer de sus sueños, aunque a unos niveles irrisorios). Brown se puso manos a la obra e hizo los cálculos para determinar qué características debía tener ese objeto no identificado que alteraba las órbitas transneptunianas, y sus resultados son asombrosos. Corresponden a un planeta del tamaño de Neptuno, mucho más grande que nuestra Tierra, y que orbitaría a una distancia salvaje del Sol, en una órbita sumamente excéntrica. Para que se hagan una idea, se denomina Unidad Astronómica, UA, a la distancia media en torno a la que la Tierra orbita al Sol (unos 150 millones de kilómetros para redondear). Neptuno tiene una órbita media de unas 30 UA, y ese objeto se situaría en el rango de las 600 a 1.200 UAs, con una trayectoria elíptica sumamente forzada. Estaría, por tanto, a una distancia veinte veces superior a la de la órbita de Neptuno. ¿Llega tan lejos el sistema solar? ¿Es ese cuerpo algo perteneciente a nuestro sistema? Y la pregunta más importante de todas, ¿realmente existe ese planeta? Porque los datos que les he comentado son, por así decirlo, las soluciones de las ecuaciones de Brown, lo que su modelo predice. Nadie ha visto nunca ni detectado ese cuerpo, pero el modelo dice que ahí está. Es asombroso.

Y si el modelo lo dice… con una altísima probabilidad, será, porque es un modelo científico contrastado. Así, como pueden ver, la pregunta “trivial” de cuántos vecinos tenemos en nuestro barrio estelar se complica de una manera que quizás usted nunca llegó a imaginar. Y si aquí al lado nos queda tanto por saber, ¿qué podemos decir del cuasi infinito universo que nos rodea? Lo más curioso, desde la vertiente humana del asunto, es que sea el mismo científico que destronó a Plutón del noveno puesto planetario el que parece haberle encontrado sustituto. El señor Brown es un ejemplo de lo que la ciencia da, y del fruto de su trabajo, constancia y curiosidad. De saber que nunca lo sabrás todo. Una lección válida para todos los ámbitos de la vida.

jueves, febrero 04, 2016

Juego de pactos

La aceptación por parte de Sánchez de su opción a formar gobierno, y el refrendo de la misma que hizo el Rey Felipe VI, nos ha hecho avanzar en este endiablado juego en el que nos encontramos desde el 20 de diciembre. Pero al igual que en los videojuegos, en los que superar una pantalla implica empezar otra que es mucho más difícil, así el escenario que se abre ante Sánchez equivale a un reto de una cuadratura prácticamente imposible. Si lo logra tendrá un mérito indiscutible. Sino, será su tumba política, aunque estoy cansado de dar por muertas a figuras que, en pocas fechas, reviven. Cuidado con los obituarios precipitados.

Dos son las fuerzas que buscan, sobre todo, que el intento del PSOE triunfe. Por un lado, obvio, los socialistas, que ven en ese poder el bálsamo que les redima de los catastróficos resultados de diciembre y, de paso, sirva para amalgamar las distintas “sensibilidades” más bien odios cainitas, que se viven en su seno, porque anda une tanto como el poder. Por otro lado, Ciudadanos, que se ha quedado en tierra de nadie con sus cuarenta escaños, que son muchos, pero no sirven para sumar mayoría cualificada en ninguna combinación a dos. Sospechan que, de repetirse elecciones, perderán votos, y se la juegan a una carta institucional, apareciendo como la fuerza sensata que trata de sumar voluntades tanto con el PP como con el PSOE. En frente, dos formaciones esperan con ansia el fracaso de Sánchez, con tácticas muy distintas. Podemos, subidos en la soberbia más absoluta, no pierden ocasión en mostrar desprecio hacia Sánchez y los suyos. Saben que son determinantes para que el acuerdo de izquierdas tenga lugar, y empiezan esta negociación desde una posición de máximos que, si bien luego puede verse reducida (ya pasó en el caso de las negociaciones PSPV Compromís en Valencia) ofrece una cara adusta y unas formas, sencillamente, impresentables. El PP, con una táctica de indolencia muy al estilo Rajoy, no ha hecho nada desde el día de las elecciones. Sentado en el sofá, esperando que la chica acuda a su cita sin ser llamada, Rajoy esperaba “ligar” con PSOE y Ciudadanos, y al ver que no acudían, ha optado por seguir esperando y ver, tranquilamente, como Sánchez se estrella y vuelve la oportunidad de formar gobierno a su mesa, bien en sesión de investidura o bien en forma de adelanto electoral. Es curioso ver que ambas formaciones, Podemos y PP, antagónicas, con unas tácticas completamente opuestas, desatados los primeros e indolentes los segundos, juegan a la misma estrategia de llegar a unas segundas elecciones, en la confianza mutua de que ellos serían los ganadores de las mismas. Podemos cree que puede sobrepasar al PSOE y convertirse en la fuerza hegemónica de la izquierda, destrozando así el puño, deshojando la rosa y dejando a los de Sánchez con apenas unas espinas. El PP confía en que en unos nuevos comicios el escenario de caos les permita presentarse como la alternativa de orden y así convocar a un voto fugado tanto a la abstención como a otras formaciones políticas. En esa creencia los dos torpedearán todas las opciones que puedan y confiarán en réditos futuros. Es una  jugada arriesgada, porque si se llegará a esas nuevas elecciones, ojalá que no, el votante podría, y debiera, penalizar a las formaciones que han buscado el adelanto electoral por encima de la negociación. Y por ello, pese a lo que puedan señalar las encuestas (hoy sale el primer CIS postelectoral) el panorama resultante de unos segundos comicios quizás no fuera demasiado diferente al actual y, en todo caso, no daría mayorías absolutas claras.

Como ven, el panorama sigue siendo muy turbio. Las opciones de que Sánchez pueda llegar a un acuerdo son, a priori, escasas, pero no hay que descartar ningún escenario, principalmente porque estamos jugando con el poder, y eso es decisivo. Partidos que ahora aparecen unidos, como el PP, se pueden hacer añicos si pierden el poder, y divisiones a muerte como las que hay en el PSOE se convertirían en un cierre de filas en torno a un líder presidenciable. Todo está muy abierto y en el mes, se supone, que van a durar estas negociaciones, veremos y oiremos de todo. Ni series de televisión ni nada, esto sí que es apasionante, y es imposible hacer spoliers.

miércoles, febrero 03, 2016

Ya es febrero, y sin gobierno ni invierno

Pasar unos pocos días de ocio en medio del trimestre más denso y frío del año es de agradecer, pese a que este año lo del frío no se cumpla como es debido. Se habla mucho del no gobierno que tenemos, aún no tanto del desgobierno que pueda llegar, pero mucho menos que del extraño tiempo que tenemos, que no deja de batir records de temperaturas máximas para cualquier intervalo de tiempo que cojamos o de días sin lluvia en una costa mediterránea que, desde principios de año, afronta una sequía durísima. Da miedo pensar cómo pueden acabar los cultivos, terrenos y cualquier otra cosa en esa zona del país si, como es habitual, la primavera y verano allí resultan secas.

Digo, en plan malicioso, que el verano de 2015 fue tan intenso que aún no se ha acabado. El calor del año pasado, que atacó con muchísima fuerza desde mayo, y no aflojó hasta agosto, siguió, tenue pero constante, durante un otoño de escasas precipitaciones, caras nubes y cielos azules que se sucedían sin remisión. A medida que se aproximaba el invierno, en medio de admoniciones basadas en el lema de los Stark en Juego de Tronos (se acerca el invierno) la distorsión entre las temperaturas de la calle y las fechas del calendario crecía. Las hojas de los árboles seguían cómodas en sus ramas, sólo afectadas por la bajada en la intensidad de la luz, en unos días que se recortaban como el presupuesto nacional por imposición comunitaria, pero el aire seguía calentito. En la antesala de navidad sobraban los abrigos, que sacábamos a la calle para lucir, darles una vuelta y que no se sintieran abandonados en los fondos de armario. Las tiendas de ropa empezaban a mirar sus cuentas de resultados y los almacenes, llenos de prendas para un invierno que no llegaba, y veían con asombro y envidia a sus vecinos hosteleros, cuyas terrazas seguían llenas de clientes que, bajo el sol de diciembre, simulaban estar en abril. Enero ha seguido con la misma tónica, acentuándose aún más si cabe, dado que pasan los días del invierno y la sensación de rareza crece. Temperaturas claramente por encima de los quince grados de día en todo el país, noches en las que las heladas no se presentan, mucha lluvia por Galicia y parte del oeste peninsular, pero apenas cuatro copos mal contados en las montañas, con las estaciones de esquí en formato anoréxico, luciendo tiras nevadas, hilillos que ni hacen recordar a los mantos que debieran lucir en estas fechas. Playas en las que los veraneantes vuelven, aunque el término, en sí mismo, en estas fechas, sea absurdo, paseos marítimos atestados de gente que luce pantorrilla o manga corta a un sol que calienta más de lo debido, y extrañeza general por un tiempo que, bien recibido, permite vivir más alegremente y sin el agobio de encerrarse en casa. Las facturas de calefacción caen en picado en unos meses en los que la caldera debiera estar sin parar pero que, funciona, nunca mejor dicho, a medio gas. Los jubilados se asoman a los balcones y terrazas y ven cómo los días más crueles para sus huesos y cuerpos van quedando atrás. Y la luz, que lleva ya más de un mes creciendo desde mínimos, asoma cada vez antes en las ventanas y se va cada vez más tarde, recordándonos que en ocho semanas ya será primavera. Y el invierno de 2016, tímido, no se atreve a asomarse. Sólo hemos visto, y con mucha envidia por mi parte, las nevadas en la costa este de EEUU. Para ver nieve en 2016 hay que poner la tele y fijarse en el extranjero, ese es el panorama.

No se confíen, aún podemos vivir zarpazos invernales, febrero es un mes de tiempo cambiante, loco, inestable. Sin ir más lejos este fin de semana parece que tendremos un cambio que, al menos, dejará lluvia en parte del país, pero lo cierto es que la sensación general de que este invierno es, sino inexistente, de broma, es cierta y eso es algo especial, e importante. Y malo, dado que malo es cuando no hace lo que toca. Probablemente este comportamiento esté condicionado por el intenso fenómeno del niño que estamos viviendo desde verano del año pasado, pero en todo caso no es bueno que la floración se de tan temprana, que la nieve no empape el suelo y que el frío no limpie el aire. Sería curioso que pasáramos todo el invierno sin él mismo y, ya de paso, sin gobierno.