miércoles, febrero 17, 2016

Siria, el desastre sin fin

Este pasado fin de semana se celebró la conferencia de seguridad de Munich. Algunos lo llaman el Davos de la geopolítica. Durante un fin de semana dirigentes políticos, diplomáticos, geoestrategas, responsables de seguridad y analistas de todo tipo se juntan en un hotel de la ciudad bávara para debatir sobre los temas candentes de seguridad en el mundo, potenciales amenazas y tratar de establecer actuaciones coordinadas para combatirlas. Es un encuentro seguido por los medios, pero que no alcanza la trascendencia que su importancia posee y, frente al económico de Davos, es mucho más desconocido. Pero no menos importante.

El tema de fondo este año, como en los pasados, ha sido Siria. Siria es el nombre que antes usábamos para referirnos a un país y que ahora engloba varios desastres superpuestos en los que la guerra es el factor común. Dos fueron las conclusiones de Munich al respecto. La primero, positiva, es el compromiso al que llegaron EEUU y Rusia de un alto el fuego en el plazo de una semana, el domingo que viene, para tratar de entregar ayuda humanitaria a las ciudades asediadas y aumentar las posibilidades de diálogo entre las partes enfrentadas. Este acuerdo les puede sonar a guasa, dado como se matan a diario todos entre todos, y también traer a la memoria épocas pasadas, porque que las dos grandes potencias acuerden “un alto el fuego” tiene reminiscencias de las guerras interpuestas que, durante la guerra fría, ambos bloques llevaron a cabo en Latinoamérica, Oriente Medio o África. Y no andarán muy desencaminados si obtienen esa impresión, ya que la segunda conclusión que pudo extraerse de Munich es que vuelve un clima de guerra fría. Con la excusa de Siria, y la participación directa que Moscú tiene en esa guerra en apoyo a su aliado Al Asad, las relaciones diplomáticas entre el Kremlin y el resto de potencias occidentales no hacen nada más que empeorar día a día. Dimitri Mevdeved, el primer ministro ruso, ese señor puesto por Putin con el que se intercambia cargos de vez en cuando, pronunció un duro discurso en el que sólo le faltó cortar relaciones y levantar un nuevo telón de acero. Este es un síntoma preocupante de un problema, Rusia, que no deja de crecer a la vez que, paradójicamente o no, la economía rusa decrece asediada por los bajos precios del petróleo. Parece que Puitna ha optado claramente por insuflar aires patrioteros a su régimen para enmascarar su fracaso económico, y el ejército es la base de su acción, y Siria su teatro de operaciones. Al igual que sucedió en Ucrania, pero esta vez sin disimulos, cada bombardeo ruso en Alepo y otras ciudades sirias, mate civiles, islamistas o lo que sea, es vendido por Moscú como una muestra de su fuerza, de su poder, de los laureles imperiales que vuelven a elevarse sobre las ruinas del extinto imperio soviético. Esta táctica, pese a ser muy falsa y más vieja que Jordi Hurtado, sigue funcionando, y los índices de popularidad de Putin en la Plaza Roja y sus aledaños son asombrosos. El pato lo pagan los sirios, que ven como Asad, con el apoyo de la aviación rusa, recupera terreno en una guerra en la que su futuro empezaba a oler a soga de horca. Alentado, se niega en redondo a desaparecer de las futuras “conversaciones de paz” y, haya tregua o no, intensifica sus ofensivas, y con ellas el número de muertos, heridos, desplazado y refugiados.

Así, la extensión del conflicto civil no cesa y no deja de sumar actores, regionales e internacionales, y las posibilidades de que las cosas empeoren (sí, ello es posible) crecen día a día. Turquía, que lleva tiempo atacando posiciones de los kurdos, se plantea abiertamente entrar en la guerra oponiéndose a las tropas de Asad y a sus apoyos rusos, y es más que probable que Arabia Saudí se sumase a este esfuerzo en tierra siria. Si eso se produce, la escala del enfrentamiento se elevaría muchísimo, dado que pasaríamos de un larvado conflicto religioso a una guerra regional abierta entre potencias, con la implicación directa de, al menos, una superpotencia, Rusia. Y cada paso hacía una guerra mayor implica un mayor desastre. Y así llevamos ya demasiado tiempo

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