Este pasado fin de semana se
celebró la conferencia de seguridad de Munich. Algunos lo llaman el Davos de la
geopolítica. Durante un fin de semana dirigentes políticos, diplomáticos, geoestrategas,
responsables de seguridad y analistas de todo tipo se juntan en un hotel de la
ciudad bávara para debatir sobre los temas candentes de seguridad en el mundo,
potenciales amenazas y tratar de establecer actuaciones coordinadas para
combatirlas. Es un encuentro seguido por los medios, pero que no alcanza la
trascendencia que su importancia posee y, frente al económico de Davos, es
mucho más desconocido. Pero no menos importante.
El tema de fondo este año, como
en los pasados, ha sido Siria. Siria es el nombre que antes usábamos para referirnos
a un país y que ahora engloba varios desastres superpuestos en los que la
guerra es el factor común. Dos fueron las conclusiones de Munich al respecto.
La primero, positiva, es el compromiso al que llegaron EEUU y Rusia de un alto
el fuego en el plazo de una semana, el domingo que viene, para tratar de
entregar ayuda humanitaria a las ciudades asediadas y aumentar las posibilidades
de diálogo entre las partes enfrentadas. Este acuerdo les puede sonar a guasa,
dado como se matan a diario todos entre todos, y también traer a la memoria épocas
pasadas, porque que las dos grandes potencias acuerden “un alto el fuego” tiene
reminiscencias de las guerras interpuestas que, durante la guerra fría, ambos
bloques llevaron a cabo en Latinoamérica, Oriente Medio o África. Y no andarán
muy desencaminados si obtienen esa impresión, ya que la segunda conclusión que
pudo extraerse de Munich es que vuelve un clima de guerra fría. Con la excusa
de Siria, y la participación directa que Moscú tiene en esa guerra en apoyo a
su aliado Al Asad, las relaciones diplomáticas entre el Kremlin y el resto de
potencias occidentales no hacen nada más que empeorar día a día. Dimitri Mevdeved,
el primer ministro ruso, ese señor puesto por Putin con el que se intercambia
cargos de vez en cuando, pronunció un duro discurso en el que sólo le faltó cortar
relaciones y levantar un nuevo telón de acero. Este es un síntoma preocupante
de un problema, Rusia, que no deja de crecer a la vez que, paradójicamente o
no, la economía rusa decrece asediada por los bajos precios del petróleo. Parece
que Puitna ha optado claramente por insuflar aires patrioteros a su régimen
para enmascarar su fracaso económico, y el ejército es la base de su acción, y
Siria su teatro de operaciones. Al igual que sucedió en Ucrania, pero esta vez
sin disimulos, cada bombardeo ruso en Alepo y otras ciudades sirias, mate
civiles, islamistas o lo que sea, es vendido por Moscú como una muestra de su
fuerza, de su poder, de los laureles imperiales que vuelven a elevarse sobre
las ruinas del extinto imperio soviético. Esta táctica, pese a ser muy falsa y más
vieja que Jordi Hurtado, sigue funcionando, y los índices de popularidad de
Putin en la Plaza Roja y sus aledaños son asombrosos. El pato lo pagan los
sirios, que ven como Asad, con el apoyo de la aviación rusa, recupera terreno
en una guerra en la que su futuro empezaba a oler a soga de horca. Alentado, se
niega en redondo a desaparecer de las futuras “conversaciones de paz” y, haya
tregua o no, intensifica sus ofensivas, y con ellas el número de muertos, heridos,
desplazado y refugiados.
Así, la extensión del conflicto civil no cesa y no
deja de sumar actores, regionales e internacionales, y las posibilidades de que
las cosas empeoren (sí, ello es posible) crecen día a día. Turquía,
que lleva tiempo atacando posiciones de los kurdos, se plantea abiertamente
entrar en la guerra oponiéndose a las tropas de Asad y a sus apoyos rusos,
y es más que probable que Arabia Saudí se sumase a este esfuerzo en tierra
siria. Si eso se produce, la escala del enfrentamiento se elevaría muchísimo, dado
que pasaríamos de un larvado conflicto religioso a una guerra regional abierta
entre potencias, con la implicación directa de, al menos, una superpotencia,
Rusia. Y cada paso hacía una guerra mayor implica un mayor desastre. Y así
llevamos ya demasiado tiempo
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