Dani Rovira se ha hartado. Tras
las críticas recibidas por su presentación de la gala de los Goya, que apenas
vi, críticas que en las redes sociales se han transformado en una catarata de
insultos, agresiones verbales y descalificaciones sin límite, ha declarado no
le ha merecido la pena ser el presentador del acto. Su reacción llega, como les
reitero, tras tener que soportar de todo y leer cómo muchos, escudados en el
anonimato de la web, le dedicaban todo tipo de insultos, lo más hirientes posibles,
sin que él tenga opción alguna para defenderse. No es el último caso de estos
ni, me temo, con él se aplacarán las fieras.
Las redes sociales son muy útiles,
permiten compartir información valiosa, aprender y saber dónde y cómo preguntar
aquello que uno necesita, pero como toda herramienta poderosa, tienen un
reverso oscuro muy peligroso. Igual que un martillo es ideal para clavar
clavos, pero usado contra la cabeza de otra persona resulta letal, la algarabía
de twitter puede ser el acosador perfecto que, poniendo como objetivo a
alguien, lo hunda de manera irreversible. La prepotencia habitual que nos rodea
en nuestra vida privada se ha trasladado al mundo virtual, sin que los límites
físicos de la barra del bar o del salón, que antes impedían que los improperios
lleguen más allá, funcionen de ninguna manera. El “efecto tertuliano” por el
que uno se revela como Dios reencarnado, lo sabe todo de todo, lo hace todo
perfectamente y es mejor que cualquier otro se ha trasladado al ciberespacio y,
desde allí, miles de iluminados proclaman a los cuatro vientos como ellos lo
arreglarían todo, y el resto no tiene ni XXX idea de nada. Ellos son genios y
todos los demás son basura. Y así todos los días. Hoy le ha tocado a Rovira,
pero cada día hay alguien que dice algo o lo escribe y es asaetado por la
turba, que encima exige que sus gracias sean aplaudidas. Te pueden llamar de
todo, soltarte cualquier retahíla de insultos, y encima debes aguantarlos con
sorna, porque si protestas revelas no tener gracia alguna. Es asombroso. Como
si los matones de instituto pegasen a alguien en el pasillo y la pobre víctima
debiera agradecerles lo que le están haciendo… “¿cómo? ¿Que te quejas porque te
peguemos? Abrase visto… ¡¡¡Vamos a darle más!!!” dirían los matones reunidos en
torno a su presa, como lo hacen lo acosadores virtuales en torno a quien
consideran, ese día, en ese momento, objeto de su escarnio. Qué bien
lo expresaba este Domingo Javier Marías en su columna semanal. Me puede
gustar más o menos un actor, dado que de esto va el último acoso, me parecerá más
o menos gracioso, con mayor o menor ingenio, pero se que si ahora, a media
mañana, me subo a un escenario e interpreto, cosa que no he hecho nunca, haré
el más absoluto de los ridículos, porque ni es mi profesión ni tengo experiencia…
porque no se ser actor. Como tantos, tantísimos, que han criticado a Rovira.
¿Cuántas veces se han puesto ellos delante de un público y dicho algo? ¿Cuántas
han interpretado? ¿Cuántos aplausos han cosechado? ¿Y premios? ¿Cuánto dinero
han ganado por sus actuaciones? ¿Cuánto las han ensayado? Y lo mismo se puede
decir de otros tantos profesionales, enfrentados en cada caso a retos serios,
difíciles, en los que pueden acertar o no, y que son ridiculizados por
personajes que, de eso, y de otras tantas cosas, empezando por la educación,
carecen de todo. No entiendo (ironía) como este mundo tiene problemas si, cada
dos segundos, miles de genios infinitos proclaman su grandeza a los infinitos
vientos de la red. Debiéramos ser los más listos, ricos, felices y geniales del
planeta. Cuánta grandeza desperdiciada….
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