Es curioso que, cuando más
potente es la ciencia, más crece la creencia en supercherías y mitologías sin
base ni conocimiento alguna. Se desprecia a la ciencia que nos ha llevado a
este punto de inmenso desarrollo y bienestar del que, egoístamente disfrutamos.
Pese a ello la ciencia avanza, repreguntándoselo todo, y tratando de encontrar
la verdad de la única manera posible. Con investigación, espíritu crítico y método
científico. Así, cuestiones tan aparentemente sencillas como la del título del
artículo de hoy se revelan sorprendentes, y nos dicen mucho de lo que sabemos,
y más de lo que no.
Hasta hace pocos años la
respuesta era nueve. Sin embargo, en un congreso astronómico se decidió, muy
recientemente y no sin polémica, que Plutón dejaba de ser planeta, porque más
allá de Plutón había catalogados otra serie de objetos de dimensiones similares
que, de manera excéntrica, también orbitaban en torno al Sol. El criterio era
sencillo. Si Plutón era planeta, esos objetos tenían derecho a serlo, y el
Sistema Solar se convertía en una clase de las de EGB, de elevadísima población.
El resultado era imposible. Para zanjar el debate se decidió que todos esos
objetos perdían su rango planetario. La visita de la New Horizons del año
pasado nos ha revelado que, sea planeta o no, Plutón es toda una belleza y una
inmensa caja de sorpresas geológicas. Por lo tanto, parece que hemos contestado
a la pregunta. Ocho planetas forman nuestro vecindario, siendo Neptuno el último.
Y así es…. De momento. Hay una persona que juega un papel muy importante en
todo este asunto, y se llama Michel Brown. Este fue el científico que propuso
la eliminación de Plutón del catálogo planetario, lo que le granjeó odios en
gran parte de la galaxia. Pero Brown ha seguido investigando a todo ese
vecindario que se sitúa en el más allá del borde, y sus modelos y mediciones
han ido dando resultados que apuntaban a una dirección sorprendente. Calculando
las trayectorias de todos esos objetos, descubrió Brown que había
perturbaciones en las mismas provocadas por la gravedad de “algo” que no existía,
o que no estaba ahí. La fuerza de la gravedad es eterna e infinita, y la
ejercemos todos los objetos que tienen masa, atrayéndonos todos unos a otros (sí,
existe también entre usted y la mujer de sus sueños, aunque a unos niveles irrisorios).
Brown se puso manos a la obra e hizo los cálculos para determinar qué características
debía tener ese objeto no identificado que alteraba las órbitas
transneptunianas, y sus
resultados son asombrosos. Corresponden a un planeta del tamaño de Neptuno,
mucho más grande que nuestra Tierra, y que orbitaría a una distancia salvaje
del Sol, en una órbita sumamente excéntrica. Para que se hagan una idea, se
denomina Unidad Astronómica, UA, a la distancia media en torno a la que la
Tierra orbita al Sol (unos 150 millones de kilómetros para redondear). Neptuno
tiene una órbita media de unas 30 UA, y ese objeto se situaría en el rango de
las 600 a 1.200 UAs, con una trayectoria elíptica sumamente forzada. Estaría,
por tanto, a una distancia veinte veces superior a la de la órbita de Neptuno. ¿Llega
tan lejos el sistema solar? ¿Es ese cuerpo algo perteneciente a nuestro sistema?
Y la pregunta más importante de todas, ¿realmente existe ese planeta? Porque
los datos que les he comentado son, por así decirlo, las soluciones de las ecuaciones
de Brown, lo que su modelo predice. Nadie ha visto nunca ni detectado ese
cuerpo, pero el modelo dice que ahí está. Es asombroso.
Y si el modelo lo dice… con una altísima
probabilidad, será, porque es un modelo científico contrastado. Así, como
pueden ver, la pregunta “trivial” de cuántos vecinos tenemos en nuestro barrio
estelar se complica de una manera que quizás usted nunca llegó a imaginar. Y si
aquí al lado nos queda tanto por saber, ¿qué podemos decir del cuasi infinito
universo que nos rodea? Lo más curioso, desde la vertiente humana del asunto,
es que sea el mismo científico que destronó a Plutón del noveno puesto
planetario el que parece haberle encontrado sustituto. El señor Brown es un
ejemplo de lo que la ciencia da, y del fruto de su trabajo, constancia y
curiosidad. De saber que nunca lo sabrás todo. Una lección válida para todos
los ámbitos de la vida.
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