Su llegada a la campaña electoral
republicana fue vista como algo exótico, cachondo y hasta cierto punto,
divertido. Trump, el bocazas de América, un exaltado en toda la regla, se metía
en el fregado electoral gracias a su inmensa fortuna, fama mediática y absoluta
falta de filtros. Cada palabra que decía suponía meterse con un grupo social,
una idea establecida, un principio de convivencia o con todo ello a la vez Y
eso le reportaba aún más repercusión mediática. Los debates de los
precandidatos republicanos mostraban a un montón de pequeñas figuras enfrentadas
entre sí, orbitando en torno a la estrella Trump.
Hoy,
tras su tercera victoria en unas primarias, esta vez en Nevada, Trumo ha dejado
de ser algo curioso para convertirse en una posibilidad y un problema. Las
grandes figuras del partido republicano, eso que se llama el “establishment”
(el Word no me marca en rojo esa palabra, cómo nos han conquistado) observan
con miedo como su partido está siendo colonizado por una figura que arrastra,
de momento, voto popular, pero que puede ser letal para la imagen del grupo y del
país si llega a tener el poder real en sus manos. Trump es lo más parecido que
uno pueda imaginar a un desquiciado. Su discurso se basa en el populismo, el
simplismo, la desfachatez y la nada. Pero como sucede con este tipo de
personajes, suscita en torno a sí el voto protesta de unas clases medias y
bajas que en EEUU, como en otros países, el nuestro sin ir más lejos, han sido
duramente golpeadas por la crisis, y que no ven en la recuperación actual el
camino que les pueda llevar de nuevo a la prosperidad perdida. El mismo fenómeno
lo vemos en Francia con una Marine Le Pen que lidera las encuestas, o en una
Hungría, donde Victor Orban gobierna el país con unas ideas retrógradas que
ahora, en Polonia, arraigan con fuerza. En el otro lado del presunto espectro
de ideas de estos personajes, Podemos en España representa el discurso populista
del odio y enfrentamiento, de la búsqueda de unos culpables que hayan jugado un
papel en la crisis pasada, y en la focalización sobre ellos del castigo que
purgará los males de los desposeídos ¿Tiene ideología Trump? Es una pregunta
difícil de contestar, más allá de que propugne ideas que le hagan a él más
rico. De hecho, la pregunta profunda sería si todos estos movimientos ideológicos
realmente lo son, y si no corresponden realmente a formas de populismo, de
distinta careta o apariencia, pero que, como a lo largo de décadas pasadas, han
ido tratando de hacerse con el poder que detentaron en peligrosas décadas del
pasado siglo. La búsqueda del culpable, la solución sencilla y expeditiva, la
movilización, el aire marcial… características que, una y otra vez, se repiten
en estos movimientos, aunque se disfracen de revoluciones socialistas,
cristianas, liberales o populares. No hay muchas diferencias entre el Hugo Chávez
que decretaba qué edificios de una plaza se podían expropiar para satisfacer su
ego y entre el Trump que cada semana promete elevar un metro la valla que
levantará entre Méjico y EEUU para impedir la entrada de la inmigración. El
discurso de Orban que achaca a los inmigrantes la pobreza de Hungría es idéntico
al que utiliza el UKIP en Reino Unido para querer separarse de la UE o el del
propio Trump referido a los latinos, asiáticos y, en general, a todos aquellos
que no se parezcan a él cuando se miran en el espejo. Si uno lo piensa un poco,
es patético. Cuando más complejos son los problemas a los que nos enfrentamos y
más necesario es el debate y la reflexión sobre cómo afrontarlos, más éxito
obtienen las peligrosas y fracasadas fórmulas del pasado.
En lo que hace a las posibilidades
presidenciales de Trump, lo cierto es que hace poco eran cero y ahora existen,
pero creo, espero, que no aumenten mucho más. Incluso si llegara a ser el
candidato republicano (pobre GOP, quién te ha visto y quién te ve) su campaña
sería el mayor movilizador de voto demócrata que uno pudiera imaginar, y eso
llevaría a su candidato (muy probablemente Hillary, pero ojo al fenómeno Sanders,
que también dice mucho de cómo está la sociedad) a una victoria. No imagino a
Trump reconociendo su derrota electoral, quizás, en una sonrisa del destino de
esas que tanto se llevan ahora, se ofreciese como vicepresidente. O no.
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