Si los lunes suelen tener fama de
ser malos días, el de ayer en los mercados hizo un gran honor a su leyenda, y
dejó a todos tiritando. El
Ibex 35 cayó un 4,4%, la mayor caída desde agosto de 2015, y toca mínimos
anuales después de un enero que resultó nefasto. Las pérdidas acumulas desde
que empezó el año superan ya el 15% y los gestores de carteras y fondos
observan con terror como, a las seis semanas de empezado el ejercicio, las
llamadas de sus clientes se disparan, al ver cómo todas sus inversiones cotizan
en un rojo pasión nada conmovedor. En el mercado de deuda la prima española
cerró en unos, muy altos, 153 puntos.
El desgobierno y el marasmo político
en España no nos ayuda, cierto, pero es verdad que las bajadas de nuestra bolsa
corren paralelas al desplome de los mercados internacionales, arrastrados por
el sentimiento de frenazo económico global, frenazo que muchas voces empiezan a
ver claramente como recesión. Dos son las fuentes recesivas, por un lado China,
cuya economía se está parando, y que de ser una fuerza tractora del mundo desde
hace años empieza a verse como un problema, por su inestabilidad, por su
sobreendeudamiento y por la opacidad de sus datos, que pocos creen y nadie ve
coherentes. El otro es EEUU, que tras un porrón de meses de crecimiento,
empieza a mostrar señales de frenazo en su actividad. Si las dos mayores economías
del mundo se gripan, esto no puede avanzar de ninguna manera. Y a partir de ahí
se desatan una serie de efectos que, combinados, realimentan una espiral
contractiva, como suele ser habitual. El frenazo en la economía real tira a la
baja el precio de las materias primas, cuya demanda cae porque los grandes
consumidores no van a gastar tanto. Esto hace que los países emergentes y
aquellos que viven de las exportaciones mineras (por ejemplo Canadá y
Australia) sean los primeros en recibir un golpe en sus cuentas. El petróleo,
indicador de estado económico, se hunde por bajada de demanda y sobreproducción
política (llamémoslo así) y esto genera un alivio en los bolsillos de los países
consumidores, pero también un desastre para las compañías petrolíferas, occidentales
en muchos casos, las industrias del acero y los componentes metálicos, (que
viven muchas de ellas de todo lo relacionado con las perforaciones) y, muy importante,
el sector financiero que, sobre todo en EEUU, ha financiado la industria del
fracking, que generó unos rendimientos brutales y una fiebre dorada en los
estados en los que se desarrolló, pero que ahora, con un barril a 30$, es una
ruina. Miles y miles de millones de dólares se dieron en créditos a esas
industrias que, ahora, muchas de ellas, ven la bancarrota como la única salida
posible, convirtiendo en fallidos los créditos y generando otro desastre en el
sector financiero norteamericano y, es más que probable, en el de otros países.
En medio de este marasmo, el comercio mundial, otro indicador global, lleva
meses cayendo, fruto de todos esos frenos antes comentados, y el uso que los
gobiernos realizan de sus reservas de divisas para mantener cotizaciones de
monedas empieza a tener visos no de guerra, sino de cruenta batalla, desangrándose
muchos bancos centrales para tratar de mantener cotizaciones que, a día de hoy,
son insostenibles. Como guinda a este pastel, una montaña de deuda pública que,
sobre todo en Europa, puede volver a convertirse en un problema, haciendo
temblar a las entidades financieras que, como el caso de la italiana, han perdido
muchísimo de su valor en bolsa en lo que llevamos de año, arrastrando a las del
resto del continente.
El panorama es, como mínimo, preocupante, y muy
turbulento. En el caso español nos pilla con unas empresas más diversificadas e
internacionalizadas, por lo que pueden aguantar mejor la situación, pero con
unos niveles salvajes de deuda pública (100% del PIB) una tasa de paro altísima
y alta inestabilidad política. Y en un entorno, el europeo, que ha demostrado
ser muy frágil a la hora de afrontar crisis sistémicas. Más allá de lo que haga
la bolsa, cuyo recorrido a la baja aún puede seguir, creo, la economía global
da señales inquietantes y augura un año que, como mínimo, va a ser problemático.
No se si este será el del inicio de una nueva crisis, pero apunta maneras. Habrá
que ir siguiéndolo con mucha atención, y sin dejar de hacer todos los deberes
que podamos para soportarlo y, sobre todo, protegernos.
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