viernes, octubre 27, 2017

La verdad es que Puigdemont es muy español

Fue Valle Inclán el fundador del género que denominamos esperpento, una afortunada combinación de comedia, farsa y tragedia en la que nada es lo que parece pero todo refleja la podredumbre más profunda de la realidad. Sus obras eran vistas a veces como comedias, pero aunque una primera lectura dejase la sensación de asistir a un espectáculo de humor, lo cierto es que el lector o espectador de teatro notaba como la sonrisa iba mudando poco a poco hacia un rictus mucho más serio y grave, al darse realmente cuenta de lo que estaba presenciando. Valle Inclán fue tan genial como extravagante, y su estatua luce en el Paseo de Recoletos de Madrid, donde es homenajeada cada año.

En décadas pasadas el máximo exponente de esta forma de contar historias, que requiere ingenio, brillantez y cierta sutileza, fue Luis García Berlanga, un señor que, de haber nacido en EEUU sería famoso en el mundo entero y no hubiera tenido sitio en su mansión para guardar todos los Oscar conseguidos. En vez de eso nació en España, a las orillas del Mediterráneo valenciano, y desarrollo su carrera en nuestro país, y en una época en la que la censura franquista, que oprimía de verdad, hacía que dedicarse al arte fuera un camino seguro a la pobreza y bastante certero hacia la prisión. Las películas de Berlanga son uno de los mejores retratos de la sociedad española de la segunda mitad del siglo XX, una sociedad llena de pícaros que tratan de sobrevivir a una pobreza asfixiante, a un régimen agobiante y a unas convenciones sociales tan rígidas como anticuadas. En ellas la corrupción aparece por todas partes, en los estratos sociales más bajos y en los presuntamente más distinguidos. Unos y otros sólo se diferencian en las ropas que llevan y en los modales, pero son idénticos en todo. Los personajes mienten más que hablan, falsean el mundo que les rodea, se hacen pasar por lo que no son para medrar y conseguir favores, antaño del régimen franquista, luego de los nuevos poderes surgidos de la transición. En todo momento sabemos hasta qué punto son falsos los caracteres que vemos representados, pero también conocemos la crudeza, la miseria moral y económica en la que viven, y de la que desean huir como sea. El “postureo” palabra que no me gusta pero que refleja muy bien el muy falso mundo que vivimos hoy en día en las redes sociales, ya lo inventa Berlanga en los sujetos que nos muestra, que se hacen pasar por lo que no son y alardean de lo que no tienen ni en sueños. Con estos mimbres fabrica el genial Luis sus tramas, que como pasaba antes con las de Valle Inclán, inducen a la carcajada en un primer visionado, a veces siendo imposible seguir el curso de la trama por las risas provocadas, pero tras ese humor, Berlanga nos muestra desnuda la sociedad, sin disimulos, y nuestra cara muda al darnos cuenta de que de lo que nos reíamos no era de las desgracias de otros, sino de las propias, de las nuestras. Sus películas, en el fondo, muestran enormes tragedias y fracasos, y poseen un punto cruel en el que no deja títere con cabeza, y todos los personajes son vapuleados, arrastrados hasta el punto más bajo de su ignominia, llegando a un punto en el que el espectador pide que se les redima de la humillación a la que están siendo sometidos. Logra Berlanga que hasta nos solidaricemos con los caracteres que nos muestra, a pesar de la repulsión que nos provocan, porque nos los muestra en una dimensión que conocemos como propia. Cada uno de nosotros podría volver a ver “”El Verdugo” “Plácido” la serie de “La escopeta nacional” “Todos a la cárcel” y cualquier otra de sus obras y verse retratado fielmente en uno de sus personajes. Y eso ya no nos hace tanta gracia.

Puigdemont y el resto de componentes de la troupe separatista son, en todos los sentidos, personajes recién salidos de un guion de Berlanga, de una obra de Valle Inclán, y por eso verles nos produce tanta risa como angustia. Sus actos, decisiones, rectificaciones, impuntualidades, escenificaciones y demás argucias de vodevil barato nos tienen entretenidos, durante un tiempo en el que el drama va a más y no deja de crecer el destrozo que crean con su ineptitud y ceguera. La verdad es que, aunque le de una rabia infinita, Puigdemont y sus amigos son, en todos los sentidos, españoles en lo más profundo de su ser, y actúan como los compatriotas, de los que reniegan, que tan bien reflejaron los autores a los que he mencionado. Quizás sus obras sean una vía de escape ante el absurdo que vivimos en estos días.


Subo a Elorrio y me cojo dos días festivos. El miércoles que viene es fiesta así que, si no pasa nada raro (es un decir) nos leeremos nuevamente el jueves 2 de noviembre. Descansen y mucho ánimo

jueves, octubre 26, 2017

Otro día de vértigo, soñado por los nacionalistas

La realidad no es tan fluida como aparenta ser, sino que se desplaza a trompicones, como a saltos en medio de periodos de quietud. Tras días estáticos aparece alguno en el que todo se acelera, y puede que hoy sea uno de esos. Imbuidos por el monotema catalán, muchos serán los frentes informativos de la jornada, con dos citas económicas importantísimas. El INE publica a las 9 la EPA del III Trimestre del año y al mediodía se reúne el BCE en lo que puede ser el inicio de la retirada de los estímulos lanzados por Draghi desde hace ya varios años, mediante una reducción de la compra de deuda pública y corporativa. Un cambio anunciado de la política monetaria que, parece ser, por fin llega.

Pero nada, aquí estaremos obnubilados por el tema catalán, o el despropósito, mejor dicho. Puigdemont renunció ayer a acudir al Senado a explciar su posición, asumiendo de manera tácita que para él el Senado no es nada, y convocó una reunión de su gobierno y dirigentes de los partidos que lo sustentan en el Palacio de la Generalitat, que ha terminado de madrugada, sin que se tenga constancia de acuerdos o decisiones. No se muy bien qué es lo que va a pasar hoy o mañana, pero sospecho que Carles, fanático como el que más, no va a dar un paso atrás y proclamará esa DUI, que más bien será un DIU para la política catalana. Iluminado por la fe que ciega a los creyentes, el Presidente de todos los catalanes hace tiempo que dejó de serlo de aquella parte de la sociedad que él considera impura, impropia, ajena, y prescindible. Envalentonado por las huestes de la CUP, una amalgama de antisistemas aupados al poder, Puigdemont y los suyos creen en el martirio civil, en la inmolación política y en todas esas falacias con las que se les llena la cabeza a los ingenuos para que se sacrifiquen en nombre de otros. Desde que empezó septiembre el “prusés” ha desaparecido y vivimos en el “mambo” que tan cómodo y bailable le sienta a la CUP. Estos meses sólo han generado desesperanza, miedo y ruina económica. Cataluña, una de las regiones más prósperas, ricas y cultas de Europa, lleva meses pegándose tiros en los pies, ahuyentando inversores, alentando la fuga de empresas, dañando al turismo y revirtiendo su imagen cosmopolita por una de aldea irreductible y cerril. Como el futuro es indistinguible nadie tiene muy claro cómo va a acabar todo esto, pero creo que dentro de muchos años estos que ahora vivimos se estudiarán como los oscuros de Cataluña, la época en la que la locura de unos dirigentes fanatizados, creyentes en su soñada patria exclusiva, llevaron a todos a la ruina y desesperación colectiva, causando daños de todo tipo. Económicos sin duda, de gran dimensión y profundidad, pero sobre todo sociales, emocionales, afectivos. El nacionalismo necesita el desgarro, busca la ruptura, no sólo de las leyes, sino sobre todo de las sociedades. El nacionalista no soporta una sociedad de ciudadanos libres y discrepantes, que no sea homogénea, unificada, totalizable. Barcelona, la ciudad, el conglomerado urbano, diverso, multiforme, ruidoso, caótico y desordenado, es visto como el horror por un nacionalista, que añora el pueblo, la masía, la comunidad pequeña de fieles que viven agrupados, encerrados, protegidos, al calor de lo conocido. Para Sabino Arana el sueño era el mismo, el caserío “Bizkaitarra” el pequeño pueblo de interior, frente a Bilbao, la uirbe, el lugar de perdición, el sitio al que acude gente de todas partes, que no tiene creencia ni en Dios ni en la Tierra Madre, que ensucia, corrompe y mezcla. Eso debe ser eliminado. El nacionalista busca purificar su arcadia soñada, y para ello, primero, debe romper la sociedad, para separar a los puros de los que no lo son, y actuar en consecuencia.


Esto, que parece un relato de ideas peregrinas es lo que los nacionalismos han hecho a lo largo de toda la historia, causando males y atrocidades sin fin. Hoy y mañana, en el Parlament de Cataluña, volveremos a ver cómo se escenifica esta división, y el desprecio a los que no piensan como los independentistas. Y de ahí sólo puede surgir tristeza y desazón, nada más que eso. Cuando el nacionalismo entra por la puerta, la razón ilustrada peligra, y suele acabar huyendo por las escaleras antes de ser arrojada por la ventana. Es desolador que, otra vez, tras las décadas de dictadura franquista y asesinatos etarras volvamos a ver el espectro de la intolerancia nacionalista en nuestro país. Hoy, y mañana, nuevo aquelarre en nombre de una soñada “Patria”.

miércoles, octubre 25, 2017

Xi Jinping y Donald Trump

Ya les comentaba el otro día las intenciones del actual líder chino, Xi Jinping, de hacerse con todo el poder en el congreso del PCC, el partido comunista chino, y la realidad ha cumplido los pronósticos. Ha conseguido colocar a afines en numerosos cargos de la nomenclatura comunista y su figura se ha ensalzado a las alturas de líderes históricos del movimiento, a la altura del propio Mao, el gran asesino de masas que llevó al partido al poder. El llamado “pensamiento Xi” se convierte en una corriente oficial de estudio en las escuelas del país, dadas a adoctrinar tanto como a enseñar, y el gobernante va camino de ser emperador.

En el título del artículo incluyo a Trump, y es que la situación de ambas potencias es paradójica y, en apariencia, inversa. Xi es un líder fuerte y con impulso de una nación creciente con una economía desatada y ambiciones de liderazgo global. Trump es un líder débil de una nación enorme, líder mundial en numerosos ámbitos, antaño hiperpotencia, que camina hacia el coliderato con China en materias como PIB e influencia y siente en los huesos un cierto hálito de decadencia. Si, a corto plazo, Xi parece lo mejor que uno pudiera imaginar para fortalecer el poder de China, Trump es justo lo contrario, la figura que desearían los enemigos de EEUU para desgastar su poder. Cada paso, decisión, tuit, frase que pronuncia el actual inquilino de la Casa Blanca socaba la autoridad moral de la institución, aumenta la división en el seno del país, enfanga la imagen de EEUU en el mundo y le resta protagonismo. Trump parece el típico emperador romano encumbrado en la cúspide del poder que se dedica a dilapidar el esfuerzo de los que le precedieron y asoma al imperio a una debacle, mientras que Xi aparenta ser el general romano que, lleno de poder, asciende a la colina del Capitolio para tomar las riendas de lo que cree suyo y llevarlo aún más lejos. Esta visión es extremadamente simplista, lo se, pero refleja la percepción global de que, tras la caída de la URSS y los años de hiperpotencia de EEUU como árbitro mundial, volvemos a un mundo de dos superpotencias, dos grandes actores que se disputan el liderazgo global, EEUU y China en este caso, en un escenario si cabe mucho más complicado que el que se vivió en el siglo XX durante el primer caso de superpotencias. Hoy en día el poder está mucho más repartido, para bien y para mal, hay potencias de tamaño medio, como Rusia, Irán, Arabia Saudí o India, que en principio son aliados de alguna de las grandes, pero que en la práctica juegan a juegos privados, de geoestrategia regional, que pueden llegar a tener influencia global. De los cincuenta a los ochenta del pasado siglo cada conflicto o guerra regional, que las hubo a montones, se podía explicar por qué bando era el apoyado por EEUU y cual por la URSS. La inmensa mayoría de aquellos conflictos eran guerras de parte, batallas en las que los dos grandes movían unos peones que se disputaban la victoria en un tercer país, remoto y pobre, para mayor desgracia de los pobres ciudadanos de ese país. Hoy en día el juego ha cambiado. De momento EEUU y China sólo se enfrentan en cuestiones económicas y comerciales, disputándose la preminencia global en las cifras macro, en los volúmenes de intercambio con terceros, en inversiones en otros países, etc. Y en este ámbito las empresas norteamericanas, líderes globales de su sector, siguen marcando la pauta dominante, frente a un gobierno chino que sigue comprando recursos en el llamado tercer mundo (África y Latinoamérica) para abastecer a su población.


Los conflictos económicos, muy ruidosos en la prensa, se ven como algo liviano a nivel de calle, son “guerras” llenas de comillas, pero reflejan muchas cosas, entre ellas que los roces de las esferas de influencia de las dos grandes naciones son cada vez mayores, a medida que sus esferas se hinchan. Tradicionalmente estos roces han acabado en conflictos militares, localizados como antes hemos visto, y no es descartable que en el futuro acabe sucediendo algo así. Las aguas del mar de sur de China y Corea son algunos de los escenarios más probables en caso de ese posible conflicto bélico, dado el expansionismo chino y el temor creciente de sus vecinos. Lo que si parece claro es que EEUU ya no va a estar sólo al mando del mundo, quiera ejercer ese papel o no.

martes, octubre 24, 2017

Abe arrasa las elecciones japonesas

Uno de los motivos, profundos, por los que en Europa la ira y el miedo condicionan la vida política es porque, aunque queramos negarlo, vemos que nos quedamos atrás respecto a otras zonas del mundo. El sureste asiático, en especial, surge como el gran polo económico y geoestratégico global, cada vez más noticias y productos vienen de allí, y tenemos la sensación, real, de no ser ya los líderes del mundo, los que decidimos qué se hace y dónde. Nos han destronado de nuestro pedestal, y eso duele. Y por lo que parece, el proceso de destrone no va a frenarse.

Si la semana pasada fue China la que, con su congreso del PC acaparó los focos, este fin de semana ha sido Japón, con sus elecciones generales, anticipadas en más de un año por el Primer Ministro, Shinzo Abe, deseoso de consolidar su mayoría para emprender reformas de calado. Al contrario que a la británica May, para la que el adelanto electoral fue una nefasta decisión, a Abe la jugada le ha salido perfecta. Ha sacado una holgada mayoría absoluta y controlará los resortes del poder en un país en el que el gobierno juega un papel algo extraño visto desde nuestra óptica. Abe quizás acabe siendo el primer Ministro más poderoso e influyente de la historia reciente de Japón, y sus políticas van a condicionar el futuro del país mucho más allá de sus mandatos electorales. Dos han sido los pilares fundamentales de su gobierno pasado, que se prevén reforzar en el futuro: Por un lado, reformas económicas. Abe llegó al cargo con una estrategia basada en lo que llamó “tres flechas”: Política monetaria desatada, con intervención casi sin límite del banco central, japonés, reforma fiscal, con subidas de impuestos indirectos y aumentos de gasto público, y reformas estructurales. Todas ellas buscaban despertar a la economía japonesa, que vive en un dulce letargo desde hace décadas. He mencionado las tres flechas no en el orden de importancia de las mismas, sino en el grado en el que han sido llevadas a cabo. La “abenomics”, que es como se ha denominado a este paquete, ha supuesto que el BoJ, banco central japonés, supere al BCE y a la Reserva Federal en la magnitud de compras de deuda pública y en las intervenciones no convencionales, y en este sentido, ha sido un éxito. Las otras dos flechas no tanto, porque no han llegado ni mucho menos a un grado de desarrollo semejante. Era esta, la de impulsar estas dos vías de actuación económica, una de las principales razones para el adelanto electoral. La victoria cosechada se traducirá, en breve, en una subida del impuesto al consumo, algo así como nuestro IVA, y un paquete de inversión cifrado en miles de millones de yenes (un euro son más de cien yenes) y más que probables anuncios de reformas. Ahora veremos si el Abenomics se queda sólo en artificios monetarios o tiene chicha. He comentado al principio que eran dos las patas de la política de Abe, y tras la económica, viene la otra, que es la política. Abe es el primer ministro más nacionalista que ha tenido Japón en décadas, en un país que sabe muy bien los estragos que puede causar esa funesta ideología. Sus discursos siempre han buscado fortalecer la imagen de Japón y han eludido asumir responsabilidades sobre la actuación nipona en sus países vecinos a lo largo del pasado siglo XX, en cuya primera mitad cometió atroces matanzas e invasiones devastadoras. Tras la II Guerra Mundial y la ocupación, el ejército japonés fue descabezado y convertido en un juguete. Abe quiere que esto no siga así.


Para ello, una de sus promesas es reformar la constitución, que en gran parte es impuesta por los vencedores de la guerra, para crear un ejército de verdad. La excusa es doble, por un lado el sentimiento patriótico y, por otro, la creciente amenaza que suponen Corea del Norte (en el corto plazo) y China (en el largo). En este caso las políticas de Abe añaden inestabilidad y futuras tensiones a una zona que ya está sobrada de ellas y que no necesita ninguna más. El mensaje nacionalista, sea quien sea el que lo enarbole, no es bueno para nadie, aunque lo compren muchos, y está por ver si Japón pasará en unos años de ser un pigmeo político y militar a una potencia en una de las regiones potencialmente más peligrosas del mundo. De momento Abe tiene mano libre para hacer lo que ha prometido. Habrá que estar atentos.

lunes, octubre 23, 2017

Nubarrones políticos en Europa

Tras la victoria de Macron en las presidenciales francesas de mayo un suspiro de alivio se escuchó en todo el continente, y medio mundo si me apuran, al haber conseguido frenar el ascenso de la ultraderecha en uno de los principales países de Europa. Se veía ese momento como el del máximo auge de ese ciego populismo, y el inicio de una senda de normalización, de vuelta a la cordura política. Cinco meses después, la sensación vuelve a ser oscura. Los claros de mayo en cielo europeo se vuelven a llenar de nubes, y el relanzamiento de la Unión se convierte, otra vez, en un sueño lejano. Pintan bastos.

Este sábado, día extraño para votar, se han celebrado elecciones en la república checa, un pequeño país centroeuropeo en el que la economía marcha bien, el turismo llena las calles de Praga, su capital, y afronta el futuro en la mejor de las posiciones posibles, sobre todo si miramos su catastrófica historia a lo largo del siglo XX. El ganador no ha sido el miembro de un partido tradicional, sino un millonario, el segundo hombre más rico del país, al que apodan el Trump checo, y motes como este nos indican ya algo sobre su programa. Andrei Babis, que así se llama el personaje, encabezaba la Alianza de Ciudadanos Descontentos, un partido populista cuyas siglas en checo, ANO, darían mucho juego en una campaña española. Tras él, a cierta distancia, han quedado tres partidos casi empatados. Los conservadores clásicos, el partido pirata y la extrema derecha, cuyas siglas checas, SPD, no deben confundirse con los socialdemócratas alemanes. Por detrás de todos ellos, los socialdemócratas checos, derrumbados, que pasan de controlar al gobierno a ser irrelevantes. Es muy probable una coalición entre el millonario y la extrema derecha, por lo que Chequia se radicalizará en sus postulados. Este país forma parte, junto a Eslovaquia, Polonia y Hungría, del denominado “grupo de Visegrado” alianza de países del este europeo, pertenecientes a la UE, pero muy críticos con sus políticas, especialmente en lo que hace a inmigración, refugiados y liberalismo. Estas cuatro naciones llevan un tiempo coordinando sus políticas para enfrentarse a los dictados de Bruselas, negándose a acoger refugiados, adoptando cambios legislativos que cercenan la separación de poderes y las libertades públicas y, en definitiva, realizando una regresión de la democracia que se impuso en esos países tras la caída del muro de Berlín. Triste es contemplar que, justo los que más tiempo han pasado oprimidos por el yugo de la dictadura sean los primeros en querer emular sus formas. Hasta ahora este grupo de Visegrado era un incómodo problema para la UE, pero su escaso tamaño relativo frente al resto de naciones lo hacía controlable. Eso ya no va a ser exactamente así, por dos razones. Una es que ya no van a ser sólo ellos. A mediados de mes las elecciones austriacas ofrecieron un panorama muy similar, en este caso ganadas por un jovencísimo líder de derechas de 31 años, pero con la presencia muy destacada en los resultado de la extrema derecha y su más que probable incorporación a la coalición de gobierno. Así, los de Visegrado pueden llegar a ser cinco, y convertirse en un grupo de presión relevante. La otra razón es que el impulso por parte de las cinco grandes naciones europeas está debilitándose, y no hace falta ser un lince para verlo. Las elecciones alemanas de septiembre, que se veían como la segunda vuelta de las francesas de mayo para aportar la estabilidad deseada, fueron frustrantes. Sí, ganó Merkel, pero perdió votos y estabilidad, y sigue a día de hoy negociando la llamada coalición Jamaica con liberales y ecologistas, de la que saldrá un tímido programa europeísta, siendo generosos. El ascenso de la extrema derecha alemana fue incluso mayor que lo esperado, pero afortunadamente allí el cordón sanitario funciona y no tocarán poder federal. Pero harán ruido y condicionarán los debates, no lo duden.


¿Y el resto? Reino Unido está de salida en medio de un marasmo propio que mantiene dividida a la nación y a los dos principales partidos. En España ni les cuento el lío que tenemos con Cataluña, que ahora mismo lo absorbe todo y nos puede llevar por el camino de la (aún mayor) amargura, y en Italia, con elecciones previsiblemente en primavera, Berlusconi amenaza con volver y el movimiento populista Cinco Estrellas sigue muy fuerte. Sólo nos queda París, como decían en Casablanca, con cuatro años y medio de Macron en el Eliseo, pero eso no basta para mantener el impulso de la UE. Tras haber sobrevivido al marasmo económico, la Unión debe enfrentar al ascenso populista, en forma de nacionalismos nacionales o regionales, todos igual de malos. Sigue Draghi al frente del BCE, nuestra mayor baza, pero las nubes, ya las ven, se cierran sobre nuestras cabezas.

viernes, octubre 20, 2017

Europa y el creciente poder chino

Daba ayer por la tarde una conferencia Jesús Fernández Villaverde en la Fundación Rafael del Pino que tenía muy buena pinta. Una disertación sobre el papel y futuro de Europa, tras el Brexit, en un mundo bipolar con EEUU y China como potencias hegemónicas. Me apunté para asistir, pero el trabajo me desbordó y salí de la oficina cuando, supongo, charla y preguntas ya estaban más que acabadas. Una pena. En todo caso debió ser una oportunidad para debatir sobre cuestiones trascendentes, de largo plazo, que van más allá del localismo cerril de nuestro debate diario y la nula mirada a futuro de los que, nacionalismo mediante, nos quieren hacer volver varios siglos atrás.

Uno de los temas que a buen seguro surgió en la conferencia (a ver si en los próximos días la ponen en la web de la fundación y le puedo echar un ojo) es el de China y el liderazgo de Xi Jinping. Estos días se celebra el congreso del partido comunista chino, un evento al que acuden todos los jefes del partido único, el que manda y al que trae a cuenta obedecer. Si algunos “oprimidos” de aquí se lamentan de su aplastamiento, que se den una vuelta por China para ver cómo se las gasta el régimen. La estética de los congresos comunistas chinos es muy soviética. En un edificio imponente, lleno de símbolos alusivos a la estética leninista, un auditorio rígido y entregado y un politburó enorme, lleno de cargos, que copan todo el poder. La imagen es lo más antidemocrático que uno pueda esperar y refleja, a la perfección, el régimen político de Beijing. Lo establecido en este sistema es que el líder, elegido entre cargos y familias del partido por cargos y familias del partido, está al frente del país durante dos mandatos de cinco años. En el segundo de ellos presenta a quien va a ser su sucesor, para que se vaya rodando, y cogiendo imagen púbica de poder. No está siendo así en esta ocasión. El actual presidente, Xi Jinping, es uno de los más poderosos de las últimas décadas y no parece que esté muy por la labor de ceder el poder, al menos de manera inmediata. Su discurso, y las intervenciones de los líderes en los que se apoya, se basan constantemente en el nacimiento de una nueva China, de una China que sea una potencia internacional, que recupere importancia, prestigio y atractivo en el mundo global. Con aspiraciones a convertirse en la primera potencia económica del mundo en la próxima década, superando en PIB a EEUU, Xi se ve a sí mismo como un líder global, y quiere convertir a su país también en un actor de referencia. Hasta ahora China se ha centrado en el desarrollo económico, con unas cifras como resultado que apabullan, y unos costes medioambientales y sociales asociados que no son menos asombrosos. Xi quiere continuar por el camino de las reformas, sabedor de que el modelo exportador de bajo coste ya no vale como tractor de la economía nacional, y de que la redistribución de la riqueza, la renovación tecnológica y el compromiso medioambiental tienen que ser las nuevas banderas que impulsen el desarrollo de su economía. Sabe también que esta economía tiene graves amenazas, siendo las más serías, a corto plazo, la de la sempiterna burbuja inmobiliaria que nunca estalla y la competencia de otras naciones a sus exportaciones y, a largo plazo, los costes medioambientales de su desarrollo explosivo y el envejecimiento acelerado de la población. Los retos chinos son tan inmensos como las cifras que definen a aquel país, y los miembros del partido comunista lo saben. Funciona en aquella sociedad una especie de pacto no escrito por el que, a cambio de prosperidad y riqueza creciente, el poder sigue en manos del partido único y no hay revueltas. Crecer sigue siendo la obsesión de Xi y los suyos, y lo necesitan para mantenerse en el poder. Harán todo lo necesario para que el PIB no baje del 6% de incremento anual.


El siglo XX ha sido el de los EEUU, y también el inicio del XXI. ¿Será este en el que vivimos el siglo de China? No lo se. Muchas veces se ha predicho eso y ya ven, no acaba de suceder. Cierto es que la presencia de un inepto como Trump supone un freno para los EEUU pero China aún es un país débil, con una renta per cápita muy baja y enormes problemas. Y su imagen internacional como dictadura autoritaria no es el menor de ellos, precisamente. Lo que sí es claro, y enseña la historia, es que un papel predominante en lo económico es, tarde o temprano, seguido de una relevancia similar en lo político. Muy probablemente caminemos a una bipolaridad en muchos temas, y ese es un mundo más complejo que el de la potencia única. Tocará adaptarse.

jueves, octubre 19, 2017

Fuego y agua, tiempo sin tregua

Sabida de todos es esa expresión que dice que en España no sabe llover, que hace referencia a las duras sequías que se alternan con breves episodios de lluvia torrencial. Esos chaparrones bruscos que, caídos sobre un terreno reseco, agostado tras meses de inclemente Sol, se lo llevan todo por delante. No hay alcantarillado que pueda encauzarlas, y menos tras tantas semanas de abandono en el que muchas cañerías y desagües se han convertido en vertederos de hojas y basuras de todo tipo. Ayer, en Jerez y otros puntos del país se vivieron momentos de angustia, con calles convertidas en ríos tras meses en los que el asfalto se derretía por el calor.

En Madrid llovió, bastante y, hasta cierto punto, bien. El registro de precipitaciones de este verano en la ciudad es casi como el relato de descubrimientos arqueológicos, tan escasos como valiosos. Junio no fue especialmente generoso, y sí irregular con las temperaturas, dejándonos los primeros registros de cuarenta grados en ese mes, y obligando a cerrar aulas de colegios, no preparadas ante temperatura propias de los meses de las vacaciones escolares. Julio fue un mes raro, con subidas y bajadas, y tres días de lluvia, el 6, 7 y 8, que provinieron de una DANA que cruzó la península y la tarde del viernes 7 vivió con nosotros. Esas lluvias, espectaculares, tropicales, monzónicas, batieron los récord de precipitación acumulada para el mes en la ciudad, pero lo hicieron de manera tan brusca como inefectiva para pantanos y terrenos, que apenas pudieron recoger nada de la catarata que se les vino encima. Tras ese episodio extraño llego el verano pleno, y se puede decir que no se acabó hasta prácticamente ayer. Temperaturas altas, sin olas de calor como tales, pero sostenidas en el tiempo en una secuencia de días monótonos, aburridos, estacionarios, en los que no corría el viento y el cielo parecía un decorado inmutable. Día a día la luz iba recortando pero sin causar variación alguna en los termómetros. El suelo, ya muy agostado en julio, pasó un agosto de cuarteo, en el que las grietas casi se podían ver en el asfalto y aceras, resecas como pasas. Los árboles, golpeados diariamente por el mazo de un Sol al que nada obstaculizaba, bajaron sus ramas muy rápido, en clara señal de rendición, y día tras día mostraban un aspecto más mustio, sobreviviendo en medio de mi incredulidad. Un día llovió en todo agosto, el lunes 28, con fuertes tormentas, cuyo rastro pude ver por mi barrio en forma de arenales que cubrían parte de las aceras cuando llegue a casa de noche tras pasar el fin de semana largo en Elorrio. No me cayó gota alguna, porque por la tarde ya habían cesado. Y la lluvia no volvió a pisar la capital hasta el tímido goteo de este pasado martes. A lo largo de septiembre el verano, simplemente, siguió, inalterable, cada vez más corto en luz, sí, pero igualmente intenso en temperaturas y quietud, con hojas de árboles que no se movían y empezaban a caer fruto directamente del estío y, quizás, también el hastío. Llegó el 21 de septiembre, entramos en otoño, pero fue un mero formalismo de calendario. El verano seguí, y la llegad de octubre no fue sino una hoja caída más en los calendarios, un trozo de papel que seguía el rumbo de los mustios tallos de celulosa que eran vencidos por el calor. Ni gota en octubre ni esperanza de verla. Semanas y semanas de abulia, de mapas clónicos en los espacios del tiempo, de repetitivos y omnipresentes soles, y caras de circunstancia de los presentadores, sabedores de ser portadores de malas noticias. Y así hasta este pasado martes, donde apenas mojó el suelo, y hasta ayer miércoles, donde con ganas, llovió en Madrid.


Cosa curiosa de este reseco año, y preocupante a la vez. Los dos grandes episodios de lluvias que hemos vivido, el de julio y el de estos días, se han debido a que fenómenos anormales han logrado romper el pertinaz bloqueo anticiclónico. En julio fue una DANA y esta vez ha sido Ophelia, huracán de categoría tres. En ningún caso se ha debido a la clásica entrada de un frente atlántico, que proporciona suaves y regulares precipitaciones, las más beneficiosas de todas. Ha hecho falta que algo extraordinario rompa un bloqueo que, por su dimensión y persistencia, es excepcional. ¿Es esa la tónica que nos espera en el futuro? Ojalá no. Que venga un otoño e invierno lluvioso. Seguimos bajo una grave sequía, y necesitamos mucho la lluvia.

miércoles, octubre 18, 2017

Qué lejos quedan Mogadiscio y sus atentados

Este pasado sábado se produjo un devastador atentado en Mogadiscio, la capital de Somalia. Un camión bomba explotó junto a uno de los hoteles más importantes de la ciudad, en uno de los barrios céntricos, y devastó todo. El balance sigue estando incompleto, pero ha superado los 300 muertos. Trescientos asesinatos en un ataque terrorista, lo que deja convertido en poca cosa a nuestro 11M, la mayor de las tragedias terroristas vividas en nuestro país, en la que 192 personas fueron asesinadas. Las imágenes que han llegado del atentado son escasas, y muestras una escena propi de la guerra, con destrucción y muerte por doquier. Las sospechas de la autoría apuntan a Al Shabab, la rama local de Al Queda

Ahora párese un momento a reflexionar. No sobre la maldad de un acto de este tipo y la pena y dolor por las víctimas, que con heridos pueden cifrarse fácilmente en millares. No, piense en si era usted conocedor de que algo así había pasado este fin de semana. Pongamos en que ha visto informativos, leído periódicos o boletines en la radio, o se ha dado vuelta por algunas webs, a ser posible de las serias. ¿Logró enterarse de un acto de semejantes dimensiones? Más allá del infinito ruido que causa el monotema catalán, que absorbe la actualidad de una manera acaparadora, ¿cuánto tiempo y espacio dedicaron los medios a este atentado? En los telediarios del fin de semana de TVE, que son los que veo, poco, muy poco, en el tiempo de relleno, en el momento en el que ya entra la modorra de la siesta. Apenas unas imágenes rápidas y comentarios de agencia, asépticamente leídos, sin testimonios locales. Sospecho que en otras cadenas debió ser similar, sino peor. En la prensa el espacio dedicado fue algo mayor, pero por lo que pude hojear no logró conseguir página propia en cabeceras como El País o ABC. A la inmensa crueldad de lo sucedido se suma la indiferencia absoluta con la que el resto del mundo, de nuestro mundo, ha respondido. ¿Vio usted iluminarse la Torre Eiffel con los colores de la bandera de Somalia? ¿Lo hizo algún otro monumento emblemático? Por cierto, ¿Cuáles son los colores de la bandera de Somalia? Se los diré, ahora que lo estoy viendo en Wikipedia, porque yo tampoco los conozco. La enseña es azul, claro, en toda su extensión, con una gran estrella blanca en el medio. Y no tengo ni idea de dónde está la embajada de Somalia en Madrid para poder ir a manifestarme. Las autoridades españolas, como las de muchos otros países, mandaron tuits de condena y telegramas de condolencia a las autoridades somalís, pero poco más fue la respuesta oficial ante la barbarie. Las noticias locales, que en la tarde del domingo se convirtieron en incendiarias, lo llenaron todo, y en los informativos del domingo noche apenas nada puso escaparse de Galicia y Cataluña. Y mientras tanto el recuento de víctimas en Mogadiscio subía y superaba las tres centenas, en medio de cascotes y ruinas. Estremece pensar que algo así podría pasar en nuestro entorno, y sería asombrosa la respuesta que un suceso de estas dimensiones alcanzaría en el planeta. Pero Mogadiscio está muy lejos de nosotros. No en kilómetros, sino en emoción. Es un mundo ajeno. Las noticias, y nuestra respuesta a ella están muy condicionadas por una especie de ley de la gravedad, en la que su importancia es directamente proporcional a su tamaño e inversamente proporcional al cuadrado de la distancia emocional que nos separa de ellas. Algo que sucede en Londres, Albacete, Los Ángeles, Tokyo o Sidney pasa en nuestro mundo, en lo que conocemos y nos suena familiar, y como tal nos impacta. Mogadiscio, Liberia, Myanmar y otros tantos sitios son, para casi todos nosotros, poco más que denominaciones que hacen referencia a lugares ignotos, que apenas somos capaces de colocar sobre un mapa físico, y menos emocional. Casi nada nos dicen y, por tanto, casi nada nos afecta lo que allí sucede. Es así de duro y cruel.


Por esta misma regla, a cada uno de nosotros nos afecta más la noticia de que ha fallecido alguien conocido de nuestro pueblo que cualquiera de las otras muertes que, cada día, se producen en nuestro país o entorno. La proximidad, o sentirlo así, genera añoranza y apego. Y dolor ante la pérdida. Es humano, pero genera situaciones de flagrante injusticia ante actos como el vivido en Mogadiscio, en lo que sin duda es uno de los peores atentados terroristas de la historia moderna en todo el mundo. Y que quizás pase a ella como poco más de un pie de página en comparación a los ataques, afortunadamente mucho más leves, que se viven en Europa. Somalia, hoy miércoles, sigue perdida en la bruma y, como el Madrid de hoy, oscuro y lluvioso, parece no ofrecernos nada que pueda llamar nuestra atención.

martes, octubre 17, 2017

El caso Weinstein y la complicidad

Los norteamericanos son únicos a la hora de dotar de sentido del espectáculo a lo que sucede, narrarlo y empaquetarlo como un producto comercial. Cada suceso que ocurre en aquel país puede ser el preludio de películas, series y todo tipo de merchandising que inunde estanterías hogareñas en medio mundo. Aún vivimos de los rescoldos del juicio de OJ Simpson, y si no que se lo pregunten a las horteras Kardashian, que surgieron como realidad paralela de aquel espectáculo. En Hollywood este sentido del negocio está aún más acentuado, y eso hace que lo que pase en la meca del cine sea, directamente, noticia en todo el mundo, sea justificado o no.

El caso de Harvey Weinstein sí merece la relevancia que está teniendo. Pocos conocían a Weinstein en persona, o al menos eran capaces de ponerle rostro, uno asociado a un cuerpo muy grande, de tamaño más o menos similar a su cartera y, por lo visto, sinvergonzonería. Weinstein ha sido, junto a su hermano, el productor de la mayor parte de los éxitos cinematográficos de Hoollywood de las últimas décadas, y ha logrado para ellos tantos premios Óscar como cuentas tiene un collar. Era uno de los hombres más poderosos de aquel mundo, y su decisión sobre un actor o actriz determinaba una carrera. Ahora sabemos, todos, (matiz fundamental en esta historia) que ese poder era usado por Weinstein para acostarse, sobar y, en general, abusar de toda mujer que se pusiera en su camino, como una especie de peaje básico para acceder a la autopista a los sueños que era su productora, Miramax, que quizás si les suene de algo. El “todos” que he incluido antes es determinante, porque hasta hace unas semanas este comportamiento delictivo de Weinstein era sabido por muchos en el mundo del cine californiano, e incluso se hacían chistes al respecto. Se veía como habitual, como normal que un productor poderoso abusase de mujeres si le placía, y que luego las recompensase, o no, con papeles que podrían convertirles en estrellas. “Pequeño el precio que se les cobra a las chicas por crearles una carrera” parecía ser el mensaje implícito que circulaba por Hollywood. Aquellas mujeres, pocas, que osaban a rechazar las proposiciones y abusos de Weinstein eran, directamente, condenadas al ostracismo, y sus nombres no nos sonarán de nada porque sus carreras se habrán frustrado antes de empezar. Una vez abierta la veda han sido decenas de actrices las que han denunciado haber sufrido abusos por parte del personaje, en medio del clamoroso silencio, cuando no apoyo al acusado, de la mayoría de los hombres del negocio. ¿Cómo interpretar esos silencios? ¿Cómo actuar ante declaraciones que no parecen ser interpretadas? El caso Weisntein nos pone, otra vez, ante el dilema de un grupo de personas, de un sector, de un espacio de la sociedad, en el que el delito, en este caso sexual, se consiente, justifica, normaliza y no se ve como algo inmoral o ilegal. Hace años nos enteremos de algo parecido, que sucedió en la sacrosanta BBC, que durante años alojó a Jimie Saville, estrella de la casa, y pederasta en sus ratos libres. La superioridad del hombre frente a la mujer se ve como algo natural, propio de un derecho anterior a la ley, y como tal se ejerce. En ambientes en los que el dinero y el poder se amasan y exhiben de una forma tan ostentosa como en Hollywood este tipo de actuaciones se dan más si cabe, y los incentivos a ocultarlas son mucho mayores. Hay mucho que perder si uno, más bien una, se niega a entrar en esa rueda de abusos y sometimiento. Es muy fácil comprar el silencio a cambio de un final como el de La La Land.


¿Puede la caída de Weinstein cambair algo de todo esto? Sinceramente, lo dudo. Tras el ruido y el escándalo vendrá el silencio y la vuelta a prácticas antiguas. Weinstein pagará como chivo expiatorio ante la sociedad, pero el microcosmos de Hollywood, como otros tantos, mantendrá sus reglas internas de comportamiento, porque muchos las ven con naturalidad. En el fondo esto se parece bastante al tema de los incendios que comentaba ayer, que se producen de manera reiterada porque la sociedad, en su conjunto, no les da la importancia que debe y no los ve como un mal. Violar a una mujer sigue siendo visto por muchos como algo a lo que un hombre tiene derecho. Ese es el fondo que genera el mal. Y erradicar esa perversa idea es algo que, aunque ayude, no lo conseguirán unos grandes titulares y la imagen de un productor arruinado.

lunes, octubre 16, 2017

El terrorismo incendia Galicia

Aún es de noche, pese a que un tímido resplandor anuncia por el este el nacimiento del día. Eso quiere decir que queda un buen rato, cerca de media hora, para que ese atisbo de luz asome por Galicia, la zona sita más al este de la península, y con ella los medios aéreos puedan volver a reincorporarse a las tareas de lucha contra los incendios que asolan la región desde este fin de semana. En medio de la oscuridad, el balance de hectáreas quemadas es imposible, pero sí el de fallecidos, tres hasta el momento, el de miles de evacuados y el de tantas y tanas escenas de pánico vividas ayer por millones de ciudadanos.

Quizás sea necesario ser incendiario a la hora de calificar lo que está sucediendo, aunque tengo dudas sobre si el juego de palabras viene a cuento en horas como estas. Asistimos a unos hechos que sólo pueden calificarse como de terrorismo, de actos viles y siniestros pensados para causar el mayor daño posible. Ayer, con el huracán Ophelia a las puertas de la comunidad, con previsión de viento sur de más de 100 kilómetros por hora, ausencia de lluvias y terreno reseco tras meses y meses de sequía, prender fuego al monte era garantía de incendio devastador. Si uno quería arrasar no ya una ladera, sino una localidad, sólo tenía que prender con el viento a favor y ya se encargaría el temporal de arrasarlo todo. Más de cien focos de incendio se desataron ayer por la tarde, muchos de ellos, la mayoría, con toda la pinta de haber sido provocados. Las escenas que se vivieron anoche en Vigo y otras localidades cercanas eran de pura histeria, de vecinos de la ciudad que veían como sus casas eran tacadas por el fuego, que se adentraba en calles y avenidas. Imágenes de autopistas cortadas, de túneles bloqueados por conductores que no eran capaces de ir en ningún sentido, rodeados por el fuego en ambas bocas. Escenas de desolación causadas por gentuza que tendrá motivos de todo tipo, se apunta siempre a venganzas e intereses económicos, pero que nunca acaba siendo detenida, juzgada, condenada y encarcelada como es debido. ¿Por qué en España, el país más seco y árido de Europa, no hay conciencia del inmenso delito, y daño, que supone quemar un bosque? ¿Por qué a los pirómanos y sus inductores no se les castiga con toda la fuerza de la ley? ¿Por qué las leyes son tan laxas con ellos? Decenas y decenas de años de cárcel debieran caer sobre las cabezas de los autores de estas barbaridades, auténticas catástrofes naturales que nos afectan a todos, y que generan efectos en el espacio y el tiempo de enormes consecuencias. Un bosque quemado tarda muchos años en volver a ser algo parecido a lo que fue. La riqueza que proporcionan los bosques, tanto económica como ecológica, es inmensa, y el árido terreno de cenizas fruto de su incendio sólo sirve para ser erosionado y convertido en yermo, páramo. Galicia, y Portugal, sufren desde hace décadas episodios de incendios masivos que no son atajados por las autoridades, y que por lo visto cuentan con cierta complicidad por parte de las poblaciones locales, que no denuncian a los autores o inductores de estos hechos ¿Por qué? ¿Hay una especie de mafia forestal, por así llamarla, que controla los terrenos y compra los silencios? Distintos colores políticos han pasado por la Xunta de Galicia pero, año tras año, se repiten episodios de este tipo sin que haya avances no ya en prevención o extinción, que tampoco, sino en la persecución de los delitos. Quizás, lo peor, esto suceda porque la sociedad no lo ve como delito, no le importa, se queja amargamente cuando sucede pero olvida enseguida, porque le da igual que se queme el monte. En medio de esa indiferencia surge el desastre y, visto lo visto, la impunidad.


Quiere amanecer en Madrid, en otro día de cielo turbio y contaminado, en el eterno verano de 2017, que quizás sea preludio de la lluvia que puede caer mañana y lavarnos, limpiarnos, refrescarnos, bautizarnos en otoño. Parece que las lluvias irán a más en Galicia a lo largo del día y, con Ophelia lejos y los vientos en calma, la situación será más fácil de controlar. Pero los daños son inmensos, las muertes irreparables, y el terror vivido esta noche, imposible de olvidar para miles de personas angustiadas. No puede repetirse algo así nunca más. Es hora de cambiar las leyes, la mentalidad de la sociedad, y perseguir a estos terroristas como lo que son, y condenarles con la mayor de las penas posible.

viernes, octubre 13, 2017

La muerte de un piloto (para Borja Aybar y familia)

La fatalidad no avisa. Sucede de improviso, siempre espera su momento y, cuando llega, nos coge por sorpresa, generando conmoción y rabia. Hay actividades y profesiones más arriesgadas que otras, pero en cualquier momento se puede producir algo que nos lleve al desastre, un accidente., lo que sea. Poco antes del inicio del verano vivimos la dura experiencia del accidente de ascensor que costó la vida a un grupo de adolescentes en Madrid, en un hecho tan absurdo como dramático. Nadie podía esperar algo así, en esa etapa de la vida ni, tampoco, en un lugar tan rutinario y seguro como un ascensor.

Ayer vivimos otro accidente, otro hecho inesperado, en este caso en una de esas actividades donde, aunque no lo parezca, el que la desempeña se juega su vida en todo momento. Borja Aybar, piloto de las Fuerzas Aéreas, falleció al estrellarse el Eurofighter que pilotaba en la maniobra de aproximación a la base de Los Llanos, en Albacete. Había sobrevolado pocos minutos antes el cielo de Madrid junto a otros tres compañeros, formando parte del desfile aéreo del 12 de octubre. Era un ejercicio de rutina, un vuelo controlado y ensayado unas cuantas veces, ensayos que tengo el lujo de poder contemplar cada año desde la oficina, y todo ello en un día de cielos bastante despejados, nubes anecdóticas y buena visibilidad. Aybar llevaba cuatro años como piloto al frente de esa aeronave, acumulaba según he creído leer por ahí unas 600 horas de vuelo y no era, por tanto, un novato, sino un piloto experimentado que sabía lo que hacía. No hizo uso de la posibilidad de eyectarse con su asiento, según algunas fuentes para evitar que el avión, con el control perdido, se estrellase contra algunas viviendas cercanas a la base, aunque no estén nada claros los detalles de los últimos minutos del trágico vuelo. Nada ha trascendido sobre lo que ha podido pasar, la causa última del accidente, y será la investigación oficial la que dilucide ante qué tipo de problema, o problemas, nos encontramos. En todo caso este hecho empañó un desfile vistoso en un 12 de octubre especial, donde Cataluña sigue acaparándolo todo. Para las familias de los que ayer viajaban a Madrid para lucirse bajo uniformes y banderas, lo más importante eran los suyos, no el acto ni las fanfarrias ni los espectadores. Las tropas de tierra suelen contar con el apoyo de los suyos a pie de tribuna en muchas ocasiones, pero eso no pasa con los pilotos de aviones o helicópteros, que residen en las bases o en sus proximidades, en muchas ocasiones lejos del Madrid de las ceremonias, y a ellas acuden a despedirles cuando despegan y retornan para recibirles cuando aterrizan. Era el caso de la familia de Borja. Su mujer y una criatura de cuatro meses estaban en Los Llanos esperando la vuelta del desfile para ir a casa, tras una mañana de rutina. Esa mujer vio ayer cómo la rutina tornaba en la más negra de las desgracias, en la fatalidad convertida en accidente. La criatura, no se si niño o niña, ya es huérfana sin que sea apenas consciente de nada, y algún día descubrirá de qué manera tan cruel y absurda falleció su padre. Quizás para entonces esté muy claro lo que pasó y eso le ayude a superarlo, pero ahora el niño vive en la feliz ignorancia. La madre no, y conocer las causas de lo sucedido no le ayudarán demasiado a sobrellevarlo. Seguro que estaba orgullosa de la curiosa profesión de su marido, porque pocos son los pilotos en el mundo, y menos los que manejan cazas, y ahora el dolor es lo único que puede portar, y precisamente el cielo protector es el lugar en el que no encuentra consuelo, sino vacío y pérdida.


Ayer, festivo, mañana de paseo, acabé en el estanque del Retiro a eso de las 11:30 a sabiendas de que sería un bonito sitio para poder ver pasar los aviones a ras de suelo. Y así fue. Poco después de esa hora empezaron a surcar el cielo cazas, aviones nodriza, aeronaves de todo tipo y helicópteros, en un pase que duró unos pocos minutos. Una de las primeras formaciones que surcó el cielo fue un grupo de cuatro Eurofighters en agrupación de cruz. Uno de ellos, no se cual, iba pilotado por Aybar. Era impensable en ese momento suponer que apenas quedaban minutos antes de que se produjera la tragedia. Los aviones pasaron, el desfile terminó, se oyeron algunos aplausos sueltos en el parque, los fotógrafos empezaron a revisar sus cazas y Aybar roló su avión rumbo a casa, donde le esperaban los suyos. DEP.

miércoles, octubre 11, 2017

Valle Inclán, Berlanga, Cataluña

Créanme que me cuesta hablar de la crisis catalana. Me agobio, me molesta, me deprime e inquieta, supone un dolor de cabeza muy serio y una fuente de angustias permanentes. Además deprime comprobar como cada minuto que pasa decenas de problemas de enorme trascendencia para el país, para cada uno de nosotros, se ocultan y no son abordados por el pleno esfuerzo que exige seguir y digerir cada uno de los pasos de esta crisis, que no hace sino enrevesarse y ahondarse ante los ojos de todos. Y de fono, una enorme tristeza, es el sentimiento que me surge en todo momento ante lo que vivimos.

Ayer, la sesión del Parlamento de Cataluña, nuevamente, pasó a los anales del bochorno, en un acto caótico, desordenado y carente por completo de sentido democrático. La comparecencia de Puigdemont, encargado de dar validez pública a los resultados de un falso referéndum amparado en una ley inexistente, se convirtió en un amago de declaración independentista, en la que nada más ser proclamada fue envainada, lo que dio lugar a todo tipo de metáforas de fracaso sexual, en medio de una completa alegoría nacionalista sobre los logros alcanzados con vistas al erial que empieza a ser la economía catalana. Tras los turnos de réplica, y sin votación alguna, los representantes de Junts per si, la coalición gobernante, se fueron al auditorio del parlamento para firmar un papel sin validez jurídica que es la llamada Declaración de Independencia, un documento no votado ni publicado en el que un grupo de parlamentarios catalanes se autoerigen como representes únicos de la voluntad del pueblo de Cataluña y la constituyen en forma política propia, en nación a imagen y semejanza de sus sueños desatados. La validez legal de lo sucedido ayer es nula, el desprecio por las leyes, la representatividad del parlamento y los diputados de otras formaciones, absoluto, y la ridiculez de todo el acto, total. Y sin embargo para muchos medios extranjeros y parte de los nacionales, lo que hizo ayer Puigdemont volvió a ser una llamada al diálogo, al entendimiento, aunque sólo viéramos un proceso de aplastamiento, otro más, a una vejada democracia que en Cataluña apenas ya es sino vestigio de lo que fue. La declaración suspendida es un limbo que pretende enredar al gobierno de Rajoy, que vuelve a jugar con negras, respondiendo a cada movimiento de los independentistas, sin llevar la delantera en ningún momento, y a todo el mundo. De momento los efectos más directos de lo sucedido ayer es el enfado de la CUP, que quería no ya la independencia, sino la revolución y quizás convertir la Plaza de Cataluña de Barcelona en un nuevo escenario similar a la de la Concordia en tiempos de Robespierre. La pérdida de apoyos de la CUP al gobierno Puigdemont puede ser suplida por Catalunya Sí que es Pot, la marca de Podemos en la cámara regional, que ayer vio con buenos ojos la actaución del President, indicando que padece un grave problema de vista. Por ello, una de las posibles soluciones de este embrollo, la de convocar elecciones autonómicas para redefinir el Parlament, no está más cerca en el tiempo de lo que estaba ayer. Siendo técnicos sí, un día más cerca, pero nos entendemos, no se esperan en próximos meses. Puigdemont y el PDCat saben que serían laminados en los comicios y no los van a convocar y Junqueras y ERC no dudan de que, sean cuando sean, los ganarán, por lo que les da igual esperar o no. ¿Tiene sentido hablar de escenarios de contubernio político en medio de semejante crisis política? ¿Es una frivolidad? Sí, y de las gordas, pero los que nos han metido en este problema saben mucho de frivolidades, y de cómo explotarlas para su beneficio.

Dentro de poco más de hora y media hay Consejo de Ministros extraordinario en Moncloa para tratar este asunto y tomar medidas. Rajoy no tiene una posición tan nítida y segura como pudiera parecer, y es más que seguro que esta noche habrá hablado con líderes europeos sobre los pasos que puede dar y serían respaldados por una Europa asombrada. Y de mientras, la economía se resiente, la sociedad ahonda su fractura y la crisis se profundiza, devorándolo todo. Trágico. En una dimensión difícil de ser superada, y manteniendo la tradición hispánica, lo vivido ayer en Cataluña fue otro esperpento que a Valle Inclán o a Berlanga les hubiera encantado. Sabrían bien cómo sacarle chispa a toda esta cruel farsa.


Mañana es fiesta, y no me cojo puente, por lo que el viernes aquí estaré. Descansen y, si viajan, ojo en la carretera.

martes, octubre 10, 2017

Blade Runner 2049

No pude ver la primera película de Blade Runner (desde este fin de semana podemos usar esa expresión) en cines porque durante bastantes años de mi infancia y adolescencia el cine de Elorrio estuvo cerrado, y me perdí las versiones a gran pantalla de clásicos como ese, o Indiana Jones, Regreso al Futuro, la trilogía original de Star Wars, etc. Vi a los replicantes en televisión, y en su momento la película me gustó pero, lo reconozco, no me marcó tanto como otras. Su estética era llamativa y la forma de contar la historia singular, pero no logró engancharme hasta la locura como ha pasado con muchísima gente. Por ejemplo, 2001, de Kubrick, sí me desbordó nada más verla, y aún lo hace.

Convertida ya en un mito, la película de los ochenta era intocable hasta que la máquina de hacer dinero, y polémicas, que es Hollywood decidió que ya era hora de hacer una continuación. Muchos se llevaron las manos a la cabeza y se lanzaron a protestar en las redes, y uno de los objetivos de los productores parece haber sido contentar a todos estos fans que, cada vez más, condicionan el resultado de los productos. Hay algo turbio en este condicionante del fanático ante el creador, que merecería una reflexión más profunda. La cuestión es que, gota a gota, se fueron conociendo detalles de la producción, reparto, algunas imágenes, y la campaña promocional del estreno, que ha sido espectacular. Acudí el sábado al cine con una mezcla de sensaciones, propiciada por todo lo anterior. Por una parte la duda de si realmente era necesaria una continuación de la película original (la mantengo) y sobre qué es lo que iba a ver y si debía gustarme o no. Reconozco que uno de los puntos fuertes que me llevaron al cine es que el director es Denis Villeneuve, un hombre que no ha hecho una película mala y que el año pasado, con “La Llegada” ofreció una de las obras más complejas, estimulantes y plenas que haya visto en mi vida. Me deslumbró entonces. ¿Lo haría otra vez con los replicantes actualizados? Una vez vista, con sus más de dos horas y media de metraje, la versión ambientada en un 2049 bastante apocalíptico, gris y deshumanizado, resulta ser una buena película pero que, otra vez, no ha llegado a impactarme. Los más de ciento cincuenta millones de dólares que ha costado la producción se notan, y mucho, en un espectáculo visual desbordante, en el que cada plano asombra por su luz. Es una cinta muy visual, contemplativa, tanto por el lento ritmo con el que se desarrolla como por el deleite de sentarse a ver el paisaje que en todo momento nos rodea. La película bebe, demasiado, del original, trata de tenerlo en todo momento como referencia, y eso es bueno para asegurar una continuación identitaria pero no tanto a la hora de crear una historia propia. El guion me dejó un poco con la sensación de que estaba ante una excusa para la continuación, y de hecho abre la puerta a terceras partes, en función de si la recaudación es la esperada o no. Los actores lo hacen correctamente, la trama es consistente, pero no es la obra maestra que deslumbra, o al menos así me lo ha parecido. Desde luego queda lejos de “La Llegada” de la que toma alguna de sus características en cuanto a ritmo y uso de la tonalidad, en una BSO que no puede recurrir a Vangelis aunque lo busca constantemente (otra esclavitud del pasado). Así mismo, en la trama amorosa, por llamarlo de alguna manera, me pareció ver más de un guiño a “Her”, película de hace pocos años que, por su planteamiento y desarrollo, me pareció mucho más conmovedora, profunda e impactante. Se la recomiendo plenamente, aunque ya aviso que contiene bastante amargura envuelta en, presuntamente, amor.


Tuve una anécdota curiosa antes de la película. Ya sentado en mi butaca, a unos diez minutos de empezar la proyección, me vino Pedro Almodovar y un acompañante para comentarme que estaba sentado en su sitio. Saqué la hoja de la entrada, miramos los tres nuestros papeles y, curioso, resulto que eran ellos los que estaban equivocados de fila, estando su sitio dos líneas detrás de la mía. ¿Le gustó a Pedro la película? No lo se. Resulta ser más un ejercicio estético que otra cosa, y recomiendo que vayan a verla porque a buen seguro sus imágenes no les van a dejar indiferentes. Y luego juzguen ustedes la dimensión de lo que han visto.

lunes, octubre 09, 2017

Vargas Llosa y Borrell, intelectuales al servicio de la verdad

La mayor falacia del nacionalismo es la de la uniformidad, su bálsamo de fierabrás para cualquier problema existente. Las apelaciones constantes a “el pueblo” son una muestra de cómo los nacionalistas reducen la sociedad en la que viven a algo caricaturesco, simplista, homogéneo…. Falso. Cada vez que un nacionalista evoca las palabras “pueblo”, “herria”, “Americans”, “volk” o similares se me ponen los pelos como escarpias, porque la historia demuestra cómo los nacionalistas han tratado de conseguir esa semejanza, esa uniformidad en la sociedad que dominan, que no es sino amputando, eliminando, lo que consideran extraño. El siglo XX es un constante ejemplo de la maldad que se esconde tras esta idea.

No, la realidad no es la homogeneidad. Vivimos en sociedades complejas, precisamente ricas por ello, en las que las ideas, opiniones, gustos, creencias y demás cuestiones que uno quiera ver se distribuyen entre todos los individuos de manera tan diversa como caótica. No se pueden identificar un pueblo elegido en base alguna, ni en la creencia de un mismo Dios ni en la de idéntico equipo de fútbol, por poner dos ejemplos de materias en las que la fe juega un papel muy importante. Para poder gestionar esta diversidad y no acabar enfrentándonos por casi todo, los humanos hemos inventado unas reglas mínimas de convivencia, las leyes, y la necesidad de que todos las respetemos para no acabar a palos unos a otros, dado que no podremos convencernos mutuamente de muchas de las bondades de la visión del mundo que tenemos cada uno. Precisamente es la política la manera en la que tratamos, en el día a día, de generar consensos sobre determinados aspectos de la vida, de la relación en común, y si ese consenso se da, tomamos decisiones. La búsqueda de utopías o paraísos sólo conduce a la desesperanza privada y a la frustración social, y normalmente acaba en catástrofe, como bien lo cuenta Kiko Llaneras en este artículo. Muchos han sido a lo largo de la historia los que han buscado estos caminos a la soñada arcadia feliz en la que los problemas no existan, pero esa arcadia es falsa, porque los individuos somos diferentes y tenemos distintas ideas de lo que nos hace feliz. “De buenas intenciones están empedrados los caminos de los cementerios” es un dicho muy familiar, y siniestro, que resumen bastante bien como acaban esos sueños de dicha colectiva. Lo curioso es que, durante años, especialmente en el pasado siglo XX, los llamados intelectuales, personas dotadas de una cultura y sapiencia mucho más alta que la de la media, fueron seducidos por muchos de estos sueños globales y acabaron defendiendo, en su nombre, algunas de las mayores barbaridades conocidas. El nazismo y el comunismo, los dos grandes males del pasado siglo, tuvieron a mentes brillantes en su defensa que, por encima de los horrendos hechos, seguían proclamando la bondad de unas ideas que no hacían sino generar dolor y sufrimiento por todo el mundo. En Francia, quizás el lugar en el que nació el concepto de intelectual y alcanzó su esplendor, se han vivido debates muy intensos sobre el papel de sus figuras más ilustres y sus complicidades con regímenes abyectos. Ahora mismo vuelve a cobrar fuerza ese debate, con la llegada de Macron a la presidencia, debido a su bagaje filosófico y a la necesidad de repensar el país y la sociedad que impone desde su agenda reformista. Si algo ha quedado claro con el tiempo es que el intelectual no puede lanzar su discurso desde la ignorancia de la realidad, desde la contradicción posible entre unas palabras abiertas y una doctrina cerrada que las acalla. Así, las causas nobles han ido desapareciendo, porque pocas lo son en su totalidad, y la propia imagen del intelectual comprometido se ha diluido. Muchos afirman que, tal como se llegó a entender, ya no existe.


Mario Vargas Llosa y Josep Borrel son dos personas de enorme inteligencia, conocimiento y experiencia vital. Y se encuentran uno frente al otro en la trinchera ideológica. Representan visiones contrapuestas de la sociedad, desde un liberalismo acusado hasta un socialismo comprometido, y se pondrán de acuerdo en muy pocas cosas. Pero en una sí. En que la libertad es necesaria para que sus ideas puedan ser expuestas y que sólo en sociedades abiertas el debate puede darse, y la discrepancia existir. Ayer, en Barcelona, dieron un gran ejemplo de lo que un intelectual puede aportar a un debate, de cómo una mente brillante puede lograr emocionar y, de paso, derribar a una ideología que pretende totalizar “un pueblo”. Su testimonio nos ayuda a todos.

viernes, octubre 06, 2017

Los bancos huyen de una Cataluña que zozobra

Las consecuencias de un desastre como el que se vive en Cataluña, como es fácil de entender, se extienden a todos los ámbitos de la vida, y como si fueran las ondas gravitacionales a las que me refería ayer, nos golpean en nuestro interior y en todo lo que nos rodea. Es un tema menor frente a la fractura social y la quiebra de la convivencia, pero el impacto en la economía de todo este marasmo va a ser innegable y, nadie lo duda, malo. Cataluña será la que sufra en primera persona, y en mayor medida, el daño, pero el resto del país vamos a ser igualmente golpeados. La recuperación económica en la que nos encontramos corre serio riesgo de volatilizarse.

Ayer Banco Sabadell aprobó el traslado de su sede social a Alicante, a lo que eran las antiguas oficinas de la quebrada CAM, que adquirió hace pocos años. La sede social es algo más simbólico que otra cosa, dado que los empleos de los servicios centrales siguen estando donde estaban, pero, Ojo, la tributación no. Desde el momento que se haga efectivo el cambio, el Sabadell tributará en Valencia, y la Generalitat Valenciana verá como aumenta la recaudación por el impuesto de sociedades en su territorio y, por tanto, el importe de la tarta que le toca del mismo una vez se producen las transferencias del gobierno central. Lo mismo, pero al revés, para la Generalitat de Cataluña, que pierde un contribuyente neto a las arcas. Muy probablemente hoy Caixabank haga un movimiento similar y sea Palma de Mallorca la ciudad elegida para trasladarse. El negocio bancario es muy sensible ante turbulencias sociales, y la gente es rápida cuando se pone nerviosa, acude a su sucursal y empieza a sacar el dinero. Vimos hace poco como, en este caso por una nefasta gestión, el Banco Popular se diluía delante de nuestros ojos, atrapando a los que no escaparon a tiempo. El mensaje que mandan estos dos grandes, buenos e históricos bancos catalanes es muy claro. Lo que sucede en Cataluña es una locura, un suicidio, y por tanto, tratamos de ponernos a resguardo para ser dañados lo menos posible. Las empresas industriales catalanas lo tienen más complicado para moverse, dado que por definición la inversión que han realizado es mucho más física, pero también pueden acudir al traslado de la sede social para tratar de limpiar su imagen frente a lo que pasa. Lo que es seguro es que, en estos momentos, ni un solo euro de inversión internacional está actuando en Cataluña. Proyectos que estaban pendientes o en negociación se habrán parado y el flujo financiero, nacional e internacional, está seco. El sector del turismo empieza a sentir sus efectos, con algún crucero que ya no ha atracado en el puerto de Barcelona al calor de las noticias que surgen de la ciudad, y es más que probable que muchas de las localidades costeras que estos días salen en los medios a cuenta de desgraciados episodios de acoso a las fuerzas de seguridad vean como el flujo de turistas que a ellas acuden se verá muy mermado en los próximos meses. Replicando, también en este caso, lo sucedido en los años oscuros del País Vasco, el capital se repliega, las inversiones se frenan y la economía se estanca. Esto sólo genera problemas. Es muy probable que la confianza del consumidor catalán se esté derrumbando y el consumo, muy dependiente de ella, también esté cayendo. Aún es pronto para saberlo, pero el PIB regional de la comunidad puede entrar en una senda negativa si este proceso de locura se perpetúa en el tiempo. A escala, los mismos síntomas se estarán empezando a dar en la economía nacional, donde el daño agregado será menor, pero será, y la imagen del país en el exterior, supongo, estará por los suelos tras lo sucedido el 1 de octubre y todas las noticias que, día a día, el mundo observa de nosotros. A distinta velocidad e intensidad, pero idéntico desastre que el que se vive en Cataluña.


Decía ayer Juan Soto Ivars, en un ingenioso artículo, que los tanques en la Diagonal de Barcelona eran el Banco Sabadell y Caixabank. Las sedes de esas dos empresas estaban, hasta ayer, en los rascacielos que ambas compañías poseen en esa calle. Sería interesante, y revelador, comprobar que esas compañías tienen bastante más poder que el Tribunal Constitucional, y sus decisiones pueden ser capaces de hacer frenar la locura que ahora se vive en la Generalitat, que ya cae por el precipicio. ¿Logrará la economía, su quiebra, hacer recapacitar a los que, has ahora, por nada lo han hecho? Quizás sí, y algo se empieza a oír al respecto. De ahora al lunes, cuando está convocado el pleno farsa de la declaración unilateral de independencia, hay tiempo para que algo de razón entre en la mente de los que (des)gobiernan la Generalitat. Toca esperar, ver y cruzar los dedos para que así sea.

jueves, octubre 05, 2017

Premio Nobel para las ondas gravitacionales

Esta semana es la de la concesión de los Premios Nobel. Apabullados como estamos con nuestra desgracia nacional, los medios de comunicación apenas miran fuera de Cataluña, y cosas importantes nos pasan desapercibidas. Ya se han entregado los premios de ciencias duras (Medicina, Física y Química). Hoy se conocerá al sucesor de Bob Dylan en literatura y mañana al de la paz. Y el lunes, de propina, aunque no sea exactamente lo mismo, el de economía. Los galardonados en estos premios se suelen mostrar humildes y, en el caso de las ciencias, muestran el valor de la cooperación por encima de lenguas, culturas y fronteras, que no existen.

El premio de física, otorgado ayer, se concedió al equipo internacional del laboratorio LIGO, una institución creada en torno a un instrumento de medida cuyo objeto era comprobar si una de las derivadas de la teoría de Einstein, las ondas gravitacionales, eran ciertas. Einstein está en la base profunda de toda la ciencia del siglo XX. Nuestra visión de la cosmología y de la cuántica se basa en sus trabajos, y cada nueva noticia que demuestra sus intuiciones y predicciones vuelve a elevarlo aún más hacia la cima de la grandeza. La brillantez de su intuición era tal que, un siglo después de sus primeros artículos, aún estamos aprendiendo de ellos. La teoría de las ondas gravitacionales es, cosa curiosa, muy sencilla, si uno entiende el universo tal y como lo entendía Einstein. Se trata de hacerse a la idea de que el espacio, lo que circunda a la Tierra y al resto de cuerpos que hay en el Universo, no está vacío, no es un vacío, sino un tejido, eso que llamamos espacio tiempo. Como comentaba el otro día el gran Alberto Aparici en La Brújula de Onda Cero, piensen en el espacio tiempo como una gelatina, una tenue gelatina en la que están insertos todos los cuerpos. Esa gelatina reacciona al paso de los cuerpos, se expande y contrae. Y como si fuera un flan, cuando le pegamos un golpe, vibra. Como esa gelatina está condicionada por la gravedad, y esta es muy tenue (decrece con el cuadrado de la distancia, como todos sabemos) la “densidad” de la gelatina es bajísima, tan poca que da la sensación de no existir, de ser un vacío. Pero está ahí. La idea de Einstein era que, como sucede en la tierra cuando dos placas chocan y el impacto se transmite en forma de ondas a lo largo de la corteza terrestre, en lo que llamamos terremotos, un impacto estelar también generará ondas de gravedad que se transmitirán por la gelatina, por el tejido espacio tiempo, siendo percibidas cuando lleguen a otros objetos estelares. La idea es brillante, sugerente, y casi lunática, dado que Einstein otorga propiedades de comportamiento similares a lo ya conocido a una estructura que nadie ni nada puede ver, percibir o sentir…. ¿He dicho nada? Pues no!! Aquí está el éxito premiado por el Nobel. Como la gelatina es muy tenue, algo enorme debe ser capaz de generar las ondas que por ella se transmitan, algo como, por ejemplo, el choque de dos agujeros negros, monstruos gravitatorios inimaginables. Y en nuestra era ha llegado la tecnología necesaria para detectar esas ondas, minúsculas, ínfimas, pero existentes. LIGO fue creado con ese fin, el de poder detectar esas ondas y, en caso positivo, confirmar la teoría de Einstein sobre qué es el universo y cómo se conforma. El 14 de septiembre de 2015 LIGO detectó, por primera vez, una onda de este tipo. Fue una noticia revolucionaria, y un total éxito para los físicos experimentales y para los teóricos, los “Leonard” y los “Sheldom”, que vivieron un auténtico Big Bang. El equipo LIGO lo forman miles de personas, pero sólo tres de ellas han sido premiadas con el Nobel. Pero todas son reconocidas por su excelente trabajo.


En esta entrada de Microsiervos les cuenta mucho mejor que yo en qué consisten estas ondas gravitacionales y cómo se diseñó LIGO y su funcionamiento. Sólo un apunte curioso, y es que se habrán dado cuenta de que, por su definición, las ondas gravitacionales son un fenómeno físico, que mueve objetos. No son ondas de radio, sino algo mucho más parecido a la onda de sonido. Eso quiere decir que ese 14 de septiembre de 2015 la onda gravitacional que detectó LIGO también impactó, y movió de manera imperceptible, su casa, su coche, la mesa de su oficina, la máquina de su taller, las lámparas de su casa, cada uno de los átomos de su cuerpo y de las personas que con usted se encontraban. Nos movió a todos, nos atravesó, porque nosotros también nos desplazamos, en todo momento, por ese tejido espacio tiempo, por esa gelatina que Einstein nos descubrió. Maravilloso, ¿verdad?

miércoles, octubre 04, 2017

El discurso del Rey, en octubre

Resulta extraño escuchar un discurso del Rey, a las 9 de la noche, en manga corta, sólo, y con la sensación de que estamos en verano. Sin el acompañamiento tradicional de la escenografía navideña en calles y comercios, sin la resaca de la lotería. Es algo excepcional. Y así es. Resulta completamente excepcional lo que estamos viviendo y su gravedad se mide en hechos y gestos como esa aparición televisiva ayer de Felipe VI, que se jugó gran parte de su reinado y prestigio en apenas siete minutos, en los que se dirigió a una población que, entre entristecida y asustada, contempla una deriva que parece estar fuera de todo control.

El discurso, breve, fue contundente, señalando la ilegalidad que lleva cometiendo la Generalitat de Cataluña y los que ocupan sus altos cargos de responsabilidad desde hace tiempo, señalándolos como los culpables de la situación en la que nos encontramos. También dedicó un mensaje a los catalanes, mayoría, que no comparten lo que está sucediendo, que sin duda son los principales perjudicados de esta deriva, y les envió un “no estáis solos” que, sin duda, muchos necesitaban oír. Las palabras del Rey, sobre todo, legitimaron la respuesta constitucional del gobierno que debiera producirse una vez que, como poco después anunció el inefable Puigdemont, se proclame la independencia, en esa llamada DUI (qué amor tenemos a las siglas) que será el punto final de la ilegalidad al que se quería llegar desde un principio. Lo que suceda hasta entonces y a partir de ahí puede ser previsible en lo legal, pero no en lo político y social. La huelga que tuvo lugar ayer en Cataluña mostró la movilización de los independentistas, que es alta, y también las formas batasunas de parte de ese movimiento, que acudiendo al manual de los “borroka eguna” de los noventa lograron paralizar parte del comercio y transporte catalán usando recursos como barricadas y demás. Lo que volvió a mostrar la huelga de ayer, y está quedando claro en el día a día de la vida en Cataluña, es que el proceso de señalamiento del discrepante avanza a gran velocidad. La segmentación entre los buenos y malos catalanes, decidida por quienes así mismo se proclaman buenos, es clara, efectiva y genera resultados. El miedo se extiende entre muchos ciudadanos y colectivos que, de repente, se encuentran aislados frente a un poder surgido de la calle, de la revuelta, que busca controlar la sociedad entera y que no sólo no admite discrepancia, sino que busca su exterminio. Los que hemos vivido frecuentemente en el País Vasco sabemos muy bien qué tipo de sociedad desea esta gente, y lo que es peor, qué tipo de sociedad generan. Cuanto más pequeña es la localidad más asfixiante es el ambiente, más forzada la convivencia, más falsa la relación y mayor el miedo al señalamiento, a significarse. Es una forma de vida horrenda, en la que los amigos se distancian, las familias se parten y la convivencia se desgarra como ramas de árbol caídas tras un vendaval. Ese es el proceso, a cámara rápida, que se vive ahora en Cataluña, liderado desde unas instituciones que, con dinero público, malversan fondos y normas para alentar algo así. Por eso ese “no estáis solos” es, para mi, lo más relevante del discurso de ayer. No tiene efectos legales, ni políticos, no se expresa en artículos de normas ni en medidas de ningún tipo, pero seguro que millones de catalanes, y del resto de España, necesitaban ayer escuchar algo así. ¿Servirá de algo? No lo se.


En medio de este desastre, comienza la sangría económica, que puede ser muy dolorosa para Cataluña y, por supuesto, para el resto del país. Ayer la biotecnológica Oryzon anunció que traslada su sede a Madrid. Una empresa puntera, de un sector de primera línea, que se ve impelida a escapar de la barbarie promovida por seguidores de ideas de siglos pretéritos. Económicamente es duro tomar una decisión así, desgarrador debe ser el sentimiento de propietarios y empleados de la firma, al hacer algo que nunca hubieran querido. Caixabank y otras entidades financieras catalanas empiezan a contemplar planes similares en previsión de lo que pueda suceder. Y, con ser esto muy grave, no es lo peor de la situación que estamos viviendo, que sólo me produce miedo y ganas de llorar.

martes, octubre 03, 2017

Espantosa masacre en Las Vegas

La tradición de los tiroteos indiscriminados en EEUU es algo que, sinceramente, se me escapa. Cuando uno vista aquel país y ve torres en los pueblos se imagina a un demente subido en una de ellas disparando, como en tantas y tantas ocasiones ha sucedido. El número de fallecidos por arma de fuego en el país es enorme y, si lo medimos per cápita, resulta asombrosa y alarmantemente alto para los estándares europeos. Una sola cifra; el 18 de septiembre Chicago alcanzó su asesinato número 500 en lo que va de año. Su área metropolitana, hasta el final, tiene 9,7 millones de habitantes, un poco más que Madrid y Castilla y León. Comparen el ratio de asesinatos.

Lo sucedido ayer en Las Vegas va mucho más allá del caso de asesinato típico, o incluso múltiple. Un jubilado, Stephen Paddock, de 64 años, residente en una localidad a unos cien kilómetros de la ciudad, y del que nada se sabía antes de que sucedieran los hechos, ha causado la mayor matanza por arma de fuego en el país, disparando sin cesar decenas de armas automáticas desde la ventana de su habitación en el piso 32 del hotel Mandalay, sobre una multitud de decenas de miles de personas que asistían a un concierto de música country. Lo sucedido no parece tener relación alguna con el terrorismo islamista, aunque los aprovechados de DAESH han tardado poco en apuntárselo en la cuenta de sus éxitos, y parece más bien la actuación de lo que se denomina “lobo solitario” pero sin vinculaciones yihadistas. En todo caso, lo que ha perpetrado Paddock es el sueño húmedo de muchos terroristas, una acción que se enmarca por completo en lo que entendemos como terrorismo y que deja un balance tan horrible como enormes las preguntas. Ahora mismo son 59 los muertos y cerca de 500 los heridos, muchos de ellos de gravedad, por lo que no sería de extrañar que este macabro balance crezca a lo largo del día. Al parecer eran decenas las armas que este hombre había acumulado en su habitación del hotel, y no precisamente de pequeño tamaño. Fusiles automáticos debían llenar los armarios y parte de la habitación, junto con sus cargadores de balas. ¿Cómo alguien puede comprar semejante arsenal y no despertar sospechas? ¿Cómo se puede meter toda esa cantidad de armas en el interior de un hotel sin que ningún sistema de vigilancia las detecte? En tiempos de Big data las compras que realizó Paddock debieran haber hecho saltar algún tipo de alarma en servicios federales o del estado. Al parecer también en su casa se ha encontrado un arsenal de grandes proporciones, lo que demuestra que a este hombre las armas le iban más que los palos de golf, y a buen seguro a sus vecinos, que le dan mucho a los hoyos, les llega constante publicidad de las empresas de venta de material deportivo, que saben muy bien el número de utensilios que han adquirido para su vicio deportivo matutino. En este caso el fracaso en la gestión de la información resulta, cuando menos, llamativo. Dado que parece imposible que en EEUU se imponga un control sobre la venta de armas, pese a lo lógico y necesario que parece, visto desde el exterior, al menos se debiera establecer algún tipo de registro o sistema que permita saber cuántas ha comprado cada uno, que arsenales están dispersos por ahí y, en consecuencia, tratar de medir de alguna manera los riesgos potenciales que se asocian a ello. Y ya puestos, por favor, no permitir acceder a uno de esos enormes, repletos y lujosos hoteles de Las Vegas con ninguna arma, porque episodios de este tipo pueden repetirse en el futuro, por imitadores o por otro tipo de sujetos. Desde luego DAESH estará mirando lo sucedido con atención y, seguro, cierta envidia de asesino admirador de la obra de otro colega.


Las imágenes del ataque son espeluznantes, y el que sea de noche hace que no podamos ver la muerte en su dimensión física, pero el horror asociado a las ráfagas de los disparos sobre la multitud es perfectamente palpable. La escena me recordó, al verla, a una versión ampliada y al aire libre de lo sucedido en Bataclán, con ese cantante en el escenario que se calla, enmudecido por las ráfagas de disparos, y el público, miles en este caso, que comienza a chillar y huir ante lo que parece el fin del mundo, y que se convirtió exactamente en eso para más de cincuenta personas. Las Vegas fue ayer la capital mundial del horror, y los supervivientes jamás podrán olvidar algo tan insoportablemente cruel.

lunes, octubre 02, 2017

Tristeza

Hay muchas palabras, sentimientos y expresiones para describir la resaca que se siente tras lo vivido ayer. Muchos, esta mañana, camino al trabajo, no lo expresan en sus caras, porque son las de todos los días, las del cansancio y la rutina, pero esa colección de términos a la que antes me refería anida a buen seguro en el interior de sus corazones, sabedores todos de la gravedad de lo vivido, de lo que queda por vivir y la incertidumbre, enorme, que se abre tras una jornada que ya es historia de España, y no precisamente de la más honrosa, sino todo lo contrario, de la que deja huella negativa.

Tristeza es para mi el término que lo resume todo. Tristeza al comprobar el fracaso de la política gracias a la movilización fanatizada que el nacionalismo ha logrado convocar, engañando y fingiendo. Tristeza al comprobar que la legitimidad de la nación pierde fuerza en uno de sus más importantes territorios por la improvisación en la gestión por parte de un gobierno que sigue a remolque de los acontecimientos, incapaz de prever nada de lo que va a suceder. Y tristeza, enorme, porque miles de personas vivieron ayer angustiadas, la mayor parte en sus casas, sin que aparecieran por la tele, una jornada en la que la sinrazón se hizo con el control de la situación. Las cargas policiales, menos aparatosas que las registradas en muchas de las fiestas locales de verano de, sin ir más lejos, los pueblos vecinos de Madrid, cubren hoy las portadas de unos medios de comunicación de todo el mundo que, ajenos a lo que se juega en el fondo del asunto, asisten entre asombrados y encantados a un espectáculo visual que les proporciona todo el rédito posible. La imagen exterior de España es, hoy, mucho peor de lo que lo era el pasado viernes. Es esa una victoria incontestable de los independentistas, que es imposible de rebatir ni de ocultar. Su referéndum, pantomima de un proceso democrático, ha sido un pucherazo digno de una república bananera, con urnas llenas de votos cuando llegaban a los presuntos colegios, posibilidad de voto múltiple y todo tipo de irregularidades que uno pueda y quiera imaginarse. Pero ese referéndum era sólo una excusa, un pretexto para poder declarar, alta y clara, la independencia unilateral, arropados en la legitimidad de las portadas de los medios de comunicación. A lo largo de esta semana, miércoles o jueves a más tardar, Puigdemont y los suyos escenificarán, en otro acto que cubrirá de bochorno el parlamento catalán, una independencia de salón, que no irá a ninguna parte, que no será reconocida por nadie, que no tendrá efecto alguno, pero que provocará un aumento, aún más, de la tensión política y social en Cataluña y resto de España, que obligará al gobierno a aumentar su intensidad legal frente a un soberanismo que hace tiempo que dejó de creer en leyes que no sean las que él mismo dicta, y que aumentará, ahondará, la fractura que ahora se vive en el seno de la sociedad catalana, que a cámara rápida, vive un proceso de resquebrajamiento como el que se vivió durante décadas en el País Vasco (afortunadamente para todos la situación catalana no tiene mucho que ver con la vasca). Esa fractura social es lo único que tengo claro que va a permanecer por mucho tiempo en la sociedad catalana, muchos muchos años, y es el único factor que tengo claro que será previsible y constante en el tiempo que nos queda por venir. Pero todo lo demás, sinceramente, se me antoja incierto, confuso y, cada vez, más peligroso.


Esa tristeza ante el facaso se va a trasladar hoy, muy probablemente, a los mercados financieros, donde es bastante probable que la marca España quede tocada en forma de pérdida en el Ibex e incremento de la prima de riesgo, y el conjunto de Europa va a sufrir el rebrote de una tensión nacionalista que, desde luego, se observa con interés en otras regiones como Escocia, Padania, Flandes o Córcega. Los países europeos ven como despierta el monstruo del nacionalismo, en forma regional o con formaciones nacionales tipo Frente Nacional, los del Brexit o AfD, y la UE, la pobre UE, se convierte para muchos, también para mi, en la última esperanza para evitar un desastre continental, o al menos para contener el que ahora mismo ya se desarrolla en España. Tristeza, enorme tristeza es lo que siento.