Uno de los motivos, profundos,
por los que en Europa la ira y el miedo condicionan la vida política es porque,
aunque queramos negarlo, vemos que nos quedamos atrás respecto a otras zonas
del mundo. El sureste asiático, en especial, surge como el gran polo económico
y geoestratégico global, cada vez más noticias y productos vienen de allí, y
tenemos la sensación, real, de no ser ya los líderes del mundo, los que
decidimos qué se hace y dónde. Nos han destronado de nuestro pedestal, y eso
duele. Y por lo que parece, el proceso de destrone no va a frenarse.
Si la semana pasada fue China la
que, con su congreso del PC acaparó los focos, este
fin de semana ha sido Japón, con sus elecciones generales, anticipadas en más
de un año por el Primer Ministro, Shinzo Abe, deseoso de consolidar su
mayoría para emprender reformas de calado. Al contrario que a la británica May,
para la que el adelanto electoral fue una nefasta decisión, a Abe la jugada le
ha salido perfecta. Ha sacado una holgada mayoría absoluta y controlará los
resortes del poder en un país en el que el gobierno juega un papel algo extraño
visto desde nuestra óptica. Abe quizás acabe siendo el primer Ministro más
poderoso e influyente de la historia reciente de Japón, y sus políticas van a
condicionar el futuro del país mucho más allá de sus mandatos electorales. Dos
han sido los pilares fundamentales de su gobierno pasado, que se prevén
reforzar en el futuro: Por un lado, reformas económicas. Abe llegó al cargo con
una estrategia basada en lo que llamó “tres flechas”: Política monetaria
desatada, con intervención casi sin límite del banco central, japonés, reforma
fiscal, con subidas de impuestos indirectos y aumentos de gasto público, y
reformas estructurales. Todas ellas buscaban despertar a la economía japonesa,
que vive en un dulce letargo desde hace décadas. He mencionado las tres flechas
no en el orden de importancia de las mismas, sino en el grado en el que han
sido llevadas a cabo. La “abenomics”, que es como se ha denominado a este
paquete, ha supuesto que el BoJ, banco central japonés, supere al BCE y a la
Reserva Federal en la magnitud de compras de deuda pública y en las
intervenciones no convencionales, y en este sentido, ha sido un éxito. Las
otras dos flechas no tanto, porque no han llegado ni mucho menos a un grado de
desarrollo semejante. Era esta, la de impulsar estas dos vías de actuación
económica, una de las principales razones para el adelanto electoral. La
victoria cosechada se traducirá, en breve, en una subida del impuesto al
consumo, algo así como nuestro IVA, y un paquete de inversión cifrado en miles de
millones de yenes (un euro son más de cien yenes) y más que probables anuncios
de reformas. Ahora veremos si el Abenomics se queda sólo en artificios
monetarios o tiene chicha. He comentado al principio que eran dos las patas de
la política de Abe, y tras la económica, viene la otra, que es la política. Abe
es el primer ministro más nacionalista que ha tenido Japón en décadas, en un país
que sabe muy bien los estragos que puede causar esa funesta ideología. Sus
discursos siempre han buscado fortalecer la imagen de Japón y han eludido
asumir responsabilidades sobre la actuación nipona en sus países vecinos a lo
largo del pasado siglo XX, en cuya primera mitad cometió atroces matanzas e
invasiones devastadoras. Tras la II Guerra Mundial y la ocupación, el ejército
japonés fue descabezado y convertido en un juguete. Abe quiere que esto no siga
así.
Para ello, una de sus promesas es
reformar la constitución, que en gran parte es impuesta por los vencedores de
la guerra, para crear un ejército de verdad. La excusa es doble, por un lado el
sentimiento patriótico y, por otro, la creciente amenaza que suponen Corea del
Norte (en el corto plazo) y China (en el largo). En este caso las políticas de
Abe añaden inestabilidad y futuras tensiones a una zona que ya está sobrada de
ellas y que no necesita ninguna más. El mensaje nacionalista, sea quien sea el
que lo enarbole, no es bueno para nadie, aunque lo compren muchos, y está por
ver si Japón pasará en unos años de ser un pigmeo político y militar a una
potencia en una de las regiones potencialmente más peligrosas del mundo. De
momento Abe tiene mano libre para hacer lo que ha prometido. Habrá que estar
atentos.
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