lunes, octubre 23, 2017

Nubarrones políticos en Europa

Tras la victoria de Macron en las presidenciales francesas de mayo un suspiro de alivio se escuchó en todo el continente, y medio mundo si me apuran, al haber conseguido frenar el ascenso de la ultraderecha en uno de los principales países de Europa. Se veía ese momento como el del máximo auge de ese ciego populismo, y el inicio de una senda de normalización, de vuelta a la cordura política. Cinco meses después, la sensación vuelve a ser oscura. Los claros de mayo en cielo europeo se vuelven a llenar de nubes, y el relanzamiento de la Unión se convierte, otra vez, en un sueño lejano. Pintan bastos.

Este sábado, día extraño para votar, se han celebrado elecciones en la república checa, un pequeño país centroeuropeo en el que la economía marcha bien, el turismo llena las calles de Praga, su capital, y afronta el futuro en la mejor de las posiciones posibles, sobre todo si miramos su catastrófica historia a lo largo del siglo XX. El ganador no ha sido el miembro de un partido tradicional, sino un millonario, el segundo hombre más rico del país, al que apodan el Trump checo, y motes como este nos indican ya algo sobre su programa. Andrei Babis, que así se llama el personaje, encabezaba la Alianza de Ciudadanos Descontentos, un partido populista cuyas siglas en checo, ANO, darían mucho juego en una campaña española. Tras él, a cierta distancia, han quedado tres partidos casi empatados. Los conservadores clásicos, el partido pirata y la extrema derecha, cuyas siglas checas, SPD, no deben confundirse con los socialdemócratas alemanes. Por detrás de todos ellos, los socialdemócratas checos, derrumbados, que pasan de controlar al gobierno a ser irrelevantes. Es muy probable una coalición entre el millonario y la extrema derecha, por lo que Chequia se radicalizará en sus postulados. Este país forma parte, junto a Eslovaquia, Polonia y Hungría, del denominado “grupo de Visegrado” alianza de países del este europeo, pertenecientes a la UE, pero muy críticos con sus políticas, especialmente en lo que hace a inmigración, refugiados y liberalismo. Estas cuatro naciones llevan un tiempo coordinando sus políticas para enfrentarse a los dictados de Bruselas, negándose a acoger refugiados, adoptando cambios legislativos que cercenan la separación de poderes y las libertades públicas y, en definitiva, realizando una regresión de la democracia que se impuso en esos países tras la caída del muro de Berlín. Triste es contemplar que, justo los que más tiempo han pasado oprimidos por el yugo de la dictadura sean los primeros en querer emular sus formas. Hasta ahora este grupo de Visegrado era un incómodo problema para la UE, pero su escaso tamaño relativo frente al resto de naciones lo hacía controlable. Eso ya no va a ser exactamente así, por dos razones. Una es que ya no van a ser sólo ellos. A mediados de mes las elecciones austriacas ofrecieron un panorama muy similar, en este caso ganadas por un jovencísimo líder de derechas de 31 años, pero con la presencia muy destacada en los resultado de la extrema derecha y su más que probable incorporación a la coalición de gobierno. Así, los de Visegrado pueden llegar a ser cinco, y convertirse en un grupo de presión relevante. La otra razón es que el impulso por parte de las cinco grandes naciones europeas está debilitándose, y no hace falta ser un lince para verlo. Las elecciones alemanas de septiembre, que se veían como la segunda vuelta de las francesas de mayo para aportar la estabilidad deseada, fueron frustrantes. Sí, ganó Merkel, pero perdió votos y estabilidad, y sigue a día de hoy negociando la llamada coalición Jamaica con liberales y ecologistas, de la que saldrá un tímido programa europeísta, siendo generosos. El ascenso de la extrema derecha alemana fue incluso mayor que lo esperado, pero afortunadamente allí el cordón sanitario funciona y no tocarán poder federal. Pero harán ruido y condicionarán los debates, no lo duden.


¿Y el resto? Reino Unido está de salida en medio de un marasmo propio que mantiene dividida a la nación y a los dos principales partidos. En España ni les cuento el lío que tenemos con Cataluña, que ahora mismo lo absorbe todo y nos puede llevar por el camino de la (aún mayor) amargura, y en Italia, con elecciones previsiblemente en primavera, Berlusconi amenaza con volver y el movimiento populista Cinco Estrellas sigue muy fuerte. Sólo nos queda París, como decían en Casablanca, con cuatro años y medio de Macron en el Eliseo, pero eso no basta para mantener el impulso de la UE. Tras haber sobrevivido al marasmo económico, la Unión debe enfrentar al ascenso populista, en forma de nacionalismos nacionales o regionales, todos igual de malos. Sigue Draghi al frente del BCE, nuestra mayor baza, pero las nubes, ya las ven, se cierran sobre nuestras cabezas.

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