Créanme que me cuesta hablar de
la crisis catalana. Me agobio, me molesta, me deprime e inquieta, supone un
dolor de cabeza muy serio y una fuente de angustias permanentes. Además deprime
comprobar como cada minuto que pasa decenas de problemas de enorme
trascendencia para el país, para cada uno de nosotros, se ocultan y no son
abordados por el pleno esfuerzo que exige seguir y digerir cada uno de los
pasos de esta crisis, que no hace sino enrevesarse y ahondarse ante los ojos de
todos. Y de fono, una enorme tristeza, es el sentimiento que me surge en todo
momento ante lo que vivimos.
Ayer,
la sesión del Parlamento de Cataluña, nuevamente, pasó a los anales del
bochorno, en un acto caótico, desordenado y carente por completo de sentido
democrático. La comparecencia de Puigdemont, encargado de dar validez
pública a los resultados de un falso referéndum amparado en una ley
inexistente, se convirtió en un amago de declaración independentista, en la que
nada más ser proclamada fue envainada, lo que dio lugar a todo tipo de
metáforas de fracaso sexual, en medio de una completa alegoría nacionalista
sobre los logros alcanzados con vistas al erial que empieza a ser la economía
catalana. Tras los turnos de réplica, y sin votación alguna, los representantes
de Junts per si, la coalición gobernante, se fueron al auditorio del parlamento
para firmar un papel sin validez jurídica que es la llamada Declaración de
Independencia, un documento no votado ni publicado en el que un grupo de
parlamentarios catalanes se autoerigen como representes únicos de la voluntad
del pueblo de Cataluña y la constituyen en forma política propia, en nación a
imagen y semejanza de sus sueños desatados. La validez legal de lo sucedido
ayer es nula, el desprecio por las leyes, la representatividad del parlamento y
los diputados de otras formaciones, absoluto, y la ridiculez de todo el acto,
total. Y sin embargo para muchos medios extranjeros y parte de los nacionales,
lo que hizo ayer Puigdemont volvió a ser una llamada al diálogo, al
entendimiento, aunque sólo viéramos un proceso de aplastamiento, otro más, a
una vejada democracia que en Cataluña apenas ya es sino vestigio de lo que fue.
La declaración suspendida es un limbo que pretende enredar al gobierno de Rajoy,
que vuelve a jugar con negras, respondiendo a cada movimiento de los
independentistas, sin llevar la delantera en ningún momento, y a todo el mundo.
De momento los efectos más directos de lo sucedido ayer es el enfado de la CUP,
que quería no ya la independencia, sino la revolución y quizás convertir la
Plaza de Cataluña de Barcelona en un nuevo escenario similar a la de la Concordia
en tiempos de Robespierre. La pérdida de apoyos de la CUP al gobierno
Puigdemont puede ser suplida por Catalunya Sí que es Pot, la marca de Podemos
en la cámara regional, que ayer vio con buenos ojos la actaución del President,
indicando que padece un grave problema de vista. Por ello, una de las posibles
soluciones de este embrollo, la de convocar elecciones autonómicas para
redefinir el Parlament, no está más cerca en el tiempo de lo que estaba ayer.
Siendo técnicos sí, un día más cerca, pero nos entendemos, no se esperan en próximos
meses. Puigdemont y el PDCat saben que serían laminados en los comicios y no
los van a convocar y Junqueras y ERC no dudan de que, sean cuando sean, los
ganarán, por lo que les da igual esperar o no. ¿Tiene sentido hablar de
escenarios de contubernio político en medio de semejante crisis política? ¿Es
una frivolidad? Sí, y de las gordas, pero los que nos han metido en este
problema saben mucho de frivolidades, y de cómo explotarlas para su beneficio.
Dentro de poco más de hora y
media hay Consejo de Ministros extraordinario en Moncloa para tratar este
asunto y tomar medidas. Rajoy no tiene una posición tan nítida y segura como
pudiera parecer, y es más que seguro que esta noche habrá hablado con líderes
europeos sobre los pasos que puede dar y serían respaldados por una Europa
asombrada. Y de mientras, la economía se resiente, la sociedad ahonda su
fractura y la crisis se profundiza, devorándolo todo. Trágico. En una dimensión
difícil de ser superada, y manteniendo la tradición hispánica, lo vivido ayer
en Cataluña fue otro esperpento que a Valle Inclán o a Berlanga les hubiera encantado.
Sabrían bien cómo sacarle chispa a toda esta cruel farsa.
Mañana es fiesta, y no me cojo
puente, por lo que el viernes aquí estaré. Descansen y, si viajan, ojo en la
carretera.
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