Aún es de noche, pese a que un
tímido resplandor anuncia por el este el nacimiento del día. Eso quiere decir
que queda un buen rato, cerca de media hora, para que ese atisbo de luz asome
por Galicia, la zona sita más al este de la península, y con ella los medios
aéreos puedan volver a reincorporarse a las
tareas de lucha contra los incendios que asolan la región desde este fin de
semana. En medio de la oscuridad, el balance de hectáreas quemadas es
imposible, pero sí el de fallecidos, tres hasta el momento, el de miles de
evacuados y el de tantas y tanas escenas de pánico vividas ayer por millones de
ciudadanos.
Quizás sea necesario ser
incendiario a la hora de calificar lo que está sucediendo, aunque tengo dudas
sobre si el juego de palabras viene a cuento en horas como estas. Asistimos a
unos hechos que sólo pueden calificarse como de terrorismo, de actos viles y
siniestros pensados para causar el mayor daño posible. Ayer, con el huracán
Ophelia a las puertas de la comunidad, con previsión de viento sur de más de
100 kilómetros por hora, ausencia de lluvias y terreno reseco tras meses y
meses de sequía, prender fuego al monte era garantía de incendio devastador. Si
uno quería arrasar no ya una ladera, sino una localidad, sólo tenía que prender
con el viento a favor y ya se encargaría el temporal de arrasarlo todo. Más de
cien focos de incendio se desataron ayer por la tarde, muchos de ellos, la
mayoría, con toda la pinta de haber sido provocados. Las escenas que se
vivieron anoche en Vigo y otras localidades cercanas eran de pura histeria, de
vecinos de la ciudad que veían como sus casas eran tacadas por el fuego, que se
adentraba en calles y avenidas. Imágenes de autopistas cortadas, de túneles
bloqueados por conductores que no eran capaces de ir en ningún sentido,
rodeados por el fuego en ambas bocas. Escenas de desolación causadas por
gentuza que tendrá motivos de todo tipo, se apunta siempre a venganzas e
intereses económicos, pero que nunca acaba siendo detenida, juzgada, condenada
y encarcelada como es debido. ¿Por qué en España, el país más seco y árido de
Europa, no hay conciencia del inmenso delito, y daño, que supone quemar un
bosque? ¿Por qué a los pirómanos y sus inductores no se les castiga con toda la
fuerza de la ley? ¿Por qué las leyes son tan laxas con ellos? Decenas y decenas
de años de cárcel debieran caer sobre las cabezas de los autores de estas
barbaridades, auténticas catástrofes naturales que nos afectan a todos, y que
generan efectos en el espacio y el tiempo de enormes consecuencias. Un bosque
quemado tarda muchos años en volver a ser algo parecido a lo que fue. La
riqueza que proporcionan los bosques, tanto económica como ecológica, es
inmensa, y el árido terreno de cenizas fruto de su incendio sólo sirve para ser
erosionado y convertido en yermo, páramo. Galicia, y Portugal, sufren desde
hace décadas episodios de incendios masivos que no son atajados por las autoridades,
y que por lo visto cuentan con cierta complicidad por parte de las poblaciones
locales, que no denuncian a los autores o inductores de estos hechos ¿Por qué?
¿Hay una especie de mafia forestal, por así llamarla, que controla los terrenos
y compra los silencios? Distintos colores políticos han pasado por la Xunta de
Galicia pero, año tras año, se repiten episodios de este tipo sin que haya
avances no ya en prevención o extinción, que tampoco, sino en la persecución de
los delitos. Quizás, lo peor, esto suceda porque la sociedad no lo ve como
delito, no le importa, se queja amargamente cuando sucede pero olvida
enseguida, porque le da igual que se queme el monte. En medio de esa
indiferencia surge el desastre y, visto lo visto, la impunidad.
Quiere amanecer en Madrid, en
otro día de cielo turbio y contaminado, en el eterno verano de 2017, que quizás
sea preludio de la lluvia que puede caer mañana y lavarnos, limpiarnos,
refrescarnos, bautizarnos en otoño. Parece que las lluvias irán a más en
Galicia a lo largo del día y, con Ophelia lejos y los vientos en calma, la
situación será más fácil de controlar. Pero los daños son inmensos, las muertes
irreparables, y el terror vivido esta noche, imposible de olvidar para miles de
personas angustiadas. No puede repetirse algo así nunca más. Es hora de cambiar
las leyes, la mentalidad de la sociedad, y perseguir a estos terroristas como
lo que son, y condenarles con la mayor de las penas posible.
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