jueves, octubre 19, 2017

Fuego y agua, tiempo sin tregua

Sabida de todos es esa expresión que dice que en España no sabe llover, que hace referencia a las duras sequías que se alternan con breves episodios de lluvia torrencial. Esos chaparrones bruscos que, caídos sobre un terreno reseco, agostado tras meses de inclemente Sol, se lo llevan todo por delante. No hay alcantarillado que pueda encauzarlas, y menos tras tantas semanas de abandono en el que muchas cañerías y desagües se han convertido en vertederos de hojas y basuras de todo tipo. Ayer, en Jerez y otros puntos del país se vivieron momentos de angustia, con calles convertidas en ríos tras meses en los que el asfalto se derretía por el calor.

En Madrid llovió, bastante y, hasta cierto punto, bien. El registro de precipitaciones de este verano en la ciudad es casi como el relato de descubrimientos arqueológicos, tan escasos como valiosos. Junio no fue especialmente generoso, y sí irregular con las temperaturas, dejándonos los primeros registros de cuarenta grados en ese mes, y obligando a cerrar aulas de colegios, no preparadas ante temperatura propias de los meses de las vacaciones escolares. Julio fue un mes raro, con subidas y bajadas, y tres días de lluvia, el 6, 7 y 8, que provinieron de una DANA que cruzó la península y la tarde del viernes 7 vivió con nosotros. Esas lluvias, espectaculares, tropicales, monzónicas, batieron los récord de precipitación acumulada para el mes en la ciudad, pero lo hicieron de manera tan brusca como inefectiva para pantanos y terrenos, que apenas pudieron recoger nada de la catarata que se les vino encima. Tras ese episodio extraño llego el verano pleno, y se puede decir que no se acabó hasta prácticamente ayer. Temperaturas altas, sin olas de calor como tales, pero sostenidas en el tiempo en una secuencia de días monótonos, aburridos, estacionarios, en los que no corría el viento y el cielo parecía un decorado inmutable. Día a día la luz iba recortando pero sin causar variación alguna en los termómetros. El suelo, ya muy agostado en julio, pasó un agosto de cuarteo, en el que las grietas casi se podían ver en el asfalto y aceras, resecas como pasas. Los árboles, golpeados diariamente por el mazo de un Sol al que nada obstaculizaba, bajaron sus ramas muy rápido, en clara señal de rendición, y día tras día mostraban un aspecto más mustio, sobreviviendo en medio de mi incredulidad. Un día llovió en todo agosto, el lunes 28, con fuertes tormentas, cuyo rastro pude ver por mi barrio en forma de arenales que cubrían parte de las aceras cuando llegue a casa de noche tras pasar el fin de semana largo en Elorrio. No me cayó gota alguna, porque por la tarde ya habían cesado. Y la lluvia no volvió a pisar la capital hasta el tímido goteo de este pasado martes. A lo largo de septiembre el verano, simplemente, siguió, inalterable, cada vez más corto en luz, sí, pero igualmente intenso en temperaturas y quietud, con hojas de árboles que no se movían y empezaban a caer fruto directamente del estío y, quizás, también el hastío. Llegó el 21 de septiembre, entramos en otoño, pero fue un mero formalismo de calendario. El verano seguí, y la llegad de octubre no fue sino una hoja caída más en los calendarios, un trozo de papel que seguía el rumbo de los mustios tallos de celulosa que eran vencidos por el calor. Ni gota en octubre ni esperanza de verla. Semanas y semanas de abulia, de mapas clónicos en los espacios del tiempo, de repetitivos y omnipresentes soles, y caras de circunstancia de los presentadores, sabedores de ser portadores de malas noticias. Y así hasta este pasado martes, donde apenas mojó el suelo, y hasta ayer miércoles, donde con ganas, llovió en Madrid.


Cosa curiosa de este reseco año, y preocupante a la vez. Los dos grandes episodios de lluvias que hemos vivido, el de julio y el de estos días, se han debido a que fenómenos anormales han logrado romper el pertinaz bloqueo anticiclónico. En julio fue una DANA y esta vez ha sido Ophelia, huracán de categoría tres. En ningún caso se ha debido a la clásica entrada de un frente atlántico, que proporciona suaves y regulares precipitaciones, las más beneficiosas de todas. Ha hecho falta que algo extraordinario rompa un bloqueo que, por su dimensión y persistencia, es excepcional. ¿Es esa la tónica que nos espera en el futuro? Ojalá no. Que venga un otoño e invierno lluvioso. Seguimos bajo una grave sequía, y necesitamos mucho la lluvia.

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