Sabida de todos es esa expresión
que dice que en España no sabe llover, que hace referencia a las duras sequías
que se alternan con breves episodios de lluvia torrencial. Esos chaparrones
bruscos que, caídos sobre un terreno reseco, agostado tras meses de inclemente
Sol, se lo llevan todo por delante. No hay alcantarillado que pueda
encauzarlas, y menos tras tantas semanas de abandono en el que muchas cañerías
y desagües se han convertido en vertederos de hojas y basuras de todo tipo. Ayer,
en Jerez y otros puntos del país se vivieron momentos de angustia, con calles
convertidas en ríos tras meses en los que el asfalto se derretía por el
calor.
En Madrid llovió, bastante y,
hasta cierto punto, bien. El registro de precipitaciones de este verano en la
ciudad es casi como el relato de descubrimientos arqueológicos, tan escasos
como valiosos. Junio no fue especialmente generoso, y sí irregular con las
temperaturas, dejándonos los primeros registros de cuarenta grados en ese mes,
y obligando a cerrar aulas de colegios, no preparadas ante temperatura propias
de los meses de las vacaciones escolares. Julio fue un mes raro, con subidas y
bajadas, y tres días de lluvia, el 6, 7 y 8, que provinieron de una DANA que
cruzó la península y la tarde del viernes 7 vivió con nosotros. Esas lluvias,
espectaculares, tropicales, monzónicas, batieron los récord de precipitación
acumulada para el mes en la ciudad, pero lo hicieron de manera tan brusca como
inefectiva para pantanos y terrenos, que apenas pudieron recoger nada de la
catarata que se les vino encima. Tras ese episodio extraño llego el verano
pleno, y se puede decir que no se acabó hasta prácticamente ayer. Temperaturas
altas, sin olas de calor como tales, pero sostenidas en el tiempo en una
secuencia de días monótonos, aburridos, estacionarios, en los que no corría el
viento y el cielo parecía un decorado inmutable. Día a día la luz iba recortando
pero sin causar variación alguna en los termómetros. El suelo, ya muy agostado
en julio, pasó un agosto de cuarteo, en el que las grietas casi se podían ver
en el asfalto y aceras, resecas como pasas. Los árboles, golpeados diariamente
por el mazo de un Sol al que nada obstaculizaba, bajaron sus ramas muy rápido,
en clara señal de rendición, y día tras día mostraban un aspecto más mustio,
sobreviviendo en medio de mi incredulidad. Un día llovió en todo agosto, el
lunes 28, con fuertes tormentas, cuyo rastro pude ver por mi barrio en forma de
arenales que cubrían parte de las aceras cuando llegue a casa de noche tras
pasar el fin de semana largo en Elorrio. No me cayó gota alguna, porque por la
tarde ya habían cesado. Y la lluvia no volvió a pisar la capital hasta el
tímido goteo de este pasado martes. A lo largo de septiembre el verano,
simplemente, siguió, inalterable, cada vez más corto en luz, sí, pero
igualmente intenso en temperaturas y quietud, con hojas de árboles que no se
movían y empezaban a caer fruto directamente del estío y, quizás, también el
hastío. Llegó el 21 de septiembre, entramos en otoño, pero fue un mero
formalismo de calendario. El verano seguí, y la llegad de octubre no fue sino
una hoja caída más en los calendarios, un trozo de papel que seguía el rumbo de
los mustios tallos de celulosa que eran vencidos por el calor. Ni gota en
octubre ni esperanza de verla. Semanas y semanas de abulia, de mapas clónicos
en los espacios del tiempo, de repetitivos y omnipresentes soles, y caras de
circunstancia de los presentadores, sabedores de ser portadores de malas
noticias. Y así hasta este pasado martes, donde apenas mojó el suelo, y hasta
ayer miércoles, donde con ganas, llovió en Madrid.
Cosa curiosa de este reseco año,
y preocupante a la vez. Los dos grandes episodios de lluvias que hemos vivido,
el de julio y el de estos días, se han debido a que fenómenos anormales han
logrado romper el pertinaz bloqueo anticiclónico. En julio fue una DANA y esta
vez ha sido Ophelia, huracán de categoría tres. En ningún caso se ha debido a
la clásica entrada de un frente atlántico, que proporciona suaves y regulares
precipitaciones, las más beneficiosas de todas. Ha hecho falta que algo
extraordinario rompa un bloqueo que, por su dimensión y persistencia, es
excepcional. ¿Es esa la tónica que nos espera en el futuro? Ojalá no. Que venga
un otoño e invierno lluvioso. Seguimos bajo una grave sequía, y necesitamos
mucho la lluvia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario