jueves, octubre 26, 2017

Otro día de vértigo, soñado por los nacionalistas

La realidad no es tan fluida como aparenta ser, sino que se desplaza a trompicones, como a saltos en medio de periodos de quietud. Tras días estáticos aparece alguno en el que todo se acelera, y puede que hoy sea uno de esos. Imbuidos por el monotema catalán, muchos serán los frentes informativos de la jornada, con dos citas económicas importantísimas. El INE publica a las 9 la EPA del III Trimestre del año y al mediodía se reúne el BCE en lo que puede ser el inicio de la retirada de los estímulos lanzados por Draghi desde hace ya varios años, mediante una reducción de la compra de deuda pública y corporativa. Un cambio anunciado de la política monetaria que, parece ser, por fin llega.

Pero nada, aquí estaremos obnubilados por el tema catalán, o el despropósito, mejor dicho. Puigdemont renunció ayer a acudir al Senado a explciar su posición, asumiendo de manera tácita que para él el Senado no es nada, y convocó una reunión de su gobierno y dirigentes de los partidos que lo sustentan en el Palacio de la Generalitat, que ha terminado de madrugada, sin que se tenga constancia de acuerdos o decisiones. No se muy bien qué es lo que va a pasar hoy o mañana, pero sospecho que Carles, fanático como el que más, no va a dar un paso atrás y proclamará esa DUI, que más bien será un DIU para la política catalana. Iluminado por la fe que ciega a los creyentes, el Presidente de todos los catalanes hace tiempo que dejó de serlo de aquella parte de la sociedad que él considera impura, impropia, ajena, y prescindible. Envalentonado por las huestes de la CUP, una amalgama de antisistemas aupados al poder, Puigdemont y los suyos creen en el martirio civil, en la inmolación política y en todas esas falacias con las que se les llena la cabeza a los ingenuos para que se sacrifiquen en nombre de otros. Desde que empezó septiembre el “prusés” ha desaparecido y vivimos en el “mambo” que tan cómodo y bailable le sienta a la CUP. Estos meses sólo han generado desesperanza, miedo y ruina económica. Cataluña, una de las regiones más prósperas, ricas y cultas de Europa, lleva meses pegándose tiros en los pies, ahuyentando inversores, alentando la fuga de empresas, dañando al turismo y revirtiendo su imagen cosmopolita por una de aldea irreductible y cerril. Como el futuro es indistinguible nadie tiene muy claro cómo va a acabar todo esto, pero creo que dentro de muchos años estos que ahora vivimos se estudiarán como los oscuros de Cataluña, la época en la que la locura de unos dirigentes fanatizados, creyentes en su soñada patria exclusiva, llevaron a todos a la ruina y desesperación colectiva, causando daños de todo tipo. Económicos sin duda, de gran dimensión y profundidad, pero sobre todo sociales, emocionales, afectivos. El nacionalismo necesita el desgarro, busca la ruptura, no sólo de las leyes, sino sobre todo de las sociedades. El nacionalista no soporta una sociedad de ciudadanos libres y discrepantes, que no sea homogénea, unificada, totalizable. Barcelona, la ciudad, el conglomerado urbano, diverso, multiforme, ruidoso, caótico y desordenado, es visto como el horror por un nacionalista, que añora el pueblo, la masía, la comunidad pequeña de fieles que viven agrupados, encerrados, protegidos, al calor de lo conocido. Para Sabino Arana el sueño era el mismo, el caserío “Bizkaitarra” el pequeño pueblo de interior, frente a Bilbao, la uirbe, el lugar de perdición, el sitio al que acude gente de todas partes, que no tiene creencia ni en Dios ni en la Tierra Madre, que ensucia, corrompe y mezcla. Eso debe ser eliminado. El nacionalista busca purificar su arcadia soñada, y para ello, primero, debe romper la sociedad, para separar a los puros de los que no lo son, y actuar en consecuencia.


Esto, que parece un relato de ideas peregrinas es lo que los nacionalismos han hecho a lo largo de toda la historia, causando males y atrocidades sin fin. Hoy y mañana, en el Parlament de Cataluña, volveremos a ver cómo se escenifica esta división, y el desprecio a los que no piensan como los independentistas. Y de ahí sólo puede surgir tristeza y desazón, nada más que eso. Cuando el nacionalismo entra por la puerta, la razón ilustrada peligra, y suele acabar huyendo por las escaleras antes de ser arrojada por la ventana. Es desolador que, otra vez, tras las décadas de dictadura franquista y asesinatos etarras volvamos a ver el espectro de la intolerancia nacionalista en nuestro país. Hoy, y mañana, nuevo aquelarre en nombre de una soñada “Patria”.

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