La fatalidad no avisa. Sucede de
improviso, siempre espera su momento y, cuando llega, nos coge por sorpresa,
generando conmoción y rabia. Hay actividades y profesiones más arriesgadas que
otras, pero en cualquier momento se puede producir algo que nos lleve al
desastre, un accidente., lo que sea. Poco antes del inicio del verano vivimos
la dura experiencia del accidente de ascensor que costó la vida a un grupo de
adolescentes en Madrid, en un hecho tan absurdo como dramático. Nadie podía
esperar algo así, en esa etapa de la vida ni, tampoco, en un lugar tan
rutinario y seguro como un ascensor.
Ayer vivimos otro accidente, otro
hecho inesperado, en este caso en una de esas actividades donde, aunque no lo
parezca, el que la desempeña se juega su vida en todo momento. Borja
Aybar, piloto de las Fuerzas Aéreas, falleció al estrellarse el Eurofighter que
pilotaba en la maniobra de aproximación a la base de Los Llanos, en Albacete.
Había sobrevolado pocos minutos antes el cielo de Madrid junto a otros tres
compañeros, formando parte del desfile aéreo del 12 de octubre. Era un
ejercicio de rutina, un vuelo controlado y ensayado unas cuantas veces, ensayos
que tengo el lujo de poder contemplar cada año desde la oficina, y todo ello en
un día de cielos bastante despejados, nubes anecdóticas y buena visibilidad.
Aybar llevaba cuatro años como piloto al frente de esa aeronave, acumulaba
según he creído leer por ahí unas 600 horas de vuelo y no era, por tanto, un
novato, sino un piloto experimentado que sabía lo que hacía. No hizo uso de la
posibilidad de eyectarse con su asiento, según algunas fuentes para evitar que
el avión, con el control perdido, se estrellase contra algunas viviendas
cercanas a la base, aunque no estén nada claros los detalles de los últimos
minutos del trágico vuelo. Nada ha trascendido sobre lo que ha podido pasar, la
causa última del accidente, y será la investigación oficial la que dilucide
ante qué tipo de problema, o problemas, nos encontramos. En todo caso este
hecho empañó un desfile vistoso en un 12 de octubre especial, donde Cataluña
sigue acaparándolo todo. Para las familias de los que ayer viajaban a Madrid
para lucirse bajo uniformes y banderas, lo más importante eran los suyos, no el
acto ni las fanfarrias ni los espectadores. Las tropas de tierra suelen contar
con el apoyo de los suyos a pie de tribuna en muchas ocasiones, pero eso no
pasa con los pilotos de aviones o helicópteros, que residen en las bases o en
sus proximidades, en muchas ocasiones lejos del Madrid de las ceremonias, y a
ellas acuden a despedirles cuando despegan y retornan para recibirles cuando
aterrizan. Era el caso de la familia de Borja. Su mujer y una criatura de
cuatro meses estaban en Los Llanos esperando la vuelta del desfile para ir a
casa, tras una mañana de rutina. Esa mujer vio ayer cómo la rutina tornaba en
la más negra de las desgracias, en la fatalidad convertida en accidente. La
criatura, no se si niño o niña, ya es huérfana sin que sea apenas consciente de
nada, y algún día descubrirá de qué manera tan cruel y absurda falleció su
padre. Quizás para entonces esté muy claro lo que pasó y eso le ayude a
superarlo, pero ahora el niño vive en la feliz ignorancia. La madre no, y
conocer las causas de lo sucedido no le ayudarán demasiado a sobrellevarlo.
Seguro que estaba orgullosa de la curiosa profesión de su marido, porque pocos
son los pilotos en el mundo, y menos los que manejan cazas, y ahora el dolor es
lo único que puede portar, y precisamente el cielo protector es el lugar en el
que no encuentra consuelo, sino vacío y pérdida.
Ayer, festivo, mañana de paseo, acabé
en el estanque del Retiro a eso de las 11:30 a sabiendas de que sería un bonito
sitio para poder ver pasar los aviones a ras de suelo. Y así fue. Poco después
de esa hora empezaron a surcar el cielo cazas, aviones nodriza, aeronaves de
todo tipo y helicópteros, en un pase que duró unos pocos minutos. Una de las
primeras formaciones que surcó el cielo fue un grupo de cuatro Eurofighters en
agrupación de cruz. Uno de ellos, no se cual, iba pilotado por Aybar. Era
impensable en ese momento suponer que apenas quedaban minutos antes de que se
produjera la tragedia. Los aviones pasaron, el desfile terminó, se oyeron
algunos aplausos sueltos en el parque, los fotógrafos empezaron a revisar sus
cazas y Aybar roló su avión rumbo a casa, donde le esperaban los suyos. DEP.
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