Resulta extraño escuchar un
discurso del Rey, a las 9 de la noche, en manga corta, sólo, y con la sensación
de que estamos en verano. Sin el acompañamiento tradicional de la escenografía
navideña en calles y comercios, sin la resaca de la lotería. Es algo
excepcional. Y así es. Resulta completamente excepcional lo que estamos
viviendo y su gravedad se mide en hechos y gestos como esa
aparición televisiva ayer de Felipe VI, que se jugó gran parte de su reinado y
prestigio en apenas siete minutos, en los que se dirigió a una población
que, entre entristecida y asustada, contempla una deriva que parece estar fuera
de todo control.
El discurso, breve, fue
contundente, señalando la ilegalidad que lleva cometiendo la Generalitat de
Cataluña y los que ocupan sus altos cargos de responsabilidad desde hace tiempo,
señalándolos como los culpables de la situación en la que nos encontramos.
También dedicó un mensaje a los catalanes, mayoría, que no comparten lo que
está sucediendo, que sin duda son los principales perjudicados de esta deriva,
y les envió un “no estáis solos” que, sin duda, muchos necesitaban oír. Las
palabras del Rey, sobre todo, legitimaron la respuesta constitucional del
gobierno que debiera producirse una vez que, como poco después anunció el
inefable Puigdemont, se proclame la independencia, en esa llamada DUI (qué amor
tenemos a las siglas) que será el punto final de la ilegalidad al que se quería
llegar desde un principio. Lo que suceda hasta entonces y a partir de ahí puede
ser previsible en lo legal, pero no en lo político y social. La huelga que tuvo
lugar ayer en Cataluña mostró la movilización de los independentistas, que es
alta, y también las formas batasunas de parte de ese movimiento, que acudiendo
al manual de los “borroka eguna” de los noventa lograron paralizar parte del
comercio y transporte catalán usando recursos como barricadas y demás. Lo que
volvió a mostrar la huelga de ayer, y está quedando claro en el día a día de la
vida en Cataluña, es que el proceso de señalamiento del discrepante avanza a
gran velocidad. La segmentación entre los buenos y malos catalanes, decidida
por quienes así mismo se proclaman buenos, es clara, efectiva y genera
resultados. El miedo se extiende entre muchos ciudadanos y colectivos que, de
repente, se encuentran aislados frente a un poder surgido de la calle, de la
revuelta, que busca controlar la sociedad entera y que no sólo no admite
discrepancia, sino que busca su exterminio. Los que hemos vivido frecuentemente
en el País Vasco sabemos muy bien qué tipo de sociedad desea esta gente, y lo
que es peor, qué tipo de sociedad generan. Cuanto más pequeña es la localidad
más asfixiante es el ambiente, más forzada la convivencia, más falsa la
relación y mayor el miedo al señalamiento, a significarse. Es una forma de vida
horrenda, en la que los amigos se distancian, las familias se parten y la
convivencia se desgarra como ramas de árbol caídas tras un vendaval. Ese es el
proceso, a cámara rápida, que se vive ahora en Cataluña, liderado desde unas
instituciones que, con dinero público, malversan fondos y normas para alentar
algo así. Por eso ese “no estáis solos” es, para mi, lo más relevante del
discurso de ayer. No tiene efectos legales, ni políticos, no se expresa en
artículos de normas ni en medidas de ningún tipo, pero seguro que millones de
catalanes, y del resto de España, necesitaban ayer escuchar algo así. ¿Servirá
de algo? No lo se.
En medio de este desastre,
comienza la sangría económica, que puede ser muy dolorosa para Cataluña y, por
supuesto, para el resto del país. Ayer
la biotecnológica Oryzon anunció que traslada su sede a Madrid. Una empresa
puntera, de un sector de primera línea, que se ve impelida a escapar de la
barbarie promovida por seguidores de ideas de siglos pretéritos. Económicamente
es duro tomar una decisión así, desgarrador debe ser el sentimiento de
propietarios y empleados de la firma, al hacer algo que nunca hubieran querido.
Caixabank y otras entidades financieras catalanas empiezan a contemplar planes
similares en previsión de lo que pueda suceder. Y, con ser esto muy grave, no
es lo peor de la situación que estamos viviendo, que sólo me produce miedo y
ganas de llorar.
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