jueves, marzo 31, 2022

10% de inflación

Ya desde verano de 2021 la inflación estaba cogiendo un ritmo que auguraba que los deseos de muchos, entre ellos el mío, sobre una subida transitoria de precios tras la pandemia se iban a convertir en decepciones. El caos logístico y las tensiones en las materias primas abonaban subidas que escalaban por encima del 4% con facilidad. El inicio de la guerra de Ucrania disparó las tensiones, especialmente en los productos energéticos y alimentarios, y algunos analistas advirtieron de que podíamos llegar a tasas de inflación interanuales superiores a los dos dígitos con el inicio de este verano. Fueron tachados de agoreros.

El dato adelantado de inflación de marzo, publicado ayer por el INE, registra un sádico nivel del 9,8%, y dado que faltan los últimos días del mes para elaborar el registro definitivo es posible que incluso ya en marzo veamos ese horrible doble dígito como medidor de la inflación en España. El dato no es malo, no, es simplemente horrible, una pesadilla para los que analizan la coyuntura económica y un dolor enorme para los bolsillos de los que, como casi todos, compramos cosas, necesarias y no. La inflación es la vía más directa para empobrecer a la gente, y el dato viene a decir, resumidamente, que hoy somos casi un 10% más pobres que hace un año, dado que nuestros ingresos no han crecido a la par. Para algunos ese empobrecimiento será menor, porque o bien no usan el coche o eluden la compra de bienes que han subido aún más. Para otros ese empobrecimiento será mucho más grave porque sus hábitos y obligaciones de compra les obligan a gastarse el dinero en productos que se han disparado bastante más que la media que refleja el índice. Para todos, el valor del ahorro, mayor o menor, que esté en cuentas o depósitos bancarios, se ha depreciado en una media del 10%. El destrozo es colosal. Contratos de arrendamiento, cláusulas de revisión de innumerables acuerdos, la lista de elementos que utilizan el IPC como herramienta para actualizarse es eterna, y todos ellos funcionan bajo condiciones de normalidad, es decir, tasas positivas pero livianas, en las que la subida de precios actúa como una especie de lubricante que da fluidez al mercado. Ya en los momentos de la gran recesión y en el 2020 pandémico, cuando se vivió una situación inversa, con inflación negativa, se habló del peligro que tenía un proceso de caída de precios, que puede ser muy dañino para todos, y mucha gente deseaba que se produjera lo contrario, un disparo de la inflación para enjuagar las muchas deudas de las economías. A mi esa solución no me gustaba nada porque, si bien contablemente sí solucionaba el problema de la deuda pública global, a nivel individual y de las familias y empresas suponía un empobrecimiento drástico y cruel, obligándoles a reducir su consumo, dañando sus ahorros y, en general, introduciendo un miedo en el cuerpo que no es positivo para nada. La inflación disparada actúa como una fiebre que todo lo altera, que empieza a quitar seguridad en la sociedad en la que se instala, que trastoca patrones de compra y consumo, y debilita la moneda del país, en la que se pone mucha más fe de la que se cree y que funciona, precisamente, porque esa fe está ahí. Tasas de inflación disparadas deshacen la fe en la moneda, el ver como pierde valor en poco tiempo, y el comportamiento de los individuos se vuelve más anárquico. Luchar contra la inflación es una obligación de todo gobernante, tanto por el interés que pueda tener en el bienestar de su sociedad como por el suyo propio, porque las inflaciones disparadas se llevan a los gobiernos por delante. Las tasas actuales, disparadas igualmente en el resto de Europa, aunque no tanto como en España, son un problema de enorme magnitud que pone a gobiernos, autoridades monetarias, sistemas financieros y ciudadanos ante un reto tan difícil como inmediato. Hay que hacer lo que sea para controlar la subida de precios, y que no provoque una enorme crisis.

Esa crisis, recesión derivada del hundimiento del consumo por el disparo de los precios, suele ser una de las vías para acabar con la espiral inflacionista cuando el alza de precios viene derivada de un proceso endógeno, con una economía muy caliente y un sector productivo incapaz de fabricar lo que se demanda, pero la inflación de hoy es, como la de los setenta, fruto de un shock exterior, energético y alimentario, que sólo provoca daños, sin que se haya producido un proceso de crecimiento anterior. En casos como estos el derrumbe de la demanda puede acabar conteniendo los precios, pero no es seguro que así sea, por lo que el problema puede que no se limite a un brutal calentón de precios de un par de meses. En ese caso, las medidas que ha presentado el gobierno ante este reto serán apenas tiritas. Esto se pone feo.

miércoles, marzo 30, 2022

Negociaciones

Ayer fue un día de optimismo en el entorno de la guerra de Ucrania. Las declaraciones que trascendieron de las conversaciones de Turquía fueron valoradas positivamente por todos y los mercados así las interpretaron. El petróleo bajo y las bolsas subieron, especialmente las europeas, con un Ibex por encima del 2% de ganancia. La afirmación rusa de que va a reducir las hostilidades en torno a Kiev y la ucraniana de que sigue exigiendo una seguridad pero que no pase por su entrada en la OTAN fueron vistas, desde fuera, como concesiones de ambos contendientes en una guerra de desgaste que deja daños insoportables en el lado ucraniano y mucho más altos de los que se pudieran esperar en el lado ruso.

El gran problema de estas reuniones, y de lo que de ellas pueda salir, es la credibilidad de las promesas rusas. Siéntese usted a negociar con Putin, o sus emisarios, en una mesa, probablemente grande. De primeras, le aconsejo que no pruebe nada de lo que le ofrezcan, no le vayan a envenenar con a saber qué sustancia. Y tras ello, lea el pliego de proposiciones que Rusia dice que va a cumplir. ¿Se fiaría? Hasta el 23 de febrero el Kremlin juraba y perjuraba que no iba a invadir Ucrania, y que todo eso de una guerra no era sino el fruto de una histeria occidental basada en mentiras. Llegó el 24 y comenzó la invasión. Por ello, los antecedentes son, como mínimo, claros. La tendencia de Putin a mentir a sus interlocutores ya es total y su palabra no vale nada. Aquí debemos actuar en función de los hechos que vemos. El principal es que, sobre el terreno, la ofensiva militar rusa no va bien y que esa, y no otra, puede ser la causa profunda por la que Rusia decide bajar el pistón de sus ataques en algunas zonas, probablemente para reorientarlos hacia otras o para salvaguardar material y hombres, tratando de reducir unas bajas que sumarán los varios miles de efectivos. Rusia puede prometer en la negociación que sólo va a intervenir en la zona de Crimea y el Dombás, dando por sentado que Ucrania no tiene legitimidad alguna sobre esos territorios, cosa que es falsa, pero eso puede durar el tiempo que necesite el ejército de Putin para reorganizarse, refrescar vituallas y munición y diseñar una nueva contraofensiva que le lleve a nuevos territorios aledaños. No lo se, pero resulta evidente que, para la parte ucraniana, firmar un acuerdo con alguien que ya te ha pegado una dentellada en el país y matado a miles de los tuyos sin que exista una voluntad creíble de respetar lo pactado es, por ser suave, muy ingenuo. Supongamos que, milagros, se llega a un entendimiento y se firma un pacto. ¿Quiénes ería el garante de que se fuera a respetar por ambas partes y, sobre todo, por la agresora Rusia? La guerra actual ha dejado claro que las potencias occidentales defenderán territorio OTAN de los ataques rusos pero no se inmiscuirán más allá en un enfrentamiento directo con las fuerzas del kremlin en terceras naciones, y eso incluye a Ucrania. Putin lo sabe, y es consciente de que los planes esta vez no le han ido como esperaba, pero también que nada le puede impedir que, tras un acuerdo, en semanas, o meses, o el tiempo que él considere conveniente, pueda volver a fabricar excusas que le sirvan para lanzar una nueva ofensiva, en la que haya aprendido algo de sus actuales errores y volvamos a las andadas. Si los combates cesasen hoy mismo, cosa poco probable, las zonas arrasadas por la artillería rusa, que son lugares inhabitables, ¿en qué situación quedan? La gente que ha huido de ahí no puede volver a un montón de ruinas sobre las que nada se puede hacer durante mucho tiempo, y que requerirían décadas de inversión millonaria para convertirlas nuevamente en lugares donde poder vivir. ¿Se va a crear una fuerza internacional de interposición que patrulle por zonas fronterizas entre ambos países para garantizar la seguridad? Y esa fuerza, si se crea, ¿en qué problemas se mete si se produce un incidente que cuesta la vida a tropas rusas?

Como ven, está todo muy en el aire, y aunque las conversaciones sigan, lo que es bueno, los combate son cesa, y la situación en la que se encuentren las fuerzas militares sobre el terreno será lo que determine la fuerza de negociación de las partes de cara a un futuro acuerdo de paz, o al menos de final de las hostilidades. Es por ello de esperar que Rusia, si quiere sacar concesiones duras de esa mesa, recrudezca sus ataques en el sur y este del país para controlar más territorio o, si quieren verlo de otra manera, aumentar la extensión de la zona arrasada, quizás con vistas para convertirla en una tierra de nadie que actúe como zona fronteriza. A saber lo que pasa por la mente de Putin, y cuáles son sus siguientes jugadas. En todo caso, nula fiabilidad de lo que salga por boca del sátrapa y sus tentáculos.

martes, marzo 29, 2022

Estrategia rusa en Ucrania

Si lo que pretendía Putin era un golpe quirúrgico que descabezase el poder en Kiev y equivaliera a una asonada clásica, sin destrucción asociada, su fracaso era evidente a las pocas horas del inicio de la guerra. Si buscaba una intervención militar veloz, una copia de la Blitzkrieg alemana, con incursiones profundas arrasando y dominando el territorio, noqueando al enemigo, su fracaso fue evidente pasadas las tres o cuatro semanas de la guerra. Si buscaba la rendición de la sociedad ucraniana y su sometimiento es obvio que hoy, poco más de un mes después del inicio de los combates, el fracaso es tan absoluto como cruel el resultado sobre el terreno.

En todas las frases anteriores existe una duda de fondo que hace muy difícil saber dónde estamos y hacia dónde nos dirigimos, que es saber lo que realmente quería Putin. Visto con perspectiva, los preparativos de guerra que se realizaban en la frontera entre Bielorrusia y Rusia con Ucrania era algo planificado desde hace meses con vistas a un tipo de intervención, y las negativas rusas de que fuera a producirse ataque alguno eran mentiras tan enormes como los tanques de Vladimiro, pero a partir de ahí la duda crece, y no está nada claro hasta dónde llegaban las intenciones del Kremlin con esta guerra. Si fuera por el discurso de Putin del primer día, en el que anuncia esa “operación especial” como el la llama, su objetivo sí sería arrasar con todo el país y derribar a un gobierno que tacho de nazi y drogadicto. Hoy, a finales de marzo, parece que eso no va a ser posible, aunque la situación es cambiante, y la legitimidad mundial de Zelensky es tan inmensa como el atasco de las fuerzas militares rusas. Rebobinemos la película. Sabiendo donde estamos ¿Hubiera lanzado Putin su guerra? Si la respuesta es que no tendríamos la solución al acertijo y podríamos calibrar la dimensión del fracaso ruso, pero el único que puede contestar a esta pregunta es el sátrapa que usa las mesas alargadas como medio de intimidación. El anuncio de este viernes del ejército ruso de que quiere centrarse en el este del país, en la zona del Dombás, fue interpretado por muchos como una muestra de retirada parcial, de intento ruso de acotar una guerra que no marcha como espera, y en parte es cierto, pero el ataque del sábado a Leópolis, o Lviv, con Biden al otro lado de la frontera polaca fue una señal de que para Rusia a lo mejor las zonas de invasión son unas pero el conjunto del país se puede utilizar como campo de tiro y pruebas de armamento. No se si el plan que ha salido algunos medios de partir la nación en dos es lo que pretende Moscú, pero una cosa sí está clara, el nivel de destrucción de infraestructuras que está sufriendo el país es enorme, y sin ellas el porvenir de la economía ucraniana es sombrío. Nadie va a querer invertir en la reconstrucción de un territorio que puede quedar a merced de un nuevo arrebato ruso en el caso de que se llegue a una especie de acuerdo de alto el fuego, y con ciudades arrasadas, vías y carreteras laminadas, aeropuertos convertidos en chatarra e industrias volatilizadas el concepto de Ucrania como nación viable empieza a ser, simplemente, una quimera. En condiciones normales, si la guerra se acabase, reconstruir lo que se está destruyendo estas semanas llevaría años, por no hablar de la vuelta a una vida de cierta confianza por parte de los supervivientes, por lo que a estas alturas de la guerra no se si el plan ruso es hacerse con el control de algo o, directamente, destruir todo lo que pueda en un arrebato de furia que le haga tener la sensación de que se ha cobrado una venganza irracional. Cada edificio de viviendas que Rusia destruye, cuyos ocupantes o mueren o sobreviven, pero todo lo pierden, es una sangría más que cierra el futuro de la nación ucraniana, que la hunde en el medievo económico y, si me apuran, paisajístico. Destruir por destruir, ¿es ese el objetivo de Putin?

Más allá de las conversaciones de paz de estos días, que tienen mucho de teatro y, por lo visto, algo de tóxico envenenamiento, hay una fecha en el horizonte que es el 9 de mayo, día en el que Rusia conmemora la victoria de la URSS sobre las tropas nazis en la II Guerra Mundial, lo que allí se llama la “gran guerra patriótica”. Es un día festivo en aquel país y suele ser objeto de desfiles patrióticos y militares, y no sería un mal momento para que Putin trate de exhibir, ante los suyos, los “logros” de esta guerra. ¿Cómo estarán los frentes para entonces? ¿Se habrá producido algún avance significativo en la ofensiva rusa? Difícil saber algo. Nada es seguro sobre el terreno y las fuerzas militares que combaten adolecen de graves, y distintos, problemas internos.

lunes, marzo 28, 2022

Cultura de la cancelación, a puñetazos

En EEUU, donde suele surgir casi todo, nació la llamada cultura de la cancelación, esa terrible moda por la que todo el mundo puede sentirse ofendido por cualquier cosa que se haga o diga, ahora o en el pasado, y exigir por ello la retirada de lo que ha generado esos presuntos agravios. Casi todas las ramas del arte y la cultura se han visto afectadas por esta ola, que mezcla hipersensibilidad, puritanismo, hipocresía, afán de notoriedad, ego desmedido y, en muy pocas dosis, razones justificables. Ante esta avalancha, creadores, cómicos y demás han elevado la autocensura hasta límites absurdos, tratando de sobrevivir y. así, seguir ingresando dinero. Muchos no lo han conseguido y otros, vía desvirtuándose por completo, malviven.

Lo que se ha producido esta noche en la gala de los Oscar es el reflejo extremo, absoluto, de este mal, muestra absoluta de la intolerancia que nos corroe, y que se ha expresado no ya en forma de queja o protesta, sino directamente como puñetazo, agresión física. Will Smith, actor famoso en el mundo entero, con fama de macarra, que ha sabido explotar su papel en películas de acción y, también, sentimiento, ha subido al escenario y le ha dado un puñetazo a Chris Rock, que en ese momento estaba ejerciendo de presentador y hacía unos chistes sobre los nominados. Uno de ellos hacía referencia a la mujer de Smith, rapada, que, al parecer, sufre problemas de alopecia. A ella y a Smith no le ha hecho gracia alguna de las bromas que Rock ha dicho sobre el aspecto de la cabeza pelona, y en un momento dado Smith se ha levantado, ha subido al escenario y le ha soltado un puñetazo al cómico, volviendo a su sitio y gritando de paso que no se le vuelva a ocurrir a hace broma alguna sobre su mujer, todo ello en medio de los típicos “fuck2 que en inglés reducen a la redundancia la amplia riqueza del español para cargarse en alguien, su parentela directa y allegados. La escena es chusca, violenta, desagradable y propia de un grupo de pandilleros, o nada diferente a lo que se puede ver habitualmente en los campos de ese deporte en el que se pegan patadas a un balón. El comportamiento de Smith es injustificable bajo cualquier punto de vista, no hay excusa alguna que pueda ampararlo. Favorito como era, ha ganado la estatuilla a la categoría de mejor actor, y al recogerlo se ha disculpado ante la academia, no ante el agredido, y ha tratado de enmarcar su comportamiento en lo que uno puede llegar a hacer por amor, y claro, no es lo mismo, pero me viene a la mente todos esos episodios de violencia machista donde él pega a ella, o la mata, y lo hace por amor. No, no y no. Nada puede justificar una agresión, y menos un chiste. No se si Rock ha estado gracioso o no, ni me importa, ni importa lo más mínimo, porque ese no es el tema de fondo. Uno puede y debe aguantar críticas, bromas, ironías y chanzas de todo tipo. Algunas serán mejores que otras, algunas tendrán buen gusto y otras no, las habrá ingeniosas y chabacanas, pero las cosas son así. Nadie tiene el derecho de imponer como sagrado sus creencias, perspectivas, ideas o figuraciones, y considerar blasfemo a quien así no las trata, pudiendo de esta manera ejecutar castigos reparadores. Eso es lo que han hecho las religiones durante toda su existencia, utilizando su poder para castigar a los que osaban a no respetar la creencia sagrada. Llámenlo inquisición, o ley islámica, o tabú, alguien consideraba en algún momento que un tercero no había respetado una figura sagrada, se había mofado de ella, o la había ridiculizado, y eso era excusa para la tortura y muerte. Smith se ha convertido en juez y ejecutor de una norma que él mismo ha dictaminado, que su mujer Jada Pinkett es sagrada y nada ni nadie osan hacer risa alguna a su costa, y amparado en su poder y, sobre todo, sus músculos, ha agredido a una persona porque ha hecho un chiste sobre ella. En nada se diferencia su actitud de la de los talibanes que ejecutan a los que son pillados en pecado, o la del patriarca de Moscú, que bendice la cruzada de Putin en Ucrania. La intolerancia se ha encarnado esta noche en Los Ángeles en forma de actor de fama mundial.

Lo que ha hecho Smith es el sueño húmedo de los infinitos dictadores que nos rodean y que, en tiempos de redes, ejercen la censura sin piedad contra todo aquello que disgusta sus opiniones. Como no pueden salir a pegar a quien opina en contra de ellos, se dedican a insultar, a malmeter, a acosar y hundir a quien opina en contra de su santa voluntad. A partir de hoy queda abierta la veda para que un ofendidito de los millones que cada día surgen por doquier pase de las denuncias e insultos a la agresión hacia quien cree que le está faltando al infinito respeto que posee. O quizás, a la contra, empecemos a darnos cuenta, todos, de que hay ideas que merecen ser respetadas, otras no, todas pueden ser criticada y el ser humano es sagrado y su vida e integridad nunca, nunca pueden ser violentadas.

viernes, marzo 25, 2022

Ser anciano en Kiev

Hace unos fines de semana, la última vez que estuve en Elorrio, veía con mi madre una de las emisiones del telediario centradas en la guerra de Ucrania. Había tenido lugar un bombardeo en un área residencial y, con la mañana, algunos residentes se atrevían a salir para ver los resultados y buscar provisiones. Entre ellos había personas mayores, no pocas, y decía mi madre que, de ser la guerra en mi pueblo, ella tenía muchos dolores y que no se movería de casa. Tiene una movilidad reducida por artrosis y desgastes óseos de todo tipo, y yo le comentaba que eso opinaba ahora, pero que el miedo a la muerte que trae la guerra da fuerzas para correr y huir. Ella me lo negaba.

Lo cierto es que me quedé pensando cómo se vive una pesadilla así cuando eres mayor, estás limitado y la vida convencional ya suele ser bastante cuesta arriba, a veces imposible, si estás postrado en la cama o vives en un piso en el que no tienes ascensor. Ucrania es un país europeo, pobre pero europeo, por lo que su demografía se parece bastante a la nuestra; familias cortas y elevada media de edad, con mucha presencia de personas mayores de sesenta años y poca de jóvenes. Quiso la casualidad que ayer Almudena Ariza, a la que mencionaba hace un par de días sobre el papel de los corresponsales de guerra, hiciera un reportaje para el telediario sobre la vida de algunas de esas personas mayores que están en la capital, sometidas como todas a los bombardeos y la penuria, pero con una situación agravada por, en muchos casos, depender de otros para subsistir. En la crónica aparecía una mujer impedida, que estaba en casa postrada en una cama, y otra señora mayor que convivía con ella y era su cuidadora. Amabas eran mayores, y parecía que la enferma no pudiera ser muy conscientes del desastre que se desarrollaba a su alrededor, pero desde luego su cuidadora sí, y se las veía y deseaba para poder conseguir víveres, agua, y otros recursos básicos, incluyendo los de higiene femenina, para que ambas pudieran seguir una mínima vida normalizada. El grado de dependencia de la enferma era total, y esa carga, que es sabido hasta qué punto supone un esfuerzo en la vida de los que a ella tienen que enfrentarse, ahora, en la guerra, resulta casi inabordable. En la crónica también aparecieron un par de mujeres mayores, de ochenta y noventa años, con una lucidez llamativa, evidentes problemas de movilidad en cadera y piernas, asidas a sus bastones, que deambulaban por calles llenas de escombros en busca de algo de alimento, de alguna tienda o mercado que pudiera estar vendiendo cosas, en una mañana bastante despejada y, sospecho, fría. Los comentarios de ambas eran muy similares, haciendo memoria de sus años jóvenes o infantiles, en los que la Segunda Guerra Mundial estaba presente de pleno, y los daños que aquel horrible conflicto produjo en sus vidas y país. Confesaba la de noventa que ella sí lo vivió de niña, que recuerda poco, pero que lo que nunca esperaba era volver a pasar por la experiencia de la guerra, y menos a su edad, en la que uno está ya de vuelta de todo y se dedica a esperar y, en parte, a hacer balance de lo vivido. La imagen que ofrecían esas ancianas era de una entereza enorme, difícil de imaginar, en un contexto tan duro como el de la guerra, pero, a la vez, eran el vivo reflejo de la crueldad, de la absoluta mierda que es una guerra. Muchos, de edad menor, han podido huir de la ciudad, algunos se habrán llevado consigo a sus parientes mayores, pero es probable que otros muchos no habrán podido. Y En Kiev, como en todas nuestras ciudades, son miles y miles las personas mayores que viven solas, que no es que no tengan a nadie que las rescate, es que no tiene a nadie para nada, ni antes de la guerra ni ahora. Para ellas todo es mucho más difícil y sus posibilidades, escasas.

En las colas de refugiados que huyen del desastre vemos a muchas mujeres y niños, que dejan atrás maridos y demás parejas que se han quedado para combatir, pero no vemos personas mayores. Imagino que la inmensa mayoría de los ancianos de Ucrania siguen allí, en sus casas, o en lo que queda de ellas, a merced de las bombas rusas, del frío que entra por unas ventanas sin cristales y del hambre que provocan los combates. Al final de sus días, cuando más necesario es verse rodeado por los suyos, querido y, sobre todo, auxiliado, miles y miles de hombres y mujeres ancianos malviven en lo que va camino de ser la ruina de su nación, con unas posibilidades de salir de allí que se reducen cada vez más. Es un drama que se ve menos, pero resulta absolutamente insoportable ponerse a pensar en él.

jueves, marzo 24, 2022

Doble cumbre en Bruselas

Durante hoy y mañana Bruselas no va a ser sólo la capital administrativa de la UE, sino la sede oficiosa del poder occidental. Se celebra una doble cumbre que puede ser decisiva en el contexto que vivimos, cuando se cumple exactamente un mes del inicio de la guerra de Ucrania. Por un lado, la OTAN reúne a todos sus aliados, con la presencia de Biden encabezando la delegación norteamericana, y por otro los jefes de estado o de gobierno de los veintisiete tienen un consejo extraordinario para tratar temas económicos. El doble plano, seguridad y economía, va a estar presente en todo momento en todas las reuniones que se den. Y más nos vale que salgan acuerdos.

Hasta ahora ha habido un doble consenso occidental frente a la salvaje agresión rusa en Ucrania. Por un lado, dureza en las sanciones económicas para tratar de ahogar a la economía regida desde Moscú, con la esperanza de que eso corte los flujos que financian la guerra. Por otro, la negativa a entrar en guerra directa con Rusia por parte de la OTAN, apoyando hasta donde se pueda a Ucrania pero teniendo claras qué líneas no pueden ser cruzadas para que la guerra, ahora local, se convierta en Europea y, potencialmente, mundial. Si para lo segundo se ha alcanzado un acuerdo en el que el miedo y la hipocresía son los dominantes, para lo primero se ha actuado de manera firme y conjunta hasta donde han aparecido los auténticos escollos, en forma de los suministros de energía que Rusia da a Europa, y que Europa necesita para subsistir. Cerca de mil millones de euros al día es lo que los países europeos pagan a Rusia por petróleo y, sobre todo, gas. Y es sabida la dependencia de ciertas naciones, especialmente en el centro y este del continente, del suministro que se lanza desde Moscú. Ha habido pleno acuerdo en la ruptura económica total con la excepción de los suministros energéticos, lo que también esconden algo de hipocresía y, sobre todo, miedo a la reacción social ante un corte energético que, vía escasez, suma a nuestras sociedades en un caos. Recordemos que, en nuestras naciones, a diferencia de Rusia y otras dictaduras, los gobernantes son elegidos por el voto de los ciudadanos y las opiniones públicas pesan y pueden tumbar gobiernos. Sin que se haya producido el corte de esos suministros rusos el precio de la energía ha subido notablemente y se producen manifestaciones y huelgas por doquier contra un alza de costes que afecta a todos. Pruebe a pasarse por el supermercado y verá las consecuencias directas de esos paros. Ante este problema, grave, empiezan a surgir grietas en la unidad de acción de las naciones europeas, y los gobiernos sienten distintos grados de presión de sus opiniones públicas y las afrontan con distinto grado de endeudamiento en sus finanzas públicas. Escojamos dos extremos. Alemania y Países Bajos son muy dependientes del gas ruso, cerca de un 40% de su consumo viene de allí, y tienen presupuestos saneados, que serían capaces de afrontar costes derivados del alza de los precios para mitigarlos. España y Portugal, que apenas consumen gas ruso, en torno al 8% de nuestra cesta de la compra energética, tienen economías sobreendeudadas, con ratios cercanos al 130% del PIB, y aún no han logrado volver a los niveles de actividad prepandemia, por lo que poseen serias restricciones para abordar el incremento de costes energéticos y establecer políticas de subsidio que lo palíen. Entre medio, decenas de países con ratios de dependencia energética y de deuda de todo tipo, que afrontan conjuntamente el incremento internacional de precios y la amenaza de chantaje por parte de Putin y su gasolinera. Lograr un acuerdo de mínimos en este tema va a ser muy difícil, aunque sería necesario para mantener la imagen de unidad que, hasta ahora, se ha ofrecido frente a Moscú. Una cumbre europea en la que el resultado sea que cada nación adopte posturas distintas sería una grieta peligrosa que mostraría nuestra división, algo que a Moscú le beneficiaría.

Más fácil parece alcanzar acuerdos en la cumbre de la OTAN, sobre todo porque ahí se tiene muy claro a qué escenario no se quiere llegar. Probablemente las naciones se comprometan a aumentar sus presupuestos de defensa al 2% del PIB (cómo se pagará eso se dejará para mucho más adelante) y se refuercen los contingentes que se sitúan en la frontera este. Parece que Zelensky hablará en ambas cumbres, siendo su discurso muy escuchado y aplaudido, pero, en la práctica, poco tenido en cuenta, porque el miedo a Rusia es evidente. Se debieran tratar escenarios en función de la esperada evolución militar del conflicto, que puede enquistarse y ser largo o más breve y convulso, y qué hacer si Rusia acelera y utiliza armamento no convencional. Probablemente sepamos poco de estos análisis, pero alguien los estará haciendo, ahora.

miércoles, marzo 23, 2022

Periodistas en la guerra de Ucrania

Almudena Ariza es la cabeza visible del tercer equipo que ha mandado TVE a Kiev para seguir las evoluciones de la invasión rusa. Antes de que empezase la guerra fue Víctor García Guerrero el que se desplazó a esa ciudad y, pasada la primera semana de combates, Óscar Mijallo, veterano curtido en varias situaciones de riesgo, se trasladó del sur del país a la capital para hacer el seguimiento. A lo largo de esta semana, coincidiendo con el final de la cuarta de ofensiva rusa y de asedio de los ucranianos, Almudena ha dejado su corresponsalía en Nueva York para ser testigo del horror que se vive en las calles de Kiev.

El periodista de guerra es una subespecie en el ecosistema de la información que ha dado grandes nombre y joyas en forma de crónicas, libros y reportajes. Se asocia a la aventura y el riesgo, y pese a que sigue teniendo un cierto aire romántico, no deja de ser el punto en el que el informador se encuentra más cerca del horror de la guerra, de lo que hay que narrar pero es imposible soportar, y allí donde su propia vida corre el riesgo de terminar de la misma manera que la de los combatientes a los que observa. Las tres últimas muertes de periodistas españoles enviados a guerras muestran que el oficio es duro, peligroso y no apto para cobardicas. Ricardo Ortega en Haití, José Couso en Bagdad y Julio Anguita en Afganistán son nombres que todos recordamos, que ejercían una profesión necesaria, y que murieron a causa de ella. Son incontables los que han ejercido esta labor, y seguramente en España Manu Leguineche fue el padre de todos ellos. Un hombre especial, bastante autodidacta, que supo crear casi desde la nada, en un país en el que la censura de la dictadura lo hacía todo más difícil y la falta de medios exigía voluntarismo sin límites, toda una agencia de noticias especializada en la actualidad internacional, de la que era un apasionado. Viajero empedernido, Leguineche vivió las guerras de Indochina, lo que luego sería Vietnam, y enseñó a un montón de pupilos un oficio en el que, como no tenía nombre anglosajón, no era reconocido como maestro por los popes del gremio. Pero lo fue, y de los más grandes. Sus reportajes y libros son excelentes, y hoy en día se siguen leyendo con el gusto, frescura y poso que el bueno de Manu supo dejar en ellos. Discípulos suyos son gente como Javier Márquez, Gervasio Sánchez o Arturo Pérez Reverte, curtidos en batallas más modernas como las del golfo o los Balcanes, por mencionar las más conocidas, donde realizaron un trabajo excelente y, también, vieron cosas que les han marcado para siempre. Reverte hace muchas veces referencia a cómo la experiencia de la guerra marca a los individuos, los altera para siempre en sus escalas de valores y formas de comportamiento. Sobrevivir a eso, como participante o testigo, te hace ser otra persona, ni mejor ni peor, pero sí distinta, y eso te altera en tu vuelta a la vida normal, la que dejaste en tu casa, tan alejada del peligro. Nada volverás a verlo ni a valorarlo de la misma manera. Por eso el periodista de guerra es un personaje extraño, al que las emociones y cosas que apasionan al resto de miembros de la redacción de su medio le parecen ajenas, triviales, menudencias propias de conformistas residentes en la opulencia. Él ha visto lo que es el fin de la sociedad que conocemos, y eso no lo convierte en alguien orgulloso y distante, no, pero sí en una persona mucho más cínica, descreída, imposible de ser influida de la manera en la que son otros periodistas, porque ya ha visto lo que es realmente importante, y lo que cuesta conservarlo, y lo que es que alguien lo pierda. Uno puede dejar de ser periodista, como lo hizo Reverte colgando sus credenciales de TVE, pero no puede no haber estado en la guerra y olvidar lo vivido, extraer de su cuerpo las cicatrices, las visibles pero, sobre todo, las ocultas, que ese horror diario le ha dejado. Como el alcoholismo y otras adicciones, el que allí ha estado siempre será un ex, nunca podrá recuperar la vida que poseía antes de ir.

Una labor en la que todos los combatientes de la guerra ponen mucho empeño es en ocultar lo que hacen, engañar, esconder las mayores vergüenzas, y mentir para que la información sea también un arma a su servicio. Por eso es tan importante la labor de los medios de comunicación en las guerras, por eso es tan necesario que ese trabajo sea desarrollado por profesionales curtidos, serios, pausados, no adictos al espectáculo, que no vean el horror de la guerra como un show para conseguir audiencia, sino como el relato de una noticia, enorme, trascendente, gravísima. En esto TVE lo está haciendo muy bien en esta guerra, y desde aquí mi reconocimiento a sus profesionales, equipos, ayudantes y colaboradores.

martes, marzo 22, 2022

Crece la conflictividad social

Durante la crisis del coronavirus se produjeron pocas manifestaciones de índole laboral. Quizás por la dimensión de lo que estábamos viviendo, la situación de shock que dejó noqueada a la sociedad durante varios meses, y la puesta en marcha de medidas como los ERTEs, que permitieron sostener muchos empleos cuando hubieran estado abocados a la extinción casi con seguridad hizo que la conflictividad fuera muy baja. La práctica ausencia de negacionistas en nuestro país, algo de lo que debiéramos estar orgullosos, nos libró de violentas y patéticas broncas como las vividas en Francia, Bélgica o EEUU, por citar algunos lugares.

Ya no es así. La guerra de Ucrania ha exacerbado una serie de problemas económicos que despertaron con fuerza durante la salida del confinamiento global, a lo largo del año 2021, especialmente el caos logístico y la inflación, y ha convertido a estos tiempos en la antesala de una situación conocida en los años setenta como estanflación, una fea palabra que combina aumento de precios con recesión económica. ¿Estamos ya ahí? No, no, aún no, y hay que tratar de que se “aún” se convierta en permanente, pero sí tenemos, y consolidada, una inflación altísima, del orden del 7% en España, que desbarata previsiones, contratos, clausulas de revisión automática como las de los alquileres o pensiones, y es un mazazo a las rentas de la clase media y trabajadora. La inflación es un impuesto a la pobreza, y lo es más cuanto más pobre es quien a ella se enfrenta. Determinados sectores profesionales son los primeros que se ven sometidos a ella y perjudicados, pero luego llegan los llamados efectos de segunda ronda, cuando esos aumentos de precios de algunas materias y bienes se filtran a todos los demás y se genera un proceso sostenido de alzas de precios, que es de lo peor. En el caso actual estamos ante un clásico shock de precios energéticos, derivados directamente de la reactivación económica postpandémica y acelerados por la guerra de Ucrania. La guerra también va a provocar un shock de precios locales en artículos concretos como cereales, fertilizantes, aceite de girasol y algunas materias primas industriales y mineras, todos ellos producidos en gran cantidad por Rusia y Ucrania, y sujetos o bien a sanciones o a imposibilidad física de comercio por la propia guerra. Los agricultores y transportistas han sido los primeros en notar el golpe de los precios en sus cuentas de resultados, porque arrancar el tractor o el camión por la mañana supone directamente consumir un combustible que casi se ha doblado de precio. La imposibilidad de trasladar de golpe esos costes a una cadena de suministro que ellos no controlan les ha abocado al desastre, con unos ingresos que no suben y costes que se disparan sin cesar. ¿Opciones? Pocas, y una de ellas, obvia, es protestar. Las huelgas en esos sectores van a más y su repercusión crece a medida que sus productos no se recogen o trasladan a los mercados. En un país como el nuestro, en el que la logística de distribución dependen, casi en exclusiva, de los camiones, con nula presencia del transporte fluvial y poco más que anecdótica del ferroviario, un paro de tráileres es la vía rápida para llegar al estrangulamiento de toda la cadena productiva. La industria, que ya había empezado a cerrar plantas algunos días y horas por el coste de la electricidad, empieza a hacerlo muchas jornadas seguidas por la falta de suministros de piezas o materias primas, que llegan en unos camiones que no circulan, y en una producción en cadena como la que caracteriza a nuestras sociedades la ruptura de unos eslabones acaba provocando el cierre de los siguientes cuando el stock de provisiones que tienen las empresas, que es caro de mantener, se agota. Y de ahí a la sensación de desabastecimiento, el tiempo es escaso.

Estos problemas, que es cierto que se han disparado aún más tras el inicio del espanto ucraniano, vienen de varios meses atrás, y resulta inconcebible la falta de visión y reflejos de un gobierno que, cierto, no puede hacer frente a todo, pero sí que podía haber tomado medidas para paliar las cosas y ganar algo de tiempo antes de que soluciones más a largo plazo y, probablemente, europeas, alivien facturas como la eléctrica. Otras naciones hay han tocado, de manera extraordinaria, la fiscalidad de los combustibles para apaciguar los ánimos y amortiguar el golpe. Aquí, con un presupuesto ahogado en una deuda pública que escala hasta el 130% del PIB, no se ha tocado figura alguna. Y la bronca crece en la calle.

lunes, marzo 21, 2022

Volantazo en el Sahara

Una de las pocas cosas que eran ciertas en la crisis ucraniana es que, aunque íbamos a sufrir el encarecimiento del precio como todos, España no estaba sujeta al miedo de verse sin acceso al gas por la casi nula dependencia que tenemos de Rusia, a la que apenas compramos el 65 – 7% de lo que consumimos. El 40% que representa, sobre el total de lo que consume, el gas ruso para Alemania es lo que, para nosotros, supone Argelia, y el resto proviene principalmente de envíos de gas licuado vía barco con una creciente presencia de EEUU. Si Putin corta el grifo a Europa en España tendríamos gas, carísimo, pero no faltaría.

Pues nada, esa certeza ya la pueden tirar ustedes a la basura, porque en este contexto de realidad mutante y enloquecida que vivimos, el pasado viernes por la tarde nos enteramos, vía gobierno de Marruecos, que hemos cambiado nuestra tradicional postura de apoyo al pueblo saharaui en su demanda de un referéndum de autodeterminación para pasar a respaldar la idea marroquí de que el Sahara occidental es un territorio más propiedad de la nación alauí, sobre la que se podrá determinar un cierto estatuto de autonomía, pero siempre bajo el control y soberanía de la monarquía que reside en Rabat. Desde la descolonización de los años setenta, en pleno hundimiento del franquismo, la posición de los gobiernos españoles ha sido siempre la misma, la pro saharaui, defendiendo las resoluciones de la ONU que amparan a ese territorio, como parte de un proceso de descolonización, a ejercer el derecho a un referéndum para determinar qué es lo que quiere ser. Esta postura, defendida con vehemencia por la izquierda y apoyada por la derecha, ha sido uno de los ejes fijos de nuestra política exterior. Cierto es que el ardor con el que se ha enarbolado desde las autoridades ha sido escaso, porque siempre nos ha metido en líos con Marruecos, socio estratégico, vecino indispensable y poseedor de, entre otras cosas, la llave que abre y cierra los flujos migratorios sobre Ceuta, Melilla y Canarias. El que, de repente, sin previo aviso, sin información alguna de nuestro gobierno, se cambie de estrategia completamente, los 180 grados de rigor que exige la metáfora rupturista, es toda una sorpresa, y hace que casi todos los que han sido pro saharauis de corazón, muchos de ellos de las formaciones de izquierda, se vean colgados de la brocha por un gobierno que, precisamente, es de los suyos. Es divertido comprobar como lo que hasta el jueves era imposible el viernes por la tarde empieza a ser una decisión sensata, y hasta qué punto las órdenes de Moncloa se cumplen en los medios afines y, cada vez más, económicamente dependientes del gobierno. Más allá de la ridiculez de algunas de las cosas que hemos escuchado por boca de portavoces gubernamentales este fin de semana, es exigible una clara explicación de qué es lo que ha pasado para dar este giro abrupto, que soluciona por ahora la crisis que teníamos abierta con Marruecos, pero nos abre un roto con Argelia, nuestro suministrador de gas, que es un tradicional aliado de los saharauis y su brazo armado, el Frente Polisario. ¿El infame asalto orquestado por Marruecos el año pasado mediante el uso de carne de cañón inmigrante contra Ceuta asustó tanto al gobierno que ha sido la causa de esta decisión? La no reversión por parte de la administración Biden de la decisión de Trump de reconocer la soberanía marroquí de ese territorio ¿nos ha condicionado? El que la posición americana hiciera que varios países europeos acabasen por unirse, especialmente Francia y Alemania, y nos dejase solos, ¿nos ha presionado?. En el contexto de la guerra de Ucrania, donde se deben unir las filas con los aliados, ¿ha sido una exigencia este cambio por parte de EEUU? ¿Se informó a Argelia de esta decisión, como afirman algunas fuentes del gobierno y se desmiente desde Argel? ¿Está garantizado el suministro de gas argelino? ¿Se ha realizado un acuerdo a varias bandas entre naciones europeas y Argel para que la protesta formal que se ha presentado en Madrid no vaya a más? ¿Por qué esto ahora?

Si quieren podemos llenar páginas y páginas de preguntas, a cada cual más interesante, sobre las que no tenemos respuesta alguna, y que sólo el desgobierno que nos rige puede aportar algo. Bueno, una parte del desgobierno, la otra, la de Podemos, vuelve a sufrir un golpe tremendo dado que ellos sí han sido pro saharauis en todo momento, y ahora van a legitimar, con su presencia en el consejo de ministros, una decisión que, para sus postulados políticos, es aberrante. Otra más, sí, pero esta con gran carga simbólica. Dado como funcionan aquí las cosas los de Podemos harán lo posible por seguir cobrando y no dimitirán, y el resto del gobierno apenas aclarará nada sobre una decisión tan inesperada y trascendente. Que nos tengamos que enterar de algo así porque lo publica Rabat, es alucinante la ineptitud que nos rige.

viernes, marzo 18, 2022

Esto es la leche

En mi rutina de compras en el supermercado, acudo semanalmente a uno para abastecerme de lo básico, con una lista bastante cerrada y un coste que, normalmente, es ridículo para lo que uno entendería como la compra semanal. Pero más o menos cada dos meses y medio cojo el carrito de la compra y voy a una gran superficie que está relativamente cerca de casa para renovar las provisiones de leche. Soy débil y no tengo coche, y la leche pesa mucho, por lo que aprovecho el carrito para llenarlo con cuatro paquetes de seis litros cada uno, lo que me da para el tiempo que, aproximadamente, les he mencionado antes. El camino de vuelta a casa es algo cuesta arriba y ese es uno de los pocos ejercicios que, a veces, hago entre semana.

Ayer me tocó ir a por la leche, dado que tenía apenas un par de litros en casa y la previsión inestable dejó la tarde de ayer sin precipitación a la vista (ir con el carro cargado y lloviendo no apetece a nadie) así que, tras llegar a casa del trabajo, ya con las farolas encendidas, me cambié, pillé el carro y allí me fui. De entre las múltiples marcas que hay en los lineales suelo comprar una que me gusta y cuyo diseño de los envases maximiza las posibilidades de ser almacenada tanto en el carro como en el frigorífico. Y sí, si todos tenemos manías, quizás yo más. La cuestión es que entré en la superficie comercial y me encaminé al lineal de leche. Ya sabía que empezaba a haber restricciones y problemas con el abastecimiento de leche a cuenta de la huelga de la plataforma de camioneros, y de paso que me aprovisionaba quería palpar un poco la sensación que había al respecto, y cuando llegué a la zona del establecimiento de interés me di cuenta de que los efectos de la huelga eran evidentes. Además de cierto desorden era evidente que faltaban varias marcas de leche, entre ellas la que yo pretendía llevarme, y que no eran pocas las señoras que preguntaban a un par de empleados que andaban por allí por los problemas de suministro que habían oído por la “tele” y que si eso era cierto o no. Por lo que pude escuchar de una de esas conversaciones un empleado comentaba que, en efecto, no les iban a llevar más pedidos a corto plazo por la huelga, y que lo que tenían disponible era lo que se veía en el lineal y algo más en el almacén del establecimiento, pero de las mismas marcas que se podían ver en la tienda, no de otras. Ante la ausencia del producto que yo quería, cogí el mismo número de paquetes y litros de otra marca, también buena, pero cuyo diseño de envases no es ni mucho menos el óptimo, pero ante la restricción toca aguantarse. Cogí otro par de cosas que pesan que suelo aprovechar cuando llevo el carrito y me encaminé hacia las cajas, donde había el movimiento habitual de un día de compras, sin ninguna sensación anómala. Delante de mí iba estaba un matrimonio, al menos pareja que así me lo parecía, dejando un montón de cosas en la cinta y, entre ellas, dos botellas de sidra, que fue de lo último que depositaron. En un momento dado, mientras la empleada de la caja les iba pasando el montón de productos que habían comprado, le escuché a él decirle a su pareja “vale, hemos comprado sidra para festejarlo, pero si llega el apocalipsis de verdad nos pillamos el champán del caro” por lo que intuyo que en esa casa, quizás este fin de semana, algo se celebrará pero no por todo lo alto, o no al menos con la sensación de que este mundo se va a acabar en las próximas cuarenta y ocho horas. Imagino que en la conversación de la pareja aparecería en algún momento Putin y sus malnacidas acciones, como causante posible de ese fin del mundo que, a esos consumidores, no les pillaría de buenas a primeras con champán, pero sí con la nevera y armarios caseros llenos de productos, que hacían que su carro de la compra prácticamente rebosase. Apocalipsis con hambre no, desde luego, en ese hogar no.

Tras pagar mis cajas de lácteos y sospechar que en el lineal del producto el stock de oferta se estaría restringiendo a pasos agigantados, comprobé lo que sabía, que el diseño de los paquetes de esa otra marca no es nada óptimo para su transporte por el carro. Conseguí meter dos de ellos en la parte inferior del mismo, con bastante esfuerzo, pero era imposible hacer que los otros dos entrasen en la misma posición en el piso alto, y eso que estuve unos minutos tratando de lograrlo, emulando un tetris tridimensional que, a buen seguro, daría para un video cómico de esos que circulan por las redes, metiendo y sacando paquetes hasta frustrarme con ello. Apilados de mala manera, logre que el carro pudiera portarlos, pero en una situación algo desequilibrada, lo que me hizo ir despacito y con mucho cuidado en el viaje de vuelta a casa para evitar caídas.

jueves, marzo 17, 2022

Rusia se empantana en Ucrania

Putin está enfadado, lo que es bueno y malo a la vez. Bueno, porque significa que su plan de toma rápida del poder del país se ha frustrado por completo, tanto por las ineptitudes propias de un ejército caduco como por la valiente resistencia de las milicias y el conjunto de los ucranianos, y malo porque cuanto más acorralado se vea más tentaciones tendrá de actuar de manera errática, impulsiva, peligrosa, para salvar su posición. Eso introduce un factor de desestabilización en el desarrollo del conflicto que lo hace aún más impredecible, y supone nuevos riesgos. Sólo él es capaz de saber cómo y cuándo acabará esta carnicería.

En una aparición pública de ayer, el mandatario ruso, que hablaba por videoconferencia con varios de sus ministros, soltó una retahíla de tópicos que podían salir del manual del supremacista, ensalzando las virtudes eslavas y condenando a todos aquellos de los que él considera suyos, en el sentido de compatriotas y de propiedad personal, no se implican en la guerra como es debido. Huelga decir que sin llamar guerra a lo que lo es. Alusiones a los quintacolumnistas que sabotean desde el interior los esfuerzos militares, menciones llenas de desprecio a los que, según él, se dicen rusos pero viven fuera y allí mantienen su fortuna, y llevan una vida occidentalizada. Sólo le faltó acusarles de pecadores, en aras de mantener el discurso mesiánico que enarbola sin cesar. Putin estaba enfadado en esa alocución, y no lo disimulaba. Las cosas no van como esperaba antes de lanzar su ofensiva, y esto, como antes mencionaba, lo hace más peligroso. A la vez que escuchábamos estas declaraciones se hacían públicos presuntos avances en la mesa de negociación abierta entre los gobiernos ruso y ucraniano, con un plan de quince puntos que al parecer sólo recoge las peticiones rusas, no acuerdo alguno entre las partes, intentando transmitir la sensación de que las conversaciones avanzan hacia un armisticio. Hay que ser muy cautos con todas estas noticias, no sólo porque como casi todas ellas, en momentos de guerra, responden a estrategias de parte y no serán plenamente fiables, sino porque nos pueden llevar a ilusiones y esperanzas que, frustradas, aumenten la desazón que provoca esta guerra. La palabra de Putin ha demostrado ser nula, vacía. Días antes de la invasión negaba que tal cosa fuera a tener lugar cuando ahora resulta obvio que los preparativos para la misma se habían iniciado varios meses antes. ¿Por qué ahora creer que la posición negociadora rusa considera como válidos presupuestos que antes no contaban para nada? La exigencia de neutralidad de Ucrania siempre ha estado entre las imposiciones deseadas por el Kremlin, pero es distinta la situación de un país normal que adopta un estatus neutral que uno parcialmente arrasado por una invasión militar, y condenado a la miseria perpetua que es forzado a capitular. El que existan contactos y vías de diálogo es positivo, faltaría más, pero la verdad es que, como ayer decía el ministro de exteriores Albares, ya no me fío de las palabras sino de los hechos, y si Rusia dice que está dispuesta a acordar algo a la vez que mantiene bombardeos indiscriminados por gran parte del territorio ucraniano la sensación que ofrece es de engaño y crueldad. Y todo acuerdo que se pueda llegar a firmar con un sujeto como Putin estará sujeto a una falta de credibilidad enorme, dada la tendencia compulsiva a la mentira y el ocultamiento que caracterizan al dictador del Kremlin. ¿Cuántos como Macron desfilaron por las salas de grandes mesas escuchando mensajes de diálogo mientras la operativa militar se estaba diseñando? Sentirse engañado es una situación de la que uno sale enfadado, y sin ganas de volver a serlo.

El mero hecho de que el gobierno de Zelensky aguante al frente de lo que queda de Ucrania es algo que al dictador ruso le tiene que tener muy enfadado, viendo como a quien más desprecia no deja de crecer en respeto y admiración ante los ojos de todo el mundo. ¿Aceptará Putin un encuentro con su némesis? ¿Cuántos metros de mesa pondría el kremlin en ese escenario? ¿Firmaría un acuerdo Putin con el que, estando en frente, le habría derrotado moralmente, o aprovecharía para clavarle el bolígrafo en el pecho? Sólo el frío personaje que dirige las sombras del poder ruso es capaz de determinar el futuro de lo que nos espera, el resto son hipótesis, escenarios, dudas, rumores. La única certeza son los ucranianos muertos, asesinados, a diario.

miércoles, marzo 16, 2022

Polvo que todo lo cubre

Había ayer cierto cachondeo en las redes sociales sobre cómo se esfuerza el guionista de la trilogía que vivimos desde 2020 en superar sus tramas para hacer que se sucedan eventos de lo más impactante y capaces de alterar tanto nuestra rutica como la perspectiva desde la que contemplamos las cosas. Sin entrar en los sucesos trágicos, en los que la pandemia y la guerra de Ucrania suponen cotas absolutas, la meteorología y la naturaleza nos están dando que hablar sí y también, y si exceptuamos el hecho extraordinario del volcán de La Palma, Madrid se sitúa casi a la cabeza de todos los acontecimientos imaginables.

Probablemente pocas cosas puedan superar en impacto, destrozos y consecuencias a Filomena y su inmensa nevada, pero ayer se debió vivir aquí una especie de Filomena de polvo sahariano que, ahora mismo, de camino al trabajo, sigue existiendo posada en coches, aceras, jardines y todo aquello que esté en la calle carente de resguardo. Es como si en todas partes se hubieran puesto de acuerdo miles y miles de empleados de la construcción y, sin cesar, hubieran estado cortando ladrillos en cada casa, esquina, acera y puesto disponible. La sensación es realmente curiosa, y supongo que para los pulmones de cada uno, mala, y no les cuento para aquellos que tienen afecciones respiratorias. Afortunadamente ahora todos tenemos una provisión de mascarillas en casa, cosa de estos tiempos locos que nos han tocado, y estos días sí que es recomendable usarlas en exteriores no para protegerse de un virus que se encuentra muy diluido en el aire, sino para luchar contra este polvo que todo lo cubre. La calidad del aire, sometido a estas entradas de calima del desierto, es muy desfavorable, y por ello es necesario tomar precauciones, empezando por no forzar la respiración en el exterior vía hacer deporte o actividades similares. En canarias estos episodios son más frecuentes, diría que, incluso, demasiado frecuentes en los últimos tiempos, y allí están más acostumbrados a hacerlos frente y a adoptar medidas y comportamientos que mitiguen sus efectos, pero en la península, aunque se dan de cuanto en cuanto, concentraciones como las vividas ayer y hoy son totalmente excepcionales, y también lo es la extensión del fenómeno, que no se ha limitado, ni mucho menos, a afectar a la zona sur del país. Como les digo, Madrid está bastante sucia a cuenta del polvo, y el norte de España también pudo notar ayer cómo el polvillo rojizo se extendía por calles, aceras y todas partes. En Elorrio la concentración era menor que aquí, pero perfectamente visible y perceptible, y se juntaba, al soplar el viento sur, con el polvillo que emana de las fundiciones, por lo que el aire de ayer por la mañana era realmente sucio, turbio, y apestaba a una especie de amargor. Y si yo lo notaba, que tengo un olfato lamentable, piense usted en el ciudadano corriente. Saliendo de Elorrio rumbo a Bilbao me daba la sensación de que la concentración de polvo iba a más, depositado ya en los arcenes de las carreteras de forma que uno podía ver su traza, con los carriles de tráfico limpios, efecto de la rodadura de los coches, pero con el arcén convertido en un pequeño vertedero de polvillo. En el viaje de vuelta, especialmente a partir de Burgos, sentido Madrid, los arcenes ya no tenían una capilla, sino un depósito, que parecía fruto de haber sido apartado por una “quitapolvo” por así llamarla. Era una cobertura completa, nada esporádica, que se extendía por toda la carretera, kilómetro tras kilómetro, y si se fijaba uno bien podía ver que en los objetos fijos esa capa era igualmente visible y llamativa. Todo el país está cubierto de polvo del Sahara.

Hoy todavía las concentraciones serán elevadas, por lo que habrá que seguir tomando precauciones ante ello, pero es probable que a partir de esta noche el tiempo cambie y se empiece a retirar la masa que cubre todo el aire, por lo que dejará de depositarse en el suelo, pero eso no quiere decir que todo lo que pringa sin cesar se vaya. Las previsiones apuntan a algo de lluvia futura, sin excesos, que contribuirá a limpiar, pero es probable que parte del polvo se convierta en barrillo y su marca siga ensuciando durante mucho tiempo todo lo que uno pueda imaginar. No será dañino, pero sí molesto.

viernes, marzo 11, 2022

11M en Mariupol

Hoy es 11 de marzo, y se cumplen dieciocho años, ya, de los salvajes atentados yihadistas que asesinaron a casi doscientas personas en Madrid, en el mayor ataque terrorista sufrido en Europa. Se sucederán los homenajes a las víctimas y en recuerdo a esa matanza, tanto de carácter institucional como privado, y es probable que la lluvia acompañe a las lágrimas de los que no puedan evitar derramarlas de emoción al rememorar esa cruel tragedia. El bosque de los ausentes del Retiro empieza a coger porte tras los años transcurridos desde su plantación, y será imposible olvidar nunca aquellos días de angustia que nos rompieron un poco a todos, nos afectase en persona o a través de allegados o fuéramos sólo testigos de la historia.

De mientras esos actos tengan lugar, seguirá el asedio ruso a la ciudad costera de Mariupol, en el mar de Azov, una localidad que antes de que empezara la guerra de Ucrania contaba con una población de cerca de cuatrocientos mil habitantes, y que ahora, parcialmente desalojada por los que huyeron antes de los ataques y los que han podido escapar entre cohete y bombazo, acoge a un número desconocido de almas en pena cuyas vidas no valen nada a ojos del asesino de Moscú que determina la intensidad de los ataques. El objetivo ruso de tomarla para convertir al mar de Azove n un lago interior, conectando así por tierra Crimea y las regiones separatistas del Dombás es claro, y da la impresión de que nada va a logar impedirlo. La táctica que se sigue en Mariupol es la ya vista en Alepo o Grozny; el aplastamiento, el derrumbe de la ciudad, su arrasamiento manzana a manzana para que los aterrados supervivientes imploren por la derrota propia y no ya acojan a los invasores con alegría, sino con el mero deseo de que, convirtiéndose en sus siervos, salven la vida. No hay miramientos en las tácticas rusas, no hay prisioneros, no hay estrategias de inteligencia ni nada que valga, sólo la destrucción absoluta a base de bomba y miedo. ¿Cuántos 11M habrá hoy en Mariupol? ¿Cuántos habrá habido ya? ¿Cuándo seremos capaces de medir la dimensión de la tragedia que allí sucede en estos momentos? Surgen preguntas de horrendo contenido cuyo silencio como respuesta ahonda en el pesar, y siendo incapaz de imaginar lo que se vive en ese lugar me limito a sentir dolor, un dolor vacío que de nada sirve, que a nadie ayuda, que no ofrece consuelo para nada. Como cuando se produjo el 11M, u otros atentados terroristas, etarras o yihadistas, salíamos a manifestar nuestra repulsa, a sabiendas de que era algo inútil, de que no servía para nada lo que estábamos haciendo. Nada podría resucitar a los muertos, nada salvo el trabajo de los profesionales sanitarios aliviaría las heridas de los que habían sido tocados por el impacto del terror, nada iba a contribuir a sanar el corazón afligido de quienes habían contemplado el horror. Esas manifestaciones servían, sobre todo, para canalizar la rabia personal, para ver los rostros de otras personas que, como uno, nada tenían que ver con los autores de la salvajada de turno y que, como uno, nada podían hacer ya una vez que el atroz atentado había tenido lugar. Era una terapia de grupo para impotentes. También lo es este texto, y todo lo que estos días escribimos sobre la tragedia ucraniana desde lugares seguros, confortables, cálidos, protegidos, ajenos al impacto de los proyectiles. Volcamos el miedo y la rabia en las teclas y gritamos nuestra condena en artículos y manifestaciones, que de nada van a servir ante el plan del kremlin, que haya fracasado o no, hoy seguirá matando y, con muy elevada probabilidad, mañana también. Esto que leen es, desde luego, la impotencia de quien nada puede hacer.

A un ejército que ataca sólo se le puede oponer un ejército que responde, es así de cruel, y Putin sabe que, a pesar del heroísmo que muestran los ucranianos y de que sus planes de toma rápida del país han fracasado, el tiempo corre más a favor de su viejo pero enorme ejército que de las voluntariosas pero poco capaces milicias ucranianas. A base de 11Ms va a masacrar Mariupol y otras ciudades hasta que el país se rinda, y todo lo demás le dará igual. Hoy los recuerdos en Madrid y España mirarán a Atocha, pero un momento dado se girarán hacia el este, de donde ahora viene la ola de fanatismo terrorista, de donde surge el mal que destruye y mata. Ese mal que hace dieciocho años nos segó en esta ciudad como nunca antes lo habíamos experimentado.

Subo a Elorrio y me cojo dos días, por lo que, si no pasa nada raro, nos leeremos el miércoles 16. Cuídense y abran los paraguas, que lloverá.

jueves, marzo 10, 2022

El Endurance, recuperado

Hoy, cuando se cumplen dos semanas del inicio de la guerra de Ucrania, permítanme que dedique el artículo a una noticia conocida ayer que nos retrotrae más de un siglo al pasado y de la que podemos sacar lecciones en estos tiempos de tanto dolor. Ayer se hizo público el hallazgo de los restos del Endurance, el barco en el que Shackleton se embarcó hace poco más de cien años para realizar una de las expediciones polares más conocidas, duras, dramáticas, pero, también, memorables de la historia. El nombre de esa nave es un mito, y creo recordar que ha sido utilizado por última vez por Christopher Nolan en Interstellar, ya que así se denominaba la nave espacial en la que Cooper y el resto de la tripulación viajan hacia lo desconocido.

Admunsen y Scott ya habían protagonizado, años antes, la gran carrera por la conquista del Polo Sur, por llegar al lugar más recóndito del mundo en medio de los hielos perpetuos, y de todos es sabida la victoria del noruego, en 1911, y la tragedia del británico, que llegó a ese punto para ser el primero en contemplar la bandera clavada por Admunsen. Ni él ni sus acompañantes sobrevivieron al penoso viaje de vuelta. Una vez conquistado el polo, aún quedaban muchas cosas por descubrir, por lo que Ernest Shackleton encabeza una expedición que, partiendo de Inglaterra en plena Primera Guerra Mundial, busca cruzar el continente helado, siendo los primeros que lo hagan, y así de paso lograr cartografiar, en la medida de lo posible, un territorio continental del que no se sabía nada. Es mítico el anuncio que se puso en el Times de Londres para reclutar a la tripulación “Se buscan hombres para viaje peligroso. Sueldo escaso. Frío extremo. Largos meses de completa oscuridad. Peligro constante. No se asegura el regreso. Honor y reconocimiento en caso de éxito” que desde entonces encabeza libros, películas y todo tipo de historias de arrojo y aventura. Ese texto, algo poético, se quedó corto frente a lo que vivieron los que se enrolaron en el viaje. A bordo de la Endurance, barco de palos con casco reforzado de acero para sobrevivir a los hielos y maquinaria de vapor, el viaje les llevó hasta las puertas de la Antártida, pero a partir de ahí las cosas empezaron a torcerse. Pese a la precaución del capitán y resto de la tripulación, los hielos atraparon al buque en el mar de Wedell, una zona limítrofe con la superficie continental que es líquida o sólida en función de ciclo estacional, y los refuerzos del barco, diseñados con ingenio, no fueron suficientes como para resistir la presión de los hielos sobre el casco, terminando por agrietarlo. Ernest y demás contemplan con horror como las cuadernas revientas y el buque, elevado sobre el manto blanco, está condenado a hundirse cuando esos hielos se debiliten. A partir de entonces comienza una carrera contra el frío y la escasez para tratar de rescatar todo lo que pueda ser útil de la nave y lograr salir de allí. Tras el inicio del deshielo, y el hundimiento del barco, lso superviientes logran llegar, deshechos, a la isla elefante, sita en uno de los archipiélagos que se sitúan cerca del continente antártico, un lugar desolado, pero tierra firme, donde poder asentarse y pensar. La mayor parte de la tripulación se queda en esa isla y Shackleton y unos pocos embarcan en poco más que unos botes en busca de un rescate, y en medio de enormes dificultades logran alcanzar la isla de Georgia del sur, pero arriban a un lugar deshabitado por completo, teniendo que cruzar gran parte de ese territorio, inexplorado, hasta localizar los asentamientos de los que allí estaban, principalmente marinos y trabajadores de industrias relacionadas con la caza de ballenas. La historia que escuchan de unos hombres medio muertos les deja asombrados, y más el saber que en la isla elefante se han quedado más de veinte tripulantes. Se organiza un viaje de rescate a toda velocidad y tiene éxito, porque logra llegar hasta ese punto y salvar a los náufragos. Toda la tripulación del Endurance se salva y el mito empieza a surgir.

El hecho de que no hubiera víctimas y de que la actitud de Shackleton y los suyos fuera, en todo momento, de asunción de la inminente pérdida de sus vidas, pero nunca la derrota, ha elevado esta historia a ejemplo clásico de superación y a relato que se narra en escuelas de negocios, equipos de motivación y en muchos otros ámbitos, usándolo como ejemplo de que, incluso en las condiciones más crueles, es posible encontrar salida o, al menos, intentarlo merece la pena. Shackleton fue todo un líder que siempre tuvo como objetico salvar a los suyos, lo logró, y a él llegó la gloria, y no a otros que, como capitanes, la buscaban embarcados únicamente en su orgullo. Hoy, con las bombas azotando Ucrania, los shackleton que defienden Kiev y el resto de ciudades asediadas saben que todo está en su contra, pero tampoco se rinden.

miércoles, marzo 09, 2022

La guerra económica

A casi dos semanas del inicio de los combates seguimos asistiendo desde España al desastre de la guerra de Ucrania como un terror distante. Contemplamos en televisión imágenes que nos conmueven, es imposible que así no sea dada la dimensión del horror causado por las tropas rusas, pero, de momento, ni nuestra existencia, sociedad y vida se ven afectadas por bombas y disparos. Lo vemos por la tele y nos sigue pareciendo algo ajeno. Es importante resaltar el concepto “de momento” porque sabemos, en nuestro interior, que esta guerra, por el agresor que la ha lanzado, tiene capacidad de escalar hasta dimensiones que nos afecten en la totalidad, de manera definitiva, y eso, con razón, nos asusta. De momento no es así.

Lo que sí empezamos a notar son las consecuencias económicas de la guerra, que agudizan algunos de los problemas que ya arrastrábamos y crea otros nuevos. Veníamos de un año de precios disparados, fruto de la reactivación de las economías tras la pandemia y del caos de la logística global, afectada por cierres de puertos y otro tipo de problemas. La inflación había llegado a nuestros días, pero nos las prometíamos felices al considerarla como un trago temporal que pasaría, tras el fin de la excitación postpandémica. El que a finales de 2021, con ómicron, los precios siguiesen disparados empezó a mosquear a casi todo el mundo y se convirtió en un mantra afirmar que la escalada de precios empezaría a aflojar a partir del segundo trimestre de 2022. A las puertas de ese periodo, con los combates desatados, resulta obvio que nos enfrentamos a una nueva vuelta de tuerca de los precios, en este caso por el mero shock que se está produciendo en los mercados de la energía y materias primas. El barril está empezando a asentarse en los 120 dólares, el gas natural está en máximos, y eso hace que derivados directos como la gasolina o la electricidad batan records al alza en todos los países. Como insumos necesarios para casi todos los procesos industriales y de transporte, esas subidas de precios, que ya se filtraban al resto de bienes, lo van a hacer ahora de manera compulsiva, casi sin frenos, a riesgo de que quien no pueda repercutirlos se vea ahogado por unos costes inasumibles. Pero el problema va mucho más allá, aunque sólo con esto ya sería enorme. La guerra ha trastocado el mercado de muchas otras materias primas minerales, en las que tanto Rusia como Ucrania son productores y exportadores líderes, y ha vuelto completamente loco el precio del cereal, dado que ambos países son graneros globales. Y sí, esto afecta al precio de la comida, lo que son palabras mayores. A nosotros nos va a hacer daño, y mucho, pero piense en naciones africanas o latinoamericanas, en las que el suministro diario de alimentos está caso compuesto por un monocultivo de productos basados en cereales (pan, tortitas o similares) y con amplias capas de la población que ya viven cerca de una gran pobreza. Existe una conocida, y peligrosa, correlación entre el incremento del precio de los alimentos y las revueltas, y no es jugarse el pescuezo afirmar que hay una evidente causalidad entre uno y otro fenómeno. Aún es pronto para observarlo, pero el disparo de los precios actuales y la sensación de que la cosecha global puede sufrir escasez llegado el verano están disparando todas las alarmas en gobiernos y expertos ante lo que pueden ser olas de descontento. Aquí la subida del cereal, y de otros productos como el aceite de girasol, se notará menos, dado que la cesta de la compra de una nación desarrollada es mucho más diversa, pero es evidente que tendrá efectos y, como es habitual, mucho más en los bolsillos de la clase media y baja, más consumidora de un rango de productos más estrecho, que en los de la alta. El camino al súper va a ser un rosario de dolores.

Pero a corto plazo el gran problema es el shock energético en el que ya estamos instalados, con unos precios que no son sostenibles mucho tiempo. Es necesario elaborar planes de ahorro urgentes y contundentes. Contamos con la ventaja de que, a medida que avanzan los días, y aunque haya regresiones, el tiempo de mayor uso de la calefacción queda atrás, pero es un débil alivio. Gobierno, empresas y todos debemos empezar a pensar en cómo recortar, y de manera intensa, el consumo de una energía que, provenga de Rusia o no, se ha encarecido mucho, se va mantener cara durante bastante tiempo, y no puede ser sustituida de manera directa ni sencilla. Entramos en un periodo de economía de guerra, de restricciones, de costes disparados, de datos de inflación que dan miedo y de mucha incertidumbre. Vaya haciendo planes de ahorro.

martes, marzo 08, 2022

Putin como gran líder cristiano

Una prueba de lo que ayer les comentaba, de cómo ideologías presuntamente opuestas mantienen idénticos discursos respaldando el argumentario del Kremlin son los calcados discursos que este fin de semana han pronunciado tanto la líder de extrema derecha francesa Marine Le Pen como varias ministras de Podemos. Aparentemente distanciadas en extremos ideológicos irreconciliables, comparte una misma idea, nauseabunda, en la que Putin es su referente y guía, aunque ahora no conviene que lo digan, y supongo que siguen tratando de ganarse el sueldo que les giran desde Moscú. Que las ministras de Podemos sigan en el gobierno tras esto es sólo una muestra de su sinvergonzonería y la nulidad de su jefe.

Pero lo del apoyo a Putin va más allá de las ideologías, y no sólo comunistas y la extrema derecha le adoran, no. Hay un curioso movimiento, transversal, que uno podría identificar de primeras con ideas de derecha, pero que es mucho más complejo y abierto, que ha encumbrado durante los últimos años a Putin como gran líder por su defensa de los valores tradicionales y el cristianismo. Sí, sí, como suena, Putin casi como guía espiritual. Opinadores, blogueros, articulistas de todo tipo han ido sumándose al carro de los que elevan a Putin como salvaguardia de las costumbres y morales occidentales cristianas, en un movimiento que causa tanto asombro como vergüenza, pero que tiene su aquel y resulta de lo más interesante. Frente al relativismo de las sociedades occidentales y la presunta caída de sus valores morales, el Kremlin ha construido la imagen de un líder que es la fortaleza de esos principios. Defensor del matrimonio entre un hombre y una mujer, contrario a la ideología de género y a la feminización de la sociedad, defensor de los valores tradicionales de la familia, rechazo profundo, rozando el odio, a todo lo que tenga que ver con el mundo gay, Putin se ha convertido en la salvaguardia del tradicionalismo, y todo ello envuelto en el aura de la defensa de la religión ortodoxa, que durante sus años de mandato ha vivido una resurrección, no en lo religioso, pero sí en lo que hace a poder e influencia. Vladímir, que es maligno pero no está loco ni es tonto, vio en el patriarcado ortodoxo un posible fiel aliado para someter a las masas y ha hecho que los popes de la iglesia se vean encumbrados a una posición de relevancia en el poder ruso como no se daba desde los tiempos zaristas, y no por casualidad. Ha creado una simbiosis entre su figura como regio garante del estado y defensor del patriarcado de Moscú que lo hace aún más intocable, que visto desde fuera es completamente anómalo, pero que a los españoles me da que nos resultará familiar, porque es lo más parecido que conozco a esas imágenes del NO DO en las que Franco desfilaba bajo palio. Sí, Putin ha creado una especie de Nacional Catolicismo versión ortodoxa que es psicodélico pero que le ha funcionado muy bien de cara al interior de Rusia y que, pásmense, le renta en el exterior. No sólo en España, hay movimientos evangélicos en EEUU y Latinoamérica que ven a Putin desde hace tiempo como una figura redentora, como alguien que viene a restaurar los valores atacados por la laxa moral de la decadente sociedad occidental. Frente al hedonismo consumista de occidente, Putin ofrece un refugio, un lugar en el que el valor clásico de la figura paterna fuerte y la moral robusta sobreviven a los ataques de la postmodernidad y el contubernio gay. Todo esto les puede sonar un poco absurdo, y en parte lo es, pero es la mera descripción de una realidad que, como pulida herramienta de propaganda, ha logrado calar en las mentes y corazones de millones de personas, y ha elevado la influencia dogmática de Moscú mucho más allá de lo que uno se pueda imaginar. Como herramienta de marketing es brillante y ha funcionado de una manera tan exitosa que, incluso con cientos de muertos ucranianos al día, algún vocero sigue escribiendo sobre el espíritu cristiano de un Putin que, equivocado, sigue contando con el favor de Cristo.

Putin, como eficiente dictador, sólo tiene una creencia, él mismo, y el poder que pueda amasar. Si para ello le conviene asociarse con la iglesia ortodoxa, pues lo hará, si le viniera bien juntarse con una congregación del hare krishna allí que se iría con bongos e inciensos. Además de un grandísimo hijo de mala madre, es un inmenso pecador frente a todos los preceptos religiosos y morales de la iglesia, sea la ortodoxa o la de cualquier otra confesión, como lo han sido y serán todos los dictadores que en el mundo ha habido y habrá. Putin ha sido más listo que otros al vestir su dictadura con ropajes celestiales para engañar aún más, pero no es sino un asesino que reza para que algunos fieles sigan engañados frente a su figura. Nada nuevo bajo el Sol.

lunes, marzo 07, 2022

Los amigos de Putin en España

Aunque ahora estén más callados, y algunos traten de disimular (otros no) Putin cuenta con numerosos y bien posicionados amigos en España, que sin que pueda demostrarlo, tengo la convicción que han recibido fondos provenientes de ese régimen. Desde el Kremlin se ha apoyado a todos los movimientos capaces de desestabilizar a las naciones europeas, son expertos en echar sal en las heridas existentes para que duelan, y aquí no hemos sido una excepción. En general, son tres los movimientos políticos que han contado con el apoyo de Putin, y que a él han reverenciado sin apenas disimulo.

El más importante de todos, y el que más daño ha hecho, ha sido el separatismo catalán. El “procés” contó desde el principio con toda la maquinaria propagandística rusa entre sus filas y son varias las denuncias que se han hecho sobre reuniones entre Puigdemont y otros líderes de ese movimiento con emisarios del espionaje e inteligencia rusa. Hay incluso algunas declaraciones de segundones de ese movimiento en las que se menciona el apoyo que Rusia daría a una Cataluña independiente, y de cómo Moscú se convertiría en un socio fiel de esa paradisiaca Cataluña que soñaban los totalitarios. El “procés” lo tenía todo para ser beneficiario de las actuaciones de un régimen como el de Putin, por el daño que hacía a un país occidental, menor en el conjunto de ellos, pero uno más del club, y por las turbulencias que podría crear en otras naciones donde grupos similares pudieran seguir ese camino. El ideario xenófobo, totalitario, violento y totalmente antidemocrático que encarnaron los sediciosos líderes de ese movimiento sonaba a música celestial a oídos de un Kremlin que practica ese discurso desde hace décadas. Los otros dos grandes beneficiados de las políticas de Rusia han sido los dos movimientos populistas que surgieron a partir de la crisis de 2008 – 2012, Podemos y Vox. Aunque parezcan extremos opuestos en todos los sentidos, seguiré con mi cruzada personal para mantener que son muy escasas las diferencias entre ambos movimientos, caracterizados por su radicalidad, su intento de deslegitimar las instituciones democráticas y el caudillismo en torno a sus líderes, incontestable. Iglesias y Abascal, como anverso y reverso de una misma moneda, son distinguibles por su estilo de peinado, pero en el fondo encarnan una misma sombra dictatorial, y la figura de Putin, el hombre fuerte por antonomasia, el líder indiscutido, es un referente para ambos. Pudiera parecer que la extrema derecha con la que se viste Vox tendría más afinidades con el líder ruso, y es intenso el trabajo de borrado de imágenes y pruebas de la afinidad, admiración rendida, de los dirigentes de ese movimiento hacia Putin, pero el cacao mental que sigue presidiendo la cabeza de los dirigentes de Podemos les hace asociar, de manera pauloviana, Moscú con el comunismo, ese fracaso ideológico y social, y por ello defienden a pie juntillas lo que de ahí venga, aunque sea un totalitarismo zarista que nada tiene de izquierdoso. Han sido más hábiles los extremistas de Vox en borrar sus vínculos con Putin, más bien esconderlos de manera vergonzosa, tratando de blanquear su pasado, que los dirigentes de un Podemos que, en medio de los bombazos a Ucrania, sigue pidiendo la rendición y el sometimiento de los ciudadanos de Kiev y resto de ciudades ante el tirano de Moscú, exhibiendo un comportamiento indigno. Seguramente, de puertas para dentro, muchos dirigentes de Vox pensarán exactamente lo mismo, y seguirán con la imagen de Vladimiro, su particular “Duce” como referente en temas ideológicos y morales, como el hombre fuerte a seguir. Pero asustados por lo que sucede, se esconden. Han demostrado ser empleados del Kremlin poco fieles, menos desde luego de aquellos que hoy mismo siguen haciendo esfuerzos para cobrar lo que, casi seguro, Moscú les abona.

Esto del cobro de Moscú es una acusación muy seria, lo se, pero tengo pocas dudas al respecto. Seguramente de manera indirecta, a través de sociedades interpuestas, con contratos legales pero que esconden otras contraprestaciones, el Kremlin ha logrado financiar movimientos, personas, grupos de presión y mediáticos, y toda una galaxia de organizaciones y entidades para que estén a su servicio, y eso no es nada novedoso porque toda gran potencia lo hace. Lo que pasa es que ahora ese dinero, además de estar manchado con sangre ucraniana, se devalúa, y es probable que muchos de sus destinatarios dejen de recibirlo. Y entonces la voluntad del siervo quizás se vuelva quebradiza, allí y, desde luego, también aquí.

viernes, marzo 04, 2022

Rusia va a por toda la costa ucraniana

Hubo ayer un mínimo acuerdo entre las partes ucranianas y rusas, reunidas en Bielorrusia, sobre la apertura de corredores humanitarios que permitan a civiles y heridos salir de las zonas asediadas, donde las condiciones de vida empiezan a ser imposibles. No se si finalmente algo así acabará sucediendo porque la palabra de Putin no vale nada, como bien ha demostrado desde hace varios meses, pero sería una esperanza para muchos de los civiles ucranianos. Otra pista para sospechar que Rusia no acabe facilitando algo así es que esos civiles son rehenes que pueden ser usados como chantaje por las fuerzas ocupantes para presionar al gobierno y a otras regiones. Miles de muertos potenciales son una baza negociadora, y todos lo saben.

Si uno mira el mapa empieza a ver que el avance de las tropas rusas por el sur empieza a crear una franja que corta el acceso al mar a Ucrania, eliminado sus opciones como nación viable independiente en el futuro. Utilizando Crimea como gran portaviones y base de aprovisionamiento, las tropas de Putin han logrado capturar Jerson, al otro lado del río Dniéper, y mantienen un cruel asedio contra Mariúpol la gran ciudad del mar de Azov y potente centro industrial y portuario. La caída de este enclave, que parece inevitable, daría a Rusia la opción de convertir a ese mar en un pequeño lago interior, al unirse los terrenos que nacen en Crimea con los que provienen de las regiones separatistas de Donest y Lugansk, por lo que el terreno dominado en el sureste del país sería ya muy relevante. Los combates que ahora mismo se registran en el entorno de la enorme central nuclear de Zaporiya, la mayor de Europa, indica que el avance ruso penetra más de un centenar de kilómetros en el interior del país respecto a la franja costera. Si el asedio a Kiev y la caída del gobierno nacional no ha funcionado como esperaba el Kremlin, fortaleciendo de rebote la figura del presidente Zelensky, la ofensiva desde del mar sí parece exitosa para las fuerzas rusas. Desde el punto de vista marítimo, el otro gran obejtivo, sito al oeste de Crimea es Odesa, una ciudad de nombre mítico y que ha estado involucrada en todas las guerras habidas en Europa casi desde que hay memoria. Esa urbe da el control del norte del mar negro, y supone ahora mismo el único acceso viable de Ucrania a la vía por la que era capaz de exportar grano, mineral y, en general, cargas pesadas por vía marítima. Ahora, frente a las playas de la ciudad, una escuadra de barcos rusos con miles de infantes de marina, carros artillados y cañones de gran calibre esperan la orden para lanzarse a tomarla, y visto lo sucedido en Mariúpol es bastante probable que tengan éxito, entre otras cosas porque, a pesar de la voluntarista resistencia ucraniana, su ejército naval no es digno de tal nombre, apenas cuenta con barcos operativos y nada puede hacer ante una operación de desembarco en playas de escaso gradiente sin cobertura aérea ni fuerzas especiales. Tras la arribada de las tropas rusas, Odesa puede convertirse en otro infierno urbano más de los que estamos viendo estos días, en los que la artillería rusa castiga sin cesar a los edificios, sean civiles o de organismos gubernamentales, y la población no tiene muchas opciones más allá de esconderse o huir de mientras quede algún camino practicable. La franja de tierra que Putin ha logrado conquistar en el sur del país le permite aportar suministros y reservas a las tropas desde el propio territorio ruso, y hace que la resistencia ucraniana empiece a ser inútil. Con el intenso y despiadado castigo a Jarkov y el avance remontando el curso del Dniéper el sur y este del país podría empezar a decantarse por el lado ruso en pocas semanas, y es posible que llegue un momento en el que Kiev, cercada, deba ser rendida por el mero hecho que, tanto desde el norte como desde el sur, las tropas rusas dominen el territorio y todas las vías de comunicación.

Cierto es que no podemos saber cuáles eran las intenciones estratégicas iniciales de Putin, pero no es arriesgar mucho a que buscaba un golpe rápido, una repetición de lo que sucedió en Crimea, logrando que Kiev cayera en un par de días y descabezando así el gobierno, soñando quizás con que Zelesnky emulase la huida del infame gobierno afgano en agosto, pero la verdad es que nada de eso ha sucedido, y superada ya la primera semana de guerra estamos en una situación de avance ruso con dificultades, de enormes destrozos en el país y de víctimas incontables en el bando civil, frente a las que las pérdidas militares de los rusos son insignificantes pero, desde luego, también elevadas. La guerra se va a prolongar y endurecer. No hemos visto lo más cruel, ni mucho menos.

jueves, marzo 03, 2022

Qué hacer cuando te llega la guerra

El horror diario que se da en Ucrania le obliga a uno a pensar sobre qué haría si algo así sucediera aquí, en el lugar en el que vive. Acostumbrados los europeos a décadas sucesivas de paz, una anomalía en nuestra historia colectiva, vendida anomalía, no somos capaces de imaginar lo que sería que nuestras calles, casas, seres queridos, fueran vilmente golpeados con el mal que es la guerra. Opiniones tenemos todos, a miles, sobran, y es fácil expresarlas, pero el qué hacer ante situaciones como esas es otro asunto mucho más peliagudo, y el mero hecho de que lo de Ucrania esté pasando, y nos impacte de lleno porque lo vemos como próximo hace que dedicar unos minutos a pensar sobre el destino de cada uno sea relevante y necesario.

¿Usted lucharía o escaparía si una guerra se desatara en su pueblo o ciudad? Puede que la respuesta fuera diferente ante distintos tipos de guerra, porque no es lo mismo una civil entre conocidos que una de liberación ante una agresión externa, pero la pregunta no admite muchas escapatorias, salvo la de la propia huida. Ante una situación límite de este tipo se pueden dar comportamientos inesperados, porque las mentes actúan con rapidez y personas que eran valiente antes del hecho sufren el pánico mientras que otras que jamás se habían revelado como osadas pueden hacer actos de heroísmo tan inesperados como notables, por lo que la respuesta a la pregunta puede no ser lo que realmente sucediera ante la realidad. Es algo parecido a lo que pensamos sobre cómo nos vamos a comportar ante sucesos violentos menores que no nos son ajenos. Si vemos a un maltratador pegar a una mujer, ¿defenderemos a la víctima o nos esconderemos? Seguro que más de uno sí se ha planteado este dilema, y me temo que también alguno tendrá una experiencia cercana de un hecho vil de ese estilo. La contestación políticamente correcta la conocemos todos, por lo que no es necesario que, si lee esto, la pronuncie en alto. Piense en silencio, y dígase a sí mismo qué es lo que cree que haría. En el caso de una guerra no asistimos a un hecho aislado, cruel como el anterior, en el contexto de una sociedad normal, sino al derrumbe de todo lo que nos rodea, del orden establecido, de las reglas escritas y las que no, que funcionan de manera silenciosa en casi todas las ocasiones y que, en esta mañana de jueves, siguen haciéndolo en nuestro país. Ante un hecho tan excepcional como la guerra no es que uno no pueda evitar posicionarse, es que no puede evitar que su vida sea completamente golpeada, y ahí es donde toma sentido la pregunta del principio y el intento personal de encontrarle una respuesta. Antonio Muñoz Molina trató de hacer algo así en una de sus novelas, La noche de los tiempos, en la que relata la vida de un arquitecto joven, que en el convulso Madrid de 1936 trabaja en la construcción de la ciudad universitaria de la Complutense. De profundas convicciones republicanas, vida asentada y con futuro profesional, la guerra civil irrumpe en su vida como el tornado que todo se lo lleva, y de golpe se ve ante el dilema de hacer algo. Sus ideas son claras, y sabe a qué bando debe apoyar, incluso cree cómo poder hacerlo, pero surge un miedo irracional en su ser que lo paraliza. La posibilidad de perder todo lo que ha logrado en su carrera, en su vida sentimental… el miedo a morir lo atenaza. No puede vencerlo. A las pocas semanas de que la contienda se desate huye de España y acaba en unos EEUU donde se le vuelven a abrir las puertas de su profesión, en un entorno plácido y tan alejado del infierno que deja como absurdo. El protagonista pasa de ser un convencido activista social a un exiliado en apenas unas semanas, derrotado por el miedo, y el conjunto de la novela, que narra todos estos episodios, no deja de dar vueltas en torno al remordimiento del que ha escogido salvarse, huir, dejar el frente y escapar en busca de refugio. Se creía valiente y defensor de unos principios superiores, pero el miedo le ha vencido. Esa derrota del protagonista es lo que marca la novela y, ante ella, su vida, conservada, pierde gran parte de su sentido.

Cuando, al empezar la ofensiva rusa, se veían las kilométricas colas de coches atascados en la salida de Kiev, me imaginaba que, de suceder aquí algo así, trataría de estar en uno de esos vehículos. Me veía a mi mismo no como uno de esos cobardes que huyen cuando empiezan los disparos, porque no es cobardía, sino como uno de los miles muertos de miedo que no son capaces de enfrentarse al horror de una guerra. Más de una vez me he planteado la pregunta que hoy les propongo, y siempre me he contestado, desde mi enclenque existencia, que sería de los que saldrían corriendo para salvar el pellejo y, quizás, vivir lo que suceda desde el refugio de la distancia y el sentimiento de pérdida por no haberme sacrificado para evitarlo. Sí, yo sí soy alguien al que el miedo le puede.

miércoles, marzo 02, 2022

El barranco de Babi Yar, en Kiev

En uno de los ataques aéreos con lo que ayer por la tarde el ejército ruso castigó la capital ucraniana, fue afectada la torre de la televisión de la ciudad, el pirulí local, una estructura de celosía metálica de cerca de 300 metros de altura. El objetivo era cortar la señal y que los medios dejasen de emitir y, aunque la torre aguantó las explosiones, el negro se instaló en los televisores de toda la ciudad. Muy cerca de ese lugar, donde impactaron algunos de los cohetes, está el memorial de la matanza del barranco de Babi Yar, que está aproximadamente allí, y en donde tuvo lugar uno de los episodios más espeluznantes de la II Guerra Mundial. Recordar algo que, hasta ayer, sólo era historia, muestra lo infame que es lo que estamos viviendo hoy.

El asalto al este por parte de las tropas nazis, iniciado en el verano de 1941 con la operación Barbarroja fue, quizás, el mayor movimiento militar jamás emprendido en la historia, con cerca de tres millones de tropas y una cantidad enormes de medios motorizados. La apertura de ese frente se ha considerado, con unanimidad, como el gran error de Hitler, porque Alemania no era capaz de luchar a ambos lados y el esfuerzo en el este era tan descomunal que, si se fallaba, llevaría todo al traste, pero la ilusión de superioridad que el dictador, sus tropas y parte de su pueblo tenían era tal que nada los iba a frenar. Esa campaña se planteó, desde un principio, no como una guerra convencional, con sus enormes crueldades, como la que se había desarrollado en el frente occidental, no, sino como una guerra de exterminio. La superioridad racial aria que el ideario nazi había consolidado en las mentes de tantos les hacía ver a los que residían al este de Alemania como subhumanos en todos los sentidos, cuyo único fin era el de ser convertidos en esclavos para sus nuevos dueños o, directamente, ser exterminados. El avance de las tropas alemanas por esa inmensa estepa es rápido, efectivos y letal. El ejército ruso, que las ocupaba, es pillado por sorpresa y barrido del mapa en unos movimientos que, en pocos meses, llevan los límites del imperio alemán más de mil kilómetros al este de lo que ya alcanzaba al inicio de la ofensiva. En gran parte de Ucrania y Bielorrusia los invasores germánicos son recibidos como héroes por parte de la población local, libertadores que les pueden sacar del yugo ruso que, durante varios años, y especialmente durante el periodo de hambrunas provocadas por el estalinismo en los años treinta (el Holomodor) han causado millones de muertos en lo que ahora es Ucrania. Pero la alegría de los locales no dura nada cuando descubren que tras las tropas regulares alemanas, que son las que toman el control del terreno y las localidades, aparecen los grupos de asalto de las SS, fuerzas de élite cuya labor es la del exterminio. Centrados en la comunidad judía, muy numerosa en esas tierras, pero sin reparar en los que no lo son, esas fuerzas, llamadas Einsatzgruppe, agrupan a la población de las localidades que se van conquistando y, sin miramientos, la exterminan mediante fusilamientos masivos. El terreno se va despejando y los planificadores de Berlín empiezan a diseñar las futuras granjas y plantaciones en las que los alemanes, agraciados con ellas, podrán desarrollar una nueva vida. Las noticias corren, y las poblaciones huyen despavoridas ante lo que no es sino una ola de exterminio que se les viene encima. Kiev se convierte en refugio para miles de ellos, judíos y no, que descubren que el horror soviético puede ser suplido por la eficiencia nazi en una especie de competición absurda para ver quién ahonda más en el infierno que es capaz de crear. Kiev cae ante las tropas de Hitler sin mucha resistencia y enormes bolsas de población son convertidas, al instante, en prisioneros. No estamos ante poca gente, sino varios miles, y la logística del exterminio nazi empieza a llegar al límite de sus capacidades. Algunos gerifaltes del gobierno empiezan a pensar en algo que permita industrializar lo que hasta ahora es labor de fusilamientos masivos.

Entre el 29 y 30 de septiembre de 1941, miles de judíos apresados en la capital son llevados a un lugar cercano en las afueras, el barranco de Babi Yar, y metódicamente son fusilaos y arrojados al foso natural que allí existe. Los cadáveres se apilan de manera automática formando una masa informe de repugnancia absoluta, que hace perder los nervios a los ejecutores que llevan a cabo la operación, que cada poco tiempo deben ser suplidos por asesinos de refresco, convenientemente borrachos para no enterarse de la exactitud de lo que allí sucede. La matanza es de una efectividad tan precisa como espeluznante. Muchos otros miles fueron asesinados en días posteriores en ese lugar, pero nunca se superaron los registros de esa jornada de septiembre. Hace pocos meses el presidente Zelensky presidió el ochenta aniversario de esa matanza. Ayer Putin bombardeaba el memorial