jueves, marzo 17, 2022

Rusia se empantana en Ucrania

Putin está enfadado, lo que es bueno y malo a la vez. Bueno, porque significa que su plan de toma rápida del poder del país se ha frustrado por completo, tanto por las ineptitudes propias de un ejército caduco como por la valiente resistencia de las milicias y el conjunto de los ucranianos, y malo porque cuanto más acorralado se vea más tentaciones tendrá de actuar de manera errática, impulsiva, peligrosa, para salvar su posición. Eso introduce un factor de desestabilización en el desarrollo del conflicto que lo hace aún más impredecible, y supone nuevos riesgos. Sólo él es capaz de saber cómo y cuándo acabará esta carnicería.

En una aparición pública de ayer, el mandatario ruso, que hablaba por videoconferencia con varios de sus ministros, soltó una retahíla de tópicos que podían salir del manual del supremacista, ensalzando las virtudes eslavas y condenando a todos aquellos de los que él considera suyos, en el sentido de compatriotas y de propiedad personal, no se implican en la guerra como es debido. Huelga decir que sin llamar guerra a lo que lo es. Alusiones a los quintacolumnistas que sabotean desde el interior los esfuerzos militares, menciones llenas de desprecio a los que, según él, se dicen rusos pero viven fuera y allí mantienen su fortuna, y llevan una vida occidentalizada. Sólo le faltó acusarles de pecadores, en aras de mantener el discurso mesiánico que enarbola sin cesar. Putin estaba enfadado en esa alocución, y no lo disimulaba. Las cosas no van como esperaba antes de lanzar su ofensiva, y esto, como antes mencionaba, lo hace más peligroso. A la vez que escuchábamos estas declaraciones se hacían públicos presuntos avances en la mesa de negociación abierta entre los gobiernos ruso y ucraniano, con un plan de quince puntos que al parecer sólo recoge las peticiones rusas, no acuerdo alguno entre las partes, intentando transmitir la sensación de que las conversaciones avanzan hacia un armisticio. Hay que ser muy cautos con todas estas noticias, no sólo porque como casi todas ellas, en momentos de guerra, responden a estrategias de parte y no serán plenamente fiables, sino porque nos pueden llevar a ilusiones y esperanzas que, frustradas, aumenten la desazón que provoca esta guerra. La palabra de Putin ha demostrado ser nula, vacía. Días antes de la invasión negaba que tal cosa fuera a tener lugar cuando ahora resulta obvio que los preparativos para la misma se habían iniciado varios meses antes. ¿Por qué ahora creer que la posición negociadora rusa considera como válidos presupuestos que antes no contaban para nada? La exigencia de neutralidad de Ucrania siempre ha estado entre las imposiciones deseadas por el Kremlin, pero es distinta la situación de un país normal que adopta un estatus neutral que uno parcialmente arrasado por una invasión militar, y condenado a la miseria perpetua que es forzado a capitular. El que existan contactos y vías de diálogo es positivo, faltaría más, pero la verdad es que, como ayer decía el ministro de exteriores Albares, ya no me fío de las palabras sino de los hechos, y si Rusia dice que está dispuesta a acordar algo a la vez que mantiene bombardeos indiscriminados por gran parte del territorio ucraniano la sensación que ofrece es de engaño y crueldad. Y todo acuerdo que se pueda llegar a firmar con un sujeto como Putin estará sujeto a una falta de credibilidad enorme, dada la tendencia compulsiva a la mentira y el ocultamiento que caracterizan al dictador del Kremlin. ¿Cuántos como Macron desfilaron por las salas de grandes mesas escuchando mensajes de diálogo mientras la operativa militar se estaba diseñando? Sentirse engañado es una situación de la que uno sale enfadado, y sin ganas de volver a serlo.

El mero hecho de que el gobierno de Zelensky aguante al frente de lo que queda de Ucrania es algo que al dictador ruso le tiene que tener muy enfadado, viendo como a quien más desprecia no deja de crecer en respeto y admiración ante los ojos de todo el mundo. ¿Aceptará Putin un encuentro con su némesis? ¿Cuántos metros de mesa pondría el kremlin en ese escenario? ¿Firmaría un acuerdo Putin con el que, estando en frente, le habría derrotado moralmente, o aprovecharía para clavarle el bolígrafo en el pecho? Sólo el frío personaje que dirige las sombras del poder ruso es capaz de determinar el futuro de lo que nos espera, el resto son hipótesis, escenarios, dudas, rumores. La única certeza son los ucranianos muertos, asesinados, a diario.

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