En EEUU, donde suele surgir casi todo, nació la llamada cultura de la cancelación, esa terrible moda por la que todo el mundo puede sentirse ofendido por cualquier cosa que se haga o diga, ahora o en el pasado, y exigir por ello la retirada de lo que ha generado esos presuntos agravios. Casi todas las ramas del arte y la cultura se han visto afectadas por esta ola, que mezcla hipersensibilidad, puritanismo, hipocresía, afán de notoriedad, ego desmedido y, en muy pocas dosis, razones justificables. Ante esta avalancha, creadores, cómicos y demás han elevado la autocensura hasta límites absurdos, tratando de sobrevivir y. así, seguir ingresando dinero. Muchos no lo han conseguido y otros, vía desvirtuándose por completo, malviven.
Lo que se ha producido esta noche en la gala de los Oscar es el reflejo extremo, absoluto, de este mal, muestra absoluta de la intolerancia que nos corroe, y que se ha expresado no ya en forma de queja o protesta, sino directamente como puñetazo, agresión física. Will Smith, actor famoso en el mundo entero, con fama de macarra, que ha sabido explotar su papel en películas de acción y, también, sentimiento, ha subido al escenario y le ha dado un puñetazo a Chris Rock, que en ese momento estaba ejerciendo de presentador y hacía unos chistes sobre los nominados. Uno de ellos hacía referencia a la mujer de Smith, rapada, que, al parecer, sufre problemas de alopecia. A ella y a Smith no le ha hecho gracia alguna de las bromas que Rock ha dicho sobre el aspecto de la cabeza pelona, y en un momento dado Smith se ha levantado, ha subido al escenario y le ha soltado un puñetazo al cómico, volviendo a su sitio y gritando de paso que no se le vuelva a ocurrir a hace broma alguna sobre su mujer, todo ello en medio de los típicos “fuck2 que en inglés reducen a la redundancia la amplia riqueza del español para cargarse en alguien, su parentela directa y allegados. La escena es chusca, violenta, desagradable y propia de un grupo de pandilleros, o nada diferente a lo que se puede ver habitualmente en los campos de ese deporte en el que se pegan patadas a un balón. El comportamiento de Smith es injustificable bajo cualquier punto de vista, no hay excusa alguna que pueda ampararlo. Favorito como era, ha ganado la estatuilla a la categoría de mejor actor, y al recogerlo se ha disculpado ante la academia, no ante el agredido, y ha tratado de enmarcar su comportamiento en lo que uno puede llegar a hacer por amor, y claro, no es lo mismo, pero me viene a la mente todos esos episodios de violencia machista donde él pega a ella, o la mata, y lo hace por amor. No, no y no. Nada puede justificar una agresión, y menos un chiste. No se si Rock ha estado gracioso o no, ni me importa, ni importa lo más mínimo, porque ese no es el tema de fondo. Uno puede y debe aguantar críticas, bromas, ironías y chanzas de todo tipo. Algunas serán mejores que otras, algunas tendrán buen gusto y otras no, las habrá ingeniosas y chabacanas, pero las cosas son así. Nadie tiene el derecho de imponer como sagrado sus creencias, perspectivas, ideas o figuraciones, y considerar blasfemo a quien así no las trata, pudiendo de esta manera ejecutar castigos reparadores. Eso es lo que han hecho las religiones durante toda su existencia, utilizando su poder para castigar a los que osaban a no respetar la creencia sagrada. Llámenlo inquisición, o ley islámica, o tabú, alguien consideraba en algún momento que un tercero no había respetado una figura sagrada, se había mofado de ella, o la había ridiculizado, y eso era excusa para la tortura y muerte. Smith se ha convertido en juez y ejecutor de una norma que él mismo ha dictaminado, que su mujer Jada Pinkett es sagrada y nada ni nadie osan hacer risa alguna a su costa, y amparado en su poder y, sobre todo, sus músculos, ha agredido a una persona porque ha hecho un chiste sobre ella. En nada se diferencia su actitud de la de los talibanes que ejecutan a los que son pillados en pecado, o la del patriarca de Moscú, que bendice la cruzada de Putin en Ucrania. La intolerancia se ha encarnado esta noche en Los Ángeles en forma de actor de fama mundial.
Lo que ha hecho Smith es el sueño húmedo de los infinitos dictadores que nos rodean y que, en tiempos de redes, ejercen la censura sin piedad contra todo aquello que disgusta sus opiniones. Como no pueden salir a pegar a quien opina en contra de ellos, se dedican a insultar, a malmeter, a acosar y hundir a quien opina en contra de su santa voluntad. A partir de hoy queda abierta la veda para que un ofendidito de los millones que cada día surgen por doquier pase de las denuncias e insultos a la agresión hacia quien cree que le está faltando al infinito respeto que posee. O quizás, a la contra, empecemos a darnos cuenta, todos, de que hay ideas que merecen ser respetadas, otras no, todas pueden ser criticada y el ser humano es sagrado y su vida e integridad nunca, nunca pueden ser violentadas.
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