Hoy es 11 de marzo, y se cumplen dieciocho años, ya, de los salvajes atentados yihadistas que asesinaron a casi doscientas personas en Madrid, en el mayor ataque terrorista sufrido en Europa. Se sucederán los homenajes a las víctimas y en recuerdo a esa matanza, tanto de carácter institucional como privado, y es probable que la lluvia acompañe a las lágrimas de los que no puedan evitar derramarlas de emoción al rememorar esa cruel tragedia. El bosque de los ausentes del Retiro empieza a coger porte tras los años transcurridos desde su plantación, y será imposible olvidar nunca aquellos días de angustia que nos rompieron un poco a todos, nos afectase en persona o a través de allegados o fuéramos sólo testigos de la historia.
De mientras esos actos tengan lugar, seguirá el asedio ruso a la ciudad costera de Mariupol, en el mar de Azov, una localidad que antes de que empezara la guerra de Ucrania contaba con una población de cerca de cuatrocientos mil habitantes, y que ahora, parcialmente desalojada por los que huyeron antes de los ataques y los que han podido escapar entre cohete y bombazo, acoge a un número desconocido de almas en pena cuyas vidas no valen nada a ojos del asesino de Moscú que determina la intensidad de los ataques. El objetivo ruso de tomarla para convertir al mar de Azove n un lago interior, conectando así por tierra Crimea y las regiones separatistas del Dombás es claro, y da la impresión de que nada va a logar impedirlo. La táctica que se sigue en Mariupol es la ya vista en Alepo o Grozny; el aplastamiento, el derrumbe de la ciudad, su arrasamiento manzana a manzana para que los aterrados supervivientes imploren por la derrota propia y no ya acojan a los invasores con alegría, sino con el mero deseo de que, convirtiéndose en sus siervos, salven la vida. No hay miramientos en las tácticas rusas, no hay prisioneros, no hay estrategias de inteligencia ni nada que valga, sólo la destrucción absoluta a base de bomba y miedo. ¿Cuántos 11M habrá hoy en Mariupol? ¿Cuántos habrá habido ya? ¿Cuándo seremos capaces de medir la dimensión de la tragedia que allí sucede en estos momentos? Surgen preguntas de horrendo contenido cuyo silencio como respuesta ahonda en el pesar, y siendo incapaz de imaginar lo que se vive en ese lugar me limito a sentir dolor, un dolor vacío que de nada sirve, que a nadie ayuda, que no ofrece consuelo para nada. Como cuando se produjo el 11M, u otros atentados terroristas, etarras o yihadistas, salíamos a manifestar nuestra repulsa, a sabiendas de que era algo inútil, de que no servía para nada lo que estábamos haciendo. Nada podría resucitar a los muertos, nada salvo el trabajo de los profesionales sanitarios aliviaría las heridas de los que habían sido tocados por el impacto del terror, nada iba a contribuir a sanar el corazón afligido de quienes habían contemplado el horror. Esas manifestaciones servían, sobre todo, para canalizar la rabia personal, para ver los rostros de otras personas que, como uno, nada tenían que ver con los autores de la salvajada de turno y que, como uno, nada podían hacer ya una vez que el atroz atentado había tenido lugar. Era una terapia de grupo para impotentes. También lo es este texto, y todo lo que estos días escribimos sobre la tragedia ucraniana desde lugares seguros, confortables, cálidos, protegidos, ajenos al impacto de los proyectiles. Volcamos el miedo y la rabia en las teclas y gritamos nuestra condena en artículos y manifestaciones, que de nada van a servir ante el plan del kremlin, que haya fracasado o no, hoy seguirá matando y, con muy elevada probabilidad, mañana también. Esto que leen es, desde luego, la impotencia de quien nada puede hacer.
A un ejército que ataca sólo se le puede oponer un ejército que responde, es así de cruel, y Putin sabe que, a pesar del heroísmo que muestran los ucranianos y de que sus planes de toma rápida del país han fracasado, el tiempo corre más a favor de su viejo pero enorme ejército que de las voluntariosas pero poco capaces milicias ucranianas. A base de 11Ms va a masacrar Mariupol y otras ciudades hasta que el país se rinda, y todo lo demás le dará igual. Hoy los recuerdos en Madrid y España mirarán a Atocha, pero un momento dado se girarán hacia el este, de donde ahora viene la ola de fanatismo terrorista, de donde surge el mal que destruye y mata. Ese mal que hace dieciocho años nos segó en esta ciudad como nunca antes lo habíamos experimentado.
Subo a Elorrio y me cojo dos días, por lo que, si no pasa nada raro, nos leeremos el miércoles 16. Cuídense y abran los paraguas, que lloverá.
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