En mi rutina de compras en el supermercado, acudo semanalmente a uno para abastecerme de lo básico, con una lista bastante cerrada y un coste que, normalmente, es ridículo para lo que uno entendería como la compra semanal. Pero más o menos cada dos meses y medio cojo el carrito de la compra y voy a una gran superficie que está relativamente cerca de casa para renovar las provisiones de leche. Soy débil y no tengo coche, y la leche pesa mucho, por lo que aprovecho el carrito para llenarlo con cuatro paquetes de seis litros cada uno, lo que me da para el tiempo que, aproximadamente, les he mencionado antes. El camino de vuelta a casa es algo cuesta arriba y ese es uno de los pocos ejercicios que, a veces, hago entre semana.
Ayer me tocó ir a por la leche, dado que tenía apenas un par de litros en casa y la previsión inestable dejó la tarde de ayer sin precipitación a la vista (ir con el carro cargado y lloviendo no apetece a nadie) así que, tras llegar a casa del trabajo, ya con las farolas encendidas, me cambié, pillé el carro y allí me fui. De entre las múltiples marcas que hay en los lineales suelo comprar una que me gusta y cuyo diseño de los envases maximiza las posibilidades de ser almacenada tanto en el carro como en el frigorífico. Y sí, si todos tenemos manías, quizás yo más. La cuestión es que entré en la superficie comercial y me encaminé al lineal de leche. Ya sabía que empezaba a haber restricciones y problemas con el abastecimiento de leche a cuenta de la huelga de la plataforma de camioneros, y de paso que me aprovisionaba quería palpar un poco la sensación que había al respecto, y cuando llegué a la zona del establecimiento de interés me di cuenta de que los efectos de la huelga eran evidentes. Además de cierto desorden era evidente que faltaban varias marcas de leche, entre ellas la que yo pretendía llevarme, y que no eran pocas las señoras que preguntaban a un par de empleados que andaban por allí por los problemas de suministro que habían oído por la “tele” y que si eso era cierto o no. Por lo que pude escuchar de una de esas conversaciones un empleado comentaba que, en efecto, no les iban a llevar más pedidos a corto plazo por la huelga, y que lo que tenían disponible era lo que se veía en el lineal y algo más en el almacén del establecimiento, pero de las mismas marcas que se podían ver en la tienda, no de otras. Ante la ausencia del producto que yo quería, cogí el mismo número de paquetes y litros de otra marca, también buena, pero cuyo diseño de envases no es ni mucho menos el óptimo, pero ante la restricción toca aguantarse. Cogí otro par de cosas que pesan que suelo aprovechar cuando llevo el carrito y me encaminé hacia las cajas, donde había el movimiento habitual de un día de compras, sin ninguna sensación anómala. Delante de mí iba estaba un matrimonio, al menos pareja que así me lo parecía, dejando un montón de cosas en la cinta y, entre ellas, dos botellas de sidra, que fue de lo último que depositaron. En un momento dado, mientras la empleada de la caja les iba pasando el montón de productos que habían comprado, le escuché a él decirle a su pareja “vale, hemos comprado sidra para festejarlo, pero si llega el apocalipsis de verdad nos pillamos el champán del caro” por lo que intuyo que en esa casa, quizás este fin de semana, algo se celebrará pero no por todo lo alto, o no al menos con la sensación de que este mundo se va a acabar en las próximas cuarenta y ocho horas. Imagino que en la conversación de la pareja aparecería en algún momento Putin y sus malnacidas acciones, como causante posible de ese fin del mundo que, a esos consumidores, no les pillaría de buenas a primeras con champán, pero sí con la nevera y armarios caseros llenos de productos, que hacían que su carro de la compra prácticamente rebosase. Apocalipsis con hambre no, desde luego, en ese hogar no.
Tras pagar mis cajas de lácteos y sospechar que en el lineal del producto el stock de oferta se estaría restringiendo a pasos agigantados, comprobé lo que sabía, que el diseño de los paquetes de esa otra marca no es nada óptimo para su transporte por el carro. Conseguí meter dos de ellos en la parte inferior del mismo, con bastante esfuerzo, pero era imposible hacer que los otros dos entrasen en la misma posición en el piso alto, y eso que estuve unos minutos tratando de lograrlo, emulando un tetris tridimensional que, a buen seguro, daría para un video cómico de esos que circulan por las redes, metiendo y sacando paquetes hasta frustrarme con ello. Apilados de mala manera, logre que el carro pudiera portarlos, pero en una situación algo desequilibrada, lo que me hizo ir despacito y con mucho cuidado en el viaje de vuelta a casa para evitar caídas.
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