Almudena Ariza es la cabeza visible del tercer equipo que ha mandado TVE a Kiev para seguir las evoluciones de la invasión rusa. Antes de que empezase la guerra fue Víctor García Guerrero el que se desplazó a esa ciudad y, pasada la primera semana de combates, Óscar Mijallo, veterano curtido en varias situaciones de riesgo, se trasladó del sur del país a la capital para hacer el seguimiento. A lo largo de esta semana, coincidiendo con el final de la cuarta de ofensiva rusa y de asedio de los ucranianos, Almudena ha dejado su corresponsalía en Nueva York para ser testigo del horror que se vive en las calles de Kiev.
El periodista de guerra es una subespecie en el ecosistema de la información que ha dado grandes nombre y joyas en forma de crónicas, libros y reportajes. Se asocia a la aventura y el riesgo, y pese a que sigue teniendo un cierto aire romántico, no deja de ser el punto en el que el informador se encuentra más cerca del horror de la guerra, de lo que hay que narrar pero es imposible soportar, y allí donde su propia vida corre el riesgo de terminar de la misma manera que la de los combatientes a los que observa. Las tres últimas muertes de periodistas españoles enviados a guerras muestran que el oficio es duro, peligroso y no apto para cobardicas. Ricardo Ortega en Haití, José Couso en Bagdad y Julio Anguita en Afganistán son nombres que todos recordamos, que ejercían una profesión necesaria, y que murieron a causa de ella. Son incontables los que han ejercido esta labor, y seguramente en España Manu Leguineche fue el padre de todos ellos. Un hombre especial, bastante autodidacta, que supo crear casi desde la nada, en un país en el que la censura de la dictadura lo hacía todo más difícil y la falta de medios exigía voluntarismo sin límites, toda una agencia de noticias especializada en la actualidad internacional, de la que era un apasionado. Viajero empedernido, Leguineche vivió las guerras de Indochina, lo que luego sería Vietnam, y enseñó a un montón de pupilos un oficio en el que, como no tenía nombre anglosajón, no era reconocido como maestro por los popes del gremio. Pero lo fue, y de los más grandes. Sus reportajes y libros son excelentes, y hoy en día se siguen leyendo con el gusto, frescura y poso que el bueno de Manu supo dejar en ellos. Discípulos suyos son gente como Javier Márquez, Gervasio Sánchez o Arturo Pérez Reverte, curtidos en batallas más modernas como las del golfo o los Balcanes, por mencionar las más conocidas, donde realizaron un trabajo excelente y, también, vieron cosas que les han marcado para siempre. Reverte hace muchas veces referencia a cómo la experiencia de la guerra marca a los individuos, los altera para siempre en sus escalas de valores y formas de comportamiento. Sobrevivir a eso, como participante o testigo, te hace ser otra persona, ni mejor ni peor, pero sí distinta, y eso te altera en tu vuelta a la vida normal, la que dejaste en tu casa, tan alejada del peligro. Nada volverás a verlo ni a valorarlo de la misma manera. Por eso el periodista de guerra es un personaje extraño, al que las emociones y cosas que apasionan al resto de miembros de la redacción de su medio le parecen ajenas, triviales, menudencias propias de conformistas residentes en la opulencia. Él ha visto lo que es el fin de la sociedad que conocemos, y eso no lo convierte en alguien orgulloso y distante, no, pero sí en una persona mucho más cínica, descreída, imposible de ser influida de la manera en la que son otros periodistas, porque ya ha visto lo que es realmente importante, y lo que cuesta conservarlo, y lo que es que alguien lo pierda. Uno puede dejar de ser periodista, como lo hizo Reverte colgando sus credenciales de TVE, pero no puede no haber estado en la guerra y olvidar lo vivido, extraer de su cuerpo las cicatrices, las visibles pero, sobre todo, las ocultas, que ese horror diario le ha dejado. Como el alcoholismo y otras adicciones, el que allí ha estado siempre será un ex, nunca podrá recuperar la vida que poseía antes de ir.
Una labor en la que todos los combatientes de la guerra ponen mucho empeño es en ocultar lo que hacen, engañar, esconder las mayores vergüenzas, y mentir para que la información sea también un arma a su servicio. Por eso es tan importante la labor de los medios de comunicación en las guerras, por eso es tan necesario que ese trabajo sea desarrollado por profesionales curtidos, serios, pausados, no adictos al espectáculo, que no vean el horror de la guerra como un show para conseguir audiencia, sino como el relato de una noticia, enorme, trascendente, gravísima. En esto TVE lo está haciendo muy bien en esta guerra, y desde aquí mi reconocimiento a sus profesionales, equipos, ayudantes y colaboradores.
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