Vivimos en un lugar muy especial del mundo, la UE, en la que el componente militar es algo que se estudia en los libros de historia y se recuerda al hablar de hechos pasados, al visitar memoriales de las distintas guerras habidas, nacionales y mundiales, pero en el que lo militar no es sino una especie de cosa que se observa en la distancia, un recuerdo del pasado. Los ejércitos de las naciones de la UE son de juguete si los comparamos con los de otros países y el sentimiento de unidad colectivo yd e defensa que se asocia a un patriotismo defensivo sólo es exaltado, de manera caricaturesca, por determinadas formaciones políticas extremistas cuyos líderes, como el resto de sus nacionales, son totalmente ajenos a la formación y experiencia militar.
En la UE somos expertos en cosas raras, como normativas y leyes, que no se pueden imponer si no están asociadas a una fuerza coercitiva, y sólo tocamos con maestría uno de los factores que sí están asociados al poder, que es el dinero. Somos ricos, muchísimo, de los que más del mundo. Tenemos dinero a espuertas, nuestras empresas son imperios globales, dictamos modas y somos visitados por riadas de personas de todo el mundo, que admiran nuestro pasado y nos financian el presente. En lo económico sí somos una superpotencia, en el resto de materias que se relacionan con ese concepto, no pintamos nada. Por eso, la principal respuesta de la UE ante la invasión de Putin sobre Ucrania ha sido económica, y muy seria. Las medidas más importantes, entre las muchas tomadas, son la desconexión del sistema financiero ruso del sistema SWIFT, que es lo que permite a las entidades financieras de todo el mundo comunicarse para asegurar la veracidad de las operativas que cruzan y, así, llevarlas a cabo, y el bloqueo de las reservas que el Banco Central de Rusia pueda tener fuera de su territorio. Ya ayer esto provocó una debacle financiera en Rusia, con un rublo que cayó un 30%, el decreto de cierre de la bolsa de Moscú, que seguirá clausurada hoy, y la subida de tipos de interés de la entidad soberana rusa, que los pasó del 8% al 20% de golpe, tratando de contener las fugas de capitales. Los efectos de estas medidas, inéditas en muchos casos, van a suponer un daño muy serio para la economía de aquel país y, sobre todo, para los ciudadanos rusos, que se van a ver empobrecidos de una manera drástica, sea cual sea su perfil de ahorro y consumo. ¿Logrará esto frenar a Putin? No hay que ser ingenuo, el efecto de estas sanciones devastará las fuentes que proporcionan la riqueza que el dictador y su camarilla saquean, pero no será un hecho brusco, sino progresivo, y es probable que Putin y sus asesores previeran algo similar y se hayan preparado para ello. La acumulación de reservas realizada por el estado ruso en estos últimos años le proporciona un colchón con el que poder ir tirando varios meses y así lograr un margen para ganar la guerra militar, pero esas divisas se acabarán, ¿Cómo podrá sobrevivir la economía rusa ante semejante reto? Antes de que se produzca un levantamiento popular de ciudadanos indignados por la ruina que esto genere, escenario que sería ideal, Rusia tiene dos alternativas. La dura, que es reprimir y seguir engañando a su población para que se resigne y aguante, y al inteligente, que es lograr vías alternativas de financiación fuera del circuito occidental. Y aquí surge otra vez el nombre de China, que es ahora mismo el gran, y tras las sanciones, prácticamente el único aliado que le queda a Putin a la hora de hacer negocios. Si China sigue manteniendo un circuito financiero paralelo con Rusia puede otorgar a Putin el respirador económico que le permita seguir manteniendo en pie su satrapía, aunque pocos dudan de que, dada la desproporción entre ambas economías, esto acabe suponiendo en la práctica que Rusia se convierta en un vasallo de China, y que Beijing acabe exprimiendo los recursos de su enorme y vacío vecino, saliendo como ganadora del pulso. Putin salvaría a corto su posición, pero a la larga Rusia se iría a la ruina global y a convertirse en un mero apéndice energético de China.
Evidentemente, estas sanciones contra Rusia también van a generar costes para las naciones que las hemos impuesto, y a cada uno de nosotros nos va a tocar pagar algo por todo este destrozo. Más allá de los precios de la energía y de las materias primas, que seguirán al alza, desbocando una inflación que ya está en el 7%, negocios concretos como las frutas y hortalizas, que se exportan a Rusia en grandes cantidades, o el mercado inmobiliario en zonas como la costa del sol, o el turístico en levante o Madrid y Barcelona verán como los rusos ya no aparecen, y con ello sus divisas. Pensemos que sería mucho, muchísimo más caro no hacer nada, pero debemos asumir que nos va a tocar pagar, y no poco, por la sádica decisión de Putin y la infame guerra que ha desatado en Ucrania.
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