Si lo que pretendía Putin era un golpe quirúrgico que descabezase el poder en Kiev y equivaliera a una asonada clásica, sin destrucción asociada, su fracaso era evidente a las pocas horas del inicio de la guerra. Si buscaba una intervención militar veloz, una copia de la Blitzkrieg alemana, con incursiones profundas arrasando y dominando el territorio, noqueando al enemigo, su fracaso fue evidente pasadas las tres o cuatro semanas de la guerra. Si buscaba la rendición de la sociedad ucraniana y su sometimiento es obvio que hoy, poco más de un mes después del inicio de los combates, el fracaso es tan absoluto como cruel el resultado sobre el terreno.
En todas las frases anteriores existe una duda de fondo que hace muy difícil saber dónde estamos y hacia dónde nos dirigimos, que es saber lo que realmente quería Putin. Visto con perspectiva, los preparativos de guerra que se realizaban en la frontera entre Bielorrusia y Rusia con Ucrania era algo planificado desde hace meses con vistas a un tipo de intervención, y las negativas rusas de que fuera a producirse ataque alguno eran mentiras tan enormes como los tanques de Vladimiro, pero a partir de ahí la duda crece, y no está nada claro hasta dónde llegaban las intenciones del Kremlin con esta guerra. Si fuera por el discurso de Putin del primer día, en el que anuncia esa “operación especial” como el la llama, su objetivo sí sería arrasar con todo el país y derribar a un gobierno que tacho de nazi y drogadicto. Hoy, a finales de marzo, parece que eso no va a ser posible, aunque la situación es cambiante, y la legitimidad mundial de Zelensky es tan inmensa como el atasco de las fuerzas militares rusas. Rebobinemos la película. Sabiendo donde estamos ¿Hubiera lanzado Putin su guerra? Si la respuesta es que no tendríamos la solución al acertijo y podríamos calibrar la dimensión del fracaso ruso, pero el único que puede contestar a esta pregunta es el sátrapa que usa las mesas alargadas como medio de intimidación. El anuncio de este viernes del ejército ruso de que quiere centrarse en el este del país, en la zona del Dombás, fue interpretado por muchos como una muestra de retirada parcial, de intento ruso de acotar una guerra que no marcha como espera, y en parte es cierto, pero el ataque del sábado a Leópolis, o Lviv, con Biden al otro lado de la frontera polaca fue una señal de que para Rusia a lo mejor las zonas de invasión son unas pero el conjunto del país se puede utilizar como campo de tiro y pruebas de armamento. No se si el plan que ha salido algunos medios de partir la nación en dos es lo que pretende Moscú, pero una cosa sí está clara, el nivel de destrucción de infraestructuras que está sufriendo el país es enorme, y sin ellas el porvenir de la economía ucraniana es sombrío. Nadie va a querer invertir en la reconstrucción de un territorio que puede quedar a merced de un nuevo arrebato ruso en el caso de que se llegue a una especie de acuerdo de alto el fuego, y con ciudades arrasadas, vías y carreteras laminadas, aeropuertos convertidos en chatarra e industrias volatilizadas el concepto de Ucrania como nación viable empieza a ser, simplemente, una quimera. En condiciones normales, si la guerra se acabase, reconstruir lo que se está destruyendo estas semanas llevaría años, por no hablar de la vuelta a una vida de cierta confianza por parte de los supervivientes, por lo que a estas alturas de la guerra no se si el plan ruso es hacerse con el control de algo o, directamente, destruir todo lo que pueda en un arrebato de furia que le haga tener la sensación de que se ha cobrado una venganza irracional. Cada edificio de viviendas que Rusia destruye, cuyos ocupantes o mueren o sobreviven, pero todo lo pierden, es una sangría más que cierra el futuro de la nación ucraniana, que la hunde en el medievo económico y, si me apuran, paisajístico. Destruir por destruir, ¿es ese el objetivo de Putin?
Más allá de las conversaciones de paz de estos días, que tienen mucho de teatro y, por lo visto, algo de tóxico envenenamiento, hay una fecha en el horizonte que es el 9 de mayo, día en el que Rusia conmemora la victoria de la URSS sobre las tropas nazis en la II Guerra Mundial, lo que allí se llama la “gran guerra patriótica”. Es un día festivo en aquel país y suele ser objeto de desfiles patrióticos y militares, y no sería un mal momento para que Putin trate de exhibir, ante los suyos, los “logros” de esta guerra. ¿Cómo estarán los frentes para entonces? ¿Se habrá producido algún avance significativo en la ofensiva rusa? Difícil saber algo. Nada es seguro sobre el terreno y las fuerzas militares que combaten adolecen de graves, y distintos, problemas internos.
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