Durante hoy y mañana Bruselas no va a ser sólo la capital administrativa de la UE, sino la sede oficiosa del poder occidental. Se celebra una doble cumbre que puede ser decisiva en el contexto que vivimos, cuando se cumple exactamente un mes del inicio de la guerra de Ucrania. Por un lado, la OTAN reúne a todos sus aliados, con la presencia de Biden encabezando la delegación norteamericana, y por otro los jefes de estado o de gobierno de los veintisiete tienen un consejo extraordinario para tratar temas económicos. El doble plano, seguridad y economía, va a estar presente en todo momento en todas las reuniones que se den. Y más nos vale que salgan acuerdos.
Hasta ahora ha habido un doble consenso occidental frente a la salvaje agresión rusa en Ucrania. Por un lado, dureza en las sanciones económicas para tratar de ahogar a la economía regida desde Moscú, con la esperanza de que eso corte los flujos que financian la guerra. Por otro, la negativa a entrar en guerra directa con Rusia por parte de la OTAN, apoyando hasta donde se pueda a Ucrania pero teniendo claras qué líneas no pueden ser cruzadas para que la guerra, ahora local, se convierta en Europea y, potencialmente, mundial. Si para lo segundo se ha alcanzado un acuerdo en el que el miedo y la hipocresía son los dominantes, para lo primero se ha actuado de manera firme y conjunta hasta donde han aparecido los auténticos escollos, en forma de los suministros de energía que Rusia da a Europa, y que Europa necesita para subsistir. Cerca de mil millones de euros al día es lo que los países europeos pagan a Rusia por petróleo y, sobre todo, gas. Y es sabida la dependencia de ciertas naciones, especialmente en el centro y este del continente, del suministro que se lanza desde Moscú. Ha habido pleno acuerdo en la ruptura económica total con la excepción de los suministros energéticos, lo que también esconden algo de hipocresía y, sobre todo, miedo a la reacción social ante un corte energético que, vía escasez, suma a nuestras sociedades en un caos. Recordemos que, en nuestras naciones, a diferencia de Rusia y otras dictaduras, los gobernantes son elegidos por el voto de los ciudadanos y las opiniones públicas pesan y pueden tumbar gobiernos. Sin que se haya producido el corte de esos suministros rusos el precio de la energía ha subido notablemente y se producen manifestaciones y huelgas por doquier contra un alza de costes que afecta a todos. Pruebe a pasarse por el supermercado y verá las consecuencias directas de esos paros. Ante este problema, grave, empiezan a surgir grietas en la unidad de acción de las naciones europeas, y los gobiernos sienten distintos grados de presión de sus opiniones públicas y las afrontan con distinto grado de endeudamiento en sus finanzas públicas. Escojamos dos extremos. Alemania y Países Bajos son muy dependientes del gas ruso, cerca de un 40% de su consumo viene de allí, y tienen presupuestos saneados, que serían capaces de afrontar costes derivados del alza de los precios para mitigarlos. España y Portugal, que apenas consumen gas ruso, en torno al 8% de nuestra cesta de la compra energética, tienen economías sobreendeudadas, con ratios cercanos al 130% del PIB, y aún no han logrado volver a los niveles de actividad prepandemia, por lo que poseen serias restricciones para abordar el incremento de costes energéticos y establecer políticas de subsidio que lo palíen. Entre medio, decenas de países con ratios de dependencia energética y de deuda de todo tipo, que afrontan conjuntamente el incremento internacional de precios y la amenaza de chantaje por parte de Putin y su gasolinera. Lograr un acuerdo de mínimos en este tema va a ser muy difícil, aunque sería necesario para mantener la imagen de unidad que, hasta ahora, se ha ofrecido frente a Moscú. Una cumbre europea en la que el resultado sea que cada nación adopte posturas distintas sería una grieta peligrosa que mostraría nuestra división, algo que a Moscú le beneficiaría.
Más fácil parece alcanzar acuerdos en la cumbre de la OTAN, sobre todo porque ahí se tiene muy claro a qué escenario no se quiere llegar. Probablemente las naciones se comprometan a aumentar sus presupuestos de defensa al 2% del PIB (cómo se pagará eso se dejará para mucho más adelante) y se refuercen los contingentes que se sitúan en la frontera este. Parece que Zelensky hablará en ambas cumbres, siendo su discurso muy escuchado y aplaudido, pero, en la práctica, poco tenido en cuenta, porque el miedo a Rusia es evidente. Se debieran tratar escenarios en función de la esperada evolución militar del conflicto, que puede enquistarse y ser largo o más breve y convulso, y qué hacer si Rusia acelera y utiliza armamento no convencional. Probablemente sepamos poco de estos análisis, pero alguien los estará haciendo, ahora.
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