miércoles, julio 31, 2019

La guerra del BBVA


La imputación del BBVA a cuenta del caso Villarejo es el último episodio judicial que afecta a un banco que empieza a tener demasiadas noticias a su alrededor que nada tienen que ver con lo financiero. Se podía hacer una teleserie de calidad con las intrigas que tuvieron lugar en la época del asalto de SACYR y de cómo actuaron los diferentes personajillos que tuvieron su papel en aquel enredo, en el que el gobierno de entonces trató de inmiscuirse en la dirección del banco y en el que el propio banco buscó como defensa a un personaje tan poco recomendable como Villarejo, que cierto que sabía de traiciones y bajos fondos, pero que sobre todo era un beneficiario de todo lo que pudiera pasar a su alrededor. Y parece que, literalmente, todos pasaban. Y él les cobraba.

Coincidiendo con todo este asunto ha fallecido, hace pocos días, Emilio Ybarra, el que fuera presidente de la entidad durante varios años, y que pilotó la por entonces reciente fusión de Banco de Bilbao y Banco de Vizcaya, el BBV y su unión con la banca pública de la época, denominada Argentaria, que es de donde viene la A con la que finaliza actualmente la sigla corporativa. Retirado de la vida pública desde hace tiempo, salió por la puerta de atrás de la entidad tras un escándalo en el que unas cuentas en el paraíso fiscal de Jersey provocase que muchos de los representantes de Neguri, la residencia clásica de la oligarquía financiera vizcaína, tuviesen que abandonar sus puestos en el que era su banco. Con motivo de su muerte, Pedro Luís Uriarte, que fue su consejero delegado durante años y llegó a vicepresidente del banco, hay escrito un artículo de homenaje a su figura, publicado por varios medios nacionales, que no tiene desperdicio alguno, no tanto por la figura que glosa y elogia, sino por lo que desvela de lo que sucedió durante el asalto de la “A” al “BBV” y los odios que se generaron en ese momento, y el disfrute que supone ver cómo, ahora mismo, la venganza puede llegar a cobrarse el precio esperado tras años de paciencia y silencio. Cuenta en su necrológica Uriarte como el escándalo de jersey fue aireado y magnificado por quienes tenían echado un ojo a la gestión del banco y querían hacerse con él, y usaron aquel suceso como la palanca necesaria. Los tribunales acabaron diluyendo el escándalo, pero para entonces casi todos los de la vieja guardia bilbaína habían sido diluidos o directamente defenestrados por las huestes de Francisco González, que presidió Argentaria, colocado ahí por Aznar en su momento, y que al ver la oportunidad de ascender a uno de los dos grandes bancos nacionales no dudo un momento en hacer todo lo que fuera necesario para lograrlo. Intrigas, rencores, traiciones y jugadas que dejarían a cualquiera de esas series que ahora tienen tanto éxito convertidas en tebeos de Disney culminaron con el gallego González en la presidencia de la entidad fusionada y los de Neguri en casa, viendo llover cuando las nubes cubren el abra exterior y la sensación de haber sido desahuciados de su casa. Los odios que González se granjeó con este episodio han ido creciendo día a día entre todos sus perjudicados, a la vez que el BBVA crecía en tamaño, sí, pero apenas podía hacer nada frente al disparo de su eterno rival, el Santander, que se ha convertido en una marca global que multiplica las dimensiones del otrora banco bilbaíno de una manera tan holgada como insultante para los oriundos del botxo. Centrado en la digitalización, González no ha logrado que el banco se convierta en un referente internacional, pese a que también se lanzó a la expansión exterior. Éxitos como Brasil o México se conjugan con fracasos como china o decepciones como EEUU, y la muy compleja gestión de Turqía, donde con la entidad Garanty el BBVA ha estado tratando de hacerse con el mercado financiero de aquel país, y las tensiones políticas de una región tan explosiva no han dejado de hacerle daño. La marcha de González, discreta, hace un año, fue vista por muchos como una retirada forzada por su edad, pero en ese silencio no se escuchaban las críticas y odios que, larvados, seguían bullendo.

Ha sido el caso Villarejo y la cada vez más certera probabilidad de que González esté directamente involucrado en su contratación y chanchullos lo que ha abierto la espita de los rencores acumulados. Botellas de champán frías, congeladas tras años de espera en las cámaras a buen seguro han sido descorchadas con motivo de esta imputación, y el artículo de Uriarte, cargado de bilis contra el personaje y un “Madrid” que desbancó a Bilbao como sede del poder financiero ha sido la válvula de escape. Ahora muchos esperan con ansia el desarrollo del caso y quieren vivir para ver cómo la justicia llama a declarar a González, rezan a la amatxu de Begoña para que sea enchironado, su imagen padezca oprobios, y los medios caigan con saña sobre él, ahora que ya nada le protege. Sí, sí, las series de televisión son Disney al lado de la realidad.

martes, julio 30, 2019

Ciudadanos, o crisis de la nueva política


Con el bloqueo político que vivimos, y que en la práctica se prolonga ya desde hace algunos años, comienzan a surgir voces sobre la necesidad de las nuevas formaciones que aparecieron en el mercado de la política hace pocos años y tienen pinta de haber sido sometidas a un proceso de envejecimiento muy acelerado. Sin llegar al lustro de existencia, términos como purga, depuración, críticos, limpieza y cosas por el estilo llenan los comentarios al referirse a las mismas, y se ve que reproducen, a escala, los comportamientos de los “viejos partidos” como ellos los denominan, a los que aspiraban a suceder. Parece que ese objetivo maximalista ya nunca va a ser alcanzado. ¿Cuál es, entonces, su futuro?

Si ayer analizaba algo más en detalle la situación de un Podemos decadente y anclado en las necesidades de la familia Iglesias Montero, podemos echar hoy un vistazo a Ciudadanos, que sufre desgarros constantes y se encuentra cada vez en una situación más incómoda. Los resultados electorales fueron buenos para la formación, su uno los compara con los de comicios anteriores, pero dejaron al partido de Rivera en la tierra de nadie, como me gusta decir, un lugar árido en el que no logra sobrepasar al PP, imposibilitando ese sorpasso por la derecha al que aspiraba y no se convierte en fuerza decisiva para casi nada. Mejora, sí, pero insuficiente. A partir de ahí las pulsiones en la formación han ido creciendo a medida que rivera ha escorado su discurso y cerrado vías de entendimiento con formaciones que no sean el PP. A escala, lo que pasa en ese partido se parece un poco a Podemos, de tal manera que la formación se está convirtiendo en un medio para que las ambiciones personales de sus dirigentes sean satisfechas y, si no es así, el medio se corrompe. En cierto modo es algo que le pasa a todos los partidos políticos, dado que las personas que los dirigen son ambiciosas y luchan por el poder por encima de lo que sea. De hecho para eso se presentan a unas elecciones. El problema es cuando tus ansias son excesivas, tus deseos absolutos y tus prisas letales. Puede que Ciudadanos encontrase en las pasadas elecciones su techo, dado que era una formación que jugaba a dos bandas y trataba de sacar votos del centro izquierda y centro derecha. La idea de orientar el partido a la derecha para crecer más por ese costado deja desguarnecido el flanco izquierdo y supone una peligrosa sangría de votos por esa ala, en la que no sólo hay socialistas desencantados. También habitan en ella auténticos creyentes de un pacto transversal, de una búsqueda de acuerdos que eviten los “rojos y azules” que muchas veces con acierto menciona Rivera. Las bajas de dirigentes de Ciudadanos de estas últimas semanas (Roldán, Serrano, Maura….) representan una enorme pérdida de capital humano para el partido, y para la política española en general. Son profesionales de prestigio acreditado, moderados, no sectarios, que buscaban una entente para arreglar los graves problemas que nos afligen, que pudieran estar equivocados o no, pero desde luego no actuaban con orejeras al servicio de una estrategia de acoso y derribo. Frente a ellos, los Sánchez, rivera, casado e Iglesias suponen polos opuestos, no tanto en ideología como en formas, en autoritarismo, en necesidad de adoración al líder y seguimiento sin fisuras. Con la remodelación de la cúpula aprobada ayer, Rivera tiene un Ciudadanos mucho más a su medida personal, pero, creo, mucho menos a la medida de la sociedad española. ¿Tenía Ciudadanos otras opciones? Creo que sí ¿Por qué no ofreció Rivera un acuerdo a Sánchez con unas claras líneas rojas en cuestiones como el separatismo, Cataluña, etc a cambio de un apoyo parlamentario? ¿Por qué renunció a que el candidato socialista se retratase públicamente en esos aspectos antes de iniciar su ofensiva de derribo?

La pregunta que se hacen muchos, hoy mismo, es por qué si el escenario político no hace más que dibujar el manido enfrentamiento entre izquierda y derecha tenemos opciones múltiples que sólo sirven para enturbiarlo todo. Visto lo visto, si uno quiere que gobierne la izquierda debe votar al PSOE y huir de Podemos. Si quiere que gobierne la derecha debe votar al PP y escapar de Vox lo más rápido posible. ¿Dónde queda Ciudadanos en este marco polarizado? Se arriesga el partido de Rivera a ser carcomido por ambos extremos por el voto útil y quedarse con las raspas de la formación, lo que no sería nada útil para un candidato, Rivera, al que se le empieza a cerrar el cielo del poder de manera más o menos clara. Eso para todo político es deprimente, y parece ser, fuerza a cometer errores de bulto. Que se le pregunte al mesiánico faro luminoso de Galapagar.

lunes, julio 29, 2019

Desnudez


Supongo que muchos de ustedes, al igual que yo, pasarían sus momentos de vergüenza a lo largo de la semana pasada durante la frustrada sesión de investidura de Pedro Sánchez, contemplando un extraño ejercicio de impostura y teatro por parte de nuestros representantes políticos, que describen nuestra sociedad en sus grandezas (escasas) y miserias (abundantes). Teatro de máscaras en las que se arrojaban acuerdos, promesas, ministerios y cualquier otro tipo de prebenda para lograr lo que se suponía que era un acuerdo de gobernabilidad y no era sino una competición de egos a mayor gloria de cada uno de los presentes, y financiado por todos nosotros.

Ante un espectáculo como este es fácil deducir que son muchos los culpables, y cierto es, pero no sirve de argumento para no acusar a algunas cabezas de ser las propiciatoria de todo lo sucedido, y dado que entre no pactos andaba el juego es lógico pensar que Sánchez e Iglesias son los principales responsables de lo sucedido, y si me preguntan no tendré ningún empacho en confesarles que veo al líder morado como el principal causante de todo lo sucedido. No es el candidato socialista inocente de nada, dado como ha desperdiciado el tiempo desde que ganó las elecciones de abril, y cómo ha gestionado todo este proceso de supuesta negociación. Debió enfocar las cosas de otra manera, tratar desde las elecciones municipales de consensuar un programa de gobierno, una estrategia para cuatro años, pero no lo hizo. Desde el primer momento actuó con un cesarismo al que el personaje se ha acostumbrado desde un principio y ejerce con todas las de la ley, tenga más o menos escaños en la cámara. Frente a él ha estado iglesias en todo momento, el líder absoluto y mesiánico de una formación que poco a poco se va diluyendo, víctima del infinito ego que su líder proclama en cada palabra, gesto y andar. Iglesias aspira, sobre todo, al dominio absoluto sobre el PSOE, quiere derrotar a esa ideología socialdemócrata que considera caduca, degenerada, traidora, frente a la vanguardia comunista leninista que anida en su interior. Él es un revolucionario, un creador de mundos, un visionario de la liberación de los pueblos. Se cree el mensaje con el que fueron engañadas varias generaciones del pasado por parte de unos dictadores que fueron lo suficientemente listos como para envolver sus ropajes autoritarios en formas y consignas de atractivo casi inmediato. Sigue Iglesias pensando en el asalto a los cielos, y para ello es imposible un acuerdo de gobierno. Es necesario poder, poder puro, sin cortapisas. Nada de cogobernar o ejercer el cargo de algunos ministerios, no, sino ser la vanguardia. Nada de permanecer bajo la coordinación de un presidente del gobierno al que acatar y seguir sus instrucciones. Nada ni nadie puede mandar sobre Iglesias, como bien lo saben los que conforman su partido, que cada dos por tres son expulsados del mismo por osar hacer sombra a la luz perpetua que ilumina a todos desde la dacha de Galapagar. Esa visión es la que ha mantenido en firme desde su meteórico ascenso político, y es la que probablemente le va a llevar al desastre electoral en las siguientes elecciones, sean cuando sean. Por no ser capaz de moderar su ego y su irrefrenable afán de acceso al poder Iglesias ha frustrado, por segunda vez, un gobierno socialista, lo que ya es mérito suficiente para pasar a los anales de la historia política española y ser considerado como benefactor del centro derecha. Desde luego ha hecho por esa ideología más que muchos que de ella se proclaman defensores.

El espectáculo en el Congreso, mostrándose supuestas actas negociadoras, trilerismo entre departamentos, direcciones y ministerios y llamadas de quita y pon fue realmente triste. El gesto teatral en la tribuna de Iglesias, renunciando al Ministerio de trabajo a cambio de una competencia que está transferida a las Comunidades Autónomas sobre la que el gobierno central apenas puede hacer otra cosa que aconsejar y coordinar fue la última muestra de cómo algunos que se creen dioses no son capaces de hacer casi nada y lo desconocen casi todo. Y esta vez delante de todo el mundo. El relato de lo que pasó antes y en esa misma sesión pone a todos ante sus vergüenzas y nos muestra un panorama político tan calamitoso como inquietante. ¿En manos de quiénes estamos?

viernes, julio 19, 2019

Llegar a la Luna


Mañana, 20 de julio, es el cincuenta aniversario de la llegada del hombre a la Luna. Ha transcurrido medio siglo, que dicho así suena aún más lejano, desde que Armstrong y Collins fueron los dos primeros seres humanos que pusieron sus pies en otro mundo. Les seguirían otras cinco parejas, totalizando en doce los que han caminado sobre la superficie de nuestro satélite. Aquello fue un prodigio tecnológico, un logro en todos los campos de la ciencia y el saber, una rotunda victoria de los EEUU sobre los soviéticos en medio de una guerra fría que se calentaba día sí y día no y una inversión financiera multimillonaria que espoleó a la industria norteamericana para varias décadas. Fue esa conjunción y coyuntura política lo que hizo posible llegar a la Luna.

Richard Nixon, el presidente que recibió a Armstrong en el Pacífico, después de hablar con él por teléfono desde la Luna, no creía mucho en esto de la carrera espacial, y fue el primero que empezó a recortar los presupuestos de la NASA, que hasta un par de años antes del alunizaje crecían y crecían sin parar. Se llevó la gloria de estar en el cargo en el momento justo, pero muy poco hizo, en aliento y espíritu, para alcanzar ese logro. Voluntad y presupuesto son las claves de toda iniciativa, y la carrera lunar emprendida por soviéticos y norteamericanos es un claro ejemplo de hasta dónde puede llevar la competencia para alcanzar unos retos. La nación que llegara primero demostraría ante el resto del mundo la superioridad de su sistema político y económico, ya que todos los demás contemplaban a esas dos superpotencias competir en todo. En atletas hormonados, en guerrillas dispersas por todas partes, en número de cabezas nucleares listas para ser disparadas, en producción de bienes… y claro, en el dominio del espacio. En apenas una década se había pasado de poner satélites del tamaño de televisores ahí arriba a tratar de realizar un viaje tripulado de ida y vuelta a un objeto sito a más de 300.000 kilómetros de distancia. Para los que vivieron aquello como espectadores la sensación de avance, de conquista, debió ser espectacular. Ante sus ojos la tecnología espacial, apenas recién nacida, conquistaba parcelas nunca antes soñadas, y como pasó con el mundo de los coches, que en unas pocas décadas conquistaron el mundo, el sueño de viajar el cohete a otros planetas se empezaba a transformar en un sentimiento lógico y generalizado. Escribe Ray Bradbury en sus crónicas marcianas como en “el verano del cohete” ir a Marte era una cierta aventura, sí, pero no mucho más de lo que fue un siglo atrás la conquista del oeste. Eran pioneros, aventureros, buscadores de fortuna, y también gentes que anhelaban nuevos espacios y vidas, y los cohetes despegaban de las planicies del medio oeste con la naturalidad con la que las caravanas partían rumbo al ancho horizontes del vacío norteamericano. La obra se adelantó casi dos décadas al momento del Apollo 11 y sitúa los primeros viajes marcianos a finales de la década de los noventa, y su texto refleja una sensación de avance, de progreso en todo lo que hacía a la ciencia y la tecnología que resulta plenamente creíble que viajar a otros planetas en ese calendario fuera cierto. Ni Bradbury ni casi nadie supo ver hasta qué punto es complejo adentrarse en el espacio exterior, el brutal salto que existe entre ir a la luna y llegar a Marte, objetivo para el que nuestra actual tecnología aún no es capaz de resolver serios problemas, y sobre todo, el coste de semejantes proyectos. Esa inversión tan inmensa tenía un respaldo político en los años sesenta por la carrera entre rivales que antes comentaba, y eso permitió que las inversiones se realizaran, pero si ese contexto no se hubiera dado es poco probable que los Apollo hubieran despegado en los sesenta y la Luna fuera hollada en aquella mítica fecha. Voluntad a raudales para vencer a los rusos fue lo que alimentó el flujo de dinero que sostuvo esa carrera. Una vez ganada, la atención política se desvió, apuntó a otros objetivos y el grifo de dinero se cerró para el espacio. Y tras el Apollo 17 no se volvió.

¿Es posible volver? Claro, pero como en el pasado, debe haber un objetivo de fondo que justifique el proyecto, y es dudosos que hoy en día la ciencia sea capaz de movilizar voluntades y presupuestos como se merece. Quizás la rivalidad con los chinos permuta reeditar algo así como una nueva carrera espacial, o la competencia entre las empresas privadas que están presentando proyectos, orientados al turismo para mañana y la explotación minera para más adelante. No había nacido cuando llegamos a la Luna, y empiezo a temer que no viviré cuando alcancemos Marte, objetivo que se aleja cada vez más en el tiempo. ¿Ver volver a la Luna? Ojalá. Debió ser un sueño contemplarlo en 1969.Y en nuestros días también lo sería. Vayamos.

Me cojo una semana de vacaciones, subo a Elorrio. Si no pasa nada raro nos volvemos a leer el Lunes 29 de julio. Disfruten y cuidado con el calor, va a ser intenso.

jueves, julio 18, 2019

Apollo 11 (para JLRC)


Ayer, en la buena compañía de JLRC, que me llevó en coche, pude ir a un cine de esos inmensos que se extienden por el extrarradio de Madrid, allá donde la ciudad empieza a confundirse con áreas no urbanizadas y colonias de matojos y polígonos, para ver Apollo 11, documental producido con motivo del cincuenta aniversario de la llegada del hombre a la Luna, que se puede ver en algunas salas durante estos días, y que mediante una sucesión de escenas e imágenes reales, recrea todo el viaje que Armstrong, Aldrin y Collins protagonizaron hace medio siglo, desde alguna jornada anterior al despegue hasta el momento del amerizaje, con retazos finales del recibimiento a los protagonistas como lo que eran, modernos héroes.

En las pocas palabras que pronunció Armstrong antes, durante y después de aquella odisea, ninguna fue para enorgullecerse de lo logrado, aunque sí para festejarlo, pero casi todas fueron de agradecimiento a los miles de personas que habían trabajado para que aquel proyecto, soñado y tan inimaginable se hubiera convertido en realidad. Menos de una década transcurre desde que Kennedy pronuncia ese discurso en el que pone el objetivo de la Luna como una de las metas a alcanzar y el verano de 1969, cuando se logra. En esos años el esfuerzo inversor que realizan los EEUU es tan ingente como difícil de calibrar desde una óptica civil actual, en la que la movilización de recursos para proyectos es realmente dificultosa. Y las hordas de profesionales que participan en aquella aventura son, simplemente, incontables. En casi todos los momentos del documental se ven escenas de decenas, cientos de personas, que trabajan incansablemente revisando procedimientos, actualizando datos, simulando situaciones, controlando, haciendo mil y una tareas para que todo se desarrolle como es debido. Vemos el inmenso cohete en la plataforma de lanzamiento, pero no sabemos cuántos miles de personas y empresas han podido participar en su construcción, el trabajo de ingeniería, diseño y de cualquier otra labor que usted pueda imaginar necesario para construir semejante máquina, la mayor y más compleja existente hasta la fecha. Y también la más peligrosa. En todo momento los astronautas saben que corren riesgos, que el viaje lunar es, por sí mismo, una peligrosísima aventura llena de momentos en los que un error puede dar al traste con las vidas de los tripulantes, y donde su pericia y profesionalidad serán puestas a prueba en todo momento. Y también saben los tres protagonistas que sus vidas están en manos de toda la gente que trabaja en la tierra para ellos y en la de todos los que han contribuido a que esas maquinarias funcionen como es debido. A una hora del lanzamiento aún hay técnicos que aprietan válvulas en la plataforma de lanzamiento para que todo esté como es debido. Subidos en lo alto de una bomba controlada de cien metros de altura, en un habitáculo donde los tres van encerrados en un espacio en el que su movilidad es reducida y la intimidad nula, saben los astronautas que son la última punta de un proyecto inmenso, el último eslabón de una cadena prodigiosa que les ha llevado hasta allí y que va a seguir trabajando, tensa y eficientemente, hasta traerlos de vuelta sanos y a salvo. Por eso, en tiempos de egocentrismo subido y postureo como los que vivimos, en los que los logros, a veces ínfimos, se convierten en triunfos personales de uno mismo comparables a gestas épicas, asombra y alecciona aún más escuchar a tres hombres que llegaron más lejos que ninguno, oír a esta y a las otras cinco tripulaciones que llegaron a pisar la Luna (y la frustrada del Apollo 13), y admirar su modestia. No alardearon nunca de lo logrado, no se mostraron orgullosos, distantes, soberbio o atribuidos de un poder o un don especial, no se consideraron especiales por lo hecho, sino satisfechos y orgullosos de haber contribuido a ello. Esas tripulaciones, cuyas vidas ya nunca fueron igual una vez que regresaron, vieron el mundo de una manera como nadie lo ha vuelto a hacer, y eso les hizo ser distintos.

Montado como si de una película de acción se tratase, el documental será disfrutado por todos aquellos a los que nos encanta la carrera espacial y por los que tengan conocimientos técnicos, pero quizás sea aún más placentero para los que lo vean como una historia emocionante, con momentos de tensión, belleza, alegría y miedo. En el fondo, siglos y siglos después, volvemos a ver a Ulises, que viaja a Troya y sufre la odisea para volver a casa, y ese viaje de ida y vuelta se repite una vez y otra a lo largo de la historia de la humanidad, desde las tibias o agrestes aguas del Mediterráneo hasta la inmensidad del vacío del espacio, allí donde no hay nada, y una pequeña bolita azul es el lugar donde los nuestros tejen y destejen esperándonos, ayer hoy y siempre.

miércoles, julio 17, 2019

Ceder, pactar


Lo sucedido ayer en la sesión de investidura del gobierno de La Rioja ejemplifica perfectamente la situación en la que se encuentra nuestra política que, no es ajena, refleja muchas de las corrientes de la sociedad que conformamos. La única diputada de Podemos en ese parlamento autonómico frustró la elección de una presidenta socialista, primera fuerza en escaños en la cámara, porque la representante de Podemos exigía no uno ni dos, sino tres puestos en el gobierno de la comunidad para su formación, a cambio de su único voto. Los socialistas han considerado desde un principio como inasumible una petición así y se han negado en redondo, y entre acusaciones de no querer dialogar, la única representante de Iglesias impidió ayer la elección.

A escala, vemos lo mismo en la política nacional. Podemos fue uno de los grandes perdedores de las elecciones de finales de abril cayó en votos y, vista su aún mayor debacle en las municipales y autonómicas de mayo, pudo darse por satisfecho con el varapalo recibido. Pero esos resultados, nefastos, no alteraron para nada la percepción del mesiánico líder que ha convertido esa formación política en una secta al servicio de sus intereses y los de su familia. Iglesias sabe que ha fracasado, que su proyecto naufraga y que se dirige a los arrecifes en cada una de las potenciales elecciones que puedan darse en el futuro, pero como buen egoísta que es, apenas le importa algo más que su propio futuro. Su obsesión por ser ministro es una manera de salvar sus propios muebles, literalmente los de su chalet de Galapagar, y busca de esta manera un salvavidas que le reporte ingresos y peso mediático para huir de la quema de un Podemos del que apenas queda una carcasa de lo que llegó a ser. ¿Es esta postura de Iglesias, egoísta hasta el extremo, una excepción? No, vemos en cada día en nuestra vida política ejemplos sin fin de formaciones que no dudan en aprovechar su situación de minoría de bloqueo para chantajear todo lo posible, teniendo el interés nacional como el último de sus objetivos. Los maestros en este tipo de lides siempre fueron los nacionalistas vascos y catalanes. Tras el delirio independentista de los Puigdemoníacos queda el PNV como gran partido pactista, una formación que ha sido maestra en la transformación de la hipocresía propia en supuesto interés general. Cada pacto con el PNV supone para las arcas del estado una merma tan considerable como enorme es el ingreso en una Sabin Etxea (la sede del PNV en Bilbao) en la que sospecho que ya no saben ni qué hacer con todo el dinero que han conseguido. Pero como artistas que son en este tipo de juegos, lo hacen de manera taimada, sibilina, sin estridencias. Otros no. Al soberbio de Iglesias, absolutamente insuperable, le han salido unos émulos que siguen sus pasos en casi todo, menos en el extremo ideológico en el que se sitúan. Los de Vox actúan con la misma chulería que Podemos, con el mismo afán recaudador, extorsionador y aprovechado, buscando cargos hasta debajo de las piedras y tratando de rapiñar poder como sea, para desde él dar rienda suelta a las paranoias de su programa. Dicen ellos, falsos hasta la médula como son, que la bandera y la patria es lo primero, pero les da igual la gobernabilidad, la gestión y lo que es la política de hacer cosas mientras que no consigan una cuota de poder que consideran propia. Un par de elecciones han bastado para que formaciones que, en principio, nacían sin los vicios de los viejos partidos, y con presupuestos alejados de esa forma frustrante de hacer política, se encuentren practicando las mismas sucias artes, lo que viene a reafirmar mi teoría de que es el poder lo que genera estos comportamientos, el ansia de tenerlo, la ilusión de alcanzarlo, la locura que enajena mentes y almas a cambio de ejercer un poder que transforma y, ya de paso, otorga incluso casoplones en la sierra. Como para no volverse loco, ¿verdad?

Visto en perspectiva, se demuestra que votar a formaciones extremistas, como son Podemos y Vox, es inútil. Ambas son espectros distorsionados y delirantes de las ideologías en las que dicen asentarse (sigo creyendo que piensan lo mismo, son totalitarios envueltos en distintas banderas) y que si hubiera nuevas elecciones, ambos partidos bajarían en votos y escaños. ¿Clarificaría eso el mapa político? Lo dudo, porque pondría todo el peso en las manos de las formaciones clásicas, PSOE y PP, con un Ciudadanos en la tierra de nadie, que hasta ahora no se han mostrado diligentes a la hora de acordar nada que no sean sus profundos desencuentros. Esto, esta cutrez, es lo que hay.

martes, julio 16, 2019

Algoritmos que nos controlan, y les dejamos

Ayer comentábamos lo mucho que Google sabe de nosotros, tanto por lo que nos espía por lo que le desvelamos voluntariamente, y tranquilizaba un poco el escenario afirmando que el único objetivo de esta monitorización era sacarnos dinero, pero resulta obvio que una vez disponible la herramienta de control y seguimiento otros actores la pueden usar para fines más siniestros. Pasa lo mismo con los martillos, son ideales para clavar clavos y útiles en carpintería, pero en malas manos se convierten en un arma poderosa frente a la que los huesos de nuestra cabeza bien poco pueden hacer. Los datos y la inteligencia, humana y / o artificial que los explotan, son otro tipo de martillos.

Creo que es en China donde está teniendo lugar el gran experimento futuro que dictará hasta qué punto este tipo de tecnologías van a acabar con nuestra libertad o no. Sabido es que China es una dictadura de partido único, comunista, claro, con un sistema económico capitalista en el que el estado del bienestar está prácticamente ausente y los derechos laborales, como todos los demás derechos, brillan por su ausencia. Desde hace décadas hay una especie de pacto tácito en la sociedad china, mediante el cual el partido único acapara todo el poder y mantiene a los ciudadanos reprimidos a cambio de un imparable desarrollo económico que otorgue prosperidad a toda la población. Una especie de “me callo a cambio de que me hagas vivir muy bien”. Eso obliga a China a mantener tasas de crecimiento muy elevadas, no inferiores al 6% y ha generado su boom, convirtiéndola en la segunda potencia económica mundial y camino de ser la primera si nada descarrila. El gobierno chino saber mejor que nadie que ritmos de crecimiento de este estilo son imposibles una vez que la economía entra en una etapa de madurez, y prepara un plan B que le siga permitiendo mantener el control sobre la población, un plan B basado en datos e inteligencia artificial. El programa de crédito social, del que se ha hablado mucho, es aún experimental, cubre a pocos habitantes (unos millones, nada para ser China) y se basa en miles de cámaras, sensores y dispositivos que, en todo momento, controlan a los sujetos que son capaces de detectar. Identificados, cada uno posee una ficha informática en la que se anotan sus características y comportamientos, pudiendo estos bonificar o penalizar una cuenta de puntos, como la del carnet de conducir, con la que arrancan todos los sujetos. Las malas acciones, lo que así considere el gobierno, son penalizadas y la cuenta baja, y con pocos puntos uno empieza a ver restricciones reales. No puede sacar billetes de avión o tren, su tarjeta de crédito empieza a no pagar en comercios, los impuesto suben, etc. El sistema, como un Gran Hermano Orwelliano pero a lo bruto, lo sabe todo y logra condicionar el comportamiento de los individuos, que saben que Deben portarse bien si no quieren ser castigados. Imaginemos un sistema así en una sociedad pequeña, un país de pocos millones de habitantes en el que la tecnología actual ya sería capaz de controlar a todos. ¿Cuánto poder habríamos cedido a ese estado? ¿hasta qué punto los individuos que allí viven son libres, o actúan bajo su libre albedrío? Si el gobierno dictase que opinar unas cosas es bueno y otras malo, cosa que les encanta a todos los políticos, sabrían los ciudadanos de ese país que opinar lo malo, leer de lo malo, consumir de lo malo o expresarse de lo malo serían actos sospechosos y penalizables, y lo mismo actuar en silencio y la clandestinidad, porque se oculta el que hace algo que no quiere que se conozca. Poco a poco el poder del gobierno entraría en áreas de la vida personal que ahora mismo no somos capaces ni de imaginar, y renunciar a él supondría no sólo multas o condenas, sino también dejar de lado un estilo de vida y artilugios a los que nos hemos acostumbrado y enganchado. La dependencia ante las nuevas tecnologías puede ser el mejor aliado de aquellos que las quien usar para fines perversos y totalitarios. Y lo saben.

China invierte ahora mismo más recursos en seguridad interior que en defensa exterior, y en defensa es una barbaridad lo que se gasta. Y eso es una buena prueba de dónde ve el gobierno de Pekín el riesgo para su supervivencia. Quizás para cuando la economía no sea capaz de cumplir ese “pacto2 que rige ahora mismo en aquel país, el sistema de crédito social, ya extendido y perfeccionado, sea el arma perfecta para garantizarse la estabilidad, la paz y la seguridad de la sociedad. Y si funciona, ¿qué gobierno del mundo sería capaz de no verse tentado a implantar algo así? Si se vende como la panacea para que no haya delitos en las calles ni revueltas, ni terrorismo, ¿usted lo aprobaría? ¿aceptaría vivir en un estado de control a cambio de prosperidad y seguridad? ¿qué grado de libertad estamos dispuestos a ceder? Como ven, las preguntas se las traen, y sus respuestas definirán nuestra sociedad, ya lo hacen.

lunes, julio 15, 2019

¡Google, óyenos! ¡Google, escúchanos!


Dice un pasaje del evangelio que, allí donde estéis dos o más en mi nombre, allí estaré yo. Requiere fe creer en la presencia de Jesús entre nosotros, pero no es necesaria para dar por seguro que, donde se encuentre un aparato tecnológico, allí estarán Google, Facebook, Amazon o cualquier otra gran compañía de internet escuchando todo lo que decimos, escrutando nuestros pensamientos y monitorizándonos sin cesar, seamos conscientes de ello o no. Eso es algo que a la empresa en cuestión no le importa en lo más mínimo, porque sabe que su capacidad para escrutarnos y manipularnos no depende de ello.

Ha admitido google que un porcentaje de las conversaciones que registra su asistente son grabadas y analizadas por expertos. Según la empresa californiana, el objetivo es mejorar las capacidades de comprensión de la inteligencia artificial que escucha desde ese dispositivo para aumentar así la calidad y precisión de las respuestas y, con ello, la satisfacción del cliente. Esa versión oficial, que puede ser cierta o no, tiene una contrapartida como versión oficiosa, que es muy real, y es que todo el espionaje al que somos sometidos busca, por encima de todo, aumentar la rentabilidad de los productos que se venden para, de paso espiarnos, y acertar en la publicidad de todos los demás productos que demandamos, para poder ser vendidos de la manera más efectiva posible. Google vive, sobre todo, de la publicidad. Conocer al dedillo a cada uno de nosotros es la mejor manera de saber qué necesitamos, qué queremos, en qué nos gastaríamos nuestro dinero y, en ese momento, ofrecérnoslo, convirtiendo los deseos personales en compras, en dinero, haciendo lo más felices posibles al vendedor del producto y a google, ya que ambos han ido sobre seguro en la transacción comercial. El consumidor, ¿se ha hecho feliz? Sí, en el sentido de haber satisfecho su necesidad, pero lo cierto es que ha sido a base de desnudar su personalidad a una empresa que se la ha espiado con o sin su consentimiento. ¿es justo el intercambio? Para algunos lo será, para otros no, pero realmente es esa la situación que vivimos cada día y que, no lo duden, irá a más. Todos los dispositivos nos controlan, siguen, escrutan y tratar de saberlo todo de nosotros, no para darnos seguridad o felicidad, sino para vendernos cosas. Saben estas empresas perfectamente que la publicidad del siglo XX, generalista, segmentada, ha muerto, y que el futuro, casi ya el presente, es la publicidad personal el hacer a cada persona en cada momento la oferta de lo que esa persona quiere. Y los algoritmos de estas empresas empiezan a ser capaces de predecir lo que los humanos queremos en cada momento. Gracias a la información que nos roban, sin nuestro permiso, y la que ofrecemos gratuitamente en redes sociales y en otro tipo de situaciones en las que compartimos intimidades, sus perfiles de trabajo empiezan a poder caracterizarnos de una manera tan precisa como automática. Los algoritmos cada vez aciertan más y a veces entran ligeros escalofríos cuando una de las sugerencias que se otorgan por mor del afán de estas máquinas resulta ser algo de lo que uno estaba pensando. ¿Somos tan predecibles? En la mayoría de los casos sí, y eso basta para que inversiones masivas en aparatos de uso más que discutible, como el de esos asistentes personales de voz, se rentabilicen de la noche a la mañana en forma de compras de otros productos que sí necesitamos. Google, Facebook y otras empresas nos quieren conocer para sacarnos hasta el último céntimo posible de los que estemos dispuestos a gastar y, tras ello, tentarnos con lo que saben que nos gusta para gastar más y más en lo que no teníamos pensado hacerlo pero que, en forma de tentación, se nos antoja irresistible. La muerte de nuestra intimidad se ha ejecutado a cambio de un puñado de dólares. Bueno, más bien, miles de miles de millones de dólares. Ese es el precio.

¿Hay manera de escapar de este control? La verdad es que no. Uno puede prescindir de esos asistentes que, ya les digo, no creo que sirvan para nada, pero no de la tele, del teléfono inteligente o de otros cachivaches que pueden ser muy útiles y que, sin avisarnos, nos registran todo lo que hacemos. Los archivos de cada uno de nosotros serán mayores o menores en función de nuestro comportamiento y de lo que hayamos permitido, a sabiendas o no, a estas empresas entrar en nuestras vidas. Pero serán en todo caso archivos de un enorme valor, tanto como el de la renta disponible de cada uno de nosotros. Lo malo es que esta información, valiosísima, no sólo se puede utilizar para que nos comportemos como monos compradores amaestrados, no. El gobierno chino muestra lo que el poder puede hacer con algo así. ¿Es todo esto siniestro? Pues sí.

viernes, julio 12, 2019

El retorno del Rey, y de la música

Ayer, en medio de una ovación esplendorosa, terminó la proyección de la tercera de las películas del anillo en el Auditorio Nacional, una iniciativa desarrollada a lo largo de los pasados años, que hoy culmina con un nuevo pase de este capítulo, en la que la orquesta y coros nacionales de España han realizado, en directo, y con una pantalla gigante de fondo, la banda sonora completa de toda la filmación, en sus versiones extendidas. Un proyecto de dificultad extrema en el que músicos de todo tipo han debido coordinarse de una manera milimétrica con la velocidad tasada de una proyección en la que los tonos tienen que entrar donde se dice, frente a la cierta libertad que poseen las composiciones clásicas, donde los tiempos se indican pero deben ser interpretados.

He tenido la suerte de haber podido acudir a las tres películas a lo largo de estos años y el resultado ha sido, en todos los casos, excelente, y la sensación que me ha dado es que era una impresión compartida por todo el público que abarrotaba la sala sinfónica. Público que, en muchos casos, no es el habitual de este tipo de recintos, y que acudía a la llamada de una iniciativa innovadora y arriesgada por parte del llamado mundo clásico, que busca de esta manera expandir su audiencia y mostrar a los que rechazan este tipo de músicas y espectáculos que, en el fondo, todo está hecho para pasar un buen rato y divertirse. Bastantes de los que ayer llenaban la sala quizás no hayan acudido nunca, o en poquísimas ocasiones, a un concierto clásico, y a buen seguro hubo algún momento en el que se les pusieron los pelos como escarpias por lo que veían en la pantalla y, sobre todo, por lo que escuchaban, por un sonido limpio, a veces tan atronador como el más impactante de los conciertos de rock, que lo llenaba todo. La pantalla era gigante, sí, pero el sonido era lo que envolvía todo. El poder de una orquesta y coro, que no se demuestra sobremanera en función de su volumen, llega a desbordar las emociones de quien lo escucha de una manera irracional, a veces carente de sentido. La música es un lenguaje que no usa palabras, pero dice cosas, es una lengua de sonidos que entendemos sin saber muy bien por qué, pero que es capaz de despertar en nosotros sentimientos de una fuerza tan arrebatadora como quizás no haya palabra alguna. Esa experiencia, y perdón por el uso de esta palabra de la que tanto se abusa hoy en día, resulta de lo más intensa y, también, inexplicable. Las imágenes o las palabras, en muchas ocasiones, nos generan reacciones de intensidad similar, pero podemos explicarlas, porque lo que vemos es bello, agreste, repulsivo o lo que a usted le parezca, o porque lo que alguien nos dice nos encanta o hiere (a veces ambas cosas). Pero en el caso de la música, el sonido de un instrumento, una voz, una combinación de ellos, sin que haga falta saber nada de composición, teoría o similar, nos llega igualmente al interior. Sólo aquellos que poseen oído perfecto, no es mi caso, son capaces de identificar automáticamente qué notas suenan cada vez que las escuchan, y eso les ayuda a la hora de interpretar si son músicos, aunque puede que les reste placer en el mero acto de la audición, no lo se. En mi caso, e intuyo que en el de la mayoría de ustedes, no se cuando oigo algo si es sol sostenido menor o no, si el compás es tres por cuatro y la armadura de la partitura lleva dos bemoles. No soy capaz de “verlo” pero si la música me dice algo me “habla” y hace “ver”, y de eso se trata. Ayer, en el intermedio, al bajar de mi sitio al vestíbulo para estirar las piernas, un grupo de hombres que iban detrás de mí estaban comentando, literalmente “jo, la peli está de puta madre, sí, pero no tiene nada que hacer con la fuerza que sale de la orquesta, con toda esa gente tocando y cantando” y es que no sólo la plasticidad de la imagen de ver una orquesta interpretando, no. Es la magia de la música en directo, creada en el momento, ante uno mismo.

Es obligatorio dar las gracias a todos los que han hecho posible este fantástico proyecto, que ha involucrado, sin dudarlo, a muchísimas personas que han trabajado denodadamente para que el resto, simplemente, disfrutemos. El Centro Nacional de Difusión Musical, como organismo público coordinador de todo ello, es quién ha permitido que algo así salga adelante, y desde luego todos los aplausos y vítores del mundo para la Orquesta y Coros Nacionales de España, que han alcanzado un nivel de excelencia digno de las mejores agrupaciones del mundo y que ayer, ante un repertorio exigente y duro como pocos, nos llevaron a todos ante el monte del destino, y durante unas horas, destruyeron nuestros anillos del poder y nos liberaron de sus cargas. Tolkien, el que imaginó todos esos mundos, y tanto amaba la música, lo hubiera gozado.

jueves, julio 11, 2019

Copenhague


El pasado viernes acudí al teatro para ver la obra Copenhague, que se representa en el Teatro de la Abadía, un local curioso y muy bello, que antaño era una iglesia y ahora, desacralizada, acoge funciones, de tal manera que se sigue interpretando y representando ante una audiencia, con un decorado de fondo. El reparto de la obra era mínimo, tres personas, tres enormes actores: Emilio Gutiérrez Caba, Carlos Hipólito y Malena Gutiérrez. El primero interpreta al físico danés Bohr y la última a su mujer, mientras que Hipólito encarna al físico alemán Heisenberg. La obra recrea el encuentro que ambos tuvieron en la Dinamarca ocupada por los nazis en 1941.

Sigue habiendo muchas dudas de lo que pasó en esa cita, de cuáles fueron las causas últimas por las que Heisenberg se desplaza hasta la casa del maestro Bohr en un entorno tan complicado, con la IIGM lanzada y con gran parte de Europa ocupada por el imperio nazi, con sólo Reino Unido como baluarte ante las horas hitlerianas. La obra recrea ese encuentro desde varias perspectivas y plantea posibilidades sobre lo que allí sucedió, y sus implicaciones, pero siempre quedarán dudas. Lo que desde luego pone encima de la mesa el texto que recitan los actores es la responsabilidad que poseen los científicos cuando se dan cuenta de las enormes implicaciones de sus descubrimientos y el uso que de ellos se puede hacer. Bohr abrió el camino de la mecánica cuántica y a partir de él los procesos de fusión y fisión del átomo. Desde unos años antes la ciencia sabía que una posible deriva de la fusión nuclear era la de crear una bomba de potencia salvaje y desconocida, un arma como nunca antes se había soñado, que alterase los equilibrios políticos y estratégicos en todo el mundo. Las ecuaciones se lo decían, pero también sabían que era necesario un enorme trabajo de experimentación e ingeniería para llevarla a cabo, y la consiguiente inversión de enormes cantidades de dinero. ¿Y qué coyuntura podía propiciar el desarrollo de un proyecto así? Sí, una guerra. Bohr sabías que los americanos estaban embarcados en lo que se llamaría el proyecto Manhattan, que culminó en el laboratorio de Los Álamos con la construcción de la bomba, y también sabía que los alemanes buscaban algo similar, contando para ello con la sabiduría de Heisenberg, pero de mientras estaba seguro de que había un impulso y avances en el lado americano, tenía muchas dudas sobre lo que estaban haciendo en Alemania. Heisenberg sabía que los americanos estaban tramando algo, y tenía una enorme presión por parte de su gobierno para desarrollar un arma, pero era consciente de la limitación de sus medios, la penuria que la guerra provocaba en el suelo alemán y que un proyecto similar requería una inversión y estabilidad de la que él carecía. Ambos científicos tenían conocimientos necesarios para liderar un proyecto similar, pero no tenían la capacidad de hacerlo, bien por el alejamiento de Bohr o por la precariedad de Hesinberg. El hecho de que la bomba, una vez creada, desconcertara a los propios científicos norteamericanos que la desarrollaron, por la magnitud del poder de destrucción creado, muestra que los dos protagonistas de la función eran, sobre todo, teóricos, mentes pensantes, necesarias pero no suficientes para llevar a cabo una tarea similar. Oppenheimer, el líder del equipo norteamericano, nuca pudo quitarse de encima el escalofrío que sintió cuando vio por primera vez un hongo nuclear en el desierto de Nuevo Méjico, y supo al instante que había creado un monstruo que cambiaría el mundo. Bohr y Heisenberg se enteran de lo sucedido en Hiroshima de maneras muy distintas, libre el danés, retenido por los ingleses el alemán en la campiña británica tras la derrota nazi, y no pueden evitar su asombro ante lo que realmente ha pasado, su estupefacción, su miedo.

La obra muestra perfectamente como ellos, que saben lo que puede acabar pasando, tienen el miedo en el cuerpo desde que, en sus escritorios, pergeñan las ecuaciones que les dicen que la bomba es posible, y eso les condiciona el resto de su existencia. ¿Qué se dijeron en ese encuentro de 1941? ¿Actuó cada uno de ellos como espía de su propio bando para conocer lo que sabía el otro? ¿Ralentizó Heisenberg, como defendió tras la guerra, sus experimentos para que los nazis no alcanzasen el éxito nuclear? Visto en perspectiva parece casi segura la imposibilidad de que la bomba naciera en suelo germano, pero siempre quedarán dudas. Si pueden, vean la función, les hará pensar y disfrutarán de unas excelentes actuaciones.

miércoles, julio 10, 2019

Dos imágenes, dos desencuentros


Si se dice que una imagen vale más que mil palabras, dos pueden ser como diez mil, y dos escenas de ayer mismo requieren pocos comentarios, e ilustran el estado de parálisis política al que hemos llegado, la cerrazón de las fuerzas minoritarias en su intento de chantajear a las mayoritarias, y el hastío creciente que todo ello provoca en una población que cada vez ve más la política como un coste insoportable y una fuente de frustraciones, tedios y problemas. ¿Alguno de los protagonistas de estas imágenes es consciente del desgaste que sufre con su actitud, y del que somete a las instituciones que dicen representar? La respuesta es un obvio no.

En una de las escenas, se ve a dos personajes cariacontecidos, que aparecen los figurantes de un dúo de risa que ya no hace gracia. A la derecha, Iglesias tiene una posición forzada, típica de él, autoafirmando con los brazos y manos un discurso en el que él es el protagonista, el mensajero de la verdad, la voz del sentido común que exige ser escuchada y atendida, aunque en cada elección a la que se presente saque menos votos. Iglesias necesita cargo en Moncloa y oropeles para sobrevivir, porque Podemos se muere, lo está matando, pero a él lo único que le importa, como ha sido desde un principio, es él mismo. A su lado Sánchez tiene la típica cara que se le pone a uno cuando el intestino abre las puertas y la necesidad de encontrar un baño es superior a todos los problemas de la humanidad. Se le ve cansino, hastiado, como queriendo escabullirse de un encuentro que hace mucho tiempo que agotó la capacidad de aguante de un líder internacional como él. Desde una postura de superioridad que va algo más allá de la soberbia, se sabe Sánchez como el único que es investible, y eso le da aún más fuerza para actual con altivez, cosa que le gusta mucho. Pero hasta a su imperturbable pose rompedora de posters adolescentes ha llegado el dogmático Iglesias, y no hay forma de mantener el tipo ante semejante argumentario. No hacía falta que saliera Ariana Lastra a dar detalle de lo que había sucedido de puertas para dentro, esta imagen lo decía todo. La otra escena está formada por tres políticos y un cuarto invitado que asoma entre ellos para añadir aún más dramatismo al desencuentro. Ya me perdonarán porque veo la imagen el twitter por todas partes pero no logro encontrarla en una web, y desde donde les escribo tengo capado el acceso a redes sociales, por lo que les enlazo una en la que aparecen sólo los tres humanos. Dos de ellos, Díaz Ayuso y Aguado, saben que el poder ronda al lado suyo y harán lo necesario para acordar y quedárselo, disparando si es necesario el número de consejerías en la comunidad y reduciendo las frecuencias de metro hasta dejarlo en centímetro con tal de garantizarse el gobierno. La tercera, Monasterio, portavoz de Vox, vive instalada en su prejuicio y dogmatismo, lo que le hace ser “la Iglesias” del grupo. Es probable que si pudiéramos escuchar las intervenciones de ambos en sus encuentros negociadores encontrásemos similitudes profundas tanto en el tono como en la exigencia con que son defendidas sus posturas. En un principio esas posturas nos parecerían antitéticas, opuestas, pero si las escuchamos y analizamos con cuidado se parecen mucho, porque ambas se basan en la creencia de una superioridad moral de quienes las expresan respecto a los demás, a los miserables normales, los acomplejados y los de las sonrisas, que para Podemos y Vox no son sino residuos, estorbos, cosas que hay que arrinconar para que su magno proyecto de país y sociedad salga adelante. En la imagen que no puedo mostrarles, en la que Díaz Ayuso muestra otro de sus inquietantes posados, que no dejan de transmitirme tanto sorpresa como escalofrío, aparece una cuarta cara, que está pintada en uno de los cuadros que decoran la Asamblea de Madrid, donde tuvo lugar el encuentro a tres. Sea casual o no la toma, la presencia de ese cuarto elemento entre los tres supone el sumun de la discordancia, la prefecta expresión de lo que vemos, el desacuerdo en forma de caras sonrientes que no pueden disimular odios mutuos.

¿estamos condenados a la repetición electoral, autonómica y nacional? Dios no lo quiera, porque a ver quién es el guapo que convence a la gente para que acuda otra vez a unas urnas que están siendo despreciadas por todos aquellos que salieron escogidas por ellas. Mi deseo profundo, que los tres partidos serios (PSOE, PP y Ciudadanos) acuerden una salida a esta situación es tan factible como que llueva en Madrid este verano, cosa que empiezo a pensar que no sucederá nunca. Como ya vivimos hace unos años una repetición no podemos descartar que se de, y como las encuestas señalan que algunas formaciones pueden beneficiarse de ello los argumentos a favor de forzar la repetición crecen. Pero piensen que serán los de estas fotos los que vuelvan a presentarse. Bueno, mejor no lo piensen, porque es para llorar.

martes, julio 09, 2019

Despidos a lo Deutsche Bank


Muchas son las entidades financieras que vienen a la cabeza si uno piensa en la crisis financiera, encabezadas por Lehmann Brothers y seguida probablemente por la que en el país en el que nos encontremos sufriera los mayores problemas. Eso para nosotros es decir Bankia o Cataluña Caixa. Pocos pensarían en Deutsche Bank, y sin embargo esa banca alemana es una de las mayores perjudicadas por el desastre, una de las principales causantes del mismo y un perfecto ejemplo de mala gerencia, organización, gestión y práctica, que le ha hecho verse vuelta en todo tipo de escándalos y generar unas pérdidas que, año tras año, no hay manera de contener.

Hace unos meses volvió con fuerza el rumor de la fusión de las dos principales entidades alemanas, Deutsche y Commerzbank, donde esta segunda haría el papel de líder del conglomerado, dado que su salud financiera es mejor que la de su socia. Esta idea ha rondado mucho por la mente de los reguladores del BCE y de los operadores privados, y parecía que esta vez la cosa iba muy en serio, pero nuevamente se frustró. Acusaciones de posición dominante del nuevo grupo en el mercado alemán y violación de algunas de las leyes de competencia internas y comunitarias fueron, creo recordar, los principales argumentos esgrimidos para no seguir adelante con el proyecto. Puede que eso sea cierto, no lo se, pero lo que sí es seguro es que los ejecutivos de Commerzbank debieron empezar na ver las tripas de las cuentas de Deutsche y, en ese caso, entiendo que el proyecto fracasase. Con una cotización bursátil que es ahora menos de la décima parte de lo que lo era antes de la crisis, Deutsche es un paquebote con numerosas vías de agua que amenaza con embarrancar en cualquier momento. Sus actuales gestores han decidido cortar por lo sano y lanzar un plan de reflote de la entidad que contenga las pérdidas y le permita ser viable. ¿Y por dónde empiezan todos estos planes? Como siempre, por el despido de la plantilla. Se van a despedir a 18.000 empleados, que son un quinto del total de los que trabajan en esa entidad, despidos que se realizan en la matriz de Frankfurt y en todas las delegaciones que, en una empresa como esta quiere decir todo el mundo. Y los despidos son de verdad, de esos que te dejan con la sangre helada y te hacen pensar mucho, y eso sin estar afectados por ellos. Ayer mismo muchos empleados de las delegaciones de Hong Kong, Londres y otras muchas ciudades acudieron a su puesto de trabajo, como cualquier lunes, y se encontraron con la carta de despido, una indemnización de un mes de salario y una caja de cartón para recoger sus enseres personales y abandonar las oficinas, en las que habían desarrollado su trabajo hasta el pasado viernes, antes de las once de la mañana. Reuniones, proyectos, citas pendientes, tareas que estaban programadas para ayer, saludos después de un par de días sin verse… decenas y decenas de escenas similares que se dan en las oficinas de todo el mundo se vieron truncadas ayer de una manera brusca e inevitable. Departamentos enteros quedaron, supongo, laminados, diezmados, con bajas incontables. Los afortunados que no vieron como la caja de cartón se acercaba a su mesa se sentirían aliviados por un instante, pero seguro que llenos de congoja por la pérdida de los compañeros y de miedo por no saber si será hoy o mañana cuando la entidad decida que sean ellos los prescindibles. Imagine, por un momento, los planes vitales de esas 18.000 personas despedidas, que tienen familia, o no, hipotecas, o no, vacaciones contratadas, o no, miles y miles de posibilidades distintas que eran construidas por cada uno de ellos y que ayer quedaron en suspenso. A partir de las once de la mañana nada impedía que volvieran a casa, a un hogar que dejaron cuando aún era oscuro con la ilusión de un nuevo día y con planes de futuro, y que ahora se convierte en un hogar lleno de problemas y cuentas que cuadrar.

La imagen de la caja de cartón es muy anglosajona. Muchos la vieron por primera vez en los medios con motivo de la caída de, vaya, Lehmann Brothers, pero es muy común en ese mercado laboral que las decisiones de despidos sean siempre así de fulminantes, y que todos los empleados mantengan en su interior la sensación de provisionalidad en sus puestos, de saber que cualquier día será el último. Ello eleva los niveles de estrés y competitividad, y hace que el rendimiento del trabajador sea el máximo posible, pero a costa de un estilo de vida nefasto y de una competencia que puede ser muy dañina para el propio empleado y para la empresa. Deutsche es el perfecto ejemplo de cómo no gestionar un banco. Y no, no es español, es alemán.

lunes, julio 08, 2019

Nada justifica la violencia. Nada. Nunca


No se cómo funcionan las cosas en otros países, pero en el nuestro es una triste tradición que, en cuanto un grupo adquiere un cierto poder o capacidad de influencia, enseguida empieza a repartir carnets de buenos y malos en relación al tema en el que cree ser la fuente de la verdad. Desde luego los buenos son los que forman ese grupo y los malos todos los demás, para los buenos se pueden lograr todas las ventajas y derechos posibles y para los malos la condenación, ira y odio sin límite. De ahí a las agresiones hay un trecho muy corto, y es que intimidar a los malos es algo a lo que los buenos siempre tienen derecho, en el obtuso pensamiento que domina a estos grupos. Y así luego pasa lo que pasa.

Son los nacionalistas los mayores expertos en este tipo de dicotomías y en llevar hasta el extremo sus consecuencias. Deciden quienes son buenos y malos vascos, buenos y malos catalanes, buenos y malos españoles, buenos y malos norteamericanos, y así hasta el tedio absoluto (curioso, yo siempre estoy entre los malos) pero es un fenómeno muy generalizado. Este fin de semana se ha celebrado la festividad del orgullo, donde lo que se supone que se reivindicaba era la libertad de ser y querer como uno desee, y reivindicar los derechos para los no heterosexuales, que han estado reprimidos durante mucho tiempo, aún hoy en algunos lugares y contextos, pero en esta epidemia de sectas que nos invade, algunos colectivos han determinado que existen los buenos y malos gays, las buenas y malas lesbianas, y vuelta a empezar con esa dicotomía para todas las orientaciones sexuales que uno desee. Los que determinan quiénes son los buenos son los que otorgan el derecho para acudir a una manifestación, convirtiéndola en un club privado con derecho de admisión, de esos que durante décadas y décadas se han caracterizad, en muchos casos, por ser discriminantes en su acceso por cuestión de orientación sexual. Los malos que no vengan, dicen los convocantes y sus tribunas mediáticas, y si lo hacen, que se atengan a las consecuencias, añaden otras tribunas y algunos altos cargos, incluido el Ministro de Interior, que al parecer olvida que su responsabilidad es garantizar el orden público de todos los ciudadanos, que pagan impuestos sean buenos o malos, indistintamente de lo que opinen sus amigos. Y claro, una vez creado el clima, si los malos acuden son unos provocadores y es lícito pegarles, amenazarles, violentarles y actuar sobre ellos como si no fueran personas, sino cosas, negativos maleantes que acuden a reventar. No hay derecho que valga sobre ellos, ni amparo que puedan solicitar, sólo la respuesta contundente de los buenos, los justos, los salvíficos, los que son puros, que se defienden de esa contaminación. Y sucedida la agresión, raudos correrán los medios amigos de los buenos a lavar su imagen, a defender su actitud y a exculpar a los que, desde la infinita bondad, no han hecho sino defenderse de los que han acudido a ensuciar el acto. Cientos, incontables veces se ha visto repetido este esquema de actuación en boca de defensores de cualquier cosa, que han acabado tomando esa reivindicación como bandera propia y la han acabado utilizando, como siempre, por el palo que sostiene la pancarta para agredir a los que no piensan como ellos. Es patética esta forma de actuar, sea cual sea la causa que defienda, y abre la puerta a que grupos de violencia desatada, que se mueven como pez en el agua en estos ambientes, actúen sin freno y, desde luego, con la comprensión de los buenos. La misma estructura de pensamiento y actuación totalitaria repetida una y mil veces a lo largo de la historia.

Este sábado les tocó a los miembros de Ciudadanos ser los agredidos por la turba de “buenos”, de ser acusados de ser malos por los que defienden la paz y la libertad, y no dejan de coartarla siempre que pueden. Hay que repetirlo una y mil veces. Nada justifica una agresión. Nada, nunca. Cuando una ida se utiliza como excusa para agredir se pervierte la idea, se denigra, se pisotea, se marchita. Cuando se pega, se amenaza, se insulta o, como pasa con el terrorismo, se mata por una idea, lo único que se está haciendo es pegar, amenazar, insultar o matar. Y las ideas desaparecen cuando la violencia entra en escena. Sorprende, o no, la poca respuesta solidaria que han recibido los agredidos de este fin de semana, porque el agresor, defensor del “bien” siempre encuentra amparo, y la masa lo recoge y arropa. Y así crecen las dictaduras.

viernes, julio 05, 2019

Rusia y sus accidentes nucleares


No he visto la serie Chernóbil, de la que todo el mundo habla maravillas. No tengo contratadas ninguna de las plataformas que emiten series o películas, por lo que oigo lo que en ellas se produce pero no sigo sus productos. Los comentarios positivos coinciden en dos aspectos básicos. Uno, la calidad y exactitud con la que se ha tratado de recrear lo que pasó en aquel gravísimo accidente, una fidelidad a los hechos que deja mal cuerpo al espectador, síntoma inequívoco de que los que han trabajado en la serie han logrado crear un producto buenísimo. La magnitud de aquel desastre y sus secuelas son aún difíciles de precisar, pero fueron inmensas. Está bien que, aunque sea mediante una serie, la gente descubra lo que allí pasó, si aún no lo sabía.

El segundo aspecto que se valora mucho es el fiel retrato que realiza de la incompetencia, la manipulación y el oscurantismo de la dictadura soviética. Nos enteramos de que “algo” ha pasado en la entonces URSS porque los medidores de radiación de algunas centrales suecas y finlandesas se disparan, y para cuando eso se produce en la zona ucraniana del accidente ya hay muertos en abundancia y liquidadores dejándose la vida para que el infierno nuclear no se desmadre aún más. Como toda buena dictadura, la URSS trataba de moldear la realidad a sus deseos de propaganda hasta un límite aberrante, y no iba a permitir que un desastre como ese alterase sus planes, pero lo cierto es que Chernóbil aceleró la descomposición de la URSS, y la gestión que hizo de aquel desastre fue una buena muestra del derrumbe social, político y económico que vivía la nación, en la que todos los recursos se destinaban a sostener a un ejército que sostuviera un liderazgo totalitario, mientras la sociedad se descomponía como secas briznas de paja. Pasan los años y las cosas cambian, pero no todas. Cada cierto tiempo se produce en Rusia algún grave accidente, normalmente militar, en el que en no pocas ocasiones se ve involucrado un componente nuclear, y el apagón informativo es lo primero que se pone en marcha por parte de las autoridades del Kremlin. Lo vivimos cuando tuvo lugar el desastre del Kursk, con cerca de cien fallecidos, no recuerdo la cifra exacta e incluso tengo dudas de que llegara a darse, y lo estamos reviviendo en estos mismos días con el accidente que ha vuelto a sufrir otro submarino nuclear ruso, del que apenas sabemos nada. Sólo lo que el régimen ha tenido a bien comunicar. Al parecer son catorce los muertos que ha causado este incidente, sin que se sepa ni qué navío ha sido el afectado, ni las causas concretas del mismo ni el estado actual del resto de la tripulación y del buque en general. Putin, a través de los portavoces del ministerio de Defensa, ha afirmado que todo está bajo control, que no hay riesgo alguno de fuga de residuos ni otro tipo de material radiactivo, y se ha decretado el secreto de estado sobre lo sucedido, por lo que no hay nada más que comentar. Sólo le ha faltado al portavoz añadir eso de “sigan circulando y no molesten” para desalojar de curiosos preguntones su sala de prensa, cuyo nombre es un oxímoron. La táctica de Rusia ante estos desastres siempre es la misma, negarlos todo, negarlo todo y negarlo todo, y a medida que empiezan a surgir informaciones que no se pueden acallar sobre fallecidos y dimensiones de lo sucedido, ir admitiendo algunas cosas muy poco a poco, minimizando siempre lo sucedido, nunca explicando las causas que han originado el problema, tratando de buscar un culpable externo que sea el causante de lo sucedido y, por supuesto, garantizarse de que nada de nada afecte a la imagen del gobierno y de su líder Putin, que siempre está orgulloso de sus tropas pero nada tiene nunca que ver con todo aquello que, cada cierto tiempo, las diezma en forma de desastres, seguro que en su inmensa mayoría evitables.

En el fondo, cambiada de careta, Rusia sigue siendo una dictadura bastante similar a la que había en los ochenta. Mucho más débil en el contexto internacional y replegada en su mundo, pero con el mismo sistema de ordeno y mando, con el mismo desprecio respecto a la gente que vive en el país, con la misma sensación de que para mantener el orden establecido, en el que rige Putin y sus amigos, no se duda en sacrificar a quien sea, y que las tropas están para obedecer y, llegado el caso, morir calladas. Cuando tuvo lugar el desastre del Kursk vimos como una madre que protestaba por la desaparición de su hijo fue sacada de la sala en la que estaba denunciando su situación, narcotizada y llevada a no se sabe dónde, quizás a un gulag siberiano. Eso es una dictadura, eso es la Rusia de Putin. Ahora vuelve a haber madres desconsoladas.

jueves, julio 04, 2019

Madrid central y la política


Una de las primeras medidas del nuevo ayuntamiento madrileño ha sido la de imponer una moratoria en las multas al llamado Madrid central, con lo que, quitándole el carácter disuasorio, ha deshecho la barrera de acceso que suponía. Para los que no viven en Madrid, mayoría en nuestro país y resto del mundo, Madrid central es un área de circulación restringida que cubre el núcleo histórico de la ciudad perimetrado por el primer anillo de circunvalación que existió, calles, rondas, bulevares y demás, que se podían denominar como M10. Un sistema de cámaras registra el acceso y multa a aquellos vehículos de no residentes o que no tienen las necesarias etiquetas ecológicas de la DGT que acceden a la zona controlada. El objetivo es reducir el tráfico y bajar las emisiones en ese entorno.

Una de las promesas de campaña del PP y en parte de ciudadanos fue la de revertir esta área. Dentro del casco antiguo de Madrid existen ya varias áreas de prioridad residencial, semipeatonalizadas y ausentes de coches, pero el experimento central abarca todo el centro urbano y vías como la Gran vía, que más allá de su denominación son utilizadas por muchos para canalizar el tráfico en el sentido este oeste de esa zona de la ciudad. La reducción de los atascos y la menor contaminación es un objetivo que, lógicamente, buscan todas las ciudades. El crecimiento constante de las mismas y del volumen de coches que las puebla ha propiciado que sean numerosos los experimentos que se han llevado a cabo para quitar coches y humos. El más efectivo de todos, que existen ciudades como Londres desde hace años, es cobrar una tasa por acceder al centro. Si no pagas no entras, y si entras sin pagar, multazo al canto seas quien seas. Es el que mejor funciona, el más sencillo de gestionar y, también, el más impopular. La idea conceptual de Madrid central es un mixto, definiendo un área central grande y una política de multas, en este caso selectivas, en función del empadronamiento y del tipo de coche. Debido al infantilismo de nuestro país y a declaraciones absurdas, como ese amor a los atascos que expresó la candidata popular Díaz Ayuso, el debate sobre la contaminación en las ciudades se ha polarizado en nuestro clásico y estúpido maniqueísmo, de tal manera que si eres de derechas amas los tubos de escape y si eres de izquierdas las flores y los coches eléctricos. Y claro, la realidad no es así. La puesta en marcha de Madrid central se hizo con prisas, adoleciendo de falta de información a los usuarios, residentes y, sobre todo, los que viviendo fuera de esa zona, acceden a ella. No hay información sobre la disponibilidad de los aparcamientos para los que, accediendo a la zona, puedan saber si dejar el coche es posible o no. Ha coincidido también con las interminables obras de la calle Alcalá y Sevilla, y el cierre parcial de la línea 2 de metro producto de chapuzas derivadas de esas obras, y en muchos aspectos su puesta en marcha parecía más la de una idea bonita para los residentes de la zona afectada que ni tienen coche ni lo usan que para todos los demás. Frente a estas críticas, la idea de fondo tiene el mérito de haber planteado el debate de cómo gestionamos el problema del tráfico en esta ciudad, la tercera de Europa, aquejada de humos y ruidos como todas ellas, frente a los que anteriores consistorios no han hecho casi nada. La Comisión Europea ha abroncado con frecuencia al ayuntamiento, y al conjunto de España, por el descontrol de las emisiones, y Madrid central era una forma de hacer algo para evitar posibles multas y reprimendas. Que el diseño y la operativa de la medida tiene fallas evidentes no quita para que sea un primer paso para reducir de manera efectiva las emisiones y el tráfico, y por tanto, su gestión y diseño futuro deben ser pensados con cabeza, por expertos, y no por hooligans políticos de uno y otro lado que lo único que parecen hacer es buscar objetos e ideas para usarlos como armas arrojadizas. Reformado, es probable que Madrid central se quede.

Una de las cosas que aprendimos durante la huelga de taxistas es que la paralización de ese pequeño colectivo de coches generó una enorme mejora en el tráfico de toda la ciudad y sus accesos, no sólo en zonas muy céntricas. La gestión de la movilidad debe ser integral, inteligente, impidiendo que vehículos como los taxis u otros de servicios permanezcan todo el tiempo en movimiento, emitiendo sin cesar. Se debe reforzar el transporte público, estudiar el efecto de la cada vez mayor movilidad compartida y actuar de manera integral en un problema que es muy complejo, en el que muchos usuarios usan el coche porque no tienen otra manera de ir al trabajo o hace sus gestiones. Debemos tirar las ideologías a la basura y, con el objetivo de mejorar y limpiar, trabajar con datos y soluciones modernas.

miércoles, julio 03, 2019

Dar la espalda a Beethoven


Fue ayer Europa, el corazón de sus instituciones, la muestra de lo peor y de lo posible, del acuerdo in extremis y con cesiones mutuas, más de unos que de otros, que permitía desbloquear la investidura de los altos cargos comunitarios, y de la muestra de la ceguera absoluta a la que puede llevar el nacionalismo, esa plaga mental, esa peste de los corazones que los transforma en costra. El reparto de cargos comunitarios ofreció algunas sorpresas y cubrió el espectro de nombramientos con caras conocidas como las de Borrell y Lagarde, y otras inesperadas, como la hasta ayer ministra alemanda de defensa, Ursula Von der Leyen, propuesta para presidir la comisión.

Pero vayamos con los ciegos de razón y alma. Mientras los líderes políticos regateaban su poder en forma de nombres y cargos, se constituía en Estrasburgo el parlamento europeo, esa enorme cámara con dos gigantescos edificios, uno en la ciudad francesa y otro en la propia Bruselas. Los más de setecientos diputados llenaban un hemiciclo que puede verse reducido si finalmente los británicos se marchan, y daban inicio a la legislatura con una sesión protocolaria de buenas palabras y de himnos. Cuando sonó el de la UE, que es la causa por la que todos ellos están allí, y la fuente de la que cobran, los diputados del partido del brexit se dieron la espalda. Mientras sonaban las notas del himno a la alegría de Beethoven, una de las composiciones más universales de la historia, una de las cumbres de lo mejor que hemos sido capaces de crear como especie, un grupo de parlamentarios se encontraban girados frente a la pared, dando la espalda a sus semejantes y la belleza que era interpretada en forma de simples, precisas, maravillosas notas. ¿Hasta qué punto puede llegar la cerrazón nacionalista como para despreciar al músico de Bonn? ¿Hasta dónde los prejuicios, mentiras, sesgos y demás basura nacionalista son capaces de contaminar el pensamiento que pueden hacer que alguien de la espalda al arte? Más allá de la cortesía, del respeto que se merecen aquellos que están con uno en un mismo acto, de la mínima cordialidad que debe existir entre semejantes que pueden discrepar en sus idearios, las formas lo dicen todo. Uno puede no compartir himnos, banderas, mensajes y demás, puede ser crítico con ellos, descreído, pero no irrespetuoso en un acto al que ha acudido y participa. Una forma de evitar estos desagravios es que esos diputados renunciasen a su acta y no estuvieran allí, pero en ese caso no recibirían una cuantiosa suma de euros, a los que a buen seguro muestran respeto pese a la simbología comunitaria que los adorna. Otra opción es ausentarse del acto antes del inicio, dejando clara la postura de rechazo pero evitando crear espectáculos, pero en ese caso estos personajes, que viven de la imagen televisiva, de la provocación y el meme rápido en las redes, se quedarían en lo que son, en nada, y no disfrutarían de su inmerecido minuto de gloria. Adictos a las cámaras, necesitados de ser noticia constante para que el ruido y la fama oculten su total ausencia de principios e ideas, estos sujetos no solo desagraviaron ayer al resto de parlamentarios y demás personas que se encontraban en la cámara, no sólo ofendieron a las instituciones que dicen combatir pero de las que no renuncian a cobrar para vivir como reyes, no. Además de todo eso, que es muy grave, ofendieron a la obra de Beethoven, despreciaron la creación artística, encarnada esta vez en unos sonidos que, surgidos de la mente de un alemán, son tarareados hoy en día en cualquier parte del mundo por personas de cultura, origen e ideas completamente dispares, pero que encuentran en esa secuencia de notas un mensaje que a todos les conmueve. Y es que esa es la definición de arte, y el tiempo transcurrido es el que lo convierte en clásico. Y esos que dan la espalda a esa manifestación de la cultura tan universal se definen así mismos con su gesto. Y nula debiera ser la atención que les debiéramos prestar, incluso ante ofensas tan rudas como estas.

También ayer, a las puertas del parlamento de Estrasburgo, otro ciego de nacionalismo, otro henchido de ego patrio y carente de otra idea, trató de montar un espectáculo para reivindicar sus derechos, que en boca de un prófugo delincuente y sectario político no deja de ser algo absurdo. Finalmente el cobarde, que responde al nombre de Puigdemont, ni se asomó ante el reducido grupo de engañados fieles que portaban retratos suyos y banderas catalanas esteladas, por miedo a ser detenido. A su infame comportamiento se suma la cobardía que enarbola día sí y día también para vivir como un rey exiliado de una república fantasmagórica en la que le gustaría ser el adorado por todos. La peste nacionalista, como la bubónica en la edad media, sólo genera un negro rastro de destrucción a su paso.

martes, julio 02, 2019

Desacuerdo en Bruselas


Dice la tradición que las cumbres europeas son eternas, se prolongan durante toda la madrugada hasta el alba y culminan con acuerdo. De momento en las reuniones de los jefes de estado y gobierno para determinar los titulares de las instituciones europeas para la nueva legislatura están cumpliendo el guion horario, pero no el de la fumata blanca final. La situación no es inédita, pero sí posee rasgos especiales que muestran hasta qué punto, también, la fragmentación política ha llegado al seno europeo y los acuerdos se complican cada vez más. Si allí, que son expertos en acordar y ceder no lo logran, casi parece comprensible que nosotros, incapaces para la negociación, no logremos sacar ni investiduras ni presupuestos ni nada de nada.

Tres son las restricciones que deben cumplir los nombres acordados por los líderes, basadas en criterios geográficos, familias políticas y paridad de género, y cuatro son los cargos (más uno indirecto) que están en discusión; presidente de la comisión europea, que es el premio gordo, presidente del consejo europeo, presidente del parlamento y alto comisionado para la acción exterior. El quinto puesto, que no se escoge ahora pero está muy vinculado a los anteriores, es el de presidente del BCE, que no podrá eludir el posible equilibrio que se alcance respecto a los demás cargos. Recordemos que ahora mismo el presidente de la comisión es el luxemburgués Juncker, de centro derecha, presidente del consejo es el polaco Tusk, también de centro derecha, presidente del parlamento es Antonio Tagiani, italiano de centro derecha (lo ha compartido con el socialista alemán Martin Schulz), y alta comisionada para la acción exterior es Federica Mogherini, socialista. La ideología de estos cargos muestra que en las elecciones de hace cinco años el centro derecha obtuvo buenos resultados. En aquel momento la suma de esa corriente más la de los socialistas tenía la mayoría absoluta para acordar todo lo que fuera menester, y tras bastante negociación se alcanzó ese listado de candidatos. Del resultado de las elecciones del pasado mayo salió un parlamento más fragmentado, con victoria de las fuerzas de centro derecha, pero por escaso margen, y con la imposibilidad de reeditar una unión mayoritaria con los socialistas. Ahora se requiere que los liberales, Macron, se sumen al acuerdo y hacer que tres familias pacten algo siempre es más difícil que lo hagan dos. Los candidatos a las elecciones por las principales familias, que son los aspirantes a ocupar el cargo de presidente de la comisión, son una muestra del problema ante el que nos enfrentamos. El ganador, alemán Weber, de centro derecha, es un personaje gris y con poca ascendencia en el mundo comunitario, no suscita entusiasmos más allá de los suyos. El representante socialista, holandés Timmermans, ha ocupado cargos de relevancia en la comisión desde hace tiempo, llegando a ser la mano derecha de Junckers, y tiene todos los contactos imaginables en el mundo comunitario. No ganó, pero en el juego de alianzas políticas pudiera hacerlo. De hecho, era el candidato acordado la noche del domingo entre Merkel y Macron, contando con el apoyo de España, Portugal, países bajos y otras naciones, y se suponía que su candidatura saldría en la mañana de ayer, pero la cosa se complicó, dado que los países de Visegrado (Polonia, Hungría, Chequia y Eslovaquia) e Italia se opusieron de lleno a su nombramiento. Timmermans ha sido muy duro contra estos gobiernos por su comportamiento iliberal y por el poco respeto que han mostrado a la legalidad comunitaria, y más de uno del este se la tenía guardada hasta que ha llegado el momento. En el fondo hay una división en el seno del partido popular europeo entre los que darían por bueno a Timmermans al frente de la comisión, con una pinza puesta en la nariz en el momento de votar, y los que lo rechazan de plano. ¿Puede esto forzar a que sean otros nombres los que salgan como candidatos para desbloquear la situación? Es una posibilidad, y Michel Barnier el negociador del Brexit, coge fuerza en estas últimas horas como un tapado, pero el que no fuese candidato en las elecciones le resta legitimidad de cara al parlamento y la opinión pública.

Como ven, un lío de los buenos, y hay una cierta urgencia para que se solucione en breve, porque hoy se constituye el parlamento en Estrasburgo y mañana vota a su presidente, sin que haya candidato a esta hora de la mañana. Este desacuerdo muestra que, frente a lo que sucedía hace años, un acuerdo entre Francia y Alemania ya no basta para condicionar a toda la UE. También muestra la sangría constante de poder que sufre Merkel, en franco proceso de retirada (¿futura presidenta de la comisión?) y de la emergencia de terceros poderes que condicionan los acuerdos, para bien o para mal. La “nueva política” ha llegado a Bruselas y, allí también, parece complicarlo todo más que arreglar lo que funcionaba mal. En fin, es lo votado, estas son las cartas con las que toca jugar.

lunes, julio 01, 2019

Tregua en Osaka


Ha estado muy activo Donald Trump a lo largo del fin de semana. Tanto en la cumbre del G20 como en su visita a Corea del Norte, en medio de sus típicos gestos de desplante, ha ofrecido su lado amable y creado un par de treguas temporales, ventanas de oportunidad para la calma, que permiten ganar tiempo y al menos no ofrecen un deterioro de las crisis en las que estos días de asueto estaba fijada la atención internacional. En el caso de Corea del Norte el gesto es atrevido, tanto el cruzar la línea fronteriza como el encuentro en ese punto con el sátrapa Kim, y más si cabe su ofrecimiento de visita a un Washington que, de darse, no sabe muy bien cómo comportarse ante su posible llegada. Está por ver que algo así se de.

En el otro gran tema, la relación con China y la guerra comercial, Trump ha plegado velas y decidido dar tiempo y oportunidades, en un movimiento que algunos ven como un gesto conciliador y que me parece tiene más que ver con la política interna norteamericana que con el fondo del asunto. Las sanciones que EEUU le ha impuesto a Huawei empezaban a hacer daño a las propias empresas norteamericanas, y en varios estados del medio oeste, en los que el cultivo de soja es muy importante, los subsidios que paga Washingotn para compensar la pérdida de exportaciones a China palían, pero no arreglan, el problema de miles y miles de agricultores que ven como su futuro se ensombrece. A poco más de un año de las próximas elecciones presidenciales, noviembre de 2020, todos los movimientos de Trump van a estar condicionados por lo que le ofrezcan o resten de cara a su reelección, y es muy probable que en todo momento mantenga su retórica agresiva, tanto con los chinos como contra todo lo que se mueva, pero es evidente que no quiere tomar medidas reales que le puedan suponer costes de votos. ¿Significa eso que la guerra comercial ha terminado? Ni muchísimo menos, pero sí puede ser que durante lo que queda de este año y gran parte del siguiente veamos una situación estancada, de vuelta a las negociaciones, de tira y afloja, pero sin grandes exabruptos ni crisis. Necesita Trump como sea que el ciclo de la economía norteamericana se mantenga en pie un año más para garantizarse la reelección. Ahora está ya en una duración que es de récord, y un agravamiento de la guerra comercial supondría que el final de ese ciclo, que tiene que llegar, sería mucho antes de lo que a Trump le convendría. Así que puede que tengamos por delante unos meses menos tensos, lo que nos vendrá bien a casi todos, empezando por la empresa Huawei, hasta ahora en el ojo de la presión de Trump, y que este fin de semana ha visto como parte de sus problemas desaparecían. Coincidía esta mejora de su situación global con una campaña de publicidad en prensa que este fin de semana ha llenado portadas y encartes, en los que la compañía china trataba de hacer ver a sus clientes, presentes y futuros, que nada tenían que temer porque sus equipos no iban a dejar de funcionar nunca. ¿Sabía Huawei que se iba a llegar a una tregua en Osaka? Dado que decir Huawei es decir, en parte, gobierno chino, una cosa lleva a la otra y no es descartable que la información fluya en ese sentido. En todo caso, es probable que si se consolida el levantamiento de algunos de los vetos impuestos a la compañía su futuro comercial vuelva a la senda positiva tras el acusado desplome de ventas experimentado en España, y supongo que en el resto de países. Actúa así la tecnológica china como un termómetro del grado de intensidad del conflicto que viven estas dos naciones, que con sus picos y valles, se va a convertir en una constante en nuestro mundo, y frente al que, como espectadores, el resto del mundo poco podrá hacer más allá de asistir como espectadores y tratar de salir lo menos perjudicados posible.

Otra lectura posible de la oferta de tregua comercial de Trump, complementaria a lo anterior y muy interesante, es que EEUU se ha encontrado, por primera vez, con un rival de un tamaño y potencia tan enorme frente al que la política de sanciones no hace el daño deseado, y que en parte es capaz de devolver el golpe. ¿Ha visto Washington materializado el rival estratégico que es capaz de desbancarle si se lo propone? ¿Hay miedo entre las élites y gerifaltes norteamericanos sobre la presente capacidad de China y su aparente infinito futuro? Puede ser, y ante ello toca un “esperar y ver” para replantear la estrategia de enfrentamiento. Sospecho que el veleta de Trump no pensará mucho en todo esto, por lo que, hasta que le de por tuitear otra cosa, aprovechemos la tregua, que bien nos vendrá a todos.