viernes, julio 12, 2019

El retorno del Rey, y de la música

Ayer, en medio de una ovación esplendorosa, terminó la proyección de la tercera de las películas del anillo en el Auditorio Nacional, una iniciativa desarrollada a lo largo de los pasados años, que hoy culmina con un nuevo pase de este capítulo, en la que la orquesta y coros nacionales de España han realizado, en directo, y con una pantalla gigante de fondo, la banda sonora completa de toda la filmación, en sus versiones extendidas. Un proyecto de dificultad extrema en el que músicos de todo tipo han debido coordinarse de una manera milimétrica con la velocidad tasada de una proyección en la que los tonos tienen que entrar donde se dice, frente a la cierta libertad que poseen las composiciones clásicas, donde los tiempos se indican pero deben ser interpretados.

He tenido la suerte de haber podido acudir a las tres películas a lo largo de estos años y el resultado ha sido, en todos los casos, excelente, y la sensación que me ha dado es que era una impresión compartida por todo el público que abarrotaba la sala sinfónica. Público que, en muchos casos, no es el habitual de este tipo de recintos, y que acudía a la llamada de una iniciativa innovadora y arriesgada por parte del llamado mundo clásico, que busca de esta manera expandir su audiencia y mostrar a los que rechazan este tipo de músicas y espectáculos que, en el fondo, todo está hecho para pasar un buen rato y divertirse. Bastantes de los que ayer llenaban la sala quizás no hayan acudido nunca, o en poquísimas ocasiones, a un concierto clásico, y a buen seguro hubo algún momento en el que se les pusieron los pelos como escarpias por lo que veían en la pantalla y, sobre todo, por lo que escuchaban, por un sonido limpio, a veces tan atronador como el más impactante de los conciertos de rock, que lo llenaba todo. La pantalla era gigante, sí, pero el sonido era lo que envolvía todo. El poder de una orquesta y coro, que no se demuestra sobremanera en función de su volumen, llega a desbordar las emociones de quien lo escucha de una manera irracional, a veces carente de sentido. La música es un lenguaje que no usa palabras, pero dice cosas, es una lengua de sonidos que entendemos sin saber muy bien por qué, pero que es capaz de despertar en nosotros sentimientos de una fuerza tan arrebatadora como quizás no haya palabra alguna. Esa experiencia, y perdón por el uso de esta palabra de la que tanto se abusa hoy en día, resulta de lo más intensa y, también, inexplicable. Las imágenes o las palabras, en muchas ocasiones, nos generan reacciones de intensidad similar, pero podemos explicarlas, porque lo que vemos es bello, agreste, repulsivo o lo que a usted le parezca, o porque lo que alguien nos dice nos encanta o hiere (a veces ambas cosas). Pero en el caso de la música, el sonido de un instrumento, una voz, una combinación de ellos, sin que haga falta saber nada de composición, teoría o similar, nos llega igualmente al interior. Sólo aquellos que poseen oído perfecto, no es mi caso, son capaces de identificar automáticamente qué notas suenan cada vez que las escuchan, y eso les ayuda a la hora de interpretar si son músicos, aunque puede que les reste placer en el mero acto de la audición, no lo se. En mi caso, e intuyo que en el de la mayoría de ustedes, no se cuando oigo algo si es sol sostenido menor o no, si el compás es tres por cuatro y la armadura de la partitura lleva dos bemoles. No soy capaz de “verlo” pero si la música me dice algo me “habla” y hace “ver”, y de eso se trata. Ayer, en el intermedio, al bajar de mi sitio al vestíbulo para estirar las piernas, un grupo de hombres que iban detrás de mí estaban comentando, literalmente “jo, la peli está de puta madre, sí, pero no tiene nada que hacer con la fuerza que sale de la orquesta, con toda esa gente tocando y cantando” y es que no sólo la plasticidad de la imagen de ver una orquesta interpretando, no. Es la magia de la música en directo, creada en el momento, ante uno mismo.

Es obligatorio dar las gracias a todos los que han hecho posible este fantástico proyecto, que ha involucrado, sin dudarlo, a muchísimas personas que han trabajado denodadamente para que el resto, simplemente, disfrutemos. El Centro Nacional de Difusión Musical, como organismo público coordinador de todo ello, es quién ha permitido que algo así salga adelante, y desde luego todos los aplausos y vítores del mundo para la Orquesta y Coros Nacionales de España, que han alcanzado un nivel de excelencia digno de las mejores agrupaciones del mundo y que ayer, ante un repertorio exigente y duro como pocos, nos llevaron a todos ante el monte del destino, y durante unas horas, destruyeron nuestros anillos del poder y nos liberaron de sus cargas. Tolkien, el que imaginó todos esos mundos, y tanto amaba la música, lo hubiera gozado.

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