Ayer,
en medio de una ovación esplendorosa, terminó la proyección de la tercera de
las películas del anillo en el Auditorio Nacional, una iniciativa desarrollada
a lo largo de los pasados años, que hoy culmina con un nuevo pase de este
capítulo, en la que la orquesta y coros nacionales de España han realizado, en
directo, y con una pantalla gigante de fondo, la banda sonora completa de toda
la filmación, en sus versiones extendidas. Un proyecto de dificultad extrema en
el que músicos de todo tipo han debido coordinarse de una manera milimétrica
con la velocidad tasada de una proyección en la que los tonos tienen que entrar
donde se dice, frente a la cierta libertad que poseen las composiciones
clásicas, donde los tiempos se indican pero deben ser interpretados.
He
tenido la suerte de haber podido acudir a las tres películas a lo largo de
estos años y el resultado ha sido, en todos los casos, excelente, y la
sensación que me ha dado es que era una impresión compartida por todo el
público que abarrotaba la sala sinfónica. Público que, en muchos casos, no es
el habitual de este tipo de recintos, y que acudía a la llamada de una
iniciativa innovadora y arriesgada por parte del llamado mundo clásico, que
busca de esta manera expandir su audiencia y mostrar a los que rechazan este
tipo de músicas y espectáculos que, en el fondo, todo está hecho para pasar un buen
rato y divertirse. Bastantes de los que ayer llenaban la sala quizás no hayan
acudido nunca, o en poquísimas ocasiones, a un concierto clásico, y a buen
seguro hubo algún momento en el que se les pusieron los pelos como escarpias
por lo que veían en la pantalla y, sobre todo, por lo que escuchaban, por un
sonido limpio, a veces tan atronador como el más impactante de los conciertos
de rock, que lo llenaba todo. La pantalla era gigante, sí, pero el sonido era
lo que envolvía todo. El poder de una orquesta y coro, que no se demuestra
sobremanera en función de su volumen, llega a desbordar las emociones de quien
lo escucha de una manera irracional, a veces carente de sentido. La música es
un lenguaje que no usa palabras, pero dice cosas, es una lengua de sonidos que
entendemos sin saber muy bien por qué, pero que es capaz de despertar en
nosotros sentimientos de una fuerza tan arrebatadora como quizás no haya
palabra alguna. Esa experiencia, y perdón por el uso de esta palabra de la que
tanto se abusa hoy en día, resulta de lo más intensa y, también, inexplicable.
Las imágenes o las palabras, en muchas ocasiones, nos generan reacciones de
intensidad similar, pero podemos explicarlas, porque lo que vemos es bello,
agreste, repulsivo o lo que a usted le parezca, o porque lo que alguien nos
dice nos encanta o hiere (a veces ambas cosas). Pero en el caso de la música,
el sonido de un instrumento, una voz, una combinación de ellos, sin que haga
falta saber nada de composición, teoría o similar, nos llega igualmente al
interior. Sólo aquellos que poseen oído perfecto, no es mi caso, son capaces de
identificar automáticamente qué notas suenan cada vez que las escuchan, y eso
les ayuda a la hora de interpretar si son músicos, aunque puede que les reste
placer en el mero acto de la audición, no lo se. En mi caso, e intuyo que en el
de la mayoría de ustedes, no se cuando oigo algo si es sol sostenido menor o
no, si el compás es tres por cuatro y la armadura de la partitura lleva dos
bemoles. No soy capaz de “verlo” pero si la música me dice algo me “habla” y
hace “ver”, y de eso se trata. Ayer, en el intermedio, al bajar de mi sitio al
vestíbulo para estirar las piernas, un grupo de hombres que iban detrás de mí
estaban comentando, literalmente “jo, la peli está de puta madre, sí, pero no
tiene nada que hacer con la fuerza que sale de la orquesta, con toda esa gente
tocando y cantando” y es que no sólo la plasticidad de la imagen de ver una
orquesta interpretando, no. Es la magia de la música en directo, creada en el
momento, ante uno mismo.
Es obligatorio dar las
gracias a todos los que han hecho posible este fantástico proyecto, que ha
involucrado, sin dudarlo, a muchísimas personas que han trabajado denodadamente
para que el resto, simplemente, disfrutemos. El Centro Nacional de Difusión
Musical, como organismo público coordinador de todo ello, es quién ha permitido
que algo así salga adelante, y desde luego todos los aplausos y vítores del
mundo para la Orquesta y Coros Nacionales de España, que han alcanzado un nivel
de excelencia digno de las mejores agrupaciones del mundo y que ayer, ante un
repertorio exigente y duro como pocos, nos llevaron a todos ante el monte del
destino, y durante unas horas, destruyeron nuestros anillos del poder y nos
liberaron de sus cargas. Tolkien, el que imaginó todos esos mundos, y tanto
amaba la música, lo hubiera gozado.
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