El
pasado viernes acudí al teatro para ver la obra Copenhague,
que se representa en el Teatro de la Abadía, un local curioso y muy bello, que
antaño era una iglesia y ahora, desacralizada, acoge funciones, de tal manera
que se sigue interpretando y representando ante una audiencia, con un decorado
de fondo. El reparto de la obra era mínimo, tres personas, tres enormes
actores: Emilio Gutiérrez Caba, Carlos Hipólito y Malena Gutiérrez. El primero
interpreta al físico danés Bohr y la última a su mujer, mientras que Hipólito
encarna al físico alemán Heisenberg. La obra recrea el encuentro que ambos
tuvieron en la Dinamarca ocupada por los nazis en 1941.
Sigue
habiendo muchas dudas de lo que pasó en esa cita, de cuáles fueron las causas
últimas por las que Heisenberg se desplaza hasta la casa del maestro Bohr en un
entorno tan complicado, con la IIGM lanzada y con gran parte de Europa ocupada
por el imperio nazi, con sólo Reino Unido como baluarte ante las horas
hitlerianas. La obra recrea ese encuentro desde varias perspectivas y plantea
posibilidades sobre lo que allí sucedió, y sus implicaciones, pero siempre
quedarán dudas. Lo que desde luego pone encima de la mesa el texto que recitan
los actores es la responsabilidad que poseen los científicos cuando se dan
cuenta de las enormes implicaciones de sus descubrimientos y el uso que de
ellos se puede hacer. Bohr abrió el camino de la mecánica cuántica y a partir
de él los procesos de fusión y fisión del átomo. Desde unos años antes la
ciencia sabía que una posible deriva de la fusión nuclear era la de crear una
bomba de potencia salvaje y desconocida, un arma como nunca antes se había
soñado, que alterase los equilibrios políticos y estratégicos en todo el mundo.
Las ecuaciones se lo decían, pero también sabían que era necesario un enorme
trabajo de experimentación e ingeniería para llevarla a cabo, y la consiguiente
inversión de enormes cantidades de dinero. ¿Y qué coyuntura podía propiciar el
desarrollo de un proyecto así? Sí, una guerra. Bohr sabías que los americanos
estaban embarcados en lo que se llamaría el proyecto Manhattan, que culminó en
el laboratorio de Los Álamos con la construcción de la bomba, y también sabía
que los alemanes buscaban algo similar, contando para ello con la sabiduría de
Heisenberg, pero de mientras estaba seguro de que había un impulso y avances en
el lado americano, tenía muchas dudas sobre lo que estaban haciendo en
Alemania. Heisenberg sabía que los americanos estaban tramando algo, y tenía
una enorme presión por parte de su gobierno para desarrollar un arma, pero era
consciente de la limitación de sus medios, la penuria que la guerra provocaba
en el suelo alemán y que un proyecto similar requería una inversión y
estabilidad de la que él carecía. Ambos científicos tenían conocimientos
necesarios para liderar un proyecto similar, pero no tenían la capacidad de
hacerlo, bien por el alejamiento de Bohr o por la precariedad de Hesinberg. El
hecho de que la bomba, una vez creada, desconcertara a los propios científicos
norteamericanos que la desarrollaron, por la magnitud del poder de destrucción
creado, muestra que los dos protagonistas de la función eran, sobre todo,
teóricos, mentes pensantes, necesarias pero no suficientes para llevar a cabo
una tarea similar. Oppenheimer, el líder del equipo norteamericano, nuca pudo
quitarse de encima el escalofrío que sintió cuando vio por primera vez un hongo
nuclear en el desierto de Nuevo Méjico, y supo al instante que había creado un
monstruo que cambiaría el mundo. Bohr y Heisenberg se enteran de lo sucedido en
Hiroshima de maneras muy distintas, libre el danés, retenido por los ingleses
el alemán en la campiña británica tras la derrota nazi, y no pueden evitar su
asombro ante lo que realmente ha pasado, su estupefacción, su miedo.
La
obra muestra perfectamente como ellos, que saben lo que puede acabar pasando,
tienen el miedo en el cuerpo desde que, en sus escritorios, pergeñan las
ecuaciones que les dicen que la bomba es posible, y eso les condiciona el resto
de su existencia. ¿Qué se dijeron en ese encuentro de 1941? ¿Actuó cada uno de
ellos como espía de su propio bando para conocer lo que sabía el otro?
¿Ralentizó Heisenberg, como defendió tras la guerra, sus experimentos para que
los nazis no alcanzasen el éxito nuclear? Visto en perspectiva parece casi
segura la imposibilidad de que la bomba naciera en suelo germano, pero siempre
quedarán dudas. Si pueden, vean la función, les hará pensar y disfrutarán de
unas excelentes actuaciones.
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