Dice
un pasaje del evangelio que, allí donde estéis dos o más en mi nombre, allí
estaré yo. Requiere fe creer en la presencia de Jesús entre nosotros, pero no
es necesaria para dar por seguro que, donde se encuentre un aparato
tecnológico, allí estarán Google, Facebook, Amazon o cualquier otra gran
compañía de internet escuchando todo lo que decimos, escrutando nuestros pensamientos
y monitorizándonos sin cesar, seamos conscientes de ello o no. Eso es algo que
a la empresa en cuestión no le importa en lo más mínimo, porque sabe que su
capacidad para escrutarnos y manipularnos no depende de ello.
Ha
admitido google que un porcentaje de las conversaciones que registra su
asistente son grabadas y analizadas por expertos. Según la empresa
californiana, el objetivo es mejorar las capacidades de comprensión de la
inteligencia artificial que escucha desde ese dispositivo para aumentar así la
calidad y precisión de las respuestas y, con ello, la satisfacción del cliente.
Esa versión oficial, que puede ser cierta o no, tiene una contrapartida como
versión oficiosa, que es muy real, y es que todo el espionaje al que somos
sometidos busca, por encima de todo, aumentar la rentabilidad de los productos
que se venden para, de paso espiarnos, y acertar en la publicidad de todos los
demás productos que demandamos, para poder ser vendidos de la manera más
efectiva posible. Google vive, sobre todo, de la publicidad. Conocer al dedillo
a cada uno de nosotros es la mejor manera de saber qué necesitamos, qué
queremos, en qué nos gastaríamos nuestro dinero y, en ese momento,
ofrecérnoslo, convirtiendo los deseos personales en compras, en dinero,
haciendo lo más felices posibles al vendedor del producto y a google, ya que
ambos han ido sobre seguro en la transacción comercial. El consumidor, ¿se ha
hecho feliz? Sí, en el sentido de haber satisfecho su necesidad, pero lo cierto
es que ha sido a base de desnudar su personalidad a una empresa que se la ha
espiado con o sin su consentimiento. ¿es justo el intercambio? Para algunos lo
será, para otros no, pero realmente es esa la situación que vivimos cada día y
que, no lo duden, irá a más. Todos los dispositivos nos controlan, siguen,
escrutan y tratar de saberlo todo de nosotros, no para darnos seguridad o
felicidad, sino para vendernos cosas. Saben estas empresas perfectamente que la
publicidad del siglo XX, generalista, segmentada, ha muerto, y que el futuro,
casi ya el presente, es la publicidad personal el hacer a cada persona en cada
momento la oferta de lo que esa persona quiere. Y los algoritmos de estas
empresas empiezan a ser capaces de predecir lo que los humanos queremos en cada
momento. Gracias a la información que nos roban, sin nuestro permiso, y la que
ofrecemos gratuitamente en redes sociales y en otro tipo de situaciones en las
que compartimos intimidades, sus perfiles de trabajo empiezan a poder
caracterizarnos de una manera tan precisa como automática. Los algoritmos cada
vez aciertan más y a veces entran ligeros escalofríos cuando una de las
sugerencias que se otorgan por mor del afán de estas máquinas resulta ser algo
de lo que uno estaba pensando. ¿Somos tan predecibles? En la mayoría de los
casos sí, y eso basta para que inversiones masivas en aparatos de uso más que discutible,
como el de esos asistentes personales de voz, se rentabilicen de la noche a la
mañana en forma de compras de otros productos que sí necesitamos. Google, Facebook
y otras empresas nos quieren conocer para sacarnos hasta el último céntimo posible
de los que estemos dispuestos a gastar y, tras ello, tentarnos con lo que saben
que nos gusta para gastar más y más en lo que no teníamos pensado hacerlo pero
que, en forma de tentación, se nos antoja irresistible. La muerte de nuestra
intimidad se ha ejecutado a cambio de un puñado de dólares. Bueno, más bien,
miles de miles de millones de dólares. Ese es el precio.
¿Hay
manera de escapar de este control? La verdad es que no. Uno puede prescindir de
esos asistentes que, ya les digo, no creo que sirvan para nada, pero no de la
tele, del teléfono inteligente o de otros cachivaches que pueden ser muy útiles
y que, sin avisarnos, nos registran todo lo que hacemos. Los archivos de cada
uno de nosotros serán mayores o menores en función de nuestro comportamiento y
de lo que hayamos permitido, a sabiendas o no, a estas empresas entrar en nuestras
vidas. Pero serán en todo caso archivos de un enorme valor, tanto como el de la
renta disponible de cada uno de nosotros. Lo malo es que esta información,
valiosísima, no sólo se puede utilizar para que nos comportemos como monos
compradores amaestrados, no. El gobierno chino muestra lo que el poder puede
hacer con algo así. ¿Es todo esto siniestro? Pues sí.
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