lunes, julio 08, 2019

Nada justifica la violencia. Nada. Nunca


No se cómo funcionan las cosas en otros países, pero en el nuestro es una triste tradición que, en cuanto un grupo adquiere un cierto poder o capacidad de influencia, enseguida empieza a repartir carnets de buenos y malos en relación al tema en el que cree ser la fuente de la verdad. Desde luego los buenos son los que forman ese grupo y los malos todos los demás, para los buenos se pueden lograr todas las ventajas y derechos posibles y para los malos la condenación, ira y odio sin límite. De ahí a las agresiones hay un trecho muy corto, y es que intimidar a los malos es algo a lo que los buenos siempre tienen derecho, en el obtuso pensamiento que domina a estos grupos. Y así luego pasa lo que pasa.

Son los nacionalistas los mayores expertos en este tipo de dicotomías y en llevar hasta el extremo sus consecuencias. Deciden quienes son buenos y malos vascos, buenos y malos catalanes, buenos y malos españoles, buenos y malos norteamericanos, y así hasta el tedio absoluto (curioso, yo siempre estoy entre los malos) pero es un fenómeno muy generalizado. Este fin de semana se ha celebrado la festividad del orgullo, donde lo que se supone que se reivindicaba era la libertad de ser y querer como uno desee, y reivindicar los derechos para los no heterosexuales, que han estado reprimidos durante mucho tiempo, aún hoy en algunos lugares y contextos, pero en esta epidemia de sectas que nos invade, algunos colectivos han determinado que existen los buenos y malos gays, las buenas y malas lesbianas, y vuelta a empezar con esa dicotomía para todas las orientaciones sexuales que uno desee. Los que determinan quiénes son los buenos son los que otorgan el derecho para acudir a una manifestación, convirtiéndola en un club privado con derecho de admisión, de esos que durante décadas y décadas se han caracterizad, en muchos casos, por ser discriminantes en su acceso por cuestión de orientación sexual. Los malos que no vengan, dicen los convocantes y sus tribunas mediáticas, y si lo hacen, que se atengan a las consecuencias, añaden otras tribunas y algunos altos cargos, incluido el Ministro de Interior, que al parecer olvida que su responsabilidad es garantizar el orden público de todos los ciudadanos, que pagan impuestos sean buenos o malos, indistintamente de lo que opinen sus amigos. Y claro, una vez creado el clima, si los malos acuden son unos provocadores y es lícito pegarles, amenazarles, violentarles y actuar sobre ellos como si no fueran personas, sino cosas, negativos maleantes que acuden a reventar. No hay derecho que valga sobre ellos, ni amparo que puedan solicitar, sólo la respuesta contundente de los buenos, los justos, los salvíficos, los que son puros, que se defienden de esa contaminación. Y sucedida la agresión, raudos correrán los medios amigos de los buenos a lavar su imagen, a defender su actitud y a exculpar a los que, desde la infinita bondad, no han hecho sino defenderse de los que han acudido a ensuciar el acto. Cientos, incontables veces se ha visto repetido este esquema de actuación en boca de defensores de cualquier cosa, que han acabado tomando esa reivindicación como bandera propia y la han acabado utilizando, como siempre, por el palo que sostiene la pancarta para agredir a los que no piensan como ellos. Es patética esta forma de actuar, sea cual sea la causa que defienda, y abre la puerta a que grupos de violencia desatada, que se mueven como pez en el agua en estos ambientes, actúen sin freno y, desde luego, con la comprensión de los buenos. La misma estructura de pensamiento y actuación totalitaria repetida una y mil veces a lo largo de la historia.

Este sábado les tocó a los miembros de Ciudadanos ser los agredidos por la turba de “buenos”, de ser acusados de ser malos por los que defienden la paz y la libertad, y no dejan de coartarla siempre que pueden. Hay que repetirlo una y mil veces. Nada justifica una agresión. Nada, nunca. Cuando una ida se utiliza como excusa para agredir se pervierte la idea, se denigra, se pisotea, se marchita. Cuando se pega, se amenaza, se insulta o, como pasa con el terrorismo, se mata por una idea, lo único que se está haciendo es pegar, amenazar, insultar o matar. Y las ideas desaparecen cuando la violencia entra en escena. Sorprende, o no, la poca respuesta solidaria que han recibido los agredidos de este fin de semana, porque el agresor, defensor del “bien” siempre encuentra amparo, y la masa lo recoge y arropa. Y así crecen las dictaduras.

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