No
se cómo funcionan las cosas en otros países, pero en el nuestro es una triste
tradición que, en cuanto un grupo adquiere un cierto poder o capacidad de
influencia, enseguida empieza a repartir carnets de buenos y malos en relación
al tema en el que cree ser la fuente de la verdad. Desde luego los buenos son
los que forman ese grupo y los malos todos los demás, para los buenos se pueden
lograr todas las ventajas y derechos posibles y para los malos la condenación,
ira y odio sin límite. De ahí a las agresiones hay un trecho muy corto, y es
que intimidar a los malos es algo a lo que los buenos siempre tienen derecho,
en el obtuso pensamiento que domina a estos grupos. Y así luego pasa lo que
pasa.
Son
los nacionalistas los mayores expertos en este tipo de dicotomías y en llevar
hasta el extremo sus consecuencias. Deciden quienes son buenos y malos vascos,
buenos y malos catalanes, buenos y malos españoles, buenos y malos
norteamericanos, y así hasta el tedio absoluto (curioso, yo siempre estoy entre
los malos) pero es un fenómeno muy generalizado. Este fin de semana se ha
celebrado la festividad del orgullo, donde lo que se supone que se reivindicaba
era la libertad de ser y querer como uno desee, y reivindicar los derechos para
los no heterosexuales, que han estado reprimidos durante mucho tiempo, aún hoy
en algunos lugares y contextos, pero en esta epidemia de sectas que nos invade,
algunos colectivos han determinado que existen los buenos y malos gays, las
buenas y malas lesbianas, y vuelta a empezar con esa dicotomía para todas las
orientaciones sexuales que uno desee. Los que determinan quiénes son los buenos
son los que otorgan el derecho para acudir a una manifestación, convirtiéndola
en un club privado con derecho de admisión, de esos que durante décadas y
décadas se han caracterizad, en muchos casos, por ser discriminantes en su
acceso por cuestión de orientación sexual. Los malos que no vengan, dicen los
convocantes y sus tribunas mediáticas, y si lo hacen, que se atengan a las
consecuencias, añaden otras tribunas y algunos altos cargos, incluido el
Ministro de Interior, que al parecer olvida que su responsabilidad es
garantizar el orden público de todos los ciudadanos, que pagan impuestos sean
buenos o malos, indistintamente de lo que opinen sus amigos. Y claro, una vez
creado el clima, si los malos acuden son unos provocadores y es lícito
pegarles, amenazarles, violentarles y actuar sobre ellos como si no fueran
personas, sino cosas, negativos maleantes que acuden a reventar. No hay derecho
que valga sobre ellos, ni amparo que puedan solicitar, sólo la respuesta
contundente de los buenos, los justos, los salvíficos, los que son puros, que
se defienden de esa contaminación. Y sucedida la agresión, raudos correrán los
medios amigos de los buenos a lavar su imagen, a defender su actitud y a
exculpar a los que, desde la infinita bondad, no han hecho sino defenderse de
los que han acudido a ensuciar el acto. Cientos, incontables veces se ha visto
repetido este esquema de actuación en boca de defensores de cualquier cosa, que
han acabado tomando esa reivindicación como bandera propia y la han acabado
utilizando, como siempre, por el palo que sostiene la pancarta para agredir a
los que no piensan como ellos. Es patética esta forma de actuar, sea cual sea
la causa que defienda, y abre la puerta a que grupos de violencia desatada, que
se mueven como pez en el agua en estos ambientes, actúen sin freno y, desde
luego, con la comprensión de los buenos. La misma estructura de pensamiento y
actuación totalitaria repetida una y mil veces a lo largo de la historia.
Este
sábado les tocó a los miembros de Ciudadanos ser los agredidos por la turba de “buenos”,
de ser acusados de ser malos por los que defienden la paz y la libertad, y no
dejan de coartarla siempre que pueden. Hay que repetirlo una y mil veces. Nada
justifica una agresión. Nada, nunca. Cuando una ida se utiliza como excusa para
agredir se pervierte la idea, se denigra, se pisotea, se marchita. Cuando se
pega, se amenaza, se insulta o, como pasa con el terrorismo, se mata por una
idea, lo único que se está haciendo es pegar, amenazar, insultar o matar. Y las
ideas desaparecen cuando la violencia entra en escena. Sorprende, o no, la poca
respuesta solidaria que han recibido los agredidos de este fin de semana,
porque el agresor, defensor del “bien” siempre encuentra amparo, y la masa lo
recoge y arropa. Y así crecen las dictaduras.
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