No
he visto la serie Chernóbil, de la que todo el mundo habla maravillas. No tengo
contratadas ninguna de las plataformas que emiten series o películas, por lo
que oigo lo que en ellas se produce pero no sigo sus productos. Los comentarios
positivos coinciden en dos aspectos básicos. Uno, la calidad y exactitud con la
que se ha tratado de recrear lo que pasó en aquel gravísimo accidente, una
fidelidad a los hechos que deja mal cuerpo al espectador, síntoma inequívoco de
que los que han trabajado en la serie han logrado crear un producto buenísimo.
La magnitud de aquel desastre y sus secuelas son aún difíciles de precisar,
pero fueron inmensas. Está bien que, aunque sea mediante una serie, la gente
descubra lo que allí pasó, si aún no lo sabía.
El
segundo aspecto que se valora mucho es el fiel retrato que realiza de la incompetencia,
la manipulación y el oscurantismo de la dictadura soviética. Nos enteramos de
que “algo” ha pasado en la entonces URSS porque los medidores de radiación de
algunas centrales suecas y finlandesas se disparan, y para cuando eso se
produce en la zona ucraniana del accidente ya hay muertos en abundancia y
liquidadores dejándose la vida para que el infierno nuclear no se desmadre aún
más. Como toda buena dictadura, la URSS trataba de moldear la realidad a sus
deseos de propaganda hasta un límite aberrante, y no iba a permitir que un
desastre como ese alterase sus planes, pero lo cierto es que Chernóbil aceleró
la descomposición de la URSS, y la gestión que hizo de aquel desastre fue una
buena muestra del derrumbe social, político y económico que vivía la nación, en
la que todos los recursos se destinaban a sostener a un ejército que sostuviera
un liderazgo totalitario, mientras la sociedad se descomponía como secas
briznas de paja. Pasan los años y las cosas cambian, pero no todas. Cada cierto
tiempo se produce en Rusia algún grave accidente, normalmente militar, en el
que en no pocas ocasiones se ve involucrado un componente nuclear, y el apagón
informativo es lo primero que se pone en marcha por parte de las autoridades
del Kremlin. Lo vivimos cuando tuvo lugar el desastre del Kursk, con cerca de
cien fallecidos, no recuerdo la cifra exacta e incluso tengo dudas de que
llegara a darse, y
lo estamos reviviendo en estos mismos días con el accidente que ha vuelto a
sufrir otro submarino nuclear ruso, del que apenas sabemos nada. Sólo lo
que el régimen ha tenido a bien comunicar. Al parecer son catorce los muertos
que ha causado este incidente, sin que se sepa ni qué navío ha sido el
afectado, ni las causas concretas del mismo ni el estado actual del resto de la
tripulación y del buque en general. Putin, a través de los portavoces del
ministerio de Defensa, ha afirmado que todo está bajo control, que no hay
riesgo alguno de fuga de residuos ni otro tipo de material radiactivo, y se ha
decretado el secreto de estado sobre lo sucedido, por lo que no hay nada más
que comentar. Sólo le ha faltado al portavoz añadir eso de “sigan circulando y
no molesten” para desalojar de curiosos preguntones su sala de prensa, cuyo
nombre es un oxímoron. La táctica de Rusia ante estos desastres siempre es la
misma, negarlos todo, negarlo todo y negarlo todo, y a medida que empiezan a surgir
informaciones que no se pueden acallar sobre fallecidos y dimensiones de lo
sucedido, ir admitiendo algunas cosas muy poco a poco, minimizando siempre lo
sucedido, nunca explicando las causas que han originado el problema, tratando
de buscar un culpable externo que sea el causante de lo sucedido y, por
supuesto, garantizarse de que nada de nada afecte a la imagen del gobierno y de
su líder Putin, que siempre está orgulloso de sus tropas pero nada tiene nunca
que ver con todo aquello que, cada cierto tiempo, las diezma en forma de
desastres, seguro que en su inmensa mayoría evitables.
En
el fondo, cambiada de careta, Rusia sigue siendo una dictadura bastante similar
a la que había en los ochenta. Mucho más débil en el contexto internacional y
replegada en su mundo, pero con el mismo sistema de ordeno y mando, con el
mismo desprecio respecto a la gente que vive en el país, con la misma sensación
de que para mantener el orden establecido, en el que rige Putin y sus amigos,
no se duda en sacrificar a quien sea, y que las tropas están para obedecer y,
llegado el caso, morir calladas. Cuando tuvo lugar el desastre del Kursk vimos
como una madre que protestaba por la desaparición de su hijo fue sacada de la
sala en la que estaba denunciando su situación, narcotizada y llevada a no se
sabe dónde, quizás a un gulag siberiano. Eso es una dictadura, eso es la Rusia de Putin. Ahora vuelve a haber madres desconsoladas.
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