La
imputación del BBVA a cuenta del caso Villarejo es el último episodio
judicial que afecta a un banco que empieza a tener demasiadas noticias a su
alrededor que nada tienen que ver con lo financiero. Se podía hacer una
teleserie de calidad con las intrigas que tuvieron lugar en la época del asalto
de SACYR y de cómo actuaron los diferentes personajillos que tuvieron su papel
en aquel enredo, en el que el gobierno de entonces trató de inmiscuirse en la
dirección del banco y en el que el propio banco buscó como defensa a un
personaje tan poco recomendable como Villarejo, que cierto que sabía de
traiciones y bajos fondos, pero que sobre todo era un beneficiario de todo lo
que pudiera pasar a su alrededor. Y parece que, literalmente, todos pasaban. Y
él les cobraba.
Coincidiendo
con todo este asunto ha fallecido, hace pocos días, Emilio Ybarra, el que fuera
presidente de la entidad durante varios años, y que pilotó la por entonces
reciente fusión de Banco de Bilbao y Banco de Vizcaya, el BBV y su unión con la
banca pública de la época, denominada Argentaria, que es de donde viene la A
con la que finaliza actualmente la sigla corporativa. Retirado de la vida
pública desde hace tiempo, salió por la puerta de atrás de la entidad tras un
escándalo en el que unas cuentas en el paraíso fiscal de Jersey provocase que
muchos de los representantes de Neguri, la residencia clásica de la oligarquía financiera
vizcaína, tuviesen que abandonar sus puestos en el que era su banco. Con motivo
de su muerte, Pedro
Luís Uriarte, que fue su consejero delegado durante años y llegó a
vicepresidente del banco, hay escrito un artículo de homenaje a su figura, publicado
por varios medios nacionales, que no tiene desperdicio alguno, no tanto por
la figura que glosa y elogia, sino por lo que desvela de lo que sucedió durante
el asalto de la “A” al “BBV” y los odios que se generaron en ese momento, y el
disfrute que supone ver cómo, ahora mismo, la venganza puede llegar a cobrarse
el precio esperado tras años de paciencia y silencio. Cuenta en su necrológica
Uriarte como el escándalo de jersey fue aireado y magnificado por quienes tenían
echado un ojo a la gestión del banco y querían hacerse con él, y usaron aquel
suceso como la palanca necesaria. Los tribunales acabaron diluyendo el escándalo,
pero para entonces casi todos los de la vieja guardia bilbaína habían sido diluidos
o directamente defenestrados por las huestes de Francisco González, que presidió
Argentaria, colocado ahí por Aznar en su momento, y que al ver la oportunidad
de ascender a uno de los dos grandes bancos nacionales no dudo un momento en
hacer todo lo que fuera necesario para lograrlo. Intrigas, rencores, traiciones
y jugadas que dejarían a cualquiera de esas series que ahora tienen tanto éxito
convertidas en tebeos de Disney culminaron con el gallego González en la
presidencia de la entidad fusionada y los de Neguri en casa, viendo llover
cuando las nubes cubren el abra exterior y la sensación de haber sido desahuciados
de su casa. Los odios que González se granjeó con este episodio han ido
creciendo día a día entre todos sus perjudicados, a la vez que el BBVA crecía
en tamaño, sí, pero apenas podía hacer nada frente al disparo de su eterno
rival, el Santander, que se ha convertido en una marca global que multiplica
las dimensiones del otrora banco bilbaíno de una manera tan holgada como
insultante para los oriundos del botxo. Centrado en la digitalización, González
no ha logrado que el banco se convierta en un referente internacional, pese a
que también se lanzó a la expansión exterior. Éxitos como Brasil o México se
conjugan con fracasos como china o decepciones como EEUU, y la muy compleja
gestión de Turqía, donde con la entidad Garanty el BBVA ha estado tratando de
hacerse con el mercado financiero de aquel país, y las tensiones políticas de
una región tan explosiva no han dejado de hacerle daño. La marcha de González,
discreta, hace un año, fue vista por muchos como una retirada forzada por su
edad, pero en ese silencio no se escuchaban las críticas y odios que, larvados,
seguían bullendo.
Ha
sido el caso Villarejo y la cada vez más certera probabilidad de que González
esté directamente involucrado en su contratación y chanchullos lo que ha
abierto la espita de los rencores acumulados. Botellas de champán frías,
congeladas tras años de espera en las cámaras a buen seguro han sido
descorchadas con motivo de esta imputación, y el artículo de Uriarte, cargado
de bilis contra el personaje y un “Madrid” que desbancó a Bilbao como sede del
poder financiero ha sido la válvula de escape. Ahora muchos esperan con ansia
el desarrollo del caso y quieren vivir para ver cómo la justicia llama a
declarar a González, rezan a la amatxu de Begoña para que sea enchironado, su
imagen padezca oprobios, y los medios caigan con saña sobre él, ahora que ya
nada le protege. Sí, sí, las series de televisión son Disney al lado de la
realidad.
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