miércoles, julio 10, 2019

Dos imágenes, dos desencuentros


Si se dice que una imagen vale más que mil palabras, dos pueden ser como diez mil, y dos escenas de ayer mismo requieren pocos comentarios, e ilustran el estado de parálisis política al que hemos llegado, la cerrazón de las fuerzas minoritarias en su intento de chantajear a las mayoritarias, y el hastío creciente que todo ello provoca en una población que cada vez ve más la política como un coste insoportable y una fuente de frustraciones, tedios y problemas. ¿Alguno de los protagonistas de estas imágenes es consciente del desgaste que sufre con su actitud, y del que somete a las instituciones que dicen representar? La respuesta es un obvio no.

En una de las escenas, se ve a dos personajes cariacontecidos, que aparecen los figurantes de un dúo de risa que ya no hace gracia. A la derecha, Iglesias tiene una posición forzada, típica de él, autoafirmando con los brazos y manos un discurso en el que él es el protagonista, el mensajero de la verdad, la voz del sentido común que exige ser escuchada y atendida, aunque en cada elección a la que se presente saque menos votos. Iglesias necesita cargo en Moncloa y oropeles para sobrevivir, porque Podemos se muere, lo está matando, pero a él lo único que le importa, como ha sido desde un principio, es él mismo. A su lado Sánchez tiene la típica cara que se le pone a uno cuando el intestino abre las puertas y la necesidad de encontrar un baño es superior a todos los problemas de la humanidad. Se le ve cansino, hastiado, como queriendo escabullirse de un encuentro que hace mucho tiempo que agotó la capacidad de aguante de un líder internacional como él. Desde una postura de superioridad que va algo más allá de la soberbia, se sabe Sánchez como el único que es investible, y eso le da aún más fuerza para actual con altivez, cosa que le gusta mucho. Pero hasta a su imperturbable pose rompedora de posters adolescentes ha llegado el dogmático Iglesias, y no hay forma de mantener el tipo ante semejante argumentario. No hacía falta que saliera Ariana Lastra a dar detalle de lo que había sucedido de puertas para dentro, esta imagen lo decía todo. La otra escena está formada por tres políticos y un cuarto invitado que asoma entre ellos para añadir aún más dramatismo al desencuentro. Ya me perdonarán porque veo la imagen el twitter por todas partes pero no logro encontrarla en una web, y desde donde les escribo tengo capado el acceso a redes sociales, por lo que les enlazo una en la que aparecen sólo los tres humanos. Dos de ellos, Díaz Ayuso y Aguado, saben que el poder ronda al lado suyo y harán lo necesario para acordar y quedárselo, disparando si es necesario el número de consejerías en la comunidad y reduciendo las frecuencias de metro hasta dejarlo en centímetro con tal de garantizarse el gobierno. La tercera, Monasterio, portavoz de Vox, vive instalada en su prejuicio y dogmatismo, lo que le hace ser “la Iglesias” del grupo. Es probable que si pudiéramos escuchar las intervenciones de ambos en sus encuentros negociadores encontrásemos similitudes profundas tanto en el tono como en la exigencia con que son defendidas sus posturas. En un principio esas posturas nos parecerían antitéticas, opuestas, pero si las escuchamos y analizamos con cuidado se parecen mucho, porque ambas se basan en la creencia de una superioridad moral de quienes las expresan respecto a los demás, a los miserables normales, los acomplejados y los de las sonrisas, que para Podemos y Vox no son sino residuos, estorbos, cosas que hay que arrinconar para que su magno proyecto de país y sociedad salga adelante. En la imagen que no puedo mostrarles, en la que Díaz Ayuso muestra otro de sus inquietantes posados, que no dejan de transmitirme tanto sorpresa como escalofrío, aparece una cuarta cara, que está pintada en uno de los cuadros que decoran la Asamblea de Madrid, donde tuvo lugar el encuentro a tres. Sea casual o no la toma, la presencia de ese cuarto elemento entre los tres supone el sumun de la discordancia, la prefecta expresión de lo que vemos, el desacuerdo en forma de caras sonrientes que no pueden disimular odios mutuos.

¿estamos condenados a la repetición electoral, autonómica y nacional? Dios no lo quiera, porque a ver quién es el guapo que convence a la gente para que acuda otra vez a unas urnas que están siendo despreciadas por todos aquellos que salieron escogidas por ellas. Mi deseo profundo, que los tres partidos serios (PSOE, PP y Ciudadanos) acuerden una salida a esta situación es tan factible como que llueva en Madrid este verano, cosa que empiezo a pensar que no sucederá nunca. Como ya vivimos hace unos años una repetición no podemos descartar que se de, y como las encuestas señalan que algunas formaciones pueden beneficiarse de ello los argumentos a favor de forzar la repetición crecen. Pero piensen que serán los de estas fotos los que vuelvan a presentarse. Bueno, mejor no lo piensen, porque es para llorar.

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