Mañana, 20 de julio, es el
cincuenta aniversario de la llegada del hombre a la Luna. Ha transcurrido
medio siglo, que dicho así suena aún más lejano, desde que Armstrong y Collins
fueron los dos primeros seres humanos que pusieron sus pies en otro mundo. Les
seguirían otras cinco parejas, totalizando en doce los que han caminado sobre
la superficie de nuestro satélite. Aquello fue un prodigio tecnológico, un
logro en todos los campos de la ciencia y el saber, una rotunda victoria de los
EEUU sobre los soviéticos en medio de una guerra fría que se calentaba día sí y
día no y una inversión financiera multimillonaria que espoleó a la industria
norteamericana para varias décadas. Fue esa conjunción y coyuntura política lo
que hizo posible llegar a la Luna.
Richard
Nixon, el presidente que recibió a Armstrong en el Pacífico, después de hablar
con él por teléfono desde la Luna, no creía mucho en esto de la carrera
espacial, y fue el primero que empezó a recortar los presupuestos de la NASA,
que hasta un par de años antes del alunizaje crecían y crecían sin parar. Se
llevó la gloria de estar en el cargo en el momento justo, pero muy poco hizo,
en aliento y espíritu, para alcanzar ese logro. Voluntad y presupuesto son las
claves de toda iniciativa, y la carrera lunar emprendida por soviéticos y
norteamericanos es un claro ejemplo de hasta dónde puede llevar la competencia
para alcanzar unos retos. La nación que llegara primero demostraría ante el
resto del mundo la superioridad de su sistema político y económico, ya que
todos los demás contemplaban a esas dos superpotencias competir en todo. En
atletas hormonados, en guerrillas dispersas por todas partes, en número de
cabezas nucleares listas para ser disparadas, en producción de bienes… y claro,
en el dominio del espacio. En apenas una década se había pasado de poner
satélites del tamaño de televisores ahí arriba a tratar de realizar un viaje
tripulado de ida y vuelta a un objeto sito a más de 300.000 kilómetros de
distancia. Para los que vivieron aquello como espectadores la sensación de
avance, de conquista, debió ser espectacular. Ante sus ojos la tecnología
espacial, apenas recién nacida, conquistaba parcelas nunca antes soñadas, y
como pasó con el mundo de los coches, que en unas pocas décadas conquistaron el
mundo, el sueño de viajar el cohete a otros planetas se empezaba a transformar
en un sentimiento lógico y generalizado. Escribe Ray Bradbury en sus crónicas
marcianas como en “el verano del cohete” ir a Marte era una cierta aventura,
sí, pero no mucho más de lo que fue un siglo atrás la conquista del oeste. Eran
pioneros, aventureros, buscadores de fortuna, y también gentes que anhelaban
nuevos espacios y vidas, y los cohetes despegaban de las planicies del medio
oeste con la naturalidad con la que las caravanas partían rumbo al ancho
horizontes del vacío norteamericano. La obra se adelantó casi dos décadas al
momento del Apollo 11 y sitúa los primeros viajes marcianos a finales de la década
de los noventa, y su texto refleja una sensación de avance, de progreso en todo
lo que hacía a la ciencia y la tecnología que resulta plenamente creíble que viajar
a otros planetas en ese calendario fuera cierto. Ni Bradbury ni casi nadie supo
ver hasta qué punto es complejo adentrarse en el espacio exterior, el brutal
salto que existe entre ir a la luna y llegar a Marte, objetivo para el que
nuestra actual tecnología aún no es capaz de resolver serios problemas, y sobre
todo, el coste de semejantes proyectos. Esa inversión tan inmensa tenía un
respaldo político en los años sesenta por la carrera entre rivales que antes
comentaba, y eso permitió que las inversiones se realizaran, pero si ese
contexto no se hubiera dado es poco probable que los Apollo hubieran despegado
en los sesenta y la Luna fuera hollada en aquella mítica fecha. Voluntad a
raudales para vencer a los rusos fue lo que alimentó el flujo de dinero que
sostuvo esa carrera. Una vez ganada, la atención política se desvió, apuntó a
otros objetivos y el grifo de dinero se cerró para el espacio. Y tras el Apollo
17 no se volvió.
¿Es
posible volver? Claro, pero como en el pasado, debe haber un objetivo de fondo
que justifique el proyecto, y es dudosos que hoy en día la ciencia sea capaz de
movilizar voluntades y presupuestos como se merece. Quizás la rivalidad con los
chinos permuta reeditar algo así como una nueva carrera espacial, o la
competencia entre las empresas privadas que están presentando proyectos,
orientados al turismo para mañana y la explotación minera para más adelante. No
había nacido cuando llegamos a la Luna, y empiezo a temer que no viviré cuando
alcancemos Marte, objetivo que se aleja cada vez más en el tiempo. ¿Ver volver
a la Luna? Ojalá. Debió ser un sueño contemplarlo en 1969.Y en nuestros días
también lo sería. Vayamos.
Me
cojo una semana de vacaciones, subo a Elorrio. Si no pasa nada raro nos
volvemos a leer el Lunes 29 de julio. Disfruten y cuidado con el calor, va a
ser intenso.
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